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España España · Madrid
Críticas de Servadac
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Críticas 359
Críticas ordenadas por utilidad
Leviathan
Documental
Reino Unido2012
6,5
487
Documental, Intervenciones de: Declan Conneely, Johnny Gatcombe, Adrian Guillette, Brian Jannelle ...
9
31 de marzo de 2014
37 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leviathan es una experiencia visceral de imagen y sonido. O entras o no entras. Desde el inicio te agarra por el cuello y te mantiene en esa línea tenue e infinita que divide cielo y mar. Te vuelves red, pescado, pescador, chirrido, agua, barco, espuma, proa, ruido, sangre, sal, gaviota y furia, todo en uno. Te ahogas o te ahoga. Su enorme intensidad recuerda, salvando las distancias, a ‘Masacre: ven y mira’, de Klimov. También, quizás, a alguna escena de la cinta ‘Irreversible’, de Gaspar Noé.

Materia concreta y abstracción. Belleza oscura de muchísimos quilates. El cielo abierto a dentelladas. Hipnosis, fantasmagoría y turbulencia. Las sílabas de un mundo próximo y ajeno que ha de vivirse en gran formato de pantalla.

Carece de diálogos pero tiene en el sonido un punto fuerte y admirable. Rugen las aguas, el viento y las cadenas. Le lengua de los hombres-bestia se antoja indiscernible. Las criaturas del océano nos vedan su lenguaje. Todo confluye en una sinfonía de ruidos inarticulados, un vórtice de horror.

Un cine que parece escrito con las tripas. Pero sin un discurso explícito moral ni narrativo. O, más bien, sin otra narrativa que una pulsión frenética de vida y muerte mostrada en amplias bocanadas. Lo ético o moral, de haberlo, ha de buscarse en uno mismo.

En lo formal, apoteosis de lo que podríamos llamar ‘primer-plano-secuencia’. Aunque no todo son primeros planos HD, es permanente la amenaza de que las distancias entre el observador y lo observado queden abolidas. El agua y los objetos –inanimados y animados– golpean con insistencia cruda y desapasionada el objetivo. La confusión, el miedo y el ahogo, ponen sus huevos de serpiente en el espectador.

Las cámaras GoPro parecen haber sido concebidas para rodar esta película. Como en todo arte de altura, la técnica es el medio; la obra, el fin.

Una experiencia subjetiva radical. En apariencia, puro caos. En lo hondo, mano maestra en ritmo, edición de sonido, cortes y montaje. Como en las más oscuras pesadillas, no advertimos siquiera el parpadeo. La propuesta (visual y de sonido) es fascinante, conforma y crea un mundo mítico y directo. No admite intermediarios. Se mira con la piel y los sentidos. Golpea y martillea. Si has vivido el vértigo de Gravity-3D, la de Cuarón, prueba a meterte en Leviathan, sin gafas especiales ni presupuesto millonario. Verás lo que es la gravedad, el giro y el mareo. Verás lo que es rodar en pleno torbellino.

“El náufrago que se ahoga es más grande que el mar; porque el náufrago sabe que se muere y el mar no sabe que lo mata.” Esta frase, de claras resonancias pascalianas, leída en un libro por lo demás discreto (‘El manuscrito carmesí’, de Antonio Gala), da la medida del aliento poético de una cinta como ésta. ‘Arde el mar’ diría Pere Gimferrer. Y ardemos todos.

Al acabar, la cinta deja un poso Lorca de salitre.

“Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri cri de las margaritas,
comprendí que me habían asesinado.
Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,
abrieron los toneles y los armarios,
destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
Ya no me encontraron.
¿No me encontraron?
No. No me encontraron.
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
y que el mar recordó ¡de pronto!
los nombres de todos sus ahogados.”

El Leviatán es, según Rashi, reencarnación de la Serpiente mítica del Paraíso Terrenal.

“Dios creó un Leviatán macho y uno hembra, entonces mató a la hembra y se la dio de comer a los honestos, pues si los leviatanes llegaran a procrear, el mundo no podría interponérseles."

En esta cinta apasionante el Leviatán ha procreado.

Y eso es todo. “También se muere el mar.”
Servadac
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7
11 de enero de 2007
35 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
He aquí un boceto bien construido y acabado (valga la contradicción) de una historia que contempla las tragedias cotidianas de la vida con un estilo sencillo y elegante. Bergman, infiel a su costumbre, se abstiene de aplicar el bisturí a la psicología de los personajes y evita, dentro de lo que cabe, ensañarse con ellos. Analiza, sí, pero no sin anestesia y miramientos. Gunnar Björnstrand compone un memorable caballero entrado en años, con cierto parecido al don Julián de Viridiana. Su porte y ademanes se tiñen de nobleza en cada gesto. Harriet Handersson transmite con sumo desparpajo la frescura casi adolescente de una joven modelo y, salvo en la escena del desahogo final con la editora despechada, siempre se nos muestra convincente. El resto del reparto, más que digno. El guion, real y verosímil. La factura, aseada y no brillante. Una película estimable que no enamorará a los bergmanianos.

