A día de hoy con casi 600 críticas, como un barquito de papel, lanzo la mía a ese enorme océano, esperando que alguien la lea, claro que si.

Para empezar: ¿Es el árbol de la vida una película? Eso parece: es un producto comercial realizado por un equipo en el que, entre muchos otros, hay un director, cámaras, ayudantes, hay un guión, fotógrafo, actores, maquilladores, etc. En este sentido se le puede comparar a otros productos como puede ser, por poner un ejemplo, Torrente, también una película.
¿Y por qué pregunto si El árbol de la vida es una película? Porque aclarada la duda inicial, conviene indagar si además de una película es otra cosa. Esta reflexión proviene de la observación de las sensaciones que se producen al verla, y también de las que permanecen una vez vista, pasado un tiempo.

Recientes investigaciones han confirmado el hecho de que el corazón tiene neuronas similares a las que tenemos en el cerebro. Los mismos estudios han revelado que el corazón envía más información al cerebro, de la que el cerebro, en un recorrido inverso, transfiere al corazón.
Creo que este trabajo de Malick, está hecho para el corazón. Desconozco si ese era su propósito; qué más da. Para el corazón, como cierta poesía, alguna música, algunos cuadros, otras películas, etc, que además de poesía, música, cuadros y películas, también son otra cosa.

Lo que la cabeza no acierta a comprender en su análisis de las señales, las imágenes, las frases, la música, el corazón ya lo ha entendido. Y la cabeza se empeña en clasificar, reducir, sintetizar, explicar, y mientras tanto el corazón está tranquilo, quizás conmovido. Por eso esta película, o lo que sea, fascina, atrapa, enamora, trastorna. Hay un canal profundo, hay mensajes al corazón.

Por todo lo dicho creo que además de una película, El árbol de la vida es:
-Un objeto de meditación
-Un psicoviaje
-Poesía
-Una conversación con un ser del más allá
-Una verdad
-Una experiencia amorosa

Todo ello, unido al hecho de que efectivamente es una película, hace que El árbol de la vida, sea, para mí, una obra de arte.
Y es bueno dar las gracias por el arte.

Muchas gracias Malick

A veces la persona que fuimos aparece de nuevo en nuestra vida. Irrumpe un buen día sin avisar. Y con ella, su paisaje vital en una ola enorme donde burbujean todo tipo de detalles que creíamos olvidados y que retornan a nosotros frescos, como la botella que el lechero nos dejaba en la puerta a las siete.
Cuando esto ocurre, podremos estar viviendo uno de tantos procesos “mágicos” que, tal vez, tengamos la suerte de experimentar: el diálogo de uno con sí mismo, siendo los interlocutores personas de dos momentos distintos, tal vez muy lejanos en el tiempo. La misma persona, pero dos seres diferentes en dos épocas distintas.
Si esto nos sucede, hay que estar muy atentos, porque nuestros otros yoes nunca aparecen por casualidad; cuando lo hacen siempre tienen algo que decirnos acerca de lo que estamos viviendo en este momento. De esto trata la película.
También trata de lo apretados que estamos en las ciudades, de la necesidad de volver a “la tierra”, de cuidar el paisaje y por extensión el planeta, temas estos, recurrentes en el estudio Ghibli.
Viendo Recuerdos del ayer, se puede tener la sensación de presenciar una película costumbrista a lo Ozu; en una corriente suave se van deslizando poco a poco las historias de Taeko, la protagonista, y se va recreando y construyendo su historia con delicadeza, y cariño hacia el detalle pequeño. El resultado es una película tierna pero austera, nada empalagosa, precisa y emotiva.

