El guión hace aguas y las interpretaciones no ayudan demasiado, pero nos gusta ver este homenaje ultraviolento de Solo en casa. John Rambo estaría orgulloso de la versión psicopática de Macauly Culkin.

Fotografía superior a lo que vemos habitualmente en la serie B.

Telefilm italiano sobre escoltas y jueces amenazados por Cosa Nostra. La historia de Falcone y Borsellino, adaptada de manera muy similar por el propio Tognazzi años después, está siempre presente.

Lo mejor:

- La óptica recae siempre sobre la escolta y el juez. La mafia es invisible, pero está ahí.

- Realista y desmitificadora. No escatima en desesperanza.

Lo peor:

- Se nota la falta de medios.

Decía en la reseña de [•REC] que la televisión es ritmo y espacios reducidos. Pero la televisión es, también, rostros. Rostros amables, sobreactuados y simpát¡cos hasta la nausea. Rostros bellos y reconocibles, naturales. En [•REC] había un rostro. [•REC]² solo tenía sentido a través de ese mismo rostro.

No es necesario ahondar en los recursos utilizados para hacerlo posible. En los fastos promocionales ya somos avisados que MV está en la película. También hay cámaras al hombro, problemas de iluminación y niños. Lo que nos falta es todo aquel trepidante cine zombie que tenía [•REC].

La continuación de la vida y obra de la delirante niña Medeiros podría ser mejor. Podría, por ejemplo, no haber existido. [5]

Los dos hilos argumentales de la serie (la lucha contra los Yagyu y los trabajos que lleva a cabo Itto como sicario) se ven en esta ocasión separados en el tiempo: el asunto Yagyu forma parte del pasado y nos llega en forma de flashbacks. Este recurso, adecuado si se tiene en cuenta el carácter de prólogo de la cinta, produce dos efectos: por un lado cierta desconexión entre las dos tramas (Lone wolf no es El Padrino II), pero también dota la historia de algo menos de desenfreno. Itto no se verá obligado a luchar contra cada persona que se cruce en su camino. Por una vez, podrá priorizar su trabajo como asesino por encima de la mera supervivencia.

Por lo demás, la puesta en escena es la misma que en el resto de la serie: psicodelia propia de la época, desmembramientos constantes y la reducción al absurdo del Bushido, que sirve más para justificar extraños giros de guión que como filosofía de honor.

Lo mejor:
- Violencia samurai desatada y sin escatimar en crudeza.
- El peinado de Daigoro.

Lo peor:
- Han pasado casi cuarenta años y se nota.

En la reseña de Le horde dije que el apocalipsis zombie podía sorprenderte, entre otros lugares, en Gran Hermano. Hace una década ni siquiera sabíamos lo que era Gran Hermano, pero hace dos años nos enseñaron que es cierto, que tampoco dentro de Gran Hermano estamos a salvo de los muertos vivientes.

Las normas de programa prevén la posibilidad de que los concursantes sean informados de ciertos acontecimientos del exterior dependiendo de su relevancia. Es justo pensar que un apocalipsis zombie es uno de esos acontecimientos capaces de romper el aislamiento, pero a estos concursantes nadie les dijo nada. No hay que buscar culpables: todo sucedió muy rápido.

El primer episodio condensa lo mejor de la serie. La deliciosamente realista puesta en escena de Gran Hermano y el lento pero inexorable holocausto zombie se alternan con maestría en la pantalla. El resto de la serie se limita a explorar los tópicos del género desde su perspectiva única, aunque no sería justo menospreciarlos: el resultado es horripilante y brutal, como en los mejores ocasiones. Y, por una vez, bien fotografiado.

Solo un par de decisiones forzadas (y necesarias para redondear la serie con un impactante final) empobrecen el producto. [8,5]