Con "Match Point" me pasa lo mismo que con "Midnight in Paris" cuando la comparo con "La rosa púrpura del Cairo". No veo en ella más que un autoplagio de "Delitos y faltas" (algunas escenas son hasta calcadas, véase las apariciones nocturnas) pero con jovenzuelos guapetes y reduciendo al mínimo todas las, en este caso, reflexiones morales sobre la culpabilidad con las que contaba la anterior.

Reconozco que es más que correcta y que si hubiera estado dirigida por otro la tendría en mucha más estima pero tras haber visto las joyas de la corona del neoyorquino me niego a dar más de un siete a esta sombra vacía de lo que fue un director de grandes inquietudes intelectuales inmerso desde hace ya demasiados años en una decadencia que parece no tener fin.

Salgo del cine con el pecho tomado por la melancolía, esa que una vez me dijeron que era la alegría de la tristeza. Y sí, estoy triste porque hoy se acaba de cerrar irremediablemente un ciclo de la saga Bond y, arrastrado por él, de mi historia personal, pero a la vez estoy alegre porque, ya que nada es eterno y todo está destinado a terminar, lo único que podemos pedir es que el final esté a la altura, y eso sí supieron dármelo.

Mi primera peli de James Bond en cine fue "Casino Royale". Me llevó mi padre, fan desde niño de la saga, y fue, a la vez, la última que vi en el cine de mi barrio, que a los pocos meses sufrió el mismo destino que siguieron la mayoría de ellos por esos años. Llegué sin esperar mucho, ya que hasta entonces mi único contacto con el personaje había sido la quemadísima versión de las últimas de Pierce Brosnan, y salí entendiendo porque Bond no es solo un personaje más, sino un símbolo inmortal. Si, hay que reconocer que Eva Green también tuvo su peso en que un chaval de instituto saliera del cine tan maravillado.

Así que, en cuanto salió "Quantum of Solace", ahí fue de cabeza a las salas de una gran cadena ese mismo chaval, ya todo un bachiller que se creía saberlo todo y no tenía ni puta idea de nada. Se notaba que el guión no aspiraba a más que ser otra aventura más de James Bond, pero cumplía perfectamente con este cometido.

Luego llegó la universidad, vivir por primera vez fuera de casa y empezar a conocerse la vida y a uno mismo por las calles de Santiago, y tocó también el aspirar a mucho y no llegar a nada de Mendes con "Skyfall". Salí con una sensación agridulce, pero más resuelto que nunca a volver otra vez al cine cuando tocara: me había dado cuenta de que ver la última de Bond se había convertido en algo más que ver una peli, se había convertido en una tradición. En un hito en el camino de mi vida, un día marcado en el calendario en que pararse un momento a tomar consciencia de como había corrido el tiempo desde la vez que había ido a ver la anterior de la saga y cómo había cambiado mi vida desde entonces.

"Spectre" me pilló dando un paso mayor aún. Ya no era otra ciudad, era trabajar por primera vez y en otro país, geográficamente hasta otro continente, así que cayó en versión original con subtítulos en portugués.

Y hoy, en la sala casi vacía de un cine de pueblo de Salamanca y con una mascarilla en la cara, tocaste tú, "Sin tiempo para morir". Y no puedo hacer otra cosa que dar gracias por un final tan digno. El mejor guión desde "Casino Royale", sin enrevesamientos imposibles de seguir, el mejor secundario con el personaje de Ana de Armas, la cinta en que de forma más natural se ha logrado la fusión entre el Bond clásico de villanos con base isleña repleta de esbirros y los nuevos aires llegados con Craig. Gracias, porque hoy se ha cerrado de la mejor forma posible un ciclo, no solo para Bond y para Craig, sino para mí en lo personal. Porque sé que habrá más aventuras y, si saben aprovechar como debe ser un personaje con tantas posibilidades como es el de Nomi, serán igual de buenas, pero ya serán otro capítulo distinto de nuestras vidas.