Charlie Parker no es el típico perdedor de película que llega a lo alto, gracias a su talento, y lo echa por la borda, borracho de éxito. Charlie Parker no es un talento desaprovechado. Charlie Parker es puramente talento. Es un crío condenado que llega a lo alto porque no tiene más remedio. Que toca porque no tiene más remedio. El instinto, la música en la sangre. Creo que esto es probablemente lo que más interesaba a Eastwood. Creo que es realmente lo que cuenta Bird. Charlie Parker es drogadicto desde que es un niño, su futuro ya estaba decidido. Y sin embargo no pudo evitar la fama porque la llevaba dentro. Igual que la calle. Igual que la desgracia.

Me resulta interesante un apunte que he leído en otra crítica, criticando precisamente la pulcritud con la que Eastwood cuenta la historia, en contraste con el alma de improvisación de la música bebop en general y de Parker en particular. Quizás podía haberse dejado llevar más, a la manera de Kerouac en On the Road en los pasajes musicales. Pero también es cierto que el afán de Eastwood no es transmitir en si el espíritu de la música bebop (aunque lo consigue), sino la situación del saxofonista. Contar una historia.

Aun así al principio a mi también me pesaron la perfección obsesiva con la que entraban los flash-backs, lo predecible de estos, y de otros recursos como los encadenados, los Zooms, etc. Tan envejecido todo. Tan de los 80. Sin embargo al final acabe entrando en la película de lleno, y acabe muy tocado. En el buen sentido. Al principio, nada más terminar esta película, estas pequeñas pegas provocaron que le pusiera un 8. Al día siguiente, tras no poder quitarme de la cabeza al gran Charlie Parker, seguía tocado. La importancia de esas pegas que le puse había desaparecido, y decidí subirle la nota.

En efecto, Whitaker está inmenso. Se introduce de pleno en la complejidad de su personaje. Transmite la genialidad, el dolor (el físico y el mental), la adicción y la aflicción, la música. E Eastwood transmite, en su particular Buscavidas, su amor por la música, su amor por el jazz, y su amor a Charlie Parker.

Hay detalles interesantes en la primera incursión Hollywoodiense de Park Chan-Wook. Tiene a los hermanos Scott en la producción, con anécdota macabra de por medio, pues la película empieza con uno de dos hermanos cayéndose con el coche por un puente. Está escrita por el protagonista de Prison Break, lo cual se le ocultó al director hasta que aceptó, por miedo a que rechazara el guión al estar escrito por una atractiva figura del star sistem televisivo. Banda sonora del conocido Clint Mansell. Un montador americano de acción, acostumbrada al corte indiscriminado y que aquí hace un acto de constricción que provoca una atmósfera desasosegante, un ansia de algo que no llega. A lo que no renuncia el amigo Park es a su director de foto y a muchos de sus colaboradores en los efectos visuales, porque sería renunciar a la piedra angular de su modus operandi cinematográfico.

La película está rodada con un virtuosismo aséptico. Lentamente asistimos a una historia con ecos Hitchcockianos en el que la conexión tío/sobrina da un paso más que en La sombra de una duda, y presenciamos con un nudo constante esa conversión de la chica por parte de su tío. Esas pequeñas muestras que le da y que van despertando lo que su padre había estado tratando de dormir durante años.

Hay mucho del Park Chan-Wook que todos conocemos. Unos encuadres potentes, con movimientos de cámara exageradamente marcados (más que nunca, quizás para aferrarse aun más a su estilo), detalles de humor negro que rozan el absurdo, ritmo pausado, y elegancia con respecto a la violencia y las perversiones sexuales. Sin embargo creo que con libertad plena hubiese llegado más lejos, tanto en lo que respecta a la narración como a la moralidad. Con respecto a la narración porque aunque probablemente es el director que mejor utiliza el montaje paralelo entre flash-backs y presente, en este caso hay un exceso de explicación. Se echa de menos un punto de ambigüedad. Y lo mismo respecto a la moralidad. Es cierto que el tratamiento de la violencia innata no es maniqueo y que te pones de parte de un personaje puramente siniestro, pero es demasiado fácil la resolución del conflicto. Es atrevida para ser Hollywoodiense, pero molesta tener que utilizar la coletilla. Las películas tienen que atreverse y punto.


Nos quedamos con el efecto espejo de la última secuencia con respecto a la primera, la elegancia, la poética de la violencia, el brillante trabajo de sonido, la fuerza del primer plano de un sacapuntas afilando un lápiz, y el estilo visual irreductible de un director que ha sabido completar su experiencia occidental como un nuevo paso adelante.

Todavía queremos y no podemos, pero al menos lo intentamos. Basada en una novela de Rafael Chirbes, Crematorio aparece como el primer intento real de acercarnos al paradigma de la serie de calidad norteamericana, véase HBO. Es un intento y además bastante logrado. Buenas interpretaciones protagonistas, la mayoría de menos a más (salvo quizá Borrachero, que está más irregular, aunque sus peores momentos aun así están bien interpretados), con un Pepe Sancho inmenso a la cabeza. Un ritmo narrativo paciente, bien llevado. Unos flash-backs a ratos demasiado explicativos, pero que no chirrían en su mayoría. Tramas bien cerradas generalmente, personajes creíbles, con sustancia, que crecen con la serie. Está muy bien rodada y, salvo en momentos puntuales, no nos suele tratar de gilipollas, y sí parece una serie que confía en un espectador activo, con ganas de pensar un poco. Buen uso de la elipsis.

