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España España · Madrid
Críticas de Hernando
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Críticas 31
Críticas ordenadas por utilidad
4
1 de octubre de 2013
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su primer largometraje (District 9, 2009), Neill Blomkamp irrumpió con fuerza en las pantallas mediante una historia que conjugaba -como solo permite la ciencia ficción- el espectáculo más palomitero con la crítica social. El director sudafricano arremetía contra las multinacionales, la industria armamentística, las mafias africanas y la xenofobia, intolerancia y 'guetización' del diferente; pero lo hacía de forma superficial, cediendo siempre a un espectáculo bastante convencional. La desaprovechada idea de partida era brillante, a pesar de sus semejanzas con Alien Nación (Graham Baker, 1988), y aunque la película no era para tanto fue un éxito de taquilla y recibió excelentes críticas. Era de esperar que en su siguiente película Blomkamp repitiera la misma fórmula. Lo que no era tan predecible es que exacerbaría todos sus defectos.

Elysium, igual que su predecesora, es ante todo una película de acción ambientada en el futuro, pero también una débil metáfora con una convencional crítica social del presente. La diferencia es que ahora la crítica se centra únicamente en la injusta distribución de la riqueza y las migraciones desesperadas que esto ocasiona. La poca élite adinerada, que son todos muy malos, oscila entre el fascismo de la ministra de defensa y la hipocresía políticamente correcta del presidente. Hablan francés (aunque el inglés parece el idioma oficial de la humanidad) y viven en una lujosa estación espacial sin enfermedades. El resto, la mayoría de los seres humanos, que hablan español y que son muy muy buenos a pesar de la miseria y el crimen, viven en una tierra enferma, contaminada y tercermundista.

El resto de la película se mantiene fiel al estilo de District 9. Planos generales que contrastan el lujo de la estación espacial con la podredumbre de la tierra, convencionales escenas de acción con cámara en mano resueltas con ritmo y desorden pero sin genio, y una negligente indiferencia por los personajes y el guión. Los personajes, esta vez con una mayor gama de secundarios, son aún más arquetipos que en el anterior trabajo del director. Por su parte los aún más numerosos defectos del guión -p.e. el absurdo y débil sistema de defensa de la estación espacial o el sentimentaloide y absurdo final de épica fallida que escupe sobre el mismo tema social de la película: el problema de la distribución de unos recursos finitos- hacen que como historia y como parábola crítica, la película sea insostenible.

Esta vez Blomkamp se ha quitado la máscara que aun podía engañarnos en su anterior trabajo. No es un director de blockbuster preocupado por la sociedad, sino un director con buen olfato para llenar las salas. Al igual que Coca-Cola, el director de District 9 ha descubierto que, en contexto de crisis, las preocupaciones sociales venden. Solo hay que tener cuidado en no profundizar demasiado, algo que además requiere demasiado esfuerzo, en no ser revulsivo y en no molestar a ningún espectador potencial. Viendo Elysium parece que el único problema que preocupa a Blomkamp es llenar las salas.

Realmente la única diferencia profunda entre Elysium y District 9 es la idea de partida. Suficiente para que un servidor, como parece haber ocurrido entre público y crítica, se desengañe sobre un director que poco tiene que aportar a un género devorado por el fantástico.
Hernando
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5
14 de diciembre de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Probablemente, el principal problema de El Consejero sea presentarse como un thriller sobre drogas. En realidad, la estructura de thriller solo es el motor de la historia y las drogas no son más que una metáfora de la tentación. Ante todo, El Consejero es una historia de McCarthy. Rodada por el director equivocado.


Los principales temas de la película no sorprenderán al lector de Meridiano de sangre o Todos los hermosos caballos. La destructiva seducción por el poder. El poder del dinero, del sexo y de una mujer inteligente o un abogado de éxito. Esta ambición por el poder nos convierte en depredadores y presas y siempre hay una Cameron Díaz capaz de follarse un coche de millones de dólares, más ambiciosa y más astuta que nosotros para darnos caza. La importancia de las decisiones tomadas y la imposibilidad de rectificar, enmendar los errores o de volver atrás; y al mismo tiempo, la imposibilidad de predecir las consecuencias de nuestras elecciones, pues a menudo no nos dimos cuenta de su importancia o de estar eligiendo cuando las tomamos. El mundo es un lugar violento e impredecible: esa es la visión del ser humano y la vida de Cormac, algo violento pero hermoso y en el caso del hombre con posibilidad de elección. Todos los temas de la película pertenecen a la autoría de uno de los mejores escritores norteamericanos vivos.

