Haz click aquí para copiar la URL
España España · Castellvell del Camp
Críticas de Jordirozsa
<< 1 5 6 7 10 37 >>
Críticas 185
Críticas ordenadas por utilidad
6
21 de febrero de 2021
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque la mayoría de críticas coinciden en el tópico de que Ragsdale no aporta nada nuevo, cabe decir que es una cinta nada menospreciable, que algún que otro elogio se merece, y que algunos le habrían dado si la pareja protagonista hubiese sido interpretada (por ejemplo) por Hugh Jackman y cualquiera de las actuales actrices del escaparate de Hollywood..., aunque imagino esto habría disparado el presupuesto desmesuradamente.

Ciertamente tenemos una amalgama de eso a lo que llaman "clichés", que mezclan el estilo de cuento de brujas anglosajón y los mitos orientales (me confieso profano en leyendas tailandesas). Así mismo, también se nos sirve una mezcla de estlos, entre lo que sería estrictamente terror sobrenatural e historia fanástica de aventuras.

Los que esperan una secuencia de sustos y sobresaltos propios de la escuela que hizo famosas al "Sexto Sentido" y a "Los Otros", evidentemente colgarán el Sanbenito de "rollazo" o cualquier otra etiqueta por el estilo a un metraje que, sin pretender ser nada del otro mundo, por lo menos entretiene, y mantiene un mínimo interés que hace la película más que aceptable.

A parte de la torpe figura de Reno, que recuerda al simpático y rudo barbudo de Harry Potter, y del personaje del 'donaire' Gogo (que a pesar de ser guapete y enrollado, no acaba de convencer), propia del género de la tragedia, el trabajo de los personajes de Scout Taylor-Compton y de James Landry, está, a mi modo de ver, bastante logrado, pero forzado el de ella en algún pasaje.

Así pues, aunque coja de prestado la estética de espíritus malvados de "El Grito", y de otras de posesiones y exorcismos (en las que no puede faltar el demonio pasearse por la pared como una cucaracha), y siga bastante el patrón narrativo clásico europeo de una blancanieves salvada por su príncipe, el guión se resuelve sin filigranas, bien sazonado por una banda sonora sinfónica como Dios manda, y por un muy buen juego de fotografía. Bello contraste entre las escenas de paisajes de exterior, y el ambiente nocturno de Bangkock, que se agradece dibujado sin sobrecarga: lo justo para contextualizar la acción de la película; lo suficientemente sobrio para no diluir la dosis de lo siniestro a lo que debe atenerse la temática (por cierto, que no he acertado a ver esos escorpiones fritos de los que se habla en alguna crítica que he leído por ahí).

Sin montar montañas rusas, el director deja paciente que el espectador se vaya envolviendo por la atmósfera que va creando, y si bién es cierto que la tensión tiende a flojear, consigue mantener la llama en sus momentos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jordirozsa
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
6
14 de febrero de 2021
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor de esta película es su ambientación: la localización en un pequeño pueblo, al lado de un bosque con el que se evoca ya el entorno para esta historia; el entorno ideal para los duendes, las brujas malvadas, los lobos feroces... con ello ya nos ubicamos en un escenario como el de la Caperucita, Blancanieves, Hansel y Gretel...
La apacible y tranquila vida que discurriría, a no ser por los malvados monstruos que habitan una selva al más puro estilo de los cuentos de antaño, y que si no fuera por esto, sería el perfecto lugar para disfrutar de la paz y la tranquilidad de unas vacaciones en medio rural, que ahora están tan de moda.

En este idílico paraje, digno de los encuadres y la fotografía que nos lo muestra, se nos introduce de manera estremecedora la historia de unos niños que desaparecen misteriosamente entre el espesor de los árboles cuando osan adentrarse por ahí para jugar. Casi de manera espasmódica, como queriendo cortar la respiración, Jeremy Lutter nos quiere preparar para lo más terrorífico.

