Es una película para relajarse y sólo disfrutar. Si la rivalidad humana puede ser despiadada, que el conflicto sea entre tres mujeres, les permite hablar un mismo lenguaje. Se desarrolla una guerra con la lejana Francia, pero la contienda que en palacio se desata es también implacable.

Rachel Weisz le da a su personaje el matiz direccionado dejando en claro que se siente "reina de hecho" con sus manejos, aunque la llegada de su prima le generará nuevos desafíos para no perder privilegios al lado -y un poco más- de la reina. Olivia Colman es la reina Anne, y conmueve con su vulnerablidad y falta de capacidad para llevar adelante su rol gubernamental. Pareciera que sólo espera que alguien le abra las puertas para simplemente irse a contemplar pasar las nubes. Siente cierto regocijo por sentirse disputada, aunque la última soledad en la que vive es muy dura. Quien sorprende con su Abigail es la talentosa Emma Stone. Su prioridad es sobrevivir, y cuidar de ella misma como única opción. Es tan buena su labor que no la transforma en un ser vil, sino que despierta empatía porque se la sabe golpeada por la vida.

El director Lanthimos es tan inteligente en su obra, que el espectador participa en esa visión panorámica de los hechos, y todas las escenas se desenvuelven como una danza. Existen dos elementos que se transforman en personajes decisivos: la música que surge "desde adentro" de esas historias, palpitando y marcando las disonancias de las almas. Y LA LUZ! En su máxima diafanidad, o en esas penumbras de los interiores que cobijan misterios y que al revelarlos, cambiará el curso de cada vida.

Se tiene la sensación de estar asomada al túnel del tiempo y contemplar el mundo en las postrimerías del siglo XVIII. El sol implacable con sus vestidos pesados, creados para el clima inclemente de la España con nieve pero tan inadecuados para una Asunción polvorienta como tantas otras cosas...pelucas que se van convirtiendo en madejas desgreñadas, documentos intrascendentes, ambiciones desmedidas para un entorno despojado... Y ese estado de "ser de otro lugar" se ve reforzado por la lengua que hablan los originarios y a la que no se accede. Barreras que dejan afuera y un mundo al que tampoco se quiere ingresar. Sobrevuela esa espera de Zama, como un Godot que no recibe respuestas y que manotea su futuro, presintiendo que no hay esperanzas.

Durísimo relato. Transita aquello que está resguardado por la decisión voluntaria? involuntaria? de no ver lo traumático para sobrevivir. Pero que va marcando toda la vida posterior en las elecciones y maneras de encarar las relaciones de la protagonista con el otro sexo. Sin golpes bajos, va desnudando el camino que Jenny realiza a partir del deslumbramiento por dos personas que la van envolviendo aprovechando sus descontentos. Pero lo que más sobrecoge, es la manipulación despiadada de estos adultos que van horadando la inexperiencia; la indefensión de quien no tiene armas para darse cuenta de cómo la van envolviendo hasta asfixiarla. Duele e indigna. A nivel actoral son impecables los trabajos de Laura Dern y de Elizabeth Debicki. Pero es inevitable quedarse angustiada.

Una historia pequeña de una escritora que con su identidad no logra trascender..mientras las cuentas por pagar se acumulan. Y lo que comienza como una valla que se salta por única vez , de pronto falsificar cartas se convierte en algo muy redituable. Melissa McCarthy logra darle al personaje la mezcla de rechazo a su Lee Israel tan hosca y antisocial, pero también despertando compasión por su deseo de tener oportunidades. No es que simplemente busque fraguar escritos, sino que es su posibilidad de zambullirse en identidades ajenas y "hablar" como ellas. Richard Grant es querible en su desamparo pero tal fuera más creíble si en sus intervenciones no quisiera convencer permanentemente de que es buen actor. De igual forma, la música es demasiado obvia remarcando innecesariamente los climas que se están viendo.

Una película que por momentos parece un documental acerca de la zanja que separa a los que tienen dinero y los que no en las cercanías del Disney World de Orlando. Halley está del lado de los que sobreviven como puede, mostrándose con la inconsciencia de una niña grande en sus berrinches y en no hacerse cargo de responsabilidades. A ella la mira -y copia- su hijita Moonee y por momentos son dos niñas jugando y "zafando" por un día más. Y si hay una imagen que representa la mirada de la pequeña, es ese árbol que ella adora, que aún caído sigue creciendo. El gran Willem Dafoe, desde su perspectiva de gerente de este complejo habitacional, todo lo ve y es enorme en su "estar" planeando por sobre estas historias de quienes no son los turistas llenos de dólares que simplemente pasan sino de los que están del otro lado del mostrador y sin ninguna magia Mickey Mouse. A veces da la impresión de que el director no tuvo coraje para editar, quedándose enamorado de escenas simples... alargando innecesariamente. Pero es una buena historia donde tras la algarabía, siempre hay un tono de tragedia latente.