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España España · Málaga
Críticas de flecha
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Críticas 43
Críticas ordenadas por utilidad
9
27 de febrero de 2011
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando terminó "Cisne negro", mi acompañante y yo, y muchos de los espectadores en la sala de cine, nos quedamos quietos, clavados en las butacas, con los ojos muy abiertos, las caras desencajadas en la mayoría, las expresiones turbadas e impactadas. Quietos, viendo los títulos de crédito, pero mirando, realmente, en nuestro interior aún, esos escalofriantes momentos finales de la película, intentando memorizar el bello y sufriente rostro de Nathalie Portman, asimilando la fuerza arrolladora de un film que se me antoja entre los tres mejores del año. Sólo el buen cine es capaz de hacer que nuestras mentes no se vayan a otro lado una vez terminamos de ver la película.

"Cisne negro", habiéndote zarandeado y excitado a lo largo de su metraje, termina por dejarte casi agotado, de tan intensa, potente, oscura, penetrante.
Aronofsky se zambulle en las más aciagas y terroríficas profundidades de una mente ambiciosa, que se afana en alcanzar la belleza y la perfección entregándose en cuerpo y alma, con solicitud congojosa, extenuante, autodestructiva. Para ello, cuenta con dos factores excepcionales: Tchaikovsky y N. Portman, los dos brillantísimos pilares de la película: la música de uno, excelentemente utilizada; la interpretación de la otra, de las que te dejan sin aliento. Quizás no sea siquiera aventurado pensar que este papel, arduo y abrumador, estaba sólo hecho para ella.

Si bien en "Cisne negro" se peca de cierta recreación en escenas algo excesivas y de algunos sobresaltos innecesarios que no hacen sino empañar levemente el, por lo demás, impecable transcurso del film, no dejaremos de considerarlo como un todo perfectamente planteado, que puede presumir de puesta en escena extraordinaria, completísima, amén de un reparto que termina por elevar la obra hacia cotas francamente sobresalientes.

Asistiendo a una perturbación interior que nos inquieta desde sus primeras apariciones, presenciamos el crescendo brutal, casi agónico, de tales perturbaciones, que culminan en esa meta de perfección y belleza excelsa que tan alto precio se cobrará.

Es, entonces, cuando Portman emula a ciertas estrellas, pues su luz nos sigue llegando, aunque en el fondo hayan dejado de brillar, aunque en el fondo ya no sea el cisne blanco. Es, entonces, cuando la poesía trágica y dolorosa de "Black Swan" más nos conmueve, cuando la hermosura de la danza fabulosamente rodada y la sublimidad de Tchaikovsky se juntan armoniosamente para escalofriarnos, para dejarnos clavados en las butacas, con los rostros desencajados, y alcanzar una apoteosis verdaderamente apabullante.
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9
27 de febrero de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Exponente del mejor cine europeo, "Ida" es una de esas pequeñas joyas que nos sorprenden de vez en cuando si atendemos a sus planteamientos estéticos y temáticos, puesto que, a pesar de recorrer caminos ya vividos de matanzas, dictaduras y racismo (en suma, ese pasado hiriente que no termina de cerrarse), rápidamente cae el espectador en la cuenta de que Pawlikowski quiere contar mucho más. La vida, en concreto, focalizada desde el punto de vista de alguien que no ha vivido, o que ha vivido tan sólo parcialmente, de acuerdo a los encorsetados y muy pautados parámetros de la vida clerical en comunidad. Lo que pulula allá fuera, en las ciudades y los pueblos y los hoteles y los despachos. Relaciones humanas difíciles, una realidad cruda, un país muy gris. Abordarlo por medio de la "road movie" en forma de viaje de iniciación, de descubrimiento de un universo desconocido, ya era un punto de partida felizmente planteado.

