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España España · Zaragoza
Críticas de Juan Solo
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Críticas 270
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
29 de febrero de 2024
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
En los últimos años suele ser habitual que entre las finalistas al Oscar a Mejor Película se cuele un film del tamaño y de las características de “American fiction”. Piénsese en esa película pequeña, de corte más o menos independiente cuya principal baza reside en un guión sólido y bien armado (me estoy acordando de alguna de Alexander Payne), que a veces incluye algún tipo de mensaje social crítico envuelto en sátira o en comedia (me viene a la cabeza así de pronto “No mires arriba”). En el mejor de los casos, estas producciones se llevan precisamente el premio al guión, que como dije para eso es su mejor activo, pero lo normal es que se vayan de vacío de la gran noche de Hollywood. Claro que siempre hay excepciones que confirman la regla, y ahí tenemos por ejemplo el insólito caso de “CODA” que acabó llevándose el premio gordo hace un par de años para sorpresa de todos.

La crítica de “American fiction” apunta hacia la literatura de masas y de consumo rápido, y por extensión a un par de cosas más. Su protagonista, un escritor negro bloqueado que hace tiempo que no logra que le publiquen nada, decide bajar el listón y editar bajo seudónimo un best seller que termina convirtiéndose en todo un fenómeno social. Sin embargo, la intención primera del autor había sido denunciar con su publicación la hipocresía que rodea el mercado editorial literario moderno, con sus rimbombantes campañas de márquetin, sus concursos amañados y su publicidad engañosa. Y no sólo eso; su condición de afroamericano permitía además al escritor constatar la condescendencia con la que el hombre blanco sigue tratando hoy en día a la gente que tiene su mismo color de piel. Lo cual no deja de ser una variante más de racismo en pleno siglo XXI, escondida en la corrección política que nos domina.

Es lícito pensar que el boca a oreja que ha llevado a “American fiction” a convertirse en una de las sorpresas de la temporada cinematográfica radica también en un guión sólido y bien armado. Es mérito del joven Cord Jefferson quien además dirige el film en lo que supone su prometedora opera prima en la gran pantalla. Hay no obstante un par de peros. En “American fiction” conviven dos películas en una: la historia del escritor metido a impostor para denunciar la corrupción del sistema, por una parte; el trasfondo familiar que rodea la vida del protagonista por otra. No siempre el equilibrio entre estas dos bifurcaciones está bien conseguido. Además, se echa de menos más mordiente y a la vez más sutilidad en la sátira que la película pretende ser. Lo que desde luego no admite ningún pero es la sobresaliente interpretación de Jeffrey Wright en el papel principal, definitivamente el alma del film.

Por cierto, no deja de resultar curioso que, al menos en nuestro país, una película como ésta, que en su tercio final lanza también recaditos y dardos hacia la industria cinematográfica, no haya pasado por las salas y se haya estrenado directamente en la plataforma que se encarga de distribuirla internacionalmente.
Juan Solo
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7
27 de febrero de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Moscú no cree en las lágrimas” supone todo un hito en la historia del cine soviético, y nos ofrece la oportunidad de conocer de primera mano cómo era la vida en la URSS durante buena parte de la denominada Guerra Fría a través de un relato costumbrista, a veces amable, a veces también amargo, que abraza tanto la comedia como el drama. Su tono agridulce puede remitir al Fassbender de la época, pero preconizar por ejemplo a un Kaurismaki en la composición de algún personaje y en la recreación de determinados ambientes. La película arranca en 1958 para en un momento dado saltar en el tiempo dos décadas y situarse en los años inmediatamente anteriores a la fecha de producción del film. Sus tres protagonistas, Antonina, Liudmila y Katerina llegan a la capital cargadas de sueños e ilusiones que la vida se encargará de destrozar convenientemente (no creo que se trate de un spoiler, es lo que pasa siempre). El caso es que en los veinte años en los que se desarrolla la historia no solamente somos testigos de cómo la vida les pasa por encima a estas tres muchachas, sino también del contexto en el que transcurre el devenir cotidiano del moscovita de a pie que, a pesar de su idiosincrasia y de sus dirigentes se supone tendrá los sueños y las ilusiones de todo el mundo. Ser feliz, hacer una buena boda, llegar a fin de mes y todo eso. Siglos y siglos de oscurantismo, y nos parece que el pueblo ruso vaya a tener unas necesidades distintas a las nuestras (por no hablar de los que aún todavía se siguen creyendo lo de los cuernos y el rabo). Y no. Ya lo cantaba Sting “I hope the Russians love their children too”.

