Aunque hace un retrato bastante peculiar y que plasma con realismo y sorna uno de esos pueblos de la denominada "España profunda", considero que carece de la suficiente fuerza cómica como para trascender más allá de la anécdota curiosa, además de exhibir un guión demasiado cerrado en sí mismo y una realización plana y poco inspirada. Bastante peor que el cortometraje del mismo director titulado "Nadie tiene la culpa" (2011), en el que se evidencia que Esteban Crespo se basta solo para construir un guión sólido y con mucha más gracia que este que nos ocupa, en el que colabora también Gustavo Prieto. De todos modos, ya se adivinaba ese humor de tono triste que el director nacido en Madrid desarrollaría en su siguiente cortometraje, con lo que el trabajo resulta importante si se quiere tener una visión más ajustada de la evolución del realizador.

No me ha convencido. Lo peor sin duda es el final cómico por el que apuestan, que no cuadra con la línea seria en la que se mueve el resto del corto. En el apartado interpretativo el que sale peor parado para mí es Mario Casas, que a veces sobreactúa cosa fina -el momento en el que llama por el móvil es especialmente sangrante-. Además, recuerda demasiado a la película "Los extraños" (Bryan Bertino, 2008) -opinión ésta algo extendida ya por algunas páginas web-, pero te lo crees menos. Vamos, que de miedo nada, pero de risas las que quieras. Prescindible.

Obra simpática pero de historia floja y ya muy vista, con un final que apuesta por el metacine. En una película de animación sería una pieza bastante correcta, pero en un corto todo queda algo deslabazado y flojo. Además, la animación tampoco es nada del otro mundo, simplemente cumple con relativa corrección. Por último, el personaje, Garto, está falto de carisma. En fin, un lagarto muy discreto.

Omar, un adolescente que vive en un suburbio al norte de Beirut a finales de los 90, está harto de la agobiante realidad que vive día a día. Las noticias del belicismo imperante en la capital libanesa segregada se suceden en la televisión y hacen que la esperanza de un mundo mejor se reduzca cada vez más. Omar utiliza como vía de escape la azotea de su casa, un piso en el que vive con unos padres que parecen indiferentes tanto a él como a lo que acontece a su alrededor. Sin embargo, esa azotea ya no resulta ser suficiente y la visión que desprende de la ciudad provoca que el joven se lance a ella con su moto para explorarla y escapar de una existencia que no le satisface.

En pleno Beirut, Omar descubre un gran elefante de oro, algo que se sale de la norma y que lo engulle en su interior para iniciar un viaje en el que encuentra un paraíso terrenal. Así, el chico cree haber escapado de su otro "yo", ese que se muestra al principio del cortometraje y que representa las cadenas que le unen a una rutina marcada por la dicotomía que su director, el libanés Ely Dagher, establece entre imágenes reales y animadas. El último plano, con el elefante levitando sobre un agua llena de realismo, transmite que esa dualidad, a pesar de anhelos escapistas, va a continuar a los ojos de alguien que aún no ha encontrado su sitio.

Jim-Box es un "cineasta" asturiano que se presenta en su twitter como "Guerrilla Filmmaker". Si nos atenemos a esta definición, Box formaría parte del denominado "cine de guerrilla", es decir, aquel que, por lo general, se hace con bajo presupuesto y tecnología de vídeo digital. En España tenemos ejemplos tan elocuentes como "Dispongo de barcos" (Juan Cavestany, 2010), "Diamond Flash" (Carlos Vermut, 2011), "Mapa" (León Siminiani, 2012), "El mundo es nuestro" (Alfonso Sánchez, 2012) o "Los ilusos" (Jonás Trueba, 2013), por citar algunos. Incluso en el mundo del cortometraje me viene a la mente un ejemplo paradigmático de este tipo de cine como es "Los gritones" (Roberto Pérez Toledo, 2010), una pieza que en aproximadamente 2 minutos nos recuerda el valor de la frase "menos es más". Sin embargo, en la "obra" que nos ocupa los mismos minutos son utilizados para perpetrar lo que parece una broma privada sobre la gripe aviar. Con una voz que se asemeja más a la de un cachondo empastillado que a la de un realizador con futuro, el bueno de Jim nos va narrando sus tribulaciones acerca del porvenir de las aves que se ven afectadas por ese tipo de gripe, y ya al final del corto, como en un destello de lucidez, nuestro aventurero pronuncia la frase "quizás deberíamos reflexionar".

Las últimas andanzas de Jim incluyen un spot para la campaña "Gijón, querrás volver" y frases tan ingeniosas en twitter como "¿Ya no se doblan los iphones o que?" -curioso que ponga el primer signo de interrogación y no acentúe el "qué"-. Viendo estos logros, un pensamiento invade mi cabeza. Jim, tenías razón, quizás debiste reflexionar.