Y en contraste, seguido a esta casi delirante introducción, a modo del que se despierta de una pesadilla, se nos trae a la aparente tranquilidad del idílco pueblo, en el que se nos presenta la escena y a los que serán los protagonistas, de una guisa de lo más naturalista y real, casi como si nos tuviéramos que olvidar de que se trata de una peli de terror.

La calma con la que guionista y director se toman el preámbulo; la sobriedad de la descripción de los personajes, en exceso parsimoniosa; el ritmo narrativo inicial, tan lacónico... son más propios de un drama costumbrista francés, que de un angustiante film de terror. De modo que el susto del principio se convierte en casi media hora inicial de merodeo, literalmente soporífero si uno/a se pone a ver la película en plena digestión después de cenar.

Así pues, no sucede nada interesante hasta bien entrados en metraje, después de una introducción en la que se nos adentra en los problemas psicosociales de una adolescente inadaptada (Samantha), a quien parece ser que han adoptado una família cristiana (como así se observa en sus hábitos religiosos), con una hija propia (Olivia). Una especie de paréntesis, que en el contexto de esta historia resulta excesivamente tedioso. Sobretodo, por la pésima interpretación de los actores, a excepción de Jessica McLeod y Connor Stanhope, que aún salvan los muebles. El resto no resulta demasiado convincente.

Es la desaparición de Olivia (los padres habían encomendado su guarda a Samantha) durante el regreso a casa, después de estar de pendoneo con los amigos del colegio, lo que nos hace recordar el espasmoso inicio en el que algo se lleva a una niña en el bosque. Ahí empieza de nuevo la tensión, pero ya sin el empuje que prometía el comienzo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jordirozsa
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
6
11 de enero de 2021
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de ver la película, puedo entender el paupérrimo voto que la base de datos de la casa me dice que le han otorgado mis 'almas gemelas'. En nuestra época, una película en la que Paul Hyett parece hacer un guiño a las producciones de la también británica Hammer (por la que desfilaron Vincent Price, Cristopher Lee o Peter Cushing, entre otros de culto).

No es de extrañar que se plantee una historia en los términos de un tiempo, al que los de mi generación veneramos con cierta fascinación, y que estos planteamientos choquen en nuestros días. Por esto, igual se ha sobrecargado con los toques de gore (para mi gusto un tanto excesivos) a los que estan acostumbrados los espectadores que no conocen aquella época dorada del terror, a la que, me da a mí la impresión, se ha intentado emular en esta cinta.

Sin tanto aspaviento y con menos recursos (los directores Terence Fisher, Don Sharp o Alan Gibson quizás se habrían flipado más que Hyett, si hubiesen dispuesto de las tecnologías actuales de efectos digitales y demás...), se rodaron películas de referencia obligada, a las que he recordado en varios momentos al visionar 'The Convent' (con subtítulo 'Forgive us our Sins'). Y para más, aunque residual, la interesante aparición en la introducción de Michael Ironside (el mítico Ham Taylor de las 'V' series de nuestra infancia), al que parece ser que los años no han tratado tan mal.

Con todo, pues, la película tiene su sentido y su gracia; y constato esas reminiscencias con una historia argumental análoga: una presencia demoníaca que infesta un convento, sembrando el horror hasta que en medio de este siniestro escenario (por cierto muy bien ambientado, sin cargar demasiado el asunto de artificios), la heroína a modo de Juana de Arco se enfrentará a lo maligno como Van Helsing lo hace frente a Drácula. De hecho, habría sido lo mismo si las monjas medio zombies-medio poseídas hubieran sido vampiros.

El esquema narrativo, calcadete a títulos como 'Las cicatrices de Drácula', 'Las novias de Drácula', 'Drácula, el príncipe de las tinieblas...' reproduce esa estructura básica de monstruos, víctimas, cómplices de los monstruos y los del equipo de los héroes.

Excelente encuadre: claros-oscuros, decorados rústicos. Se sirve de las sombras, de la reproducción de ruinas y espacios cochambrosos, y sin demasiados efectos visuales. También brillante la fotografía, y nada desperdiciable la banda sonora que, unida a los efectos sonoros adicionales (sin abusar de ellos), contribuye eficazmente a crear el clima adecuado. Y como en otras ocasiones sucede, es la orquesta, considerada un elemento secundario, el que trae a flote la historia desde su plano narrativo musical.