Por lo demás, "Ida" sugiere belleza estética, hondura espiritual, autenticidad humana. Al final, lo de menos es la elección de Ida: toma el camino de la fe, pero ella ya ha descubierto lo que es el mundo, un lugar contradictorio, cruel y fascinante, donde conviven lo hermoso (el amor, el arte encarnado en el jazz) y lo terrible (la mezquindad, la tiranía, la delación por ambición, la barbarie totalitaria). Hay dos escenas particularmente poderosas. La primera, ese maravilloso instante en que se encuentran dos ámbitos muy alejados: Ida baja al salón y allí queda deslumbrada por los sonidos hipnóticos de los jazzistas, guarda la distancia, como si prefiriera no ser vista, pero no puede apartar la mirada, ni la mente, de esa música enigmática y sugerente, y el plano general queda fijado, englobando ese "choque" sereno de dos formas tan distintas de entender la vida: el mundo libre, exuberante y espontáneo del jazz, y el mundo recogido y austero de la religión. Por otra parte, el funeral de su tía, donde contrastan la fachada de un Estado grandilocuente con el drama interior de una muchacha sencilla. El discurso político, encendido y falso, resuena ajeno al vacío de la única persona que siente la muerte de alguien que en poco tiempo le ha enseñado mucho. Pocas veces una película expresa tanto con tan poco. A través de lugares devastados por la guerra, el racismo y la represión, Ida conoce el ámbito exterior a donde ha crecido, ese cosmos enormemente complejo que coexiste fuera de los muros del convento: los placeres de la carne, las derrotas personales, las miserias humanas. "Y después, ¿qué?", le preguntará al saxofonista. "Nada, lo normal...la vida", le responde éste.

Pawlikowski apuesta fuerte por una fotografía meticulosa, milimétricamente calculada y como afanosa por arrojar un poco de luminosidad en ese mundo tan oscurecido por el horror y la opresión, desarrollando en paralelo una brillante puesta en escena en la que los personajes interactúan y se mueven, esculpidos por la luz de ese blanco y negro tan plástico, pero siempre retratados desde una posición que adopta el plano fijo; es ahí cuando se desata toda una sinfonía de miradas fugaces, el tempo pausado entre frases y réplicas de los diálogos, los gestos imperceptibles que hacen que el cine cobre vida desde el interior del propio encuadre, como cuando ella retira el brazo levemente en la barandilla donde ambos se apoyan y hablan por primera vez a solas, o esos impulsos carnales reprimidos dentro del convento: las miradas tímidas pero inevitables de la monja madura, la voluptuosidad del cuerpo sugerido bajo la tela mojada cuando las novicias se bañan...

El reto de aunar dos geografías del alma tan distintas que se encuentran y que han de afrontar un pasado doloroso se ve sustentado en dos actrices estupendas: esa melancolía que desprende la mujer decadente y arrepentida, o la economía gestual de la novicia, acorde a la adustez del clero regular. Tal vez el gran triunfo de esta película sea sacar una gama tan amplia de cuestiones (engarzadas de forma unitaria) con la absoluta soltura de quien no necesita del subrayado o de esos otros recursos lacrimógenos tan recurrentes cuando se trata del exterminio judío. Y esto último se agradece sobremanera.
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6
4 de diciembre de 2009
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta extraño ser no sólo el primero en escribir la crítica de una película de Filmaffinity, sino también el primero (y hasta ahora el único) en votarla. Y a saber cuándo vendrá el siguiente usuario a votarla, ya que parece ser una película muy desconocida. Yo la pillé de casualidad: resulta que se inauguraba un ciclo de cine en un museo y, siendo la entrada libre y gratuita, no lo dudé.

Y es una pena que “Udon” no goce de un poco de más fama, puesto que se pasan dos horas amenas y disfrutando de cine, en líneas generales, bien hecho, cercano, sensible, sincero y alegre.

Mientras el director nos adentra en el interior del actual Japón, país desarrollado pero que aún conserva evidentes vestigios de lo rural, vemos cómo evoluciona el protagonista, Kosuke Matsui, personaje llamativo donde los haya, siempre animoso y que representa a una suerte de buscavidas fracasado, el cual volverá a sus raíces para, con un poco de imaginación y visión de futuro, desatar un auténtico fenómeno de masas que le hará prosperar.

El problema de “Udon” reside en su primera mitad, alocada y harto estresante, en la que el ritmo narrativo no da respiro y en la que una secuencia onírica bastante desafortunada te provoca, si no un pequeño enfado, sí un ineludible desconcierto. En esta primera parte, el guión se presta mucho más a lo cómico, pero sin provocar espontáneas risas y con fragmentos prescindibles, aunque se vislumbran atisbos de buena factura que posteriormente se verán confirmados.

