Los cuentos románticos clásicos han representado durante siglos unas creencias y modelos preestablecidos en las relaciones de pareja entre un hombre y una mujer. En un tiempo en que estas estructuras tradicionales están cambiando, la francesa Agnès Jaoui nos trae un relato audaz, a dos tiempos entre la fantasía y la realidad. “Un cuento francés” es un homenaje al romanticismo, pero también a las mentiras sobre el mismo.

Un “ceniciento” que deja la fiesta corriendo y pierde un zapato, una Bella Durmiente drogada o una Caperucita Roja que se enamora del lobo feroz. Quizás suene un poco extraño, pero eso es lo que nos enseña “Un cuento francés“, la decadencia de los personajes clásicos en el mundo actual. Y no es que Agnès Jaoui intente moralizar a su público a través de cuentos infantiles, sino que son su arma para contarnos una historia de amor llena de altibajos. Unos altibajos enormes, hay que decir, puesto que la pareja protagonista la conforman dos jóvenes con la cabeza llena de pájaros.

La directora nos propone un juego de ambientes. En la vida de Laura, la protagonista, todo es como una ficción, y así lo reflejan las miradas, los gestos y la música. Llegamos a ver incluso un arranque de pasión con canción latina de fondo incluida, cual telenovela mexicana. En cambio, la vida de sus padres y allegados se enfrenta a la realidad de los divorcios, el trabajo, los hijos y demás problemas cotidianos. Aquí ya no hay música ni polvo de hadas, sino las luces y sombras de la vida ordinaria. Jaoui sabe encajar muy bien estas dos realidades, aunque no llega a desarrollarse en una armonía perfecta.

De hecho, la película en su conjunto carece de equilibrio, y se puede confundir como una más a la lista de comedias románticas a la que nadie prestará atención. Y aunque el film destaca por un guion ágil y entretenido, premiado en el SEMINCI, en su conjunto no emociona. No obstante, “Un cuento francés” nos sumerge en los numerosos mitos que la cultura y la sociedad han creado en torno a los conceptos de “amor” y “desamor”. Jaoui parece decidida a mostrar cómo las mujeres en particular nos hemos visto afectadas por estos modelos, estas ficciones que hemos asumido y con las que hemos soñado tantas veces. Por ello Laura tiene esa necesidad de estar con alguien, cree enamorarse a primera vista, confundiendo la atracción con el amor. Y por ello necesitará una bofetada para despertar de su sueño de Bella Durmiente, de la ilusión de un romanticismo caballeresco que pocas veces acaba comiendo perdices.

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Amantes de las cosas simples, absténgase de esta película. Nacho Vigalondo nos trae con “Open Windows” una experiencia visual tremenda, nos hace saltar de pantalla en pantalla, una acción que realizamos cada día en nuestro ordenador pero que Vigalondo transforma en un relato multidimensional trepidante y entretenido. Si es creíble o no lo que vemos, eso ya es otro cantar.

La privacidad es uno de nuestro bienes más preciados, algo que hasta hace poco no se nos podía arrebatar. Pero la irrupción de las nuevas tecnologías, más invasivas en nuestro entorno, ha cambiado la manera de mirar las cosas, incluso de vivirlas. No es de extrañar pues que las películas se hagan eco de estas nuevas costumbres, y busquen darle la vuelta a los avances y convertirlos en miedos. Algunos convertidos en comedia (“Sex Tape: Algo pasa en la nube”, 2014), otros, como “Open Windows”, convertidos en thriller de suspense.

Ahora bien, no creo que el objetivo del film sea advertir de lo peligrosa que puede llegar a ser la tecnología – es algo que sabemos de sobra -, sino el crear una obra llena de perspectivas, de visiones encontradas y concentradas en la pantalla de un ordenador. La trama de “Open Windows” se va abriendo poco a poco, cada vez más compleja, cada vez más surrealista, pero cada vez más emocionante. Una trama en la que, por otro lado, encontramos alguna brecha de incoherencia, y en la que Elijah Wood y Sasha Grey, protagonistas del film, quedan colapsados por el aspecto técnico, siendo posiblemente lo menos destacable aunque cumplan con su papel correctamente. Aún así, la capacidad de los personajes para recomponerse en este caos informático es de destacar, ya que, como confesaba el propio director, apenas estuvieron juntos físicamente en la misma habitación, y su punto de mira era en todo momento la nada.

Vigalondo vuelve a hacer gala de su capacidad para crear puzzles, aunque recomponerlo puede no resultar tan fácil. Un film interesante y dinámico, “Open Windows” hace gala de una gran innovación narrativa y una sorprendente capacidad para mantener los ojos fijos en ella.

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Woody Allen y John Turturro, director del film, interpretan a dos hombres que buscan dinero ofreciendo los favores sexuales del segundo con la ayuda a comisión del primero. Sus apuros económicos los abocan a esta situación, o al menos eso se usa de justificación, porque “Aprendiz de gigoló” no es precisamente una película sobre las penurias económicas de estos dos hombres neoyorquinos. Parece que Turturro se propone adoptar el papel de salvador de las mujeres solitarias, casadas o viudas, esas mujeres “vulnerables” como él mismo las califica. Por ello en algún momento del film siente un conflicto moral por aprovecharse de ellas… ¿Cómo sería esta película intercambiando géneros?