Las interpretaciones son bastante adecentadas. Y especialmente cuidada la de Persephone. Si bién en la primera escena, ante aquella especie de tribunal, su presencia se antoja de un ñoño que no augura nada bueno al principio.

En definitiva: reproducimos aquí una historia de terror gótico que va más a lo fantástico que a "dar miedo", aunque podríamos decir que hay cóctel de ambos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jordirozsa
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
7
27 de agosto de 2021
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hacía muchísimo tiempo que no disfrutaba tanto con el visionado de una película, como lo hice, por allá la Semana Santa de este año, con “The Invitation”. Con esta coincidencia del calendario, no pude evitar que en mi mente concurriera un alud de simbolismos y referencias, sobretodo en el plano mitológico y religioso, que proyecté en esta cinta de la directora Karyn Kusama, para la que marcó un antes y un después en su carrera como realizadora. Desde el palmarés ganado meritoriamente en Sitges para “The Invitation” (2015), sus trabajos han experimentado un inusitado incremento de calidad artística y profesional, aunque sin marcarse demasiados tantos.

Después de una exigua relación de producciones, de las que la mayoría no trascendieron para nada al su currículum, “The Invitation” es un trabajo que, con diferencia sobrada, está llevado a cabo concienzudamente, y con la intención de construir un filme que, a todos los que lo hayamos visto, dejará una mella imborrable.

Lo primero que me vino a la mente es una referencia, con elementos invertidos (no pocos), al episodio bíblico-evangélico de la última cena de Jesucristo con sus apóstoles. En nuestras raíces culturales, las celebraciones a base de comidas/guateques/recepciones… que sirven como pretexto para el encuentro social con motivo de una celebración, es la base para el desarrollo de innumerables argumentos en el repertorio literario y cinematográfico. En el campo del séptimo arte, la que se me viene a la cabeza es la sublime “Cartas Sobre la Mesa”, de Agatha Christie, que en el segundo episodio de su décima temporada, adapta para la TV, la serie interpretada por el inmejorable David Suchet como Hércules Poirot, (2006).

El delirio intuitivo en “The Invitation”, es sólo comparable, y sólo superado, en “La Semilla del Diablo” (1968), de Roman Polanski, sólo para los que no saben, o muy poco, del argumento. En el caso de “Rosemary’s Baby”, por desgracia, es imposible, ya que traducido el título al español, por muy virgen que uno sea respecto a la trama, ya desvela el contenido, a modo de claro indicio, predisponiendo al espectador y despertando demasiado prematuramente en él, ese pavor que va royendo tan sutilmente en su versión original en inglés.

Kusama consigue exactamente este efecto, partiendo de una apartente frívola, tópica, cuotidiana y pueril percha, que es el reencuentro de unos amigos, en la casa de una de ellos.

La aparente trivialidad temática, no exenta del previo aviso de que uno de los invitados es el ex marido de la que actúa como anfitriona (ambos coincidirán con sus respectivas exparejas), derivará en un crescendo de misterio, inquietud, angustia y desesperación.

Todos los componentes de la cinta (técnicos, artísticos… ) están cuidadosamente planificados, organizados y puestos en acción para sumergir al espectador en lo más profundo del plano diegético, y participar del proceso de progresiva tensión en aumento. Como la resaca marina, basta adentrarse un poco para verse arrastrado por esa potente corriente que hace discurrir un guion, a pesar de sus debilidades y defectos, hilvanado a modo de tela de araña, para que todos nos sintamos atrapados en la historia, junto con los propios personajes, como si fuésemos uno más de la macabra reunión.

A menos que uno haga un esfuerzo considerable de abstracción, manteniendo la distancia operativa necesaria desde su butaca, cosa que es casi imposible solo en casa, y sobretodo en la quietud de la noche, inevitable es que nos encontremos imbuidos en la ficción, y no despertemos hasta la aparición de los títulos finales de crédito.