La nana es una película importante. Y cuando digo que es importante, no me refiero tanto a que es una película importante desde el punto de vista de la historia del cine, como que es importante para las personas, como algo intrínsecamente bueno; lo mismo que es bueno e importante que haya paisajes hermosos, puestas de sol silenciosas, o señores que vayan canturreando por la calle.
Sin embargo, en relación a la historia del cine, tampoco está nada mal. Es una película de muy bajo presupuesto, cuyo resultado es excelente. La historia está muy bien contada, el espectador se siente inmerso en los acontecimientos que se narran, no hay fisuras, nada en la película distrae de lo esencial. Cada personaje está en su justo sitio, con interpretaciones frescas y verosímiles. La cámara se mueve con ligereza, y se utiliza con mucha inteligencia para enfatizar ciertos aspectos del relato.
Todo esto está muy bien, la verdad. Pero me interesa más otro aspecto de La nana. Hay algo en esta película que enamora. Diría que se trata de una película sobre el amor. Sobre tener amor en la vida o no tener amor en la vida, sin reducir el tema del amor al contexto de la pareja (se puede tener mucho amor y no tener pareja, o pareja y nada de amor), recucción esta que ha aportado tanto tocino de cielo a la historia del cine.
En La nana, al contrario de lo que pudiera parecer, no hay personajes malvados; más bien hay seres en cuya vida no ha habido nada de amor, y seres llenos de amor que muestran con naturalida su potencial transformador, que no es otro que el poder transformador del amor.
Hay que agradecer a su director la lucidez e inteligencia empleadas en la creación de esta sencilla película, y termino recomendandándola encarecidamente a todo hijo de vecino.

Recuerdo que un verano de la infancia leí la novela de Simenon, que dio origen a esta película. Los acontecimientos del relato aparecían flotando en un clima amable, casi familiar, a pesar de contener los ingredientes de un escenario diseñado por un psicópata asesino en serie. La novela se leía con tal placidez, que la hacía perfecta para la hora de la siesta, con la chicharra a tope, los deberes de matemáticas terminados (?) y las cortinas flotando con pereza.

He visto con una sensación parecida la película; qué casualidad, otra vez verano. Y pienso que puede tener que ver con la ambientación, con el clima que rodea a la acción. Da la sensación que los actores, los figurantes (sobre todo ellas) fuesen tías de las que se tienen en los años 50, con sus vestidos de lunares y sus escotes portentosos; de esas que te llevan al parque, y te invitan a un helado porque hace calor- cosa que tus padres no hacen ni por asomo.

También puede tener que ver con el hecho de sorprender al inspector en plena escena doméstica, con pantuflas y viendo la tele ¿o era tomándose un gazpachito?, casualmente en la hora nostálgica del ocaso de un día de verano. Hay algo común a los personajes principales de la película: en algún momento revelan cierta faceta que inspira estival cercanía y familiaridad.

Dan ganas de colarse en las calurosas calles del Paris recreado en esta película. Me pasa un poco como en alguna película de Bresson. Apetece meterse allí, ajeno al desarrollo de la acción, y estar un par de días haciendo turismo del pasado.

Esta es una película ideal para ver una noche de verano. Seguramente contribuirá a que el día concluya suavemente, sin grandes emociones ni sobresaltos y aportará unas imágenes finales muy refrescantes.

Cuando me gusta mucho una película, no paro de recomendarla; cuanta más gente la vea, mejor para el mundo. Así que vaya por delante: recomiendo “Cerezos en flor”
Si después de verla, os ha gustado tanto como a mi, también recomiendo el artículo “Japón y Kirschblüten Hanami, por Doris Dörrie”(Kirschblüten Hanami es el título original de la película), que se puede encontrar en Internet introduciendo el título del artículo en el buscador. Esta lectura aporta claves muy interesantes para entender el proceso creativo de D. Dörrie, y más concretamente, el proceso que culmina con el rodaje de “Cerezos en flor”: Cómo influyó la desaparición de su marido en su trabajo, por qué Japón, por qué esas y no otras localizaciones, cómo rodar en varios países sin que se desborde el presupuesto, por qué la danza Butoh, algo también muy japonés: el “mono no aware”, por qué los teléfonos rosas, el trabajo con los actores, etc.
Cerezos en flor es una película hermosa, llena de detalles de delicadeza y sensibilidad, una película que se ve con cariño, y se recuerda con cariño. Y para los tiempos que corren promover el cariño, es un acto de supervivencia.