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España España · Valladolid
Críticas de Marcos B
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Críticas 76
Críticas ordenadas por utilidad
6
21 de diciembre de 2016
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En lo más profundo de mi ser, sé que hay algo que no tiene cura. Algo irracional que no responde a vacunas, remedios, ni chamanerías baratas. Un mecanismo enmarañado que no entiende de épocas, de reglas ni catastrofes mundiales; funcionando a un nivel independiente a escape libre, sintiendo que es posible huír al Valhalla, sin que que ninguna mano invisible pueda retenerme en el suelo y volar alto.

'Equals' es ante todo una propuesta honesta, que juega sus cartas al descubierto, sin ocultar en ningún momento las eternas fuentes de las que se nutre. Responde a un ajustado presupuesto, en el que el sugerir es más evocador que mostrar. Utiliza hábilmente una arquitectura puramente funcional, al servicio de una historia ancestral, condenada a repetirse a lo largo del tiempo. Es ahí, cuando en un mundo lleno de clichés, y de relatos mil veces contados, un director demuestra su pericia en administrar los resortes del tejido narrativo. Es decir: no es las veces que algo se haya contado, sino la forma de hacerlo vendiendo lo antiguo como nuevo.

Filmada de forma muchas veces precaria, 'Equals' se revela como una propuesta muy interesante. Convierte lugares ya existentes, en un plató de rodaje; y dota a su dirección de fotografía de un termometro, con el que medir la cantidad de emociones a mostrar. Las mismas emociones que muchos de sus rácanos personajes, están obsesionados en reprimir, incluso en olvidar y desterrar de lo tangible. No abusa de recursos informáticos, no porque no quiera, sino porque el presupuesto no lo permite. En no pocas ocasiones, una falta de despliegue, desemboca en un uso inteligente de lo disponible. Si no de dispone de luz, convirtamos su ausencia en lenguaje. Si no es posible reventar un film de CGI, convirtamos lo existente en reutilizable. Que la maleabilidad de los elementos, se convierta en nuestra aliada; y que la mesura de medios, sea la que dé credibilidad tanto a lo visible como a lo invisible.

Es en la loma de una arrebatadora lista de piezas musicales clásicas, y un eficiente score original que sabe erizar el vello de la piel, donde se nos desgrana la historia que unen a unos muy notables Nicholas Hoult y Kristen Stewart. Es rondando de pies a cabeza, donde se produce la transformación de sus personajes protagonistas, de forma lenta y hermosa.

Es en lo que unos llaman enfermedad, donde brota aquello que ha permanecido inmutable a lo largo de los siglos; intentando ser erradicado por unos, atenuado por otros; desprestigiado por viles miserables que no saben mirar más alla del vacio de su ombligo. Es el roce de la piel, dos manos entrelazadas, a la sombra de la perpetua triste mirada de Kristen Stewart, y la memoria corrompida de Nicholas Hoult cuando surge el milagro.

Es allí dónde nadie puede poner barreras, con los cuerpos entrelazados en un Valhalla devastado, invisible, al que nunca nadie podrá prohibirnos acceder. Es ahí.
Marcos B
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7
2 de agosto de 2012
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas que funcionan como espejos. Un día antes de su estreno comercial, he tenido la oportunidad de ver un pase previo, y la última película de Ridley Scott funciona como un reflejo. De lo que fue, de lo que es, de lo que será. Nos llega tarde y en cierta manera con menos magia de lo que supone un estreno simultaneo. Apaleada por algunos sectores y alabada por otros. ¿Es Prometheus una mala película?: no. ¿Es Prometheus la quintaesencia prometida?: no. Pero Prometheus funciona, es a la vez obra y reflejo de un cineasta irrepetible, único; con algunas de las películas más importantes de la historia del Cine a sus espaldas. Y esta última contiene momentos irrepetibles, de esos hechos para atesorar en el baúl de las maravillas.

