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Críticas de msuarezpamplona
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Críticas 32
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
12 de enero de 2014
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hou Hsiao-Hsien y su obra Dust in the wind ofrecen una particular y algo desesperanzada visión del futuro de la juventud del país. Problemas como la explotación laboral en el campo y el poco interés que genera el país en los jóvenes por los estudios son algunas de las claves que obligan a un chico de pueblo a trasladarse a la ciudad para conseguir dinero. Una vez allí, las cosas no son tan fáciles como parecen, sin embargo, su amistad con una vecina que también decide emigrar por trabajo y la esperanza de encontrar algo diferente a la mina en la que trabaja su padre le permiten seguir luchando por un futuro propio.

El autor nos muestra también una sociedad fría, con un sanidad privada e inaccesible, servicio militar obligatorio y un caos interior en las personas que les acaba forzando a tener que desprenderse de lo que más quieren. Mediante planos estáticos y largos, sentimientos contenidos y canciones un tanto irónicas, Hou Hsiao-Hsien crea un retrato de su sociedad y advierte de la falta de lógica que existe en muchos sistemas económicos. Un hecho que se ha agravado especialmente en un país que por su historia ha tenido que cambiar de un modelo a otro sin pensar en las consecuencias que eso tiene para el futuro de sus ciudadanos.
msuarezpamplona
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10
12 de enero de 2014
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al comienzo de Funny games, una familia de clase alta vuelve a casa entre prados verdes, ópera y juegos hasta que la armonía se rompe y la música cambia para advertirnos de que todo se tornará en una amarga pesadilla. En el caso de Nymphomaniac también sucede algo así. No existe música celestial, solo los sonidos rutinarios y habituales de un barrio. Sin embargo, estos simples ruidos desaparecen, al igual que en el juego musical del filme de Haneke, para dar paso, ahora, a Rammstein. En ambas obras entramos en una atmósfera de dilemas, dudas y descubrimiento en la que el espectador está obligado a participar o a abandonar la sala. Ni Lars von Trier, ni Michael Haneke van a permitir que nadie se mantenga indiferente.

Al citado inicio le sigue una serie de diálogos absolutamente fascinantes que nos van descubriendo los temores y obsesiones del propio autor. Me gustaría destacar una de las conversaciones, la que se centra en Edgar Allan Poe. Al igual que el otro genio de la literatura fantástica y de terror, Howard Phillips Lovecraft, Poe desarrolló todo un universo basado en los miedos más profundos del ser humano. La herencia y la influencia de los antepasados en nuestro comportamiento futuro se pueden ver en prácticamente la totalidad de relatos e historia de ambos autores y, por ello, es tan destacable que el momento en el que Lars von Trier habla del escritor tenga que ver con los últimos días que Joe pasa con su padre moribundo. Los pocos lazos que le unen con una persona más allá del deseo parecen desaparecer. Aún y todo, poco a poco veremos que Joe es capaz de crear nuevas relaciones, cuyo resultado en muchos casos todavía es una incógnita.

El personaje interpretado por Stacy Martin (Joe joven) tiene algo de aquella prostituta que nos mostró recientemente François Ozon en Joven y bonita. Al igual que ella, Joe avanza por un camino de autodescubrimiento en el que se debe definir entre sus límites y los tabúes externos. En el caso de Nymphomaniac el relato da un paso más, ya que al descubrimiento se une el juicio moral de una Joe madura y hundida (Charlotte Gainsbourg) que recuerda su juventud. Si en Joven y bonita el encuentro final con la mujer de uno de sus clientes (Charlotte Rampling) era el único punto de vista adulto en el que podíamos ver o imaginar los pensamientos futuros de Isabelle (la protagonista), en la obra de Lars von Trier es la propia Joe la que muestra su visión con respecto al pasado.

