Leopoldo Witte por obra del personaje diseñado por el guión (o por una sobreactuación histriónica) dibuja a un hombre infantil, narcisista y misógino. Se hace poco creíble que haya en nuestros días un tipo tan desagradable y ególatra. Aún habiendo fracasado como padre y esposo se niega a aceptar su patética realidad y simplemente juega con las personas como diversión. A un hombre así no hay mujer que pueda soportarle ni medio minuto. Además como única solución de los problemas se recurre a la ingesta alcohólica en una auténtica oda al etilismo.

Al final se cansa de Vilgot y busca nuevas experiencias con Börje y con el hipster barbudo. Desgraciadamente una enfermedad venérea frustra temporalmente la alegre y despreocupada promiscuidad de nuestra atractiva sueca partidaria del amor libre como es debido en 1968.
Algo bastante repugnante en el filme es la presencia en ambas partes de escenas sexuales con violencia masculina (si no claras violaciones) sin aparente crítica de los actores ni del guionista. Las escenas amorosas muestran un machismo y androcentrismo descarados e indisimulados tratados con condescendencia, lo que resta a Sjöman bastante credibilidad del talante progresista que quiere impregnar a su obra.

El Ryan además de componerle una canción muy bonita acompaña al ukelele.
Para mí no es romántico ver como dos chicos de pueblo fracasan en su vida por caer reiteradamente en errores garrafales. Para qué tener una hija no deseada y amargarle la vida con un padre que no quería casarse y que no tiene oficio, beneficio ni constancia y cuya única virtud es ser graciosillo aunque acaba siendo un pesado depresivo y agresivo. Los personajes con patología psiquiátrica más que ternura producen grima.

Mickie termina como no podía ser de otra manera hecha polvo y padeciendo el síndrome del cuidador.