Prometheus es un canto a la humanidad en sí misma. Sus minutos iniciales son toda una declaración de intenciones. Esas hermosas imágenes que recorren la sala, como si de un gran documental se tratara, hacen que esos parajes, esos ríos y orografía inunden el alma de misticismo y espiritualidad. Tan solo gente cómo Kubrick, Tarkovski o Malick han filmado cosas semejantes con tanto poder (Primer Espejo).

Se la ha tildado de plana, oportunista y fuera de lugar. No puedo estar más en desacuerdo con estas opiniones, porque Prometheus es un espectáculo audiovisual ante todo, y pese a ello consigue cierta profundidad estético/artística. Algo al alcance de muy pocos, en tiempos de mediocridad cinematográfica. Los personajes de Michael Fassbender y Noomi Rapace son de los más trabajados que he visto últimamente y su evolución es ejemplar. Lo natural y lo artificial en la cara y cruz de la misma moneda, mientras a modo de tragedia griega se mueven los demás. Lovecraft y sus tentáculos están aquí y ahora con más precisión de lo que posiblemente se haya hecho (Segundo Espejo).

Scott es un maestro de la imagen, un ilusionista superdotado que tan pronto enseña un conejo en una mano lo trasforma en un ramo de flores. Asi: en un abrir y cerrar de ojos. Scott no renuncia a su comercialidad, y se retroalimenta de sus anteriores obras de género sin hacer desaparecer su valor en sí misma. Es tan inteligente que hace que este espejo funcione deformando sus imágenes para convertir lo antiguo en nuevo sin caer en la reiteración. Y de paso, tiene lo que hay que tener para mostrar las escenas más impactantes y escalofriantes sin miedo a la censura: "R-Rated" cuando casi nadie se atreve. (Tercer Espejo)

Prometheus es un divertimento sin complejos. Aquellos que quieran encontrar algo más, podrán hacerlo sin afectar a su capacidad evasiva. En la película se encuentra el aura de un director, que a sus 70 años sigue en estado de gracia, con la mente joven y despejada. Es así esta, una de las mejores películas serias de género en mucho tiempo. Y esto no es un espejo, es la realidad. El respeto que impone Prometheus es mucho. Lo suficiente para calificarla de buena, salpicada de momentos maravillosos.
Marcos B
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2
16 de febrero de 2017
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
— Durante:

Escuché una partitura decente de la mano de Danny Elfman, a la par de algunos temas dignos de una lista de reproducción.

— Después:

Varias horas más tarde oí, que había asistido a una sesión de cine sin haberme enterado.
Marcos B
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7
26 de septiembre de 2022
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
A saber: se parte de cuatro bloques fundamentales y diferenciados. Él, Alexandre Farel (Ben Attal), Ella, Mila Witzman (Suzanne Jouannet), 30 Meses Después y Alegatos Finales; entre las cuatro partes, insertos del momento de la noche de los hechos.

Alexandre, hijo de familia acomodada, estudiante de la Universidad de Standford, regresa a Francia para asistir a la entrega de la condecoración que recibirá su padre, Jean Farel (Pierre Arditi), afamado presentador de los medios televisivos. Claire Farel (Charlotte Gainsbourg), separada y madre de Alexandre, ensayista por los derechos de la mujer, manteniendo una relación sentimental con Adam Witzman (Mathieu Kassovitz), profesor de literatura separado de Valérie Berdah (Audrey Dana); ambos padres de Mila, futura estudiante de cine.

Una fiesta, una noche, una madrugada: Alexandre y Mila juntos. Una caseta en un parque y una puerta que se cierra: la zona desconocida antes de la denuncia a Alexandre por violación. Pronto, los engranajes de un sistema judicial, dos familias contrapuestas y varias vidas destrozadas.