En el campo interpretativo no se puede más que alabar absolutamente a todo el reparto de la película. Stellan Skarsgård, habitual colaborador de Lars von Trier, mantiene una maravillosa ambigüedad entre conversador y voyeur. Uma Thurman y Christian Slater firman sin ninguna duda su mejor interpretación de los últimos años y Shia LaBeouf se desentiende por fin de su eterno papel de héroe impoluto de Hollywood. Por último, el dúo Gaingsbourg - Martin, donde recae la fuerza y la credibilidad del filme, es impecable. Los personajes femeninos de todo el cine de Lars von Trier muestran una aparente debilidad, en ocasiones por cuestiones físicas (como en el caso de Bailar en la oscuridad), psicológicas (Anticristo), morales/religiosas (Rompiendo las olas) o por simple indefensión (Dogville). Sin embargo, debajo de sus carencias sobreviven fortalezas mucho más relevantes que se alzan como la clave de las reflexiones del realizador danés. En este sentido, en Nymphomaniac no solo mantiene su trabajo con los personajes femeninos, sino que también recoge los juegos simbólicos con los que experimentó en su comedia El jefe de todo esto y la reflexión política que ya citó en 1991, con Europa, acerca del futuro moral de nuestro continente.
msuarezpamplona
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10
12 de diciembre de 2013
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
La gran belleza, de Paolo Sorrentino, vuelve sobre aquel hombre posmoderno que nos dejó Federico Fellini tras La dolce vita. Un ser abocado a la nada que es incapaz de llegar a ella. No puede comprender y mucho menos describir el concepto clave de su existencia, el vacío. Jep Gambardella (Toni Servillo) huye de la responsabilidad con cinismo en una Italia en decadencia que, por esa característica, hace juego con el resto de Europa. Gambardella es un escritor de éxito, desinflado por su única novela. Para él, la nada es un espacio de agotamiento, de fracaso, pero, aún y todo, por ese carácter inalcanzable le es apetitosa. Es aquello sobre lo que no consiguió escribir Flaubert.

La vida de Gambardella la completan una serie de peculiares personajes. Un amigo con ilusión de convertirse en escritor teatral pero dirigido y trastornado por la ausencia de vivencias amorosas, una pareja fracasada de sexagenarios que han perdido prácticamente cualquier asomo de romanticismo, una escritora aparentemente muy orgullosa de sus novelas de corte social pero enriquecida en parte gracias a su aparición en el mundo de la telebasura, o una bailarina de striptease cuarentona que sabe que su tiempo sobre el escenario del club nocturno regentado por su padre se está agotando. En su viaje por los contrastes de Roma, una ciudad de calles profundas y terrazas superficiales, también se relaciona con su directora de periódico, una mujer enana segura de si misma; la pareja de ésta, un poeta que solo escucha; un mago que hace desaparecer jirafas pero no personas; un misterioso vecino que vive de negocios sucios; y una anciana misionera, clave en la última parte de la película, entre otros.

Él es medianamente feliz en ese mundo. Trata su fracaso como intelectual con ironía y alcohol, y ve al común de los mortales con cierto respeto pero sin envidia. Aún y todo, hay dos cosas que no puede olvidar: Su primer amor, que cada día le visita representado en un gran mar azul en el techo de su habitación; y la pregunta de por qué no consiguió escribir otro libro. La ausencia de la gran belleza es para Gambardella su justificación para no volver a crear. De esta forma, vaga como un fantasma en el corazón de Roma, como una estrella que se ha apagado y necesita luz artificial para brillar, como Donald Sutherland bajando las escaleras al final de Casanova, también de Fellini. Ambos son dos hombres en épocas ajenas a sí mismos, destinados a la sensibilidad, que rememoran con melancolía aquella Italia de la que siguen enamorados.
msuarezpamplona
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10
9 de noviembre de 2013
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un momento político y social en el que el fatalismo y la resignación se han adueñado por completo de la opinión pública, existe todavía un lugar en el que se puede encontrar esperanza, futuro y libertad. Pero no esa libertad que definía Milton Friedman en la que la decisión personal, muy al contrario de lo que él supuestamente predicaba, valía bastante poco. Yo me refiero a otro concepto mucho más profundo, aquel en el que los seres humanos son capaces de evolucionar desde ellos mismos, de dentro a fuera, y no son prejuzgados por comportarse de una forma determinada.

De esa libertad es de la que nos habla La vida de Adèle, Palma de Oro en Cannes y posiblemente una de las mejores películas que se han hecho y se harán en esta década. La obra no es un discurso moralista y estandarizado acerca de la decadencia social, es mucho más honesta que cualquier manido argumento que salga de la boca de nuestros actuales dirigentes, es un grito a pensar en nosotros mismos como personas y no como instrumentos al servicio del capital. Abdellatif Kechiche nos dice que somos libres para amar, que podemos tomar decisiones y que serán esas decisiones las que marquen nuestra vida.

