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Críticas de townshend1988
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Críticas 24
Críticas ordenadas por utilidad
7
27 de marzo de 2012
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un momento de la grabación del documental Let it be, que Martin Scorsese recoge para su película sobre la figura de George Harrison, se ve al guitarrista discutiendo con Paul McCartney durante las sesiones de grabación del disco. “I’ll play whatever you want me to play, or i won’t play at all if you don’t want me to play”, dice George en medio de una discusión sobre un tema de McCartney, en una de las crecientes trifulcas que muestran las fisuras que en aquel momento ya habían resquebrajado completamente los antaño fuertes cimientos de un grupo antológico como el cuarteto de Liverpool.

Lo relevante de la disputa es que George era un elemento tan importante en la estructura como lo eran John Lennon y Paul McCarntey, no ya como elemento conciliador entre ambos genios creativos en constante fricción, como atestiguan muchos de los entrevistados por Scorsese, sino como el compositor de temas tan importantes como “While my guitar gently weeps” o “Here comes the sun”. Harrison estaba condenado a ser el tercero en discordia mientras iba almacenando temas que conseguía introducir en los LP que seguían saliendo al mercado. Si bien es cierto que la primera canción que escribió, “Don’t bother me”, podría ser considerada una declaración de intenciones, y aunque imbuyó a todo el grupo de sus creencias orientales y las introdujo en cierta medida en la discografía del grupo (el sitar en “Norwegian Wood”), su aura de misterio le concedía una imagen característica de cara al público de la que, en el momento de la bronca con Paul parecía querer deshacerse para desempolvar todas sus partituras relegadas al olvido.

A lo largo de su larguísimo metraje (dos partes de hora y media cada una), Martin Scorsese nos introduce con reverencial devoción, esa pleitesía que el director tiene por los mitos de la década de los sesenta, en la vida y obra del Beatle más introvertido y señalado vulgarmente como “raro”. Se ha acusado al director de ser extremadamente cándido a la hora de construir su discurso, y que esto podría deberse a que el documental esté producido por la segunda esposa de Harrison, pero lo cierto es que Scorsese no evita ningún tema espinoso, ni obvia episodio traumático alguno. Tenemos relatada y documentada la difícil relación entre Clapton y Harrison, los escarceos con las drogas del músico y sus compañeros y, por qué no, la habilidad paisajística de un guitarrista retirado.

El hecho de que algunos entrevistados no puedan contener las lagrimas ante el recuerdo de George Harrison diez años después de su muerte, da buena cuenta de la impresión que dejó su personalidad en los que le rodeaban, así como en Martin Scorsese, que se ha ocupado de dedicarle este sentido homenaje.
townshend1988
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7
2 de febrero de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante los años noventa eran muy comunes las producciones destinadas al consumo familiar en las que un grupo de niños poco agraciados en sus dotes deportivas (y también físicamente, para qué engañarnos), gracias al liderazgo de un entrenador generalmente muy campechano, conseguían superar sus inseguridades y confiar en sí mismos y en sus propias posibilidades. El caso más paradigmático es el de The mighty ducks 1992 (“Somos los peores” en España), donde el entrenador además de llevar a cabo la consabida gesta, se enamora de la madre de uno de sus jugadores y restriega el triunfo al nazi del hockey sobre hielo que atormentó su niñez como jugador.

Moneyball no es el reverso tenebroso ni supone un giro de 180º con respecto a la película protagonizada por Emilio Estévez. Es más, hay ciertas coincidencias en ambas estructuras y lo que está bastante claro es que el deporte es el telón de fondo para hablar sobre otros temas. Quizás a los profanos nos cueste entender la labor de un pitcher, y aún así acabamos interesados por la gestación del equipo de béisbol de Oakland en el año 2002. Y es que Moneyball no es una película sobre Beisbol, como The Damned United no lo es sobre fútbol, sino sobre las personas que están detrás del deporte, que sufren como los jugadores en el campo, que sienten sus mismas inseguridades y son igual o más responsables de los éxitos, medallas y trofeos cosechados. Lo que ocurre es que en las películas de la factoría Disney todo debe de ser feliz y digestivo, dando esperanzas hasta el más incapacitado de los chavales, un escenario demasiado condescendiente para ser extrapolado al universo del deporte de alta competición. La película de Benett Miller pormenoriza los quebraderos de cabeza que supone un equipo de primera línea en una liga seguida por millones de personas en todo el mundo, donde se mueven grandísimas sumas de dinero y por supuesto, no hay lugar para ser benévolo con el que no vale para el trabajo. “Te hemos traspasado a otro equipo”, rápido e indoloro.