El director franco-israelí, Yvan Attal, dirige y escribe con minuciosidad este intenso drama judicial, basado en la novela ‘Les choses humaines’, de la escritora Karine Tuil. Un largometraje repleto de aristas, que profundiza, no únicamente centrándose en la vida de acusado y acusadora, sino en las personas y el entorno aledaño a ellos, creando una cosmología muy particular y precisa, incidiendo en su “hábitat natural” y las consecuencias de cada detalle vivido. El realizador dota al film de una fuerte dimensión psicológica, en la que el espectador cobra un puesto relevante a la hora de percibir y sacar conclusiones, derivadas de los elementos que iremos conociendo a lo largo de su metraje. Attal expone, sin juzgar a ninguna de las partes ni polarizar, logrando un fuerte impacto emocional y sembrando la duda respecto a las partes. Salta de secuencias y planos academicistas, hasta escenas rodadas con un ratio diferente para enfatizar el prólogo de lo que ocurrió; un recurso formal que impregna a la película de un secretismo que queda en exclusiva dentro de Alexandre y Mila.

Consigue deslumbrar en el cuarto final de la película con una extenso plano secuencia, trabajado y pulido desde la fuerza del guion. Es el momento más intenso de la película, donde los datos, las exposiciones y alegatos memorables explotan, construyendo y destruyendo, una y otra vez, el castillo de naipes levantado en cada mente observadora.

El director nos conduce a través de un proceso que se torna en gris. La incertidumbre se saborea en cucharadas espesas. Merece mención la partitura original de Mathieu Lamboley que, con sus cuerdas y vientos, infunde un tono misterioso y melancólico, perfectamente integrado con las imágenes; acompañando a un reparto de actores y actrices que siempre suman y añaden más densidad al relato.

Esa puerta que se cierra ante nosotros. La incógnita que se nos niega. Suena Nature Boy interpretada por Ella Fitzgerald, oportuna y ajustada como un guante:

— There was a boy
A very strange enchanted boy
They say he wandered very far, very far
Over land and sea…

El claroscuro humano. Escuchen atentamente esa letra. Las luces y las sombras de la mente humana. Estimulante y punzante: debe verse, merece verse.



https://cinemiamor.wordpress.com/2022/09/26/guerreros-y-jueces-el-acusado-2021-yvan-attal/
Marcos B
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7
16 de julio de 2022
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Incluso el prólogo y el epílogo tienen más de una bella y certera rima. El ratio del encuadre es distinto, propio de una película de ficción; propio de la película que nunca fue. Los primeros compases de Händel, mientras observo como arde el guion en la chimenea, me erizan por completo los pelos de la piel. Un inicio potente, trágico y melancólico de una opción descartada por imperativo mundial. El hipnótico crepitar de las llamas va destruyendo cada una de las ideas, en una macabra danza ritual de fuego devorador.

Me encuentro con su director, Enrique García-Vázquez (Los Comedores de Loto, 2020), a la hora convenida en los Cines Casablanca de Valladolid. Con una sonrisa en el rostro me estrecha la mano. Viene acompañado por la actriz, realizadora y productora Lucía Lobato; unos minutos más tarde, acelerada, llega a la cita Sofía Corral, sonidista del film. Los tres están nerviosos, no pueden ocultarlo, pese a que la película ha tenido un largo periodo de exhibición. Presentada en la 66 SEMINCI, dentro de la sección “Castilla y León en Largo”, ha recorrido festivales dentro de la República Dominicana y Marruecos; presentándose también en Palencia o, en el recién creado Festival de Cine Descentralizado, Lazos, iniciativa del propio García Vázquez.

El pistoletazo de salida comercial de ‘Buscando La Película (Verano 2020)’ (2021), tiene lugar en la provincia que vio nacer a su director, antes de que llegue su estreno nacional el próximo 29 de julio de 2022. Los tres comparten unas palabras conmigo antes de que se abran las puertas al público; allí, en la sala de cine vacía, me hablan sobre su modesto presupuesto. —Un equipo técnico y artístico de amigos que se conocen y que comparten inquietudes y vivencias—, el realizador hace el inciso; asienten sus compañeras mientras recuerdan la ausencia al estreno de Karu Borge, directora de fotografía del documental. Con gentileza, acceden a una serie fotográfica, tan solo unos minutos antes de comenzar la proyección.

