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España España · Sevilla
Críticas de Mario
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Críticas 38
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
31 de agosto de 2009
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Willian Wyler, nació en 1902 en el seno de una familia judía en la Alsacia francesa, por entonces perteneciente al imperio alemán. A los 21 años se nacionalizó en EEUU, donde realizó la mayor parte de su carrera. Autor de un montón de obras maestras entre las que destacan Desengaño, Brigada 21, Vacaciones en Roma, La gran prueba, Horizontes de grandeza y Ben-Hur por la que recibió en 1959 todos los Oscar (11), hecho insólito que, años más tarde, lograrían también Titanic (1997) y El señor de los Anillos (2003).
El coleccionista es una película muy distinta al resto de las de Wyler. Lleva el sello inglés. La huella de la ciudad. Como le pasa a las películas que ha rodado recientemente en Londres Woody Allen. Se trata de un drama psicológico, el rapto de una joven por un desequilibrado, tímido e introvertido empleado de banca. (Hechos reales similares se han producido en varias ocasiones en fechas muy recientes.)
Terence Stamp da muy bien la imagen del protagonista, entomólogo y coleccionista de mariposas, cuyos gestos, miradas y movimientos recuerdan a un autista. Un premio grande en las quinielas le permite comprar un caserón en las afueras de Londres, reformarlo y convertirlo en un lugar idóneo para coleccionar también chicas de las que se enamora a distancia. La película cuenta la historia del primer secuestro, su desarrollo y su final. Muy bien también Samantha Eggar, la estudiante de arte secuestrada.
Aunque apenas hay escenas de exteriores, salvo al comienzo cuando la chica es seguida por la furgoneta que conduce él, la película resuelve muy bien el ambiente teatral creado alrededor de los dos protagonistas encerrados en la casa. Es raro que no se haya hecho, al menos lo desconozco, una versión para el teatro. Vista cuarenta y cuatro años después de su estreno el film no ha perdido interés ni frescura. Hay que volver a verla, o hacerlo por primera vez. No se arrepentirán. El maestro Wyler sigue en forma. Y eso que nos dejó en 1981.
Mario
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6
28 de agosto de 2009
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una película de aventuras, divertida y un tanto infantil. A veces parece un cómic. Muley Al Raisuli, un jefe rebelde de una tribu bereber, rapta en Tánger a una viuda norteamericana y a sus dos hijos para pedir un rescate por ellos al sultán. En EEUU hay un presidente intervencionista, Theodoro Roosevelt , que hace del incidente una cuestión de honor y ordena el desembarco de una flota para resolver el problema. Dos actores geniales Sean Connery y Brian Keith dan vida al rebelde y al presidente Roosevelt, y un viejo director John Huston, al secretario de estado norteamericano. La viuda Pedecaris y sus dos hijos sufren el síndrome de Estocolmo y acaban admirando y ayudando a su secuestrador Al Raisuli. El comienzo fulgurante del film, con las duras escenas del asalto de los bereberes a la casa palacio de la viuda, se diluye poco a poco, y hay momentos en los que surge el aburrimiento. Lo que intriga es saber si lo que cuenta el film es un hecho real o una pura invención de los guionistas. Y curiosamente, de los españoles –que en esos años sostenían ya una difícil estancia colonial - no hay la más mínima alusión a lo largo de toda la película.
Mario
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6
22 de agosto de 2009
8 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para tiempos de crisis como estos, en los que los bolsillos andan exhaustos para realizar viajes exóticos, es una buena idea sentarse una tarde veraniega en casa y poner en el vídeo la película de John Guillermin “Muerte en el Nilo”. Las imágenes nos transportan a un lujoso crucero en un barco fluvial por el río Nilo. Paradas estudiadas para ver pirámides y templos y regresar al barco antes de que el calor apriete; cómodos y amplios camarotes, comedores suntuosos, gente elegante y bien vestida, trajes de diseño para ellas y smoking para los caballeros. Por ello ganó el Oscar al mejor vestuario del año 1978. Nada que ver con los actuales cruceros en barcos gigantes y viajeros en zapatillas y pantalones cortos. Al recorrido por el Nilo se añade un par de asesinatos que el inspector Poirot –genial Peter Ustinov – logra descubrir con la colaboración de un sagaz abogado que interpreta David Niven. Por cierto que Poirot reivindica en varias ocasiones su nacionalidad belga. "No soy francés señora, soy belga" . Buen viaje a los que animen a ver la película. El Nilo está esperando. Eso sí, hay que ir correctamente vestido.