Coda: en cierto momento, la modelo busca entre los discos uno que le apetezca oír; al coger el primero, dice, literalmente: “Zarabanda… Bach” y el iluminado de los subtítulos traduce: “¡Vaya una samba!”. Mi lado maligno me llevó a escuchar ese fragmento doblado al castellano y, ¿no lo adivinan?, pues sí, lo que aflora a los labios de la pobre chica es: “Las mejores sambas.” Toma filología.
Servadac
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8
7 de abril de 2013
34 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aus Liebe, por amor, reza una de las más bellas arias escritas por J. S. Bach. Una música que parece venida desde el cielo.

Isaburo, samurái de vida irreprochable, no actúa por sentido del honor ni en busca de la gloria.

Aunque en la obra de Bach el protagonista es Jesucristo y en ‘Samurai Rebellion’ un simple espadachín, ambos actúan, en lo hondo, por amor.

Igual que Isaburo ama en los otros (su hijo y nuera) el amor que se profesan, la cinta es, en sí, una declaración de amor al cine. Al cine como medio de expresión profundo y emotivo. La luz, la posición de los actores, el uso del sonido, los movimientos de cámara y encuadre… cada detalle empasta en plenitud coral y cristaliza en planos y secuencias milagrosos.

No hay notas falsas en la melodía de esta historia (la muerte es disonancia necesaria que enriquece la armonía, pero que nadie se engañe, en esta canción de amor y muerte, la muerte es la comparsa y el héroe es el amor).

Hay mucho del aliento de los grandes (Homero, Shakespeare) en la película de Masaki Kobayashi. Señores y vasallos, compañeros que habrán de pelear, tensión entre el deber social y la fidelidad a un sentimiento puro.

No hay tema que supere al del Amor; un amor concreto, abstracto, universal. Un amor que parte de un pequeño drama familiar y se convierte en símbolo de entrega. El amor de Isaburo por el lazo que comparten Yogoro e Ichi le da a la cinta una emoción incomparable.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Servadac
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5
16 de marzo de 2015
51 de 71 usuarios han encontrado esta crítica útil
ADVERTENCIA: El texto que sigue no desvela el desenlace de la película pero contiene una descripción detallada de la escena inicial, así como una somera descripción de los personajes. Aunque no sea propiamente 'spoiler', sí puede afectar al factor sorpresa que hay en todo primer visionado, además de reducir el impacto de la primera escena que es, seguramente, lo más llamativo de la cinta.

===

"No desesperes, uno de los ladrones se salvó."
"No te confíes, uno de los ladrones fue condenado."

Con esta cita doble de San Agustín, sobre fondo negro, se abre la película.

Y luego, a bocajarro, un prólogo directo y efectista:

- La primera vez que probé el semen tenía siete años.

Lo dice, en “confesión” y fuera de campo, un feligrés a un sacerdote barbudo interpretado por el muy solvente Brendan Gleeson.

Silencio.

- ¿No dice nada?
- Es, desde luego, una primera línea impactante.

Y casi no sabemos si el cura se dirige al feligrés o si es el guionista y director quien habla con la audiencia. Se intuye ya, de entrada, uno de los principales defectos de la cinta: los diálogos (o sermones), agudos y brillantes, resultan forzadísimos en boca de unos ‘aldeanos’ irlandeses. Como si todos estuvieran redactados por un Tarantino cínico y burlón, en pie de guerra con la contemporánea falta de valores. La intención es noble, el resultado desigual. A John Michael McDonagh le pierde el mal humor (y, a ratos, la sensiblería).

El diálogo en el confesionario continúa. Un sacerdote me violó, repetidas veces, anal y oralmente, tal como consta en el informe judicial. Sangraba mucho. Ese mal sacerdote ya murió. Es posible que yo no quiera olvidar lo sucedido. No lo maté, y, aunque lo hubiera matado, nada sería diferente. Ahora quiero cometer un acto de maldad: asesinar a un sacerdote bueno e íntegro. En fin, a usted. Tiene una semana para arreglar sus asuntos. El domingo que viene volveré para matarlo.

