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España España · Madrid
Críticas de Servadac
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Críticas 359
Críticas ordenadas por utilidad
7
3 de enero de 2007
39 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ernst Lubitsch, artífice de templos, coloca en el altar de su película a una encantadora Miriam Hopkins, capaz de merendarse de un bocado al sobrio Fredric March y a un Gary Cooper entrañable (recién salido del universo gestual del cine mudo).

En manos de Lubitsch, cualquier ficción es elegante y cada escena es una copa de champagne. Me atrevería a decir que nos hallamos ante el director más distinguido de la historia. No el más profundo ni el de mayor calado visual, pero sí uno de los más entretenidos e ingeniosos. El ritmo, la cadencia. Como una barcarola.

El tema es escabroso (¡la poliandria, nada menos!) y, sin embargo, lo aborda de tal forma, que hasta el machista más recalcitrante pasaría por el aro. Temblad, celosos.
Servadac
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Las estatuas también mueren
MediometrajeDocumental
Francia1953
7,4
910
Documental
7
6 de diciembre de 2011
32 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el minuto dos cuarenta y cinco, la cámara nos muestra unos segundos el punto de vista del cadáver.

Hacia el minuto diecisiete y medio, se nos ofrece una serie fascinante de primeros planos de máscaras o rostros esculpidos, magistralmente iluminados y encuadrados –ángulos expresivos, sombras profundas e inquietantes. La música de percusión (piano, caja y timbales; acordes secos y ritmo militar) desemboca en la sinuosidad suave del clarinete y la flauta, a los que sigue el fagot. Mientras la cámara mantiene el plano en una vista frontal de la escultura del principio, la voz irrumpe:

“Y les llega el turno de morir…”

[Tras esa frase, vemos pasar la hoja que encierra a la figura, como si se tratara de una guillotina horizontal; el tirador nos hace ser conscientes de su recorrido. El fondo se hace levemente más oscuro.]

“Clasificados, etiquetados, conservados en el cristal de colecciones y vitrinas, entran en la Historia del Arte, paraíso de las formas en que se establecen misteriosos parentescos.”

Nunca vi una ejecución más limpia y elegante.

===

“La estatua negra no es el dios, es la plegaria.”
Servadac
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2
29 de agosto de 2010
83 de 136 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sabía de ella pero todavía no la había visto: críticas elogiosas, calificaciones notables, en fin, augurios de gran cine: ¡El último western de John Ford!

Empieza regular. Con aires de denuncia falsa. Como si en este juicio el abogado defensor no fuera más que un escribano rutinario. No hay convicción en la defensa de los indios (de hecho, en el primer enfrentamiento, el indio tonto es el primero que dispara).

Cada escena me avergüenza. Me siento incómodo, como un mal nadador en el mar en un día de resaca. Me digo que ahí están los planos del maestro, con esos maderos verticales multiplicados, al fondo, por las agujas de los montes. No hay manera, las secuencias son plomizas.

Me vienen a la mente las imágenes de un boxeador sonado, tratando de aguantar un par de asaltos para así ganarse la soldada.

El cine de John Ford es inmortal. Debe de haber algún conejo en su chistera. Quiero creer que cuando comparezcan Karl Malden, Edward G. Robinson y James Stewart ‘El gran combate’ (el título español parece un guiño triste a mala uva) alzará el vuelo. Pero los tres resultan bochornosos en sus absurdos roles de opereta. Me consuelo pensando que la cinta busca el interludio cómico o festivo.

Cuando una película no me dice nada, si el director es solvente, trato de ampararme en la fotografía. Monument Valley, nada menos. Un lugar de culto... transformado en un desierto emocional. En un quiosco de postales. Con una historia que se arrastra por la arena indiferente.

La conquista del oeste fue abusiva. El uso de la fuerza como único argumento es despreciable. Los pieles rojas fueron masacrados. El hombre blanco es una mierda… pero dilo de otro modo. De un modo que parezca verdadero ya que, al fin y al cabo, fue verdad.

La voz en off nos alecciona. Los personajes son cartón. La tensión es una lipotimia.

Me entran ganas de llorar. Como cuando te encuentras con esa compañera de pupitre por la que suspirabas hace veinte años (sí, soy madurito) y te sientes reflejado en el espejo de su aspecto lamentable. Vuelves a casa con el alma jodida. Quieres refugiarte en el recinto de las cosas que no mueren. Ahí, en un rincón privilegiado, están las pelis de John Ford.

Necesito ver ‘El hombre tranquilo’ una vez más para quitarme este regusto a almendra amarga de la boca.

Ver de nuevo las fotos del colegio. Comprobar que no me equivocaba: la chica era un bombón. Y el verde de Innisfree deslumbra en su perpetua primavera.
Servadac
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9
23 de diciembre de 2006
57 de 84 usuarios han encontrado esta crítica útil
Amanecer. Un mecanismo mudo de tragedia en plena noche, majestuosamente presidido por la luna. Con un amplio interludio de comedia, solar y luminoso, entre las dos aterradoras pesadillas. La gracia delicada de la Gaynor. La violencia del monstruo, George O'Brien; su ternura. Me cuenta un buen amigo guionista, que el genio de Murnau no acaba nunca de explicarse. La cámara en sus manos es mito y geometría. La cinta es arte inmenso y claroscuro; temblores y temor. Hay que verla, sufrirla y disfrutarla. Nunca anduve tan cerca de ser asesinado.
Servadac
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7
1 de julio de 2007
49 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
A las cinco de la tarde,
es decir, las five o’clock,
el director Alfred Hitchcock
tomaba un té con limón.
Daba sorbitos pequeños,
recostado en el sillón,
y se fumaba un buen puro
con estilo y distinción.

“El cliché moral –pensaba–
se ha hecho dueño del guión,
es un lastre en mis películas
y desfigura la acción.
Todo acaba tan bonito
que abastarda su color,
la atmósfera se resiente
y al tono le entra la tos.”

Suspiraba y suspiraba,
buscando una solución,
cuando vio en la estantería
un frasquito de licor.
Vertió un poco de coñac,
con cuidado y con primor,
en un tubito de ensayo,
para hacer una poción.

Le añadió un toque francés,
LSD y alcanfor,
cuatro pétalos de rosa,
lazos de dama de honor,
cambió rubias por un rubio,
morbidez por obsesión
y culminó su brebaje
entre delirios de alcohol.

Tomó el líquido de un trago,
se estremeció en un rincón,
sintió la esencia malsana
colonizando su yo,
dijo adiós a los prejuicios
y la cámara tembló.
Nació así su lado oscuro:
¡se transformó en Claude Chabrol!
Servadac
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