Qué bonito, qué alborto, otro perrito piloto (oriental). ¡Y van…!
A estos chinos les salen películas de Wu Xia (o como quieran llamarlo) como auténticos churros. El problema es que los resultados suelen ser un churro de película pese a contar con impecables fotogramas con los que adornaran cual floripondios orientales sus producciones. Y como siempre y reza el título el filme de Chen Kaige prometía…

Por muy espectacular que se quiera mostrar las sobredosis de acción, emoción y combates imposibles aparece esa morralla heredada de los videojuegos actuales, y al igual que sucedía en la persecución de “King Kong” (2005), los efectos especiales que pretenden ser tan espectaculares cantan por soleares (aquí por ejemplo el protagonista correteando sobre las laderas de un acantilado).
También canta la historia que busca el romanticismo sin importarle caer en el ridículo, cantan las poses habituales a lo Sara Montiel y sobre todo desafina que “The Promise”, pese a resultar entretenida y preciosista, es más hueca que un churro hecho de yeso.
¡Qué ganas de volver a ver “Tigre y dragón”!

«Desde los albores del tiempo jamás ningún humano había visto (un bodrio como...) esto»

Da lo mismo los litros de agua que tengamos en pantalla.

Lo oscuro que pueda estar todo.

La profundidad que alcance.

La magnificencia de sus escenarios.

Todo se resume en unas bragas mojadas, un matojo de pelo enrollado y muchos problemas cardíacos (y no al otro lado de la pantalla)… Eso sí, los personajes son adictos a dejar señales y firmas en las rocas como si fueran adolescente en la edad del pavo en un árbol o en un muro del instituto.

Salvo que se considere una película sobre la eutanasia (marinera) “El Santuario (Sanctum)” es un bluff monumental. Soporífera. No la salva ni una campana de aire… La botella se la quitaría cualquier espectador al protagonista para golpear en la cabeza a Alister Grierson y a James Cameron por osar a poner y vincular su nombre con tan mojado y aburrido engendro.

‘El género de terror ha sido destrozado por las segundas partes’. Con esa premisa es imposible salir indemne. El asesino responde a preguntas con otras porque realmente y pese a las cifras Ghostface se convirtió en el asesino más patoso del slasher. Carne de parodia que nos desbordó las tripas de carcajadas con “Scary Movie” (2000). Ni Cassandra y una interesante secuencia en los ensayos de una obra de teatro con música de Danny Elfman consiguen sacarla de una casilla condenable llamada secuela. Mala secuela. No soporto esas scream queens que lanzan macetas, bicicletas y porcelana de los chinos, que corren más rápido que Usain Bolt, que esquivan mejor y más rápido que Trinity. Todo para luego morir con una puñalada trapera, claro.

Cine Rialto y estreno de ‘Stab’, lo que fue la ‘realidad’ en “Scream. Vigila quién llama” ahora es cinematográfico. Elemento afroamericano que reniega de la cultura del género y exclusión y juego de disfraces. El Stab-O-Vision y su cultura del juego inventivo en su proyección invoca al mismísimo William Castle… y la referencia es la primera muerte de la primera parte… La ficción antes fue ficción y ahora vuelve a ser ficción. Silencio. Toca el cliché del género pero falta una muerte… real. El comienzo de “Scream 2” es tan bueno como pretendidamente ridículo. El problema es que es la película de la franquicia que considero la peor con diferencia por problemas de género: me parece una comedia en todo su metraje.
Las segundas partes huelen y aquí todo está condenado por ese cruce de vodevil y teatrillo slasher de barrio.