Probablemente el mundo que rodease a la ‘puta’ (término mucho más duro que ‘gigoló’, ¿eh?) sería desgraciado, oscuro, seguramente relacionado con las drogas y proxenetas esclavistas. Todo lo contrario que “Aprendiz de gigoló”, donde Turturro vende su cuerpo y su supuesto encanto a mujeres ricas y hermosas como Sofía Vergara o Sharon Stone, que casi se desvanecen ante él. ¿Alguien cree que esto sea realista viendo a John Turturro? Parece como si el realizador neoyorquino se hubiera construido su alter ego en pantalla, con el que incluso comparte su afición por la cocina. Desconozco si se representa a él mismo, a la persona que creen que es o a la persona que cree que es – como diría Alphonse Karr. Turturro se escribe y dirige una historia para él mismo, y obtiene como resultado una de sus peores películas.

Lo único que salva a “Aprendiz de gigoló” de convertirse en una comedia romántica con poca gracia son las referencias a la diversidad religiosa y étnica de Nueva York. Además, la mano amiga de Woody Allen está latente en el film, que nos causa simpatía pero no empatía.

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Este viernes se estrena en la cartelera nacional una de las últimas joyas del cine argentino. Recibida con gran apoyo de la crítica y público tras su paso por Cannes, San Sebastián y Sitges, “Relatos salvajes” llega a las salas españolas con un objetivo: hacernos ver el lado más violento de nosotros mismos mediante diferentes historias independientes, pero igual de extravagantes.

Ya era hora de que una comedia así destacase en los mejores festivales internacionales. Aporta frescura a un panorama centrado en el drama y los existencialismos, sin pararse a pensar que las tragicomedias de humor negro como esta cumplen una doble función importantísima: entretener y hacer reflexionar. Pensémoslo bien, ¿qué caracteriza más a nuestras distintas sociedades que el uso de la violencia? La misma coacción del sistema contra los más débiles, de los adinerados contra los trabajadores de a pie, de los poderosos contra la dignidad de los menos favorecidos. Esa violencia latente, la que no se ve venir con un puñetazo, sino a golpe de injusticia. Esta vulnerabilidad nuestra es objeto de una agresividad injustificada y que hemos normalizado con inusitada pasividad. “Relatos salvajes” recopila esas reacciones que todos escondemos bajo la impotencia ante un mundo que nos agrede. Sus personajes sacan su instinto más animal, ese que hemos perdido por el camino mientras buscábamos el mando de la televisión. Parece que estamos asistiendo a una involución de nuestro sentido de la reacción ante los abusos, atrapados en una jaula invisible llamada capitalismo.

Pero Damián Szifrón, director del film, indaga más aún en esa naturaleza humana violenta, que no solo se reprime con la exasperante burocracia, sino también en nuestras relaciones personales. La venganza es uno de los motores que mueve “Relatos salvajes”, provocando las situaciones más sorprendes e inesperadas. Una no puede dejar de mirar la pantalla. La extrovertida naturalidad con la que todo discurre te conecta con los personajes, vives lo que ellos, sientes su ira. Seis historias que estallan en un sinfín de fantasías vengativas que todos hemos protagonizado alguna vez en nuestros sueños… o quizá en la realidad. En cualquier caso, la habilidad con la que esta película argentina te provoca risa y horror a la vez la hacen una cita ineludible en los cines este fin de semana. No en vano representa a su país en la próxima edición de los Oscar de Hollywood.

Las personas en nuestra fase más desatada, eso nos cuenta. Una liberación de la rabia contenida que nos consume. Esta película saca nuestro lado más salvaje, el de la venganza y la rebelión. Szifrón materializa esas ansias asesinas que la mayoría de nosotros reprime, pero no olvida.

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“I Origins” es una de esas películas que llegan. Es un constante ensayo sobre la relación entre la fe y la ciencia, que se desenvuelve de forma sorprendente en todas las etapas de la misma. Habla del amor, de la espontaneidad y la madurez, de cómo las cosas se tuercen sin apenas darnos cuenta, para después divagar sobre si fue cosa del destino o si rompimos la cadena sin más. Habla del cambio, de elegir tu camino personal y profesionalmente, y aceptar que nunca se puede dejar de aprender. “I Origins” es una historia emocionante, cuya primera parte parece estancarse, para después dar un giro inesperado que tuvo a la audiencia expectante. Una búsqueda, de uno mismo y de la verdad, si es que la hay. El film nos cuenta la historia de un médico obsesionado con los ojos, con estudiar su evolución y demostrar que la Iglesia se equivoca al ponerlos de ejemplo en su negativa de la teoría de la evolución. Esta premisa avanzará hasta una investigación fascinante que plantea hipótesis sobre la teoría de la reminiscencia y la conexión que nuestros ojos tienen con ella. Simplemente apabullante, desprende emoción y sensaciones y equilibra la temática del Festival de Sitges, que poco a poco ha dejado de encasillarse en el cine de terror. Aunque quizás este hecho sea criticable por muchos de sus seguidores.

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