Y, en efecto, por sorpresa y afortunadamente el tono desenfadado y que en ocasiones roza lo ridículo se transforma en la segunda mitad, mucho más cuidada, pausada, con momentos tiernos, que nos deja certeras y profundas reflexiones: el amor y el agradecimiento que le debemos a nuestros padres, que se sacrifican admirablemente para sacarnos adelante, encarnado en el personaje de Kosuke, que primero ofenderá, abandonará y despreciará a su progenitor, y cuya posterior redención será provocada por el arrepentimiento del hijo que intentará honrarlo retornando a la profesión con la que con tanto ahínco subsistió su padre.

De todo esto se desprende la extraña sensación de que la segunda mitad ha sido dirigida por otro director diferente, mucho más diligente, meticuloso e inspirado, creador de una obra que, en el apartado musical, dispone de diferentes piezas clásicas (algunas de ellas operísticas) a veces agobiantes y otras oportunamente utilizadas. Por otra parte, los actores no son nada del otro mundo.

[sigo en spoiler sin desvelar nada]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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1
21 de noviembre de 2009
10 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es que es todo tan caótico, ridículo y kitsch que, aunque la narración sea endiabladamente rápida sin darte algo de tiempo para respirar ni asimilar, se hace larga irremediablemente.
Me la recomendó una amiga fervorosamente, y yo fui tonto de no olerme lo que se me venía encima, que era resumidamente un revoltijo lleno de explosiones, golpes, peleas, ruido y gilipolleces hollywodienses. De ese cine comercial malo pero malo, tipo "Transformers" (otra joyita...), en el que en sus incontables escenas de acción y persecuciones no ves realmente mucho debido al mareo que te producen esos bruscos movimientos de cámara y ese torrente abrumador de efectos especiales que te provoca una condenada jaqueca.

Guión repleto de tonterías, un esperpento extremadamente cutre que pretende hacer una mezcla con Drácula, Frankestein, hombres lobo, un monje (mala copia del personaje "Q" de James Bond), una princesa guerrera que recibe todo tipo de porrazos pero sin un solo moratón, unas vampiresas irrisorias (¿os recuerdan a las Erinias vengadoras de la mitología clásica?) y una multitud de diversos personajes y seres horrendos, saliendo de todo ello un remolino de escenas alocadas y en las que se abusa del ordenador.

Los actores para olvidar, salvo David Wenham, y la música es tan repetitiva como poco inspirada. Y luego poco más, tres o cuatro planos de las siluetas de unos castillos en una cresta de Transilvania con la luna llena detrás, muy góticos y muy siniestros, y a comer palomitas que si no esto se hace aún más insoportable. Créanme, verdadero despropósito.
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6
27 de diciembre de 2010
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aceptando que las comparaciones son generalmente odiosas y a menudo innecesarias, no me queda más remedio esta vez sino de, al menos, mencionar otras obras de las que creo que "Baaría" bebe y contraponer algunos elementos y aspectos para clarificar cuáles son las zanjas en las que tropieza esta reciente obra de Tornatore.

Pero, antes, ensalcemos con toda justicia el apartado técnico de la película, que nos resulta impecable y contribuye, en cualquier caso, a hacer más atractiva una película que se queda a medio camino, que apunta alto y que no alcanza su final objetivo, que no anda lejos de cierta pretenciosidad y que nos recuerda aquel dicho de que "no es oro todo lo que reluce".

Quizás sea el más rotundo error de Tornatore el propósito de querer contar demasiado (en sólo dos horas, para más inri, que a pesar de todo puedan parecer a más de uno excesivas), de querer abarcar más de lo posible. Y ello deviene en superabundancia de situaciones y tramas, en copiosidad narrativa que nos sume en una situación confusa, en una sensación de que mucho se empieza y poco se acaba ante tantas vías paralelas que, mediante las continuas elipsis, se van intercalando a medida que avanza el tiempo. Claro ejemplo de ello lo tenemos seguramente en el caso del hijo de Peppino, que cuando lo lleva por primera vez al cine despierta en él una irrefrenable pasión por el mundo del celuloide (cosa que, por otra parte, desprendía rápidamente el tufillo al chaval de "Cinema Paradiso") pero que se queda en nada, al parecer.

[sigo en spoiler sin desvelar nada]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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