No su puede negar que las películas dirigidas por Clint Eastwood están trabajadas y son efectistas. En todo caso, son entretenidas y saben llegar al gran público.

No obstante, Gran Torino es poco más o menos lo de siempre en Eastwood, un perdedor con bemoles que sabe lo que hay que hacer ante una situación siempre límite. En esta entrega quizá la novedad es el mensaje pacifista del final, pero que no nos engañemos, en realidad esconde una apología de la confianza en la policía, la justicia de la ley y la religión, es decir tres de los valores americanos fundamentales, y por supuesto, mucho patriotismo.

Comedia ambientada en la ciudad de Madrid y protagonizada de manera casi absoluta, dada la brevedad de los papeles secundarios del resto de actores, por José Luis Ozores y Trini Montero, una actriz de corta singladura hoy prácticamente olvidada.

El desarrollo de la trama por las céntricas calles y extrarradio de Madrid, previas al feroz desarrollismo, se ven con agrado y están bien filmadas, lo mismo que las escenas de estudio. Su desarrollo es correcto y tan solo se ve algo deslucido por el final, con escena de relleno en el interior del edificio de la Bolsa, y cierta moralina, inevitable en la época. El film, de metraje breve, corresponde a la mejor época del muy irregular director José María Elorrieta y, probablemente, se trate de su producción más conseguida.

El guion, de Daniel Ortiz, viene como anillo al dedo para el desarrollo de la mejor comicidad de José Luis Ozores, en un papel de picaresco vagabundo, emparejado con Trini Montero, como bella y virtuosa joven desamparada, recién llegada a la capital.

En conjunto, puede decirse que el visionado de la película resulta interesante e ilustrativo de una época de carpanta, bien reflejada en un film un tanto costumbrista aderezado al mismo tiempo con algunas gotas de casticismo.

Film dedicado por un lado al lucimiento de la incalificable pareja flamenca formada por los hermanos Vargas y por otro a la conversión de la ciudad de Barcelona en faro del turismo más “tipical spanish” de la época previa al turismo desarrollista de sol, sexo y arena.

Si un valor se le puede dar a la película es el de fenómeno político-económico de una época. Sus virtudes no pueden asociarse a la calidad intrínseca del producto; mala dirección, flojas actuaciones, esperpénticos artistas y vergonzoso montaje. No obstante, debería ser exhibida como ejemplo de aquello que las élites barcelonesas intentaban alcanzar, siempre a la búsqueda de la capitalidad mundial ya que la estatal no es posible.

Barcelona, una bella ciudad mediterránea en los años cincuenta tenía, ciertamente, posibilidades de convertirse en un polo de atracción turística en el momento en que viajar se convertía en un fenómeno de masas. Ahora bien, transformar la ciudad en la meca mundial del flamenco no dejaba de ser vergonzantemente oportunista por lo que en los diálogos se aclaraba la paradoja afirmando Paco Martinez Soria, en su papel de taxista casposo, que el flamenco formaba parte de cualquier rincón de España. A partir de ahí valía todo y aunque Barcelona siguió sin ser capital de nada hasta los juegos olímpicos de 1992, ahora lo es del turismo hortera y del modelo “pelotazo”, queda para los anales del cutrerío hispánico este subproducto cinematográfico “made in Catalonia”.

Aunque por esos años otros fenómenos de la “españolada” se dejaron filmar por la ciudad condal ha llovido mucho desde entonces y a nadie parece interesarle revivir el fenómeno, al menos cinematográficamente. Distinto es lo que se vende al turista, claro.

De un argumento cinematográfico que se base seriamente en una novelita de Ira Levin no puede esperarse nada más que un bodrio.

Ciertamente estamos ante un argumento coyuntural que aprovecha el tirón de los movimientos "women lib", extraído del no menos oportunista escritor, famoso por sus muy prescindibles best-sellers.

Los actores hacen lo que pueden con un argumento por demás estirado. Si no fuese por lo malo que es éste hasta podría mover a cierta risa pero esos ecos de "La invasión de los ladrones de cuerpos" y ese anticipo de ciencia-ficción de la perversidad machista, que todo hombre lleva dentro de sí, no dan para más.

Pese a todo ello esta no ha sido la única producción cinematográfica derivada del libro original, lo que da a entender que cuando Hollywood vende ideología puede ser de lo más machacante.

Si bien "Holocausto caníbal" no es una gran película, y desde luego, no puede desvincularse de diversos géneros o subgéneros muy en boga en el cine italiano de los setenta; terror, giallo, gore o film de denuncia, tampoco podemos decir que sea simplemente un film truculento, morboso y sanguinolento, pese a las inexactitudes y falsedades sobre las tribus que pretende retratar. La sensación de que los verdaderos salvajes son los reporteros-camarógrafos, no escapa a nadie mínimamente inteligente.

Es muy cierto que, en su momento supo atraer la publicidad, y el consiguiente interés del público, lo que redundó en un gran taquillaje, y que la muerte de animales en las escenas "realistas" constituyó un lógico motivo de crítica, pese a que a nadie le importe si después no se ven en imágenes.

Desde luego, algo que indudablemente sí ha logrado el film, es mantener la controversia sobre su mensaje o trasfondo, si es que lo pretendía, al margen de llamar la atención, algo que sin duda Deodato, el director, y los productores deseaban fervientemente. En todo caso, pienso que el mérito del film, pese a sus bastantes defectos, ha sido plasmar de manera cruda y vulgar el inmundo lodazal en que se mueve buena parte del periodismo de "reportaje", falso e hipócrita hasta decir basta y destinado a "educar" al lumpen de la sociedad contemporánea. No es extraño que desde hace décadas la dictadura del reality show dirija todo tipo de difusiones de máxima audiencia basadas únicamente en el morbo, la vulgaridad extrema y el mal gusto permanente, empezando por los noticiarios y continuando con los cualquier tipo de programa. En todo esto, y sin proponérselo, "Holocausto caníbal" ha sentado un cierto e innegable precedente.