La fotografía de Bobby Shore, es de lo más estudiado y bien ejecutado que he podido apreciar, circunscrito casi exclusivamente en el espacio interior de la vivienda en la que el protagonista, Will (soberbiamente encarnado por Logan Marshal-Green), regresa para revivir unas vibras con potente solera emocional, pues es el crisol donde se gestan todos sus temores, miedos, (hasta la más extremada desconfianza, difícil de discernir durante un buen rato de metraje si está fundada o perniciosamente mancillada por una psicótica paranoia). A la descripción de este estado de ánimo de Will (y de su ex, Eden, así como del resto de personajes en menor medida), se alian las texturas, colores y secuencias de planos que va siguiendo la cámara.

La partirura de Theodore Shapiro es conceptualmente una fusión de banda sonora extradiegética con efectos, en su combinación de orquesta con los sintetizadores, en un todo que, desde plano de lo sonoro va bombeando, casi imperceptiblemente, un realce psicodramático; va alimentando la presión y congoja que se experimenta gradualmente.

Constante, sin sobresaltos, casi invariable en su concepción melódica, rítmica y harmónica, como el incesante tic-tac de un artefacto explosivo, que nuestra percepción emocional rastreará con el protagonista, en su incesante búsqueda de lo que está oculto debajo de tanto “buen rollo”, falso optimismo, risas forzadas… ese “happy flowers” que ya de buen principio huele a chamusquina, con las incomodidades que se van generando entre los personajes.

Apenas algunos destellos lúcidos en la música dan a entender como si Will hiciera, en unos momentos puntuales, el intento de volver a la cordura, dicéndose: “tranquilo, igual no pasa nada… “, para enseguida verse envuelto, y cada vez peor, en esa sensación de camino hacia la perdición, mientras unos flashbacks van perturbando en aras del recuerdo, su cada vez más oprimida y torturada mente, pensando en el hijo perdido, la tragedia que disolvió esa extraña hermandad, ahora reclutada para una cena, que augura en los silencios, y en el lánguido y lacónico andar de las relaciones, sobre ese colchón polifónico construido por Shapiro, un desastre de mayores proporciones.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jordirozsa
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
6
29 de mayo de 2021
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Dark Desire” es uno de tantos innumerables telefilmes de sobremesa con los que, en nuestro país, cadenas como TVE1 o Antena3 llevan prodigándonos desde hace muchos años, siguiendo el modelo anglosajón de lo que allá en ianquilandia etiquetan como “soap movie”.

Se trata, pues, de un tipo de película que no se acostumbra a acompañar con palomitas y cerveza o coca-cola, sino más bién de un resopón, si es por la noche de un viernes o un sábado, o del café si se trata de un sábado o domingo por la tarde, pudiéndose empalmar con la merienda (suelen dar doble sesión), para disfrute de toda la familia, o como alternativa para los miembros de ésta, a los que no les gusta seguir los partidos de liga.

En países que tenemos por “civilizados”, tratándose de vídeo filmes con contenidos de la categoría de “Dark Desire”, suelen optar por la franja nocturna, mientras que aquí indistintamente puede ser cualquiera de ambas, ya que eso del horario infantil, a veces, deja mucho que desear.

Sin querer meter todas las producciones para televisión en el mismo saco, generalmente suelen ser relatos con base aqruetípica de cenicientas (o cenicientos), príncipes azules (o princesas rosas), caperucitas (o caperucitos)… en fin, de los típicos cuentos de Walt Disney, o de los que nuestros abuelos nos contaban al lado de la lumbre. Versan sobre temáticas idealistas, con un formato de melodrama tirando a ñoño en todos sus aspectos, con diálogos cursis y personajes cuyas problemáticas ya las cambiaría yo por las mías (sobretodo por el final feliz con que casi siempre se resuelven). En resumen, cuentos de hadas en los que no faltan mansiones, gente de alto “standing” y coches de lujo, y a veces hasta la que ordeña las vacas viste traje impoluto de “Heidi”. Con eso me vienen a la cabeza las de “Sisí”, “¿Dónde vas Alfonso XII?” o “El Príncipe y Yo”.