Mario
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8
13 de agosto de 2009
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Louis Malle (1932- 1995), director de cine francés, nunca perteneció a la nouvelle vague pese a ser coetáneo de sus componentes, siempre siguió un camino independiente. En 1971 rodó El soplo en el corazón, una película que provocó una gran polémica al tratar de la relación incestuosa entre una madre y un hijo. Tres años después con Lacombe Lucien volvió a crear una gran controversia, esta vez al tratar el tema del colaboracionismo. La prensa y la crítica lo acusaron de traidor y de desleal con la resistencia. Malle acosado, decidió emigrar a EEUU. Este viaje y su relación sentimental con la actriz Susan Sarandon dieron como resultado una de sus mejores películas: Atlantic City. Desde la escena inicial, en la que Sally, observada por su vecino Lou, parte limones redondos y los va restregando por sus brazos, cuello y pechos con una sensualidad incitante, la película se adueña del espectador. Lo lleva por el parqué del paseo marítimo de Atlantic city, por los anticuados casinos de juego, por las viviendas de bloques humildes y deteriorados, por los derribos y las obras… Y en esos escenarios se desarrolla una historia de anhelos, de codicia, de amores imposibles y de taimada violencia. Sally sueña con ser croupier en el casino de Mónaco, estudia francés y recibe clases de un maestro de mesas de juego. Lou, de repente, se encuentra con un regalo involuntario y envenenado. Por fin se va a convertir en un gánster famoso. Cine que marca al espectador, que le deja huella, que siempre querrá volver a ver. Bravo por Malle. Norma de Bellini y varias canciones de Paul Anka constituyen la banda sonora.
Mario
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4
4 de agosto de 2009
29 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ricardo, hombre de negocios, está casado con Carmen. Mientras ella se aburre, Ricardo se divierte con sus devaneos y las carreras de mini-coches. La suegra, ginecóloga, para defender a la hija, le cuenta al yerno que Carmen padece una enfermedad incurable y progresiva. Para hacerle la vida agradable a su mujer, descuida su negocio y le pone una boutique. Este es el eje del guión que Azcona y Berlanga escribieron para La víctima, nombre original de la película, cambiado luego por Las Pirañas, y al final, por imposición del productor Cesáreo González, por el definitivo La boutique. La película se rodó en Argentina con unas condiciones pésimas de producción. Berlanga la consideró siempre su película maldita. Él había seleccionado como intérpretes a José Luis López Vázquez y Laly Soldevilla sustituidos también, por capricho del productor, por el argentino Rodolfo Beban y Sonia Bruno, la actriz que se casaría con el futbolista Pirri un par de años después de este rodaje. A pesar de ser un buen guión la película resulta fallida y aburre bastante.
Como en todas las películas de Berlanga aparece en uno de sus diálogos la palabra "austro-húngaro", fetiche para él. En sus memorias Berlanga cuenta que se dio cuenta un día que en sus dos primeras películas había metido la palabrita. "En Bienvenido mister Marsall se dice: Es un mapa tan antiguo que todavía existe el imperio austro-húngaro; en Novio a la vista, al alumno que se examina antes que el príncipe le preguntan el imperio austro-húngaro. También recuerdo que cuando estaba terminando el rodaje de La muerte y el leñador alguien me dijo que no había metido la palabra; quedaba solo un plano de un tío arreando a un mulo que tiraba de un carro. Y metí la palabra de un modo imposible. El hombre sacudió el látigo y dijo: ¡Arre Austro-húngarooo!" Por eso La boutique interesa hasta que aparece la palabra. Es cuando los dos socios van a comprar un viejo barco y uno le dice al dice: ¡Éste cacharro está hecho un trasto, debió pertenecer al imperio austro-húngaro!
Mario
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