También es propio de McCarthy esos diálogos entre sencillos y humildes y transcendentales. Diálogos como el de la importancia de cada elección, con Antonio Machado de fondo, y que ha sido criticado en exceso. Tampoco sorprende en el escritor de No es país para viejos, esa marcha de la historia en la que suceden muertes y desgracias y no nos queda claro el motivo, con el espectador/lector sorprendido y sin encontrar sentido a la narración principal (pues no es más que una excusa, un mcguffin, o una metáfora), como si la violencia y el castigo recibido por los personajes fuera gratuito y exagerado. Y así lo es, sin duda, para los personajes.


Si lo vemos desde este punto de vista y no desde el de un thriller sobre el narcotráfico, entonces tal vez podríamos perdonar que el enredo criminal no quede nada claro y el coitus interruptus final, para disfrutar de esa estructura trágica que se nos va adelantando de continuo. En la primera lenta mitad de la película vemos como cada personaje toma una decisión seducido por el poder, el sexo y/o la codicia, pide consejo -sobre todo el consejero- aunque nadie puede darlo, y somos conscientes de que algo va a estallar en cualquier momento. En la segunda mitad incluso podríamos disfrutar de la caza sinsentido a la que se ven sometida los personajes y de los diálogos. El único problema es que, aunque la historia sea de Cormac McCarthy, el director sigue siendo Scott.

En las manos de Ridley Scott los diálogos profundos y meditados pero naturales de McCarthy se vuelven presuntuosos y forzados, los personajes ridículos con un exceso de maquillaje y, lo que es peor, la imprescindible atmosfera hermosa y salvaje y el tono ágil y denso del escritor no aparecen por ninguna parte. McCarthy es un escritor capaz de decir mucho sin decir nada, con naturalidad y sobrentendidos; es experto en hacer que lo implícito, lo que se comunica con una mirada, cale hasta los huesos al lector. En ‘El Consejero’ tenemos esa habilidad con la elipsis, de ahí el desconcierto al seguir el thriller y situar a los personajes -a menudo no sabemos cómo funcionan las cosas, ni por qué se han metido en ellas. Así es la vida-; y, sin embargo, en lugar de introducirse en nuestra carne los temas realmente importantes como en sus novelas, en la película todo nos resbala y se vuelve gratuito, cuando no molesto.
Hernando
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6
19 de febrero de 2013
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo primero que ha de tener presente el espectador que va a ver 'Lincoln' es que no se trata de una película sobre la guerra de secesión, ni de un biopic al uso. Se trata de una maniquea ilustración de la aprobación de la decimotercera enmienda y de un retrato heroico del presidente de la Unión, Abraham Lincoln, un auténtico y adorado mito americano.


Aparentemente el objetivo de Spielberg es aunar la Historia con la humanización e intimidad del personaje, ese gusto tan actual de humanizar a los héroes y a los mitos. Algo que en buenas manos puede salir bien. Me incluyo entre quienes valoran y admiran una magnífica deconstrucción de cualquier mito, por ensalzado que tenga a ese héroe. En manos del Rey Midas de Hollywood esto no es así, se humaniza al personaje histórico con típicos problemas domésticos -hijo muerto, mujer preocupada por la familia tratando de anteponerla a la causa [histórica en este caso], y deja de contar- y un dilema moral tan usado que sorprende su repetido éxito. El resultado no es la deconstrucción del mito, sino su heroización en la esfera familiar. Por supuesto Lincoln es sensible, inteligente, tiene firmeza y tacto con los problemas familiar, astuto, etc. Es decir, todas sus míticas virtudes políticas exaltadas hasta el hastío en el discurso nacional aplicadas de puertas a dentro de casa. Durante la película tenía que imaginarme a Lincoln en el wáter para recordar que era humano. El film es por tanto, en todas sus acepciones, una americanada.