Puede parecer algo lógico, sin embargo, hoy nos encontramos muy alejados de realmente poder plantearnos las claves importantes de la vida. Se ha impuesto un sistema en el que se nos encierra en un círculo sin posibilidad de pensamiento. Cuando vamos a un acuario siempre encontramos una pecera alargada en forma de tubo en la que un gran grupo de sardinas dan vueltas sin descanso. La mayoría social se encuentra dentro de esa pecera, alienada con fútbol, cine de acción y comedias repugnantes, fuera de ella está el pensamiento, la crítica y el progreso. La pecera ofrece una moderada felicidad que, sin garantizar grandes expectativas, no defrauda a los conformistas. De esta forma, aún sabiendo que existe otro mundo fuera del acuario, muchas personas prefieren seguir dando vueltas, porque al fin y al cabo es lo que conocen. No quieren sentirse obligados a analizar si realmente es ese absurdo objetivo la razón por la que han venido al mundo.

La emocionante historia de Adèle, la cotidianidad con la que está contado el filme y las magistrales actuaciones de Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux son una llamada de urgencia a aquello que somos realmente. El amor, por encima de cursiladas y estereotipos hollywoodienses, es el sentimiento más fuerte, el que más libre nos hace a los seres humanos. No podemos vivir sin amar, igual que no deberíamos poder vivir sin pensar. Sin embargo, se nos ha vendido un amor superficial, terriblemente conservador, que está llevando a las personas a volverse absolutamente imbéciles. Es curioso porque se aceptan los pretextos de la actual pseudoliteratura adolescente hasta llegar a convertirse en éxitos en las carteleras, con estrellitas de un día y guiones de risa; pero, cuando un director nos habla de forma directa y franca del sexo, la gente se indigna, se asusta en la sala y provoca una debate ilógico sobre los límites de la representación.
msuarezpamplona
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10
10 de enero de 2013
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para que una película cumpla el verdadero objetivo del séptimo arte, debe establecer un diálogo entre el mundo que el autor muestra y el del propio espectador, sus vivencias y el contexto en el que vive. Este fin, que tiene su raíz principal en el arte y no en la industria, esclavizada por una enfermiza necesidad comercial, lo cumple de forma perfecta la última obra maestra de Paul Thomas Anderson, The Master. Esta es una de esas película que la vives, la disfrutas y conforme pasa el tiempo vas descubriendo mejor lo que te ha aportado como persona. Sin embargo, escribo esta crítica a los pocos minutos de salir del cine, emocionado por lo que ya he descubierto y por lo que segundo a segundo voy descifrando. Ni siquiera la impertinente llamada que ha interrumpido mi reflexión, puede apagar mis ansias de seguir pensando en la relación que existe entre el ser perdido, solitario y trastornado interpretado por Joaquin Phoenix (Two Lovers) y el líder carismático y egocéntrico que representa el personaje de Philip Seymour Hoffman (Antes que el diablo sepa que has muerto). Aunque su extraordinaria forma de trabajar haga que nos olvidemos, incluso, de que son actores que hemos vistos en otras películas.

Estados Unidos, en particular, y el mundo, en general, se mueve por el trabajo que aportan seres anónimos, a los que se les vincula con unos intereses globales y se les exige un trabajo, que se encamina cada vez más a convertirse en un medio vacío de interés, en vez de en un fin que verdaderamente dignifique a la persona. Freddie Quell (Joaquin Phoenix) es un ser que vaga, a vuelto de un infierno y no tiene ningún interés en desarrollarse como ser social. Por otro lado, está Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman) un polifacético líder de una creencia llamada La Causa, cuyos seguidores mezclan la paranoia con las dudas y con una buena ración de hipocresía. En cualquier sociedad actual de las comúnmente conocidas como desarrolladas se dan estas dos actitudes ante la vida, ya que mientras los superficiales principios que mueven a la gran masa social impulsan el aislamiento y la animalización de los individuos, a la vez promueven la aparición de seres inteligentes que se aprovechan de esa superficialidad para su propio beneficio. La película está inspirada en Ron L. Hubbard, fundador de la Cienciología, pero eso es lo menos, porque Ron L. Hubbard hay muchos y algunos son bastante peores que él.
msuarezpamplona
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