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Críticas de pablo garcia del pino
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Críticas 47
Críticas ordenadas por utilidad
10
17 de noviembre de 2007
17 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
La obsesión perpetua del amor incestuoso por un padre. Por el esposo después, llevada a un punto final de delirio, celos, y crimen premeditado. Gene Tierney nos ofrece un impactante e inolvidable recital interpretativo de la perversidad sin la menor vergüenza ajena. Disfrutable hasta el fin. Su belleza es inextinguible. El débil Cornel Wilde cae en sus garras. Jeanne Crain, más guapa que de costumbre, oye, ve y sufre en silencio tanta ignominia. El vitriólico Vincent Price, que padece idéntica pasión, se salva de ella, pero acusa, acusa... La Tierney nos pone los pelos de punta, entre un revuelo de tul azulado, con su aborto premeditado frente a una escalera dantesca donde se exalta su maldad, casi alada. ¡Deseamos que muera! ¡Quizás por ello le arrebataron el Oscar! ¡Melodrama sin pelos en la lengua del mejor John M. Stahl, capaz de convertir una mala novela en una verdadera obra de arte cinematográfica! ¡El Technicolor es glorioso!
pablo garcia del pino
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10
6 de enero de 2008
19 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sólo para hombres

De nuevo Fernando Fernán Gómez, que hace del teatro "su lira". Miguel Mihura ataca con su "Sublime Decisión", y nuestro Gómez la disecciona (entre paréntesis), le impone un reparto de castañuelas, refuerza la técnica del proscenio aprovechando la autoridad que le ofrece la cámara, y como mandan los cánones de la genialidad Fernandiana (es irrefutable el monumento que este gran hombre habrá de merecer en el futuro) se ríe de los noviazgos "balconiles", batidos por el cierzo, del tremebundismo de las chulerías ministeriales madrileñas, de la precisión, a veces certera, a veces inconexa, de las palabras, de los retintines y dobles sentidos, del mundo macho y de las limitaciones femeninas, con una reconstrucción de época decimonónica donde los hombres baten records irresistiblemente cómicos y rayanos en la estulticia, y el bello sexo le sigue el juego en sus connotaciones tontas (que formaban la quintaesencia de lo varonil), dialogan como cotorras y perdonan sus vicios, con tal de que, más allá, se alce el altar que habrá de sanearles sus matriarcados absurdos. Tan sólo una de sus hijas no se somete, y dará lugar a la tan cacareada "Sublime decisión". ¡Ah, pero las politiquerías, que suben y bajan como la espuma del tiempo, no perdonan! Se necesita saber mucha historia para comprender los mil detalles graciosos del film. Fernando Fernán Gómez y Analía Gade (valga la redundancia) ¡SUBLIMES!... Pablo García del Pino
pablo garcia del pino
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10
7 de marzo de 2008
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Italia había ofrecido al resto de Europa un naturalismo cinematográfico conmovedor. Y pese a una dura postguerra, la óptica de la supervivencia volvió a gritar al mundo que la vida es bella y merece la pena recomponerla. Bellocchio lo hizo a regañadientes. ¿Había una explicación? "Se necesita mucho pulmón y mucho estómago para no sucumbir al comportamiento lobuno de esta humanidad de la que todos formamos parte, y es necesario volver a respirar ese aire fresco de la verdad más contundente, aunque sea por medio del más terrorífico examen de situaciones, y se viva a merced de la patología humana peor entendida. Marco Bellocchio supo situar su película en la tradición más masoquista de Stroheim y de Buñuel. "Cine de la más sangrante crueldad".
Nos precede un amor incestuoso intuído en la protagonista femenina, efímera y espléndida Paola Pitágora, y más acentuado en el sádico, epiléptico y precoz asesino, Lou Castel. Y una simple y moderada cotidianeidad doméstica y familiar se afianza entre destellos diabólicos. Allí malviven, además de los turbios y sensuales Castel y Pitágora, una madre ciega, un hermano mayor más lúcido y patriarcal, y otro anormal, que sufrirán de forma irreparable la envidia, el rencor, la indiferencia, y una subrepticia lubricidad incestuosa, latente, como ya he dicho, entre los dos protagonistas principales. El joven Bellocchio, parece dejarse recrudecer en el peculiar tormento de cuanto nos está contando. No reniega a la excitación de su miedo, pues se siente incapaz de controlar los extrapolados mecanismos de esa belleza infernal y torturas peculiares que estimulan ciertos masoquismos. "I pugni in tasca" es en sí misma una "conducta", alevosa, un comportamiento, que, aunque no comprendamos y nos duela, también forma parte de los entresijos más enrevesados de los actos humanos, que jamás lograrán conseguir una respuesta concreta a su razón de existir en la tierra.