Retomando lo que decía al principio, la película no considera necesario hablar de nada más que de la aprobación de la decimotercera enmienda y de la intimidad del presidente pues da por hecho que el resto ya es sabido por todos. Por eso mismo tampoco se molestará en un correcto planteamiento donde se evidencia que todos conocemos los personajes de la cámara y la estructura de los partidos políticos de la época. Tampoco es necesario recrear la época en su conjunto, su idea de la libertad o sus valores reales (un importante despotismo ilustrado, burgués, capitalista y machista). Y para qué explorar o meditar sobre el problema de la esclavitud, sus causas, los motivos por los que el Sur lo apoyaba o algunos del norte lo desechaban, si puede darse por hecho y es demasiado peliagudo… ¿Para qué hablar de los intereses económicos del norte en la Guerra de Secesión, y en el fin de la esclavitud? No es necesario. Tampoco se profundizará en las creencias raciales (incluidas las de Lincoln) de la época, ni en el debate y discusión real, se da por hecho que la esclavitud es mala. Los únicos argumentos son el “derecho natural” de antaño y el de ahora (¿o acaso no se naturalizan estos valores?) sin más profundidad que esa etiqueta: natural.


Lo único que a Spielberg le parece digno de recrear aparte de la parafernalia y discurso americano que ya mencioné, es el desarrollo de la frase final que muchos coreamos en nuestra reseña: "La ley más importante de la historia de Estados Unidos se ha aprobado a través de un proceso corrupto orquestado por el hombre más puro y honrado del planeta". Asistiremos a intríngulis políticas, ingeniosos insultos en la cámara y al conflicto en Lincoln entre cumplir lo que considera su deber y los medios que debe usar. En algún brillante momento hasta Spielberg juega a insinuar una vena tiránica en él. El director nos ofrece un relato de Lincoln como hombre enérgico de altos ideales pero pragmático, los rasgos necesarios para el héroe americano. Y ya. Esto es todo. Y se hará sin pena ni gloria, con un estilo sobrio, una buena puesta en escena, muy buenas actuaciones pero no excelentes (me pregunto cuántos confunden las virtudes del maquillaje con las del actor), unos personajes bastante poco trabajados y ya*.


¿Dos horas y media para esto? Suerte que al menos en ningún momento se hace pesada. La única escena con una pizca de genio es cuando al final, el criado negro le entrega a Lincoln unos nuevos guantes (negros) y este los tira sobre la mesa sin ponérselos y sin decirle nada. La película pasa volando sin aburrir, y se olvida con la misma celeridad y un ligero mosqueo por su presunta grandilocuencia y la sensación de haber presenciado una lección de Historia con pocos atisbos de realidad.

Lincoln, la última película del Rey Midas, demuestra que no existen dos Spielberg: el genial director y el astuto productor, por mucho que los amantes de 'La lista de Schlinder' quieran pensar así. Solo existe uno, un único hombre que disfruta con el cine y aún más con el éxito, un director que a veces acomete seriamente productos “comerciales” y otras encara con actitud comercial temas más serios. Pero siempre es el mismo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Hernando
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2
21 de marzo de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde que Heródoto escribió en su Historia las Guerras Médicas dejándose llevar por su admiración hacia los combatientes y los influjos de la epopeya, han sido muchos quienes las han rescrito, en todas las épocas, movimientos y géneros. Basten de ejemplos, además del cómic de Frank Miller (1998) y la película Zack Snyder (2006); El león de Esparta (Rudolph Maté, 1961), en el cine; la recomendable novela Salamina de Javier Negrete (2008) en literatura; y en pintura, el Leónidas del neoclásico David o La batalla de Salamina del romántico Wilhelm von Kaulbach. Todas ellas con sus ambiciones estéticas y sus intenciones discursivas. Si Grecia es el pilar de la civilización occidental, su mayor epopeya histórica tiene un valor incalculable y todos querrán apropiársela para sus propios fines.