Ese es, en esencia, el planteamiento. Con él comienza una novela estilo Agatha Christie en forma de calvario personal. El padre James conoce la voz de sus feligreses, no así el espectador. Es evidente que ha reconocido la identidad de su hipotético asesino. El director, hábilmente, no utilizó la voz de ninguno de los actores que aparecen en la cinta. Que nadie intente averiguar por esa vía cuál de los habitantes del pueblo es el que profiere la amenaza. Todos parecen sospechosos. Casi todos hablan al cura con un cinismo, acidez y malos modos, difícilmente digeribles. Mención especial merece Aidan Gillen (Meñique, en 'Juego de tronos'), que interpreta a un médico sarcástico, ateo y consumidor de cocaína, que debería optar al Razzie al peor actor de reparto. El pueblo es un vergel de frikis: un carnicero al que se diría que le agrada ser cornudo, un barman budista que guarda un bate de béisbol bajo el mostrador, una adúltera que acaba de ver las no-sé-cuántas sombras de Grey y a quien le pone provocar al sacerdote haciendo ostentación de sus adulterios pasados, presentes y futuros; un mecánico negro (y de alma oscura) que fornica con la adúltera y pierde al ajedrez con el marido; un ricachón tópico, nihilista y bobo, con cierto descontrol de esfínteres; un segundo cura más bobo aún que el ricachón; un joven que no liga ni pagando; un escritor anciano y a favor de la eutanasia (qué gran secundario es Michael Emmet Walsh), un prelado que departe y da consejos mientras cuida de las florecillas del jardín, un monaguillo pelirrojo, de apariencia gamberra y con alma de pintor… Incluso hay un caníbal presidiario.

Qué diferencia con los verdes prados de Innisfree. John Michael McDonagh ha querido trazar un catálogo de vicios y se pregunta qué sitio ha de ocupar en un lugar así la antigua religión. El padre James, solo ante el peligro, tiene una estampa a lo Leone –anacrónica sotana y barba al viento– pero hubiera merecido antagonistas de más fuste (como el extraordinario Frank que encarna Henry Fonda en 'Hasta que llegó su hora').

La moraleja de la cinta parece contenida en el diálogo siguiente:

- PADRE JAMES: Creo que se habla demasiado de los vicios y no lo suficiente de las virtudes.
- FIONA: ¿Cuál sería para ti la número uno?
- PADRE JAMES: La capacidad para perdonar está muy infravalorada.

Si Dietrich Brüggemann en 'Camino de la cruz' abordaba una santidad sui géneris en el seno de la sociedad alemana de nuestros días, utilizando como armazón estructural las estaciones del vía crucis de Jesús, McDonagh insiste en el calvario de un ministro del Señor. Pero, en mi opinión, ninguno de los dos acierta con el tono de una historia de tan altos vuelos. Si se me permite el chascarrillo facilón, la inspiración divina da la espalda a los dos cineastas. Sus películas, interesantes, no conmueven.

Quisiera volver, para acabar, a la doble cita del ladrón. Bruno Schulz, en su libro 'Sanatorio bajo la clepsidra', pone en boca del ladrón Schloma las siguientes frases:

“Ah, ¿piensas que yo habría robado y cometido miles de locuras, si el mundo no hubiera estado desgastado, decaído, si las cosas no hubieran perdido su brillo, el lejano resplandor de las manos divinas? ¿Qué se puede hacer en un mundo como éste? ¿Cómo no decepcionarse, no dudar, cuando todo está cerrado a cal y canto, emparedado su sentido, y sólo golpeas los ladrillos como si fueran los muros de una prisión?”

“¿Cómo te protegerás, con qué te ocultarás si tú mismo ya has sido vencido, traicionado por los más fieles aliados? Los seis días de la creación fueron claros y divinos. Pero, el séptimo, Él notó algo extraño en sus manos y, atemorizado, las separó del mundo sabiendo que su pasión creativa había sido prevista para muchas más noches y días. ¡Ah, J…, desconfía del séptimo día…!”

La respuesta, para el padre James, es el perdón. Pero yo le hubiera agradecido al director un poco más de cine y sutileza.



[Texto publicado en cinemaadhoc.info]
Servadac
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7
18 de enero de 2007
48 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
El peine cantarín, los jadeos telefónicos de Julie Delpy, la solicitud del hermano torpón (un peluquero con las manos en forma de hortaliza), la hermosa camaradería que surge entre los dos polacos exiliados (¡de París al cielo, y en la bodega del avión!), la relación psicótica entre Kolia y Dominique (te pasas la película pensando: chaval, la chica es más que chunga, aléjate de ella).

Kieslowski enlaza con el blanco las grisuras de París y la nieve polaca, y al tiempo, se inventa un improbable personaje que logra conquistarnos, incluso al asumir la piel del hombre de negocios chalán y mafiosillo.

¡Qué hermosas son las melodías, tan eslavas! ¡Qué bien le cae a Julie Delpy la rubia cabellera! La escena en que patinan Kolia y Mikolaj es magia y sentimiento.

Los más habituados a Kieslowski sentirán un agradable y sorprendido cosquilleo al ver las humoradas de la cinta.

Y aunque la historia sea un puro disparate...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Servadac
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