«La anormalidad es la nueva normalidad» es el lema y frase que sale de la boca de Bryan para convencer a su pareja David a la hora de tener un hijo. El tema no es novedoso y “Modern Family” lo había aplicado perfectamente a la sitcom de renombre. Otra cuestión e indagación es lo que pretende hacer “The New Normal”: llevar el vientre de alquiler al choque familiar de una pareja gay con una madre soltera, su hija ‘plagiada’ de “Pequeña Miss Sunshine” y su abuela racista y homófoba…

Comienza, por poner un ejemplo reciente, a lo “New Girl” con una infidelidad de cama y abandono… para buscar la catarsis de su protagonista femenina… Después llegan los clarividentes líos… La sitcom que proponen Allison Adler y Ryan Murphy huele a almimbar pero la NBC necesita buena azúcar en su parrilla para atraer a esas moscas llamadas televidentes. Desconozco si “The New Normal” se la va a proporcionar… El piloto dice poco y no sé que van a hacer cuando ‘para la burra’… No son pocos y es buen medio-aliciente, sobre todo ese personaje despreciable que encarna Ellen Barkin, pero le falta algo más de ‘carne’ en el asador para evitar que el espectador lea demasiado fácil la serie de antemano.

El nuevo proyecto de Ryan Murphy no se sabe si busca la militancia gay y desea poner su piedrecita de color en la nueva parrilla de la sitcom de la NBC o escuetamente quiere indagar en el reverso de un creador indivisible e imprevisible: “Nip/Tuck”, “Glee”, “American Horror Story” y… ahora “The New Normal”… ¿Evolución ‘normal’? Está claro que lo anormal es ahora la nueva normalidad. Nos lo descubrió, por ejemplo, la reciente “Infiltrados en clase”, donde a la vuelta al instituto de dos agentes (Jonah Hill y Channing Tatum) descubrían que los viejos patrones y jerarquías sociales-adolescentes habían cambiado. Pero en esta nueva serie de Ryan Murphy los esquemas son tan clásicos en sus personajes, tramas y perspectiva que la sorpresa que reducida a una versión en clave de ficción de un reality yanqui a lo “The Real Housewives”…

Para algunos críticos y televidentes “The New Normal” puede aportar cierta ‘anormalidad’ a un chorreo de nuevas sitcoms otoñales de lo más ‘normal’, pero queda la sensación recurrente y constante de ser una serie de estereotipos de lo más corriente, estándar y ordinario. Bueno, en la ficción hay muy ordinariez y mucha ordinaria… pero los buenos son muy buenos y la villana es una bruja racista y homófoba que hará todo lo posible por arruinar ese mundo algodonado, lleno de color y felicidad y con referencias camp. No entiendo la polémica que ha generado…Me sé de carrerilla sus futuras tensiones sexuales no resueltas, sus escarceos sensibleros y e instantáneas que tal vez funcionarían mejor en un largometraje indie… Lo que queda claro es que demuestra, de momento y en el discurso ryan-murphyano, que a la pareja gay de “American Horror Story” les iba mejor…

Un reflejo es simplemente eso, un reflejo. Al otro lado no hay nada pero aparentemente es igual al objeto que se encuentra falsamente equidistante. Es la misma figura e imagen representada aunque realmente allí no hay nada. “En la ciudad de Sylvia” es la crónica de la evocación de un reflejo que nunca llega a materializarse. Mera simbiosis de lo que siempre ha sido el arte cinematográfico.

Se habla de inocencia cinematográfica, de regresar a los orígenes, aunque es algo que ya sabíamos: el cine contemporáneo se basa en observar más que filmar, o realmente filmar lo que el ojo observa, recrease en esa imagen perdida del cine de los orígenes; la fantasía de observar esas imágenes proyectadas que sabemos que realmente no están allí, que son simplemente un reflejo.

La película de José Luis Guerín funciona como el cuaderno de notas y dibujos de su protagonista: un boceto repleto de detalles y un juego de miradas donde aparece ese milagro cinematográfico que habíamos visto en películas como “Lonesome” o “Sunrise”. Esa evocación del reflejo y el tiempo son méritos de una propuesta que no es insólita pero que despierta el trabajo autoral que atesora con creces.