Billy Beane (excepcional Brad Pitt) conoce de primera mano las leyes que rigen las grandes ligas y el deporte de competición, y se encuentra al mando de los Oakland Athletics, un equipo competente cuyas lagunas presupuestarias provocan año tras año una fuga de talento hacia la competencia. El reto de Bean, con la inestimable ayuda de Peter Brand (Jonah Hill), consiste en formar un equipo competitivo a bajo coste, una oportunidad para experimentar con las reglas no escritas de la contratación de jugadores, copadas de prejuicios y nada científicas. ¿Estará pasando lo mismo en España con el Levante?
townshend1988
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6
18 de octubre de 2009
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ágora es un ejemplo de cómo el devenir de la historia siempre ha estado inevitablemente ligado a la existencia y proliferación de las religiones. En los albores del fin del imperio romano, Amenábar nos traslada a Alejandría, un reducto en el que el pensamiento científico resiste a duras penas los embites del fanatismo religioso y su alergia al progreso. Lo que presenciamos no es una crítica abierta al cristianismo -siglos antes eran los cristianos los perseguidos por las autoridades politeístas y devorados por leones en la arena del coliseo-, sino una representación de la barbarie que provoca la utilización de las creencias como arma arrojadiza, y la tergiversación e interpretación interesada de los escritos religiosos para oprimir al prójimo y llegar a ostentar el poder. La religión es el pretexto utilizado para la opresión, pero quizás si no existiera credo alguno, la naturaleza humana buscaría algún subterfugio con el cuál derrocar a la autoridad vigente para ocupar su lugar. Cualquier excusa es buena para criminalizar y desatar el caos.

Alejandro Amenábar muestra el cúlmen del integrismo irracional y devastador en la destrucción de la biblioteca de Alejandría por parte de una turba enajenada de cristianos, mostrando así la obediencia ciega con la que el rebaño brinda a su pastor. Así ardió la sabiduría conservada en cápsulas y concentrada en un único edificio, para beneficio de la autoridad religiosa a la que le privilegiaba el mantenimiento de los cánones; un inmovilismo que se asemeja a la quietud que presenta la impronta de las escrituras bíblicas. Recelosos del progreso -y de que enuncie verdades irrefutables-, prefieren oponerse a él y sumir a sus súbditos en un régimen de terror y sumisión a través de la fé.
Y allí se encontraba Hipatia, una científica adelantada a su tiempo que, por el hecho de tener como único credo el científico, era susceptible de ser considerada una bruja impía, sucia y pagana. Ser mujer era además un agravante de su mala condición. Habría así de luchar por sus principios, e investigar hasta la saciedad en un contexto que le era adverso, rodeada de un vulgo azotado por la miseria, las enfermedades y en una permanente carestía de vida. En un tiempo en el que la muerte estaba presente y acechaba contínuamente, el modo de enfrentarse a ella, y por tanto la religión, eran de una importancia capital, de esta manera, las gentes eran fácilmente manipulables por sus autoridades religiosas. No se sometió Hipatia a ellas, y así narra Amenábar su lucha y su pasión por la filosofía, la ciencia y la verdad.

La recreación de la Alejandría es una maravilla, y la ambientación es exquisita. Un largometraje dirigido con maestría y en definitiva, la historia de una mujer que merece ser contada.
townshend1988
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5
31 de marzo de 2009
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esperaba bastante más de Fast times, teniendo en cuenta que el jovencito enamorado del rock and roll Cameron Crowe había escrito el guión y que podría ver a Sean Penn en un registro al que no nos tiene acostumbrados. No pretendía encontrar el sentido de la vida en la cinta, pero recientemente había visionado "Las alucinantes aventuras de Bill y Ted" y creí ver en esta otra ese espíritu de comedia ochentera delirante y, si pudiera ser, con algo de buena música.

Un chasco al ver que lo que hicieron en 1982 lo podría hacer ahora cualquiera. Me quedó ese regustillo a la década en la que nací y Penn, que tenía algo de gracia (no es ni mucho menos el protagonista, por mucho que lo pongan con cara de tonto en el cartel).
townshend1988
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7
22 de marzo de 2009
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quien diga que Bill Murray es el mejor transmitiendo sentimientos y emociones a través de su cara de póker es que no ha visto a Richard Jenkins en The Visitor. El impacto en el espectador de tamañe interpretación se incrementa por el hecho de haber visto a Jenkins, película tras película, interpretando papeles secundarios de manera correcta, pero que nunca eran suficientes para apreciar el talento que ha puesto de manifiesto dirigido por Thomas McCarthy.

La elección del protagonista es más que acertada, y sólo hace falta poner la cámara delante de ese profesor amargado para empatizar con él de manera instantánea (seguro que durante el visionado de la cinta alguno se ha puesto a aporrear el tambor valiéndose de cualquier tipo de mobiliario para ello). Una historia sobria pero sincera, en el que se trata el tema de la inmigración en Estados Unidos de una forma humana, sin penetrar en el espinoso terreno legal, desde los sentimientos y no desde los despachos. El amor, la amistad, el entendimiento entre culturas y sobre todo la vida son los pilares que sostienen un gran trabajo. Jenkins pone la puntilla, y no habría sido nada descabellado concederle una estatuilla por ello.
townshend1988
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