Lou Castel, iconográfico, sádico e inquisitorial, estuvo superlativo como actor. Un gran descubrimiento de Bellocchio, cuyos vestigios se perdieron para el cine meteóricamente. Pese a ser contemplado con enorme ternura, jamás es absuelto. Sentimos su vértigo, pero no podemos cerrar los ojos a ese hastío mesetario, de trágicos sentimientos aislados que propician todos sus actos criminales. Retorcidas diatribas contra la institución de la familia en general. ¿Sería éste un justo ultimatum firme y lacerante contra la humanidad?: "Somos así, y somos responsables de ser así"

Una pedagogía más exorcizadora de malos presagios, exclamaría: "Proteged a estos niños malos "con las manos en los bolsillos", porque, cuando suena la tormenta ante ellos, ¡nada soportan!"... Sí, porque hay momentos en los que nos merecemos disfrutar de discursos ideológicos muy diferentes a los que tan mal acostumbrados estamos. "I pugni in tasca" es la respuesta más contundente que recuerdo.

¡Todo mi aplauso para este Marco Bellocchio veinteañero! En V.O. please
pablo garcia del pino
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8
17 de noviembre de 2007
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
El exuberante Sidney sin recatos ni vergüenzas. Plenitud e inocencia del comic. Sus historias, como siempre, son degustables pastiches babilónicos, llenos de technicolor, sin retórica en los sentimientos entrecruzados de sus nunca vacilantes personajes. En Sidney todo es holgado, porque sus increibles e inolvidables barridos de cámara poseen esa excitante limpieza del más puro lenguaje que nos ofreciera el séptimo arte. Hay mucho personaje noble, buenazo, algún que otro villanito, mucha sonrisa de comprensión, y mucha sabiduría cinematográfica en ese peligrosísimo enfrentamiento final. ¡Ah, aquellas tardes irrepetibles de sábado, con estos monumentales tebeos del colosalista George Sidney, que, pese a tanta viñeta imaginativa, te dejaba tamaña sensación de verosimilitud en el cerebro, que uno abandonaba la sala como si le hubieran contado historia de la de verdad, de esa de la Enciclopedia Larousse! Sí, porque uno de nuestros más grandes especialistas en aventuras, el irreprochable Stewart Granger, andaba agitándose por los caminos de la bella Francia y las no menos falsas calles parisinas, y siempre reconfortaba nuestras emociones peliculeras.
Yo, personalmente, le lancé un pequeño anatema, pues me dolió que abandonara a la escultural, liberada y excelsa Eleanor Parker (¡fúlgida cabellera pervertidora, pasión sublimada en aquel carromato circense que parecía un burdel pequeñín en el que más de uno se habría perdido!) por el blondo aporcelanado de Janet Leigh. Claro que, al final, la bellísima y comprensiva Eleanor se consolara nada menos que con el mismísimo Napoleón (escena cortada en su tiempo, y que no sé si hoy aparecerá por ahí). Aventuras turgentes las del Sidney. No sé que más nos podía deparar la vida en aquella estupenda infancia de ensueños.
pablo garcia del pino
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10
17 de noviembre de 2007
18 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
El neorrealismo italiano sedujo al mundo porque lo desgajó de aquellas disparatadas fantasías hollywoodenses, y golpeó a los pobres habitantes de este planeta absurdo con la llaga sangrante de sus deseos imposibles, con su soledad y sus sinsabores. Escarmentó nuestra subsistencia tan llena de sueños. Tuvo sus reyes indiscutibles: De Sica, Rossellini, Fellini, Visconti, y más tardíamente Zurlini, Rossi, Germi, etc. Y tras ese mundo de sencillez y miedo, de iras mil, con preludios deprimentes y escenas culminantes, y ese blanco y negro de un tiempo amargo, tan lleno de golpes bajos, una reina única se apoderó de nuestra emotividad, excitó nuestro primitivismo sin retóricas americanófilas: ¡fue Anna Magnani! Lírica y peligrosa, nunca titubeó en su resuelta asimilación del deprimente mundo que nos tocó vivir. Fue carnal y férrea, maternal y desafiante. Y midió la sencilla virtud humana con la audacia de los hijos del pueblo frente a una época despiadada (ya lo puso John Ford en boca del Fonda en sus "Uvas de la ira": "Allí donde esté el pueblo, me encontraré yo" ¡Y por los hados que la Magnani lo estuvo!) Visconti la convirtió en "Bellísima", y la impagable "Mamma Roma", como armazón dramático del film, estuvo insuperable. Ver este film, no es sólo vivirlo, es saborear el mejor testimonio, jamás filmado, del amor absoluto en manos de un ser que nos desborda: y para muestra un plateado botón: ¡el enfrentamiento final con su marido, frente al grotesco universo vecinal de una agridulce Italia de posguerra! Seguirá luego su patético adiós a esa "famositis" enfermiza, como un aviso a las gentes de a pie y generaciones futuras... ¡Bellísima eres tu, Anna Magnani! ¡En italiano, por supuesto!
pablo garcia del pino
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