Con 300, Miller y Snyder renunciaron a hacer una obra histórica y devolvieron a la historia de Heródoto lo que en ella había de épica y fantástica. No importa que los historiadores actuales cifren el ejército persa en 300.000 hombres, Heródoto afirmaba que eran casi dos millones de guerreros y así aparecerá en 300. Su intención no era hacer un péplum clásico como Ridley Scott en Gladiator (2000), sino un poema épico, bárbaro, fantástico, polémico y cargado de testosterona. A ambos les fascinaba la paradoja de que el baluarte de la democracia griega fuera un pueblo guerrero de claros elementos fascistas. Jugando a capricho con los elementos del cómic en formato de página doble -los espartanos no merecían menos- y de la imagen cinematográfica con un derroche de efectos artificiales y estilización de la violencia por ordenador, dieron a la batalla de las Termópilas una atmósfera onírica, desrealizada, en la que plasmaban un fantástico conflicto entre el orden y la razón (griegos), contra el caos y lo irracional (persas); entre el bien y el mal. El éxito fue rotundo, y las hipnóticas imágenes de 300 se proyectan sobre videojuegos, películas y series posteriores.

Pero no podían faltar los moralistas de turno escandalizándose de que un delirio imaginativo diera semejante imagen de los persas, del atractivo fascismo de los espartanos e incluso de que osaran tener tan poco rigor histórico. Como si no estuviera claro desde el tráiler.

Parece, a primera vista, que 300: El origen de un imperio es una mera reacción a estas protestas. Sin cambiar en absoluto la estética del film anterior, con los mismos anacronismos, efectos especiales y amputaciones a ralentí, El origen de un imperio ofrece lo que promete: más de lo mismo. Pero ni cuenta con el factor sorpresa, ni Noam Murro logra la fuerza visual de Snyder en esta violenta epopeya. El único cambio sustancial real, está en su discurso.

Reemplazando la historia de las Termópilas por la batalla de Salamina (y unos pocos minutos de Maratón), desplazando el centro de atención de Esparta a la “democrática” Atenas, introduciendo mujeres en las batallas, y remplazando al carismático Leónidas por un soso Temístocles; Noam Murro, Snyder y Miller han convertido la epopeya de los atenienses en un mito fundador del poder de la democracia contra la tiranía, y del sacrificio patriótico contra el odio ciego. Lo irónico es que en su fervorosa defensa de la democracia han llenado la boca de Temístocles de basura ultranacionalista y patriótica (realmente sorprendente y anacrónica en un griego), como si estuvieran lanzando sus dardos envenenados a los democráticos moralistas que atacaron el film anterior.

El problema de este cambio de enfoque, más dado a los discursos que al despliegue imaginativo, ensombrece la secuela en un resultado predecible, sin que las luchas marítimas estén a la altura de la resistencia heroica en el desfiladero, y que entretiene sin dejar la menor huella. La entrada de Eva Green ofrece, eso sí, un par de cosas que merecen verse.
Hernando
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8
21 de marzo de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El bigote hipster de Phoenix no engaña: en su primera película en solitario, el director de Cómo ser John Malkovich (1999) y Adaptation (2002) sigue dentro de la posmodernidad. her, una película de ciencia ficción blanda, sigue la estela de sus películas anteriores y otras, como Black Mirror, en su reflexión sobre el futuro al que nos dirigen las NTIC, y la concepción de identidad y las nuevas formas de sentir y relacionarnos en esta sociedad mediada por la tecnología. Es también una película sobre la difícil delimitación entre lo real/corpóreo y lo virtual. ¿Acaso no es la lengua un artefacto virtual y natural al mismo tiempo?, ¿no son virtuales todos los conceptos abstractos, e incluso la identidad?, ¿acaso todos estos fenómenos virtuales no producen emociones y experiencias reales?, ¿no se funda toda relación en una narración interpersonal?

Pero si her se distingue, e incluso supera, a otras producciones parecidas, es por prescindir de juicios, por su sencillez y, sobre todo, por su sinceridad. Con her no tengo esa sensación habitual del género de que el discurso del autor devora el relato haciéndolo inverosímil y dejando a personajes sin vida, como meros signos. Y es que her es la película más personal de Spike Jonze. Ha echado toda la carne en el asador y ha ido más allá de la ciencia ficción para narrar una historia de amor, desengaño, dolor, soledad, y la reconstrucción de uno mismo.