Es aconsejable pues ver “Moscú no cree en las lágrimas” y no tratar de extraer una lectura inmediata en clave política (que por supuesto la tiene como casi todo). La película se atreve a lidiar con asuntos tan espinosos como el aborto, el adulterio o el tema de las madres solteras. Supongo que es lo que convierte esta pieza en algo casi exótico, lo que terminó por seducir a los miembros de la academia norteamericana que se decantaron por premiar la película con el Oscar a Mejor Película Extranjera del año (por encima de Truffaut y de un argumento tan premiable por Hollywood como el de “El último metro"). Por cierto, en la misma edición triunfó en la categoría reina la opera prima de Robert Redford, con lo que aquel 1980 fue definitivamente en Hollywood el año de la gente corriente.
Juan Solo
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Un día en Nueva York con Woody Allen
MediometrajeDocumental
España2024
6,2
417
Documental, Intervenciones de: Woody Allen, David Trueba
7
26 de febrero de 2024
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me pregunto varias veces durante del visionado de este documental cuántas películas dirigidas o escritas por David Trueba habrá visto Woody Allen a lo largo de su vida, y si será consciente de que en esa entrevista no tiene ante él a un mero entrevistador sino a un devoto admirador que hace películas en las que se nota a la legua la huella y el espíritu de su cine ( en un país además en el que el propio cineasta neoyorkino ha llegado a rodar un par de veces). Y es que de los tres Trueba que conocemos, de los Trueba de toda la vida, tal vez sea David el más alleniano de todos ( hasta físicamente comienza a darse un aire al director de "Manhattan"). Esta pieza de Movistar + no es un “todo lo que siempre quiso saber sobre Woody Allen y nunca se atrevió a preguntar”; más bien al contrario, Trueba parece intuir en más de una ocasión lo que le va a ofrecer su interlocutor en cada respuesta, y el encuentro tiene algo de retórico, al menos en el formato en el que se nos presenta. Que como dice uno de los comentarios que me preceden “sabe a poco”.

Hay que tener en cuenta que no estamos ante un documental al uso, y que su interés reside en el hecho de que siempre es un placer escuchar a Woody Allen, sus reflexiones en torno su carrera o al cine en general. Si encima estas reflexiones se producen en el marco de una conversación con alguien que parece conocer al dedillo su personalidad y su obra, el placer se multiplica. Porque, a pesar del formato y de su corta duración, lo que aquí se escucha por parte de entrevistado y entrevistador y todo lo que rodea este “tête à tête” es oro puro. Sólo espero que el encuentro y la charla se prolongasen un par de horillas más; sería maravilloso que algún día David Trueba decidiera mostrarnos el director´s cut.
Juan Solo
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7
19 de febrero de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paris, las orillas del Sena, Cole Porter, cenas entre amigos en Elaine´s...

Todo recuerda demasiado a Woody Allen en esta simpática e infravalorada comedia romántica que escribe, dirige y protagoniza el carismático Billy Crystal a mediados de los noventa. De otra cosa no pero de carisma andaba sobrado el amigo Billy tal y como se encargaba de demostrar ejerciendo año tras año como maestro de ceremonias en las galas de los Oscars durante esos mismos noventa. En “Olvídate de París” Crystal sabe sacar partido de ese físico y esos registros tan particulares dando vida a un árbitro de la NBA obligado por su trabajo a codearse a diario con gigantones como Charles Barkley o Kareem Adbul Jabbar que aparecen en el film interpretándose a si mismos. A su lado, la bella Debra Winger, con quien el director protagonista despliega, al igual que con Barckley o con Kareem, una química imposible que evoca esta vez a la que transmitían el citado Allen y su pareja Diane Keaton en alguna de las primeras comedias del neoyorkino de las gafas de pasta. Tampoco es que Crystal aspire a reproducir el registro intelectual que pudieran tener "Annie Hall" o "Manhattan", pero la base es inconfundiblemente la misma. Tal vez el referente más inmediato de "Olvídate de París" hubiera podido ser un "Todos dicen I love you", ambientado también en parte en la llamada ciudad de la luz, de no ser por el pequeño detalle de que el musical de Allen se estrenó un año después que el film de Crystal.

La película, apunta sí a Woody Allen, pero ese primer encuentro entre dos desconocidos norteamericanos en suelo europeo con motivo del entierro del progenitor de uno de ellos parece remitirnos al “Avanti” de Billy Wilder. A partir de ahí, el guión decide a base de ingenio centrarse en contarnos los altibajos que sufre a lo largo de los años la relación amorosa entre sus dos protagonistas, desarrollando situaciones bastante divertidas, unas más creíbles que otras, pero en definitiva, nada con lo que nadie no pueda sentirse identificado . La película en líneas generales va de eso, de cuando Billy encontró a Debra y de todo lo que vino después. Que la historia se nos relate a través de terceros y en un ambiente tan especial como el que encontramos aquí le da definitivamente un plus.


Si hay algún género que más que ningún otro reclama referentes para recordarnos entre otras cosas que cualquier tiempo pasado siempre fue mejor, ese no es sino el de la comedia romántica. Pero conviene olvidarse, nunca mejor dicho, de Allen, Wilder o del stand up neoyorkino cuando se trata de disfrutar de una película como ésta, inteligente, con clase, y hasta con cierta personalidad propia. De un tiempo a esta parte, tampoco es que abunden mucho.
Juan Solo
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8
15 de febrero de 2024
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras unos años sin tener prácticamente noticias suyas, ese viajero impenitente del séptimo arte llamado Wim Wenders regresa al cine de ficción rodando en Tokio y bajo bandera japonesa “Perfect days”, título que remite de manera directa a uno de los temas más conocidos del repertorio de su venerado Lou Reed. Dice mucho de este último trabajo del autor de “Alicia en las ciudades” o "Paris Texas" el hecho de que la Academia de Cine del país del Sol Naciente lo haya elegido para representarles en la categoría internacional de los Oscars 2023. Significa que si se lo propone, Wenders