El cine asiático trae consigo un condimento especial: La originalidad de sus ambientaciones históricas, en este caso la segunda invasión manchú a Corea.
Un película de arqueros y no estamos en los bosques de Sherwood de la Inglaterra feudal, sino en la Corea del siglo XVII. Un caballero de una familia caída en desgracia y maestro en el uso del arco, emprende una titánica persecución en solitario de un grupo de guerreros manchúes que llevan de esclava a su hermana. Lo que sucede es un persecución donde el cazador pasa a ser cazado y en donde la habilidad del uso de las flechas decidirá la suerte de sus protagonistas.
Esta es una típica película de acción de una ritmo intenso y entretenido.

Un tren que encierra la perfección de la vida dentro de sí, un tren eterno que completa un recorrido infinito a un mundo finito. Pero esa misma perfección que sustenta la vida encierra su propia imperfección, pues recrea el cruento mecanismo natural del equilibrio de la vida. Pero aquí no es la selección natural ni los caprichos del destino quien establece las reglas de la existencia. En un espacio forzosamente pequeño han de subsistir entre luchas e injusticias los últimos herederos de la tierra, los últimos hombres vivientes.
La idea de por sí es buena, y que un director como Joon-ho Bong (Gwoemul 2006 también conocida por “The Host”) es alentador. Nuevamente el cine surcoreano nos esta trayendo aire fresco, nueva vida a las producciones. Hay una apuesta a las situaciones dramáticas donde se explota la propia sustancia del suspenso, y cosas extrañas abren paso a un nuevo enamorarse del cine. A destacar el personaje de Kang-ho Song. Entretenida hasta el final.