¿Porque se queda en un intento? Porque al final aparecen varios pecados muy típicos de las series de este país, y de muchas de las americanas fuera de las gordas, para que nos vamos a engañar. Los actores que están bien, están bastante bien. Pero hay un número excesivamente alto de interpretaciones que son malas, algunas horrorosas. Principalmente secundarios que salen sólo en un capítulo. Es un problema porque muchas veces estás inmerso en el mundo de Rubén Bertomeu y algunos actores llegan a recordarte que estás viendo una serie de televisión, y eso es una lástima. Comparación odiosa donde las haya, pero es que en The Wire actúan bien hasta los que solo pasan a lo lejos andando.

Tiene también algún problema de holgazanería narrativa, o simplemente de error al planificar la secuencia. También tienen sus ratos de exceso de explicación que suelen resultar un problema grave. No sólo porque realmente son absolutamente innecesarias. Sobretodo es que anulan algunos aciertos fantásticos. Sobre ambas cuestiones escribiré un par de ejemplos en spoiler

Por suerte estos errores son bastante puntuales, y las interpretaciones malas son principalmente de actores irrelevantes. En general me parece bien resuelta, muy profesional, atrevida e inteligente, a lo que hay que añadir que las dosis de realidad del argumento son más habituales de lo que nos gustaría. Esperemos que se siga por este camino.

Searching for Sugar Man parte de una historia real, pero absolutamente increíble. Hasta el punto de que cuesta trabajo ser consciente mientras la ves de que estás viendo un documental. La historia de un músico que encandila a productores pero cuyos discos (dos en total) apenas consiguen vender en EEUU. Sin embargo, contra todo pronóstico y sin él saberlo, se convierte en una estrella comparable a Elvis Presley en la Sudáfrica del Apartheid, y su música en banda sonora de la lucha anti-sistema.

Searching for Sugar Man es un documental prefabricado pero efectivo. Prefabricado en el sentido de que se estructura en forma de búsqueda de la verdad por alguien (el director) que evidentemente conoce ya toda la verdad antes de salir a rodar. Sin embargo la potencia de la historia y sobretodo del personaje, y la estratagema del autor de ponernos en el punto de vista de dos sudafricanos cuya búsqueda sí fue real, hace que la cosa funcione. Prefabricado en el sentido de que, para ser documental, la película goza de una imagen muy cuidada que alimenta el halo de ficción que no se puede evitar sentir viendo una historia de esta magnitud; y que adereza con imágenes recreadas, ya sea grabadas o de animación, que potencian aun más este sentimiento. Efectivo porque conmueve, porque la falta de honestidad del autor contrasta con la torrencial honestidad del personaje, y este acaba fagocitando el documental cuando renace de unas cenizas que nunca lo fueron. Por eso quizás la parte que mas estremece por dentro sean las grabaciones reales del concierto de Sudáfrica. Porque es cuando te introduces dentro del músico conocido como Rodriguez y sientes ese reconocimiento, no ansiado, pero que satisface. Porque crees que se lo merece y en ese momento te lo mereces. Y quizás es ese momento el que da sentido a todo lo anterior. Y aunque cuesta creer la dualidad de una persona que es a la vez absoluta estrella en un continente y humilde (muy humilde) trabajador en las calles de Detroit, lo sientes. Y perdonas los entresijos y preguntas formuladas innecesariamente por el autor que quedan sin respuesta. Porque la realidad rara vez ha superado tan ampliamente a la ficción.

The Road empieza con el único plano cálido que la compone. A partir de ahí vemos a los protagonistas mirar el desastre, el apocalipsis, pero nunca el contra-plano. Solo oscuridad. La película pasa entonces a convertirse en una Road-movie fría, repleta de grises, tensa y desasosegante, en la que un padre y un hijo luchan por sobrevivir en un mundo post-apocalíptico. Nadie explica que ha pasado, qué ha originado la catástrofe. Nadie explica como han llegado los personajes a su nivel emocional. El padre, a ese instinto primitivo de supervivencia, a esa desconfianza, a temer solamente el momento final en el cual no está seguro si será capaz de apretar el gatillo y acabar con los sufrimientos de lo que más quiere y lo único que tiene: el niño. Este último es un personaje de naturaleza interesante pero desaprovechado. A diferencia del padre, el no ha conocido otro mundo, no ha vivido esos tiempos mejores. Nace y crece en el caos, bajo la única idea de que entre el salvajismo y la supervivencia hay buenos y malos, y que ellos son los buenos. Y sigue siendo fiel a esa idea pese a las dudas y momentos de flaqueza de su propio padre, que és, al fin y al cabo, el instigador de esas creencias.

Nunca te explican como llegan a ese nivel porque se sobrentiende, porque es innecesario. La película es un compendio de situaciones relativamente cotidianas para el mundo en el que se encuentran, rodada impecablemente, que avanza paciente para aprovechar mejor los muy logrados momentos de tensión. La fotografía que corre a cargo de Javier Aguirresarobe funciona bien, casi notas la ceniza en la cara. No estoy tan de acuerdo con los flash-backs, y es que soy poco amigo de ellos cuando no son indispensables (lo son para entender el paradero de la madre, lo que no veo indispensable es entender ese paradero), aunque quizá con ella la película gane algo de ritmo. Es posible que no tenga tanto como para poder pasar sin ellos y correríamos el riesgo de aburrirnos.

La metáfora con la crisis actual es evidente y no por ello está de más mencionarla. La tierra convertido en territorio salvaje. Las personas normales, con conciencia, sufren para sobrevivir. Y da la sensación de que los que viven en la opulencia son las personas faltas de escrúpulos, los que no pestañean a la hora de devorar a sus semejantes e incluso tenerles como si fuesen animales de granja. Son los peligrosos caníbales los que dan la sensación de poseer el grueso de las posesiones materiales (la mansión en la que se introducen, los vehículos motorizados, las armas...). La influencia de Hobbes es igualmente evidente.