Definir ‘Buscando La Película (Verano 2020)’ como un retrato de la pandemia, sería caer en una vaga y simplista descripción. Es esa película, la que no fue, la que pasados los meses iniciales de confinamiento empuja a nuestros cuatro protagonistas a la carretera. Con el gusto de las road movies, toman sendas que habían quedado vacías, pertrechados con un sencillo equipo del filmación. Es cierto que no había película: únicamente había que salir a su caza y captura. Poco a poco iremos conociendo a un completo y heterogéneo grupo de personas, en los distintos lugares en los que la peculiar diligencia va haciendo sus paradas. Asistimos a declaraciones en carne viva de sentimientos que habían quedado sellados tras las puertas de las casas. No sin precauciones y con una estela existencialista de cicatrices que no curan, los testimonios se desgranan ante la cámara. Escuchamos declaraciones reales y sensibles sobre la fragilidad del mundo y las consecuencias del coronavirus en toda la sociedad; un panorama descorazonador sobre el futuro, con momentos casi proféticos, que provocan un nudo en el estómago. La incertidumbre ha hecho mella en cada uno de nosotros y, cómo en un espejo, nos vemos reflejados en todos ellos: abnegados, pesimistas, pasotas y revisionistas de la Historia. Preguntas que, aún dos años después, tienen una difícil respuesta que apenas comenzamos a dilucidar.

La soledad invade el desierto Viña Rock que tampoco existió aquel fatídico año. La tienda de campaña se planta en lugares que deberían estar llenos. Nuestros amigos bromean en las largas noches, intentando quitar hierro al asunto, planteándose las mismas preguntas que los transeúntes que hemos dejado atrás ¿Volverá la normalidad?, ¿habrá futuro una vez pasado esto?, ¿será igual que antes?... —si tuvieras que vestir toda tu vida de verde o comerte un kilo de cucarachas, ¿qué elegirías?— (esta pertenece a las que quitan hierro a la lista de problemas).

Con un sentido fresco y revitalizador, Enrique García-Vázquez captura un mosaico realista e intergeneracional, en que lo único que han cambiado son los dígitos temporales; esencialmente el ser humano sigue siendo frágil y meditabundo desde la noche de los tiempos. Las redes sociales convergen un sistema de rápida digestión, en el que salir a la búsqueda real de los demás se está perdiendo; —un poco como acudir al cine—, me comenta el realizador al término de la proyección, en alusión a las útiles pero menos personales plataformas de vídeo. La realista fotografía de Karu Borge, se mimetiza con clips de nuestros días. Sofía Corral, realiza un exhaustivo trabajo como sonidista, recogiendo todos los sonidos posibles que habíamos olvidado, convirtiéndoles en sentimiento; desde la entrañable y sabia voz de Anxo en su cine de Galicia, o el sonido de la sidra escanciada a la orilla del mar.

García Vázquez, da en la diana no rotulando los nombres de las personas que intervienen. Usa la misma vara de medir con ellos, concediendo la sensación de reflejo en el espectador; provocando el encuentro y la catarsis. Sus deseos son los nuestros: esas cosas pequeñas que conceden la felicidad.

Enrique coloca el tarro de cristal con cenizas a su regreso. Vuelve el formato panorámico a inundar el encuadre. Son las cenizas de su desesperación, pasada y futura. Toman un tinte más amable en el presente, a modo de Ave Fénix que vuelve al trabajo no sin un mar de incertidumbres. Enrique, que curiosamente comparte nombre con el fallecido líder de Los Secretos, Enrique Urquijo: —“He muerto y he resucitado, con mis cenizas un árbol he plantado (…)”— que nos cantaba el vocalista madrileño. Se cierra el círculo del film con este bello símil de resurrección en la estantería.

(continúa en spoiler sin desvelar contenido)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Marcos B
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