Es bien jodido afrontar una ruptura. Un duelo en que el cadáver continua su vida (y llama a su abogado matrimonial). Un presente desgarrado, un futuro abortado, un pasado sin sentido a la deriva. Recuerdos que no cesan de sangrar. De repente estamos perdidos y desorientados y dolidos, y sabemos que hemos de rescribirnos, con nuestros miedos e inseguridades, rehacer nuestra vida e identidad, en torno a nosotros mismos, aceptándonos, en soledad. O podemos sustituir un cuerpo por otro para no sentirnos solos, que es más fácil, o incluso ahorrarnos las molestias y necesidades de otro cuerpo, como con Samantha. Resulta que Spike Jonze ha tenido que afrontar dos rupturas simultaneas.

Después de Adaptation no volvió a contar con Charlie Kaufman en el guión, ni con Sofia Coppola a su lado, por “diferencias irreconciliables”. Pasaron siete años hasta que Jonze volvió a una relación, con Dave Eggers como co-guionista, y sacó adelante Donde viven los monstruos (2009), una fantasía virtual que, independientemente de su resultado fallido, le permitió evolucionar y rehacerse como director y guionista. El esfuerzo ha merecido la pena y en her, su primera película de madurez y en solitario, Jonze ha sabido reciclar los despojos de sus anteriores relaciones en una película auténticamente suya. Ha encontrado la manera de abordar los problemas de sus primeras películas con menos artificios y retruécanos, abordando directamente el conflicto dramático, confiando sus personajes a los actores principales (y Phoenix, desde luego, está a la altura). Todo sin renunciar a lo mejor de la influencia de la directora de Lost in translation .

En her, Joaquin Phoenix da vida a, Theodore, un hombre profundamente herido, incapaz de superar la ruptura de un año atrás con su ex-mujer, entre recuerdos de entonces y el terror de establecer nuevas relaciones, deambulando errático por las salas buscando un polvo virtual que le ayude a dormir. Pero sale al mercado virtual un nuevo Sistema Operativo con conciencia, “que te escucha, te comprende y te conoce”, y además tiene la voz de Scarlett, y comienza una relación original con ecos de Pigmalión. A través de su relación con esa voz perdida en el ciberespacio, independientemente de su resultado, Theodore tendrá la oportunidad de reconciliarse consigo mismo, perder el miedo a quedarse solo, aceptarse y reconstruir los pedazos.

La película tampoco es perfecta. A pesar de sus aciertos cómicos, la ironía, el humor juguetón de Jonze, y de escuchar a Scarlett Johansson preocupada por no tener su cuerpo, inteligentemente escamoteado en todo momento; al premiado mejor guión original del 2013 le falta un poco de mala leche, sobre todo con esta historia llena de perversas posibilidades, y Phoenix puede resultar demasiado santurrón. Tal vez a her le falte, como a sus SO, más cuerpo, más allá de su sobriedad formal en un intento de reflejar el hastío del protagonista y de incluir cada vez más actores de fondo haciendo eco a la historia del protagonista: hastiados primero, y sonrientes después mientras intiman con sus aparatos electrónicos. Al fin y al cabo, como todo producto de la posmodernidad, caracterizada para algunos por el pensamiento débil (Vattino, 1983) de un pasar despreocupado, es una película superficial, donde todo está a la vista en un primer visionado, de usar, disfrutar y tirar, sin necesidad de volver a ella. Y aun así, aunque por momentos her está a punto de caer en lo banal, logra emocionarme y mantenerme atento y disfrutando las dos horas de la película.

En her, Spike Jonze logra lo que se propone: aportar dos horas de cine para todos los gustos, sin renunciar a lo que le interesa, y reflexionando sobre cómo cambiamos y crecemos continuamente en cada relación, cómo el reto consiste en cómo dejar al otro la libertad de ser quien es en cada momento y seguir amándole, aunque cambie. ¿Podrás seguir amándole?, ¿podrá seguir amándote?, ¿es suficiente con ello? Y lo más importante, ¿podrás amar a un hipster?
Hernando
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