Aunque “Dark Desire” vaya en lo estético por esta linea, su trama resulta de considerable interés a nivel de evolución psicológica y de relaciones entre los personajes. Su masa de brioche queda recubierta de un ligero barniz de chocolate con sabor a intriga o suspense, pero de ahí no pasa. Especiada con algunas escenas de sexo y otras de violencia (las del primer tipo más creíbles y bien construidas que las del segundo), la entraña del asunto va del ya recurrido “leitmotif” de la explosiva mezcla de dos condiciones: la de los acomodados, y la de los inadaptados, traumatizados, transtornados…, que se las tienen que apañar sin tanto recurso.

Sobre este consabido molde, simple pero resultón por afincado en nuestro imaginario colectivo, los instrumentos narrativos van desplegando el argumento, más acertadamente unos que otros; la banda sonora de Harry Manfredini se pierde por tímida y excesivamente discreta. No acaba de saber dar ese toque a la vertiente de la incertidumbre y la angustia, para contrarrestar lo quejumbroso o remilgado de un dramatismo que resulta demasiado empalagoso.

Los diálogos cumplen su función para el seguimiento de la trama, pero permanecen a la sombra de la proxémica de los personajes y la retórica de la imagen. No es que ésta, cosida por un montaje decente, sea brillante, pero constituye la mayor parte del mensaje que se va comunicando. Es más, toda conversación, charla o discusión de los personajes resulta ser insustancial para entender sus emociones, pensamientos, conductas y relaciones entre sí, y consigo mismos. De ellos, dicen más sus gestos, miradas, andares, suspiros y jadeos, que cualquier expresión verbal que profieran. Por lo tanto, el mérito que puedan tener sus respectivas interpretaciones reside sobretodo en su capacidad de expresión paralingüística.

El centro de gravedad del elenco es Nic Robuck (Shane), cuyo recorrido como actor se reduce a dos producciones televisivas (“Dark Desire” y “La hija del pastor”, de 2015), y en la que nos ocupa desempeña un papel adecuado, sin ser ninguna maravilla. Lo suficiente para llevar el peso específico del corpus interpretativo. El resto de figuras dramáticas se perfilan en función de este rol central, de modo que la relevancia de cada uno depende de lo significativa e intensa que aparece su relación con él, a lo largo del relato. Así, los más cercanos a Shane son Brandon (Brian Borello), con quién entabla estrecha amistad nada más conocerse en el campus donde convivirán juntos, y Caren (Kelly Lynch), la madre de Brandon, que acompañará a Shane en el protagonismo de toda la historia, aunque con ligera menor relevancia. La actriz no aprovecha su status en el guión, y su actuación un tanto hortera y poco creíble en determinados momentos, sobretodo al final de la obra, acentúan el carácter mojigato y patético de un personaje que acaba imprimiendo una imagen que está por debajo de sus posibilidades, restándole calidad a todo el conjunto.

La fotografía de Ben Kufrin encorseta los encuadres demasiado, sobre la marcha del guión. No permite esa extrapolación que da al espectador la posibilidad de ampliar el contexto de la acción y de los personajes que en ella se ven implicados; con lo que nos quedamos casi sin el complemento narrativo que tendría que ofrecer una descripción más pormenorizada del entorno.

La temática, aunque derive hacia el suspense, tiene claramente una base en la tragedia de la biografia de Shane y su apasionada aventura en el mundo con el que entrará en contacto. Lo que en la primera parte de la cinta se hilvana, es el “romance” en el que se convierte la relación entre Shane y Brandon. En un tiempo récord de aceleración, su afinidad de compañeros de habitación pasa a la amistad, que gana en intimidad a golpe de minuto, hasta llegar a ser un manifiesto vínculo amoroso entre los dos muchachos, (por lo menos como nos lo presenta desde la óptica de Shane), en el que sin ningún problema habría podido caber una escena explícita de sexo, que Alfredo Mastroiani el director deja detrás de la puerta entreabierta de nuestra imaginación;
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jordirozsa
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
<< 1 5 6 7 10 37 >>
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow