Entrañable serie checa, aunque en coproducción europea tiene el inconfundible sello estilístico de la fantasía cómica checa, ese sentido de la parodia que no supone escarnio sobre el mito caricaturizado sino profunda devoción, conocimiento y verdadero amor. No solo tiene valor como artefacto nostálgico, encima mantiene sus virtudes casi intactas, con un sentido del humor irresistible, una fantasiosa cacharrería de tebeo y sobre todo una ternura auténtica, un poco “naïf”, un poco melancólica, que emociona limpiamente. Rebosa de ideas memorables y chocantes, especialmente el lo referido al Conde Drácula interpretado genialmente por un Ferdy Mayne recuperando la capa (dotada de todo tipo de artefactos tecnológicos) y los colmillos que lució para Polanski en “El baile de los vampiros) y cuenta con un reparto lujoso e inspiradísimo, con veteranas glorias como la sueca Viveca Lindfors o el legendario “Lemmy Caution” Eddie Constantine como borrachín genio del agua que pose una bicicleta montada sobre un descomunal siluro, amén de una estupenda Mercedes Sampietro de fantasma miope o un Jacques Herlin conmovedor como el desdichado Igor. En definitiva, más que recomendable, divertida en todo momento, a veces rozando la cursilería o lo tontorrón, rápidamente redimido por su imaginación e inteligencia y por lo genuinamente sentido de su discurso sobre la amistad y la rareza. Constantemente encantadora, repleta de detalles, guiños y referencias cultas y populares, rodada con mucho empaque...en fin, estupenda, eso si, la música horripilante.

Posiblemente la película más celebre del erotómano polaco Walerian Borowczyk (aunque la influyente "Interior de un convento" también tenga su importancia histórica) y disfrutable básicamente por su despendolado tercio final. En el se incluyen sus momentos más celebrados, centrados en la estupendamente visualizada ensoñación de la protagonista, con aire de cuento galante y guiños al cine mudo (la mímica de los actores, la enfática música de clavecín, la propia planificación, etc...), en la que una hermosa joven es perseguida en un primaveral jardín asilvestrado por la priápica bestia (en un diseño apropiadamente chapucero y demencial, una especie de gigantesco tejón salido), y en los ataques de furor uterino que en la heroína provocan estos delirios oníricos, destacando con fuerza la extrañamente hermosa escena de la masturbación con la rosa. Más allá de esto constatar la escasa pericia cinematográfica de Borowczyk y su más bien pedestre estilo visual o el constante aire vodevilesco, animado por apuntes satíricos y por la belleza de las actrices (las actuaciones son lamentables, hay que decirlo). Pese a contar con ciertas influencias de la "Trilogía de la vida" pasoliniana su objetivo no es otro que la escabrosidad comercial y el aprovechamiento del tirón del "erotic chic" y el "soft" que hacía furor en la cinematografía europea al rebufo del éxito planetario de la "Emmanuelle" del esteticista y relamido Just Jaeckin (que tendría poco tiempo después el mal gusto de desperdiciar nada menos que "Historia de O" en un film horripilante), lo que provocaría todo un sub-género dentro del ya abigarrado panorama de la época.

“Avant-garde” catódico para una de las obras mayores de la TV sesentera, una auténtica “edad de oro” del medio, siendo la eclosión finisecular de HBO y todo lo que arrastró, la “edad de plata”, en analogía comiqueril. Una maravilla audiovisual de increíble riqueza conceptual, que hermana a Kafka con el “pop-art”, el diseño “op”, la estilización de la paranoia de la guerra fría y mil y un referentes literarios y estéticos. Aunando sátira socio-política, cacharrería de ciencia-ficción y fantasía cruel, además de repasar con sentido lúdico todo tipo de géneros, desde el espionaje al “western”. Nacida del empeño personal del extraordinario actor Patrick McGoohan, ejerciendo en la recta final de la serie incluso de director y guionista, viene a ser una reformulación/secuela culterana y autoconsciente de la previa “Cita con la muerte”, en la que McGoohan daba vida al infalible agente secreto John Drake, retomado aquí como una versión destilada del personaje, un número que quiere ser un individuo, un rebelde en una sociedad cuadriculada, un hombre que sencillamente no quiere contestar. Todo el invento desborda sofisticación y genialidad, con ese Número 2 siempre distinto o su asombrosa escenografía entre el balneario “art decó” y un interiorismo por completo lisérgico. Una obra maestra que comprensiblemente fracasó víctima de la incomprensión, provocada por su estilo brutalmente abstracto y la intelectualización de todos los elementos que proponía, pero permanece como pieza de culto capaz de llevar al extremo los postulados absurdos y la inteligencia juguetona de clásicos como “Los Vengadores”.

Una de las mejores películas de uno de los directores más injustamente olvidados de su tiempo, Phil Karlson. Maestro del cine más intenso y más barato que adapta en esta ocasión una novela de George Simenon (que desconozco). Un esplendido Richard Conte es un hombre de negocios, antiguo contable del Sindicato del Crimen lastrado por todo tipo de lazos afectivos con el jefe de la organización para la que aún trabajan sus hermanos. Cuando estos fallen en un trabajo, Eddie Rico será reclamado para buscarles. A partir de aquí comienza una carrera frenética hacia la nada, fatalismo americano y culpa de serie-b. Karlson afila un film moral, penetrante y vertiginoso sobre la manipulación, la traición, la maldad y la búsqueda de la redención. Sobre como el pasado se arrastra como una lápida encargada por anticipado.
Violenta (incluyendo un sorprendente disparo en el cráneo), demoledora y abrasiva. Tanto que casi se le puede perdonar su pactista final (imposible eludirlo en la época por otra parte), un reducto de esperanza instantánea, tanto para el espectador, saturado de tanta amargura, como para el propio protagonista, inductor de la muerte de todos aquellos a los que intentaba salvar.

Un crucero de lujo es víctima de un sabotaje. Una bomba en sus entrañas está a punto de estallar. La intriga se dividirá entre un grupo de artificieros que tratarán de desactivarla (Harris, Hemmings) y los armadores y la policía que investigan en tierra quién es el terrorista. Lester toma los estilemas del cine catastrófico setentero (reparto multitudinario y estelar, espectacularidad aparatosa etc...) y los retuerce en base a un brillante re-planteamiento apuntalado con restallantes diálogos, buenas interpretaciones (Sobre todo un Richard Harris genial que ademas tiene las mejores frases) y un argumento repleto de ingenio y suspense que nunca decae. Si entre los pasajeros del barco se cruzan amoríos, comedia y personajes variopintos interpretados por rostros conocidos típicos del sub-género, en las bodegas con los artificieros y en tierra con la persecución contrarreloj la intriga avanza "in crescendo". El tramo final y en especial sus paroxísticos últimos minutos te dejarán sin uñas.