Yo no sé si la metáfora estuvo en la mente del autor, si fue cobrando vida propia con el desarrollo de la obra o si era yo quien tenía el día y observó en “Los descendientes” un cuadro de la existencia humana dibujado con hábiles pinceladas. Un lienzo pintado con vivos colores y amplios horizontes sirvió de inteligente telón para una magistral puesta en escena de la comedia humana. Con tintes casi surrealistas se nos muestra el absurdo agazapado en nuestras preocupaciones, preparado para arrojarse sobre nosotros tan pronto abandonemos los entretenidos negocios, las artes, las ciencias..., y entonces recordarnos la verdad desnuda, esa equidistancia de la muerte que vincula a todo ser humano. Arrojados al paraíso terrenal sin otra certidumbre que la propia finitud, observamos cómo la muerte entreteje, al tiempo que fortalece, unos maltratados lazos familiares que sirven de eficaz asidero en la búsqueda de nuestras raíces. Término y origen unidos por el linaje, pues son los descendientes quienes nos revelan la importancia de la vida, que en esencia reside en el amor, la consciencia de nuestra pequeñez ante una Tierra con entrañas de magma, y un bol de helado lo suficientemente profundo.

Asistimos a la vida de una mujer inteligente fuertemente constreñida por su madre, una mujer dominante y posesiva. La relación entre ambas es psicológicamente agresiva, de forma que la tiranía a la que se ve sometida la hija es principalmente de tipo emocional. La madre ejerce un control especialmente destructivo, como es el que se ejerce mediante la culpabilidad. El sexo y la música representan las únicas vías de escape que encuentra la pianista para huir de la prisión que ha levantado su maltratada psicología. La libido reprimida se canalizó en una actividad de tipo intelectual, alcanzando cotas brillantes, pero el sexo como desahogo solo era posible en un comportamiento distante y masoquista. Su inclinación hacia la automutilación señala para mí una contradicción esencial: por un lado, la autocensura, la culpabilidad y la penitencia, el martirio de quien no puede dejar de caer en el mismo agujero que tanto desprecia; por el otro, la denuncia y la súplica de quien no ha conocido existencia al margen de la omnipresente mirada de la madre protectora. También, por supuesto, pretende rescatar la expresión de la emoción profundamente enterrada, quizás liberada a través del dolor. Esta es una película con aspectos extraordinariamente sutiles, difíciles de comprender, que carece de los efectismos superfluos que, por ejemplo, observé en “Cisne negro” de Aronofsky.

Un drama familiar contado con realismo, a un ritmo proporcionado y con un guión bien trabajado, que dibuja de manera excelente los personajes principales. Destaca la interpretación de Sissy Spacek. Un joven explorando posibilidades en su interior, pero contradictorio en sus palabras resulta muy humano. Ella enamorada busca una nueva oportunidad. Dos maneras muy diferentes de enfrentar la tragedia que no son más que extensiones maltratadas de personalidades tan distintas. Una activa por la rabia de lo que queda, la otra pasiva por la tristeza de lo que falta. Y un desenlace donde se impone una de ellas, de tal forma que cuando ya no queda nada sólo una descansa. Una película muy recomendable, my friend.

Jamás había visto un alegato pacifista semejante. Hay pocos diálogos, la historia más interesante se recorre a través de pensamientos y sentimientos que se ramifican por diferentes personajes desde un tronco común, una naturaleza humana en la que el autor no ha perdido la esperanza. Sumerge la batalla en un entorno paradisíaco y al vincular esos rostros humanos con cada hoja, con cada animal, con cada pedazo de tierra, crea un interesante desequilibrio entre la belleza que habita en cada uno y los tormentos que tan absurdamente creamos para nosotros mismos. La historia nos recuerda que cuando alguien muere de la mano de otro todos morimos un poco y se pregunta cómo ha surgido una anomalía tan cobarde. La película está llena de poesía de principio a fin. Yo quiero más de eso.

Huston cambia las etiquetas morales de sus marionetas magistrales para revelarnos lo diestro en el malvado y lo siniestro en el salvado. El traidor protegía y servía y el delincuente se descubre noble al paso de los días. Pobre hombre. Un culpable seducido por la inocencia cuya sonrisa orienta sus sueños de futuro. Buscaba la senda que cruza a través de sus muros hasta alcanzar la granja de su infancia. Volver a nacer, ahora que vislumbra el horizonte en el espejo. Pero entre el cielo y la tierra nunca hubo beso. La virgen cojeaba al caminar, con ella no podía ir lejos. En aquella carretera que cruzaba la alta sierra la mujer leal hasta el final resultó ser una cabaretera, una puta. Los medios nos comportamos como perros, apuntando con el dedo, y el perro, de mal agüero, le indicó finalmente la ruta.