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España España · málaga
Críticas de nachete
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Críticas 255
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
31 de julio de 2010
17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película es una especie de variación teen, perversa y más o menos sofisticada de Repulsión (la aversión al sexo de Mandy Lane), en un marco de slasher de nuevo cuño que, valiéndose de un planteamiento formal de sensibilidad netamente posmoderna, intenta conectar esa vena de terror puro que la sostiene con una cierta reflexión sobre el angst adolescente contemporáneo que sorprende por inesperada, ahora que vivimos en unos tiempos en que tragedias como las de Columbine parecen explicar mucho mejor la anemia existencial de esta juventud ahogada en el vacío que decenas de tratados de psicológos y pedagogos.

Esta lectura puede sonar algo rebuscada, pero basta atender al modus operandi (indolente, amoral) del asesino y a la verdadera falta de motivación que inspira su masacre para darse cuenta de que algo hay de esa confusión y de esa rabia exorcizada a través de la violencia. Asimismo, la sensualidad de sus imágenes (excelente la fotografía de Darren Genet y la labor de montaje de Josh Noyes) nos remite a una fascinación por la incógnita teen, por su hedonismo desolado y vacío, propia del cine de Larry Clark, de quien parece asimilar el gusto por el gesto nostálgico y agridulce, por esas luces tristes de atardeceres y amaneceres.

Todo esto, no obstante, no debe hacernos olvidar que estamos básicamente ante un slasher de los toda la vida, rejuvenecido narrativa y estéticamente, sexy, perverso, violento (a ratos dolorosa, hipnóticamente violento) e improbable, con un personaje bombón -Mandy- al que uno no llega a conocer del todo, ni falta que hace. Pese a la narcótica plasmación audiovisual, pese a guiños y momentos incómodos que invitan a la reflexión, lo que finalmente cuenta es la diversión y poder pillarnos en un renuncio tan malicioso como absurdo. Incomprensible y divertido. Como la propia Mandy Lane, como la propia película, una pequeña gema lógicamente infravalorada.

Lo mejor: su tono sensual (un poco MTV, pero envolvente) y Amber Heard.
Lo peor: tomársela demasiado en serio (o demasiado en broma).
nachete
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5
29 de julio de 2010
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta curioso seguir la trayectoria del latino Sebastian Gutierrez, autor total (todos los guiones de las películas que ha dirigido son suyos) que se mueve a trompicones por las derivas del cine de género -del policial cool de su debut al vampirismo macarra de Rise- intentando, imagino, encontrar o formular una voz propia. De momento, lo más distintivo de su sello es la presencia inevitable de su musa y pareja sentimental, la bella Carla Gugino, que aquí vuelve a protagonizar otro de los extraños divertimentos serie B de Gutierrez tomando como punto de partida la mitológica figura de la sirena.

Pese a despojarla de aquello que lleva más asociado (los cantos hechizantes, sustituidos para la ocasión por telepatía y control mental), lo cierto es que el autor de El beso de Judas ha acometido la exploración del mito desde una perspectiva bastante fiel, respetando la idea (lovecraftiana) original que contemplaba a la sirena como monstruo bello y voraz, una raza primigenia de antropofágicas mujeres pez -antes pájaro- ocultas en los mares a la espera de marinos extraviados que les sirvan de alimento. No seres esencialmente malvados, sino presas de sus instintos, seres trágicos capaces de ceder, no obstante, a la compasión.

Uno, siendo sincero, poco podía esperar de la película viendo la pésima nota media que la acompaña y su infausto cartel, pero esa apariencia de cutre estreno directo al videoclub se revela engañosa. Es cierto que los ataces en off y los feos tintados en rojo desnudan la escasez presupuestaria del proyecto, pero no lo es menos que la película es casi siempre sugerente y entretenida, que engancha ya desde el freakshow inicial y que está bien atada en lo argumental, que Carla Gugino la sostiene con entereza gran parte del metraje y que éste ofrece guiños al fan fatal de los misterios naúticos (la llegada al mar de los Sargazos, que el barco en el que navegan sea el Marie Celeste) que a mí, apasionado de los secretos que se calla el mar, me han sabido estupendamente.

Sí, uno hubiera preferido que fuera algo más atrevida en lo sexual (pese a una escena onírica de bestialismo bastante bizarre) y más gráfica en el tratamiento de la violencia, pero mejor centrarse en la trama y la atmósfera que recurrir a chunguísimos efectos especiales creados por ordenador. Vale que el tramo final es un poco risible, pero el monstruo tampoco produce vergüenza ajena. En fin, que yo la he disfrutado. Un placer ¿culpable?

Lo mejor: Carla Gugino y que se pasa en un suspiro.
Lo peor: que todo lo heavy transcurra en off (y la facilona cita a Alien).
nachete
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7
30 de junio de 2010
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Duro ensayo sobre la codicia y el precio del éxito, Un hombre fuerte hurga con habilidad en las pasiones más bajas del individuo sin permitirse apenas un poco de luz: todo es irrespirable y tenebroso, hasta la propia ciudad, hasta el propio ruido del triunfo y del dinero; todo resulta amenazador, turbio, tan grotesco como un lienzo de George Grosz. Y, por ello mismo, también terriblemente humano. Es cierto que el desarrollo del relato es más o menos previsible, o que los intertítulos cuentan a veces más de lo debido, imponiéndose al peso de las imágenes, algo habitual en un cine cuya narrativa, todavía rudimentaria, está aún perfeccionándose. Lo realmente relevante es el modo en que Szaro lleva a cabo la empresa, su dominio de la forma, la credibilidad y el impacto de su discurso.

Un hombre fuerte es una obra oscura, como grabada en aguafuerte, con imágenes agresivas, atmósferas emponzoñadas y algún instante de puesta en escena que enlaza con el expresionismo e incluso con el cine de terror. Muy interesante resulta también la capacidad de Szaro para extraer de la naturaleza una gran carga expresiva y poética que refleja el mundo interior de los personajes, como queda patente en la secuencia de la casa de campo, donde la tormenta pasional que se desarrolla dentro de la casa tiene su correlato en la tormenta real que acontece fuera. Un recurso narrativo moderno y atrevido, que en cierto modo emparenta a su director con otros geniales observadores de los misterios de la naturaleza y del alma humana (Jean Epstein).

No se detiene aquí el carácter inquieto y creativo del director. También se puede percibir en el uso de transparencias, del montaje paralelo y la elipsis, o en la forma en que gradúa la intensidad -siempre creciente- de su excelente clímax final, donde cada ovación y cada aplauso del público es una puñalada para el protagonista, donde el juego de máscaras (brillante la idea del teatro, de los niños enmascarados: tiempo de dejar caer las caretas) se lleva al extremo, donde la culpa adquiere tintes de fiebre y delirio, hasta purgarse dramática e inevitablemente en un final seco y contundente.

La versión restaurada acoge una banda sonora vanguardista que enfatiza el carácter hosco y violento de la historia, aunque tiene tanta personalidad que puede, en ocasiones, imponerse a ella y sacarte momentáneamente de la película.

Lo mejor: la visita a la casa de campo.
Lo peor: un comienzo algo abrupto.
nachete
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5
24 de junio de 2010
12 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
El éxito literario de Stieg Larsson con la discreta saga Millennium reactivó el interés cinematográfico por las intrigas policiacas más o menos noir, con una diferencia significativa: ahora el foco de atención ya no recaía en EE.UU. o Francia (principales cultivadores del género), sino en la Europa nórdica y pulcra, lo que permitía desarrollar interesantes lecturas críticas sobre la doble moral que exhibe toda sociedad aparentemente perfecta, obligada a esconder sus miserias para preservar intacta una superficie que esconde puro veneno, y poder percibir al viejo continente como una construcción colectiva consumida, en sus entrañas, por viejos demonios que no terminan nunca de desaparecer: el nazismo, la homofobia, la violencia de género, el fundamentalismo religioso...

Aurora boreal llega a nosotros tras el boom de Lisbeth Salander, pese a ser cronológicamente anterior, y compartiendo con ella varios puntos de contacto: más allá de la conexión sentimental (la obra nace de la pluma de la viuda de Larsson), la película también se centra en la investigación de una pequeña comunidad regida por secretos que la protagonista (Scorupco) deberá ir descubriendo paulatinamente, secretos que terminan revelando la fragilidad de una sociedad sueca incapaz de gestionar con un mínimo de ética las perversiones humanas que se desarrollan en su propio seno.

Pero hay algo que falla: la batuta del director. Se agradece ver recuperada a la bella Izabella Scorupco (a la que no disfrutaba desde la infame El exorcista: el comienzo) y hay que reconocer que el escenario que sirve de marco a la película (ese nevado, hermético y religioso pueblecito sueco) tiene su miga, pero la roma realización y su evidente trazo televisivo merman muchísimo la eficacia de una película que se siente plana y vulgar, sin capacidad para generar inquietud en el espectador o alcanzar picos de tensión que apenas asoman un poco el hocico en el desenlace, cumplidor y nada más.

En lugar de apostar por la creatividad y la inteligencia, Lindblom decide deconstruir tramposamente un instante clave (el asesinato del líder religioso) a través de flashbacks feúchos que arrojan luz progresivamente al misterio que nutre la película, dejando que la protagonista encaje las piezas de forma un poco fortuita y caprichosa, como la propia narrativa de la película, que hace avanzar la acción sin demasiada fluidez. Tampoco ayuda el desdibujado perfil de algunos personajes secundarios (los padres) ni la falta de carisma del conjunto.

Se como sea, es una película que se deja ver y que agradará a los aficionados al policiaco europeo (tipo Millennium o Wallander) y a quien quiera husmear en la mezquindad de una nación cuya reputación universal siempre ha sido intachable. Como suele ser norma, el cine negro vuelve ser esa perfecta herramienta con la que poder diseccionar la realidad que nos rodea.

Lo mejor: el tercio final, ganando en intensidad.
Lo peor: su escasa ambición estética.
nachete
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5
18 de abril de 2010
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Street angels, película descuidada, ágil y llena de clichés, parece recuperar el legado de aquellas desnortadas y muy disfrutables cintas de gangsters, putas y féminas guerreras e individualistas que, allá por los años 70, llenaban las salas de muchos cines en Japón, especialmente si la (anti)heroína protagonista era la gran Meiko Kaji. Mucho hay en este divertimento del tono y las intenciones de, verbigracia, Wandering Ginza Butterfly: chica de armas tomar inmersa en el submundo de la prostitución, una figura del pasado que complica las cosas y el descubrimiento de que, para llegar a lo más alto, es necesario apoyarse en los demás.

'Billy' Tang imprime velocidad a una historia que bascula entre el humor chorra, el drama sensacionalista y la acción frenética y sin coartadas, casi propia de un cartoon, con una pátina visual que en su momento se pretendió moderna, gotas de erotismo y un guión que acaba somatizando en exceso los cambios de tono de la historia, especialmente en un último tercio poco dado a sutilezas. Un fallo menor, dado que el exceso también forma parte del encanto de este tipo de cine, poco nutritivo pero fácil y grato de saborear.

Por supuesto, parte de su atractivo recae en el reparto femenino, con una Chingmy Yau forjada en la pinky violence tardía y una Shu Qi luciendo una deliciosa juventud. Ambas, junto con otras gatitas hongkonesas, se mueven como pez en el agua en una película que busca el carisma y la complicidad a través del trazo grueso y que, en su desenlace, celebra el compañerismo con pasión y sinceridad, desvelando que la grandeza del cine popular radica en saber saciar el hambre de diversión (y evasión) de una mayoría.

Lo dicho: tan simpática como insustancial.

Lo mejor: las actrices, todas.
Lo peor: su dudoso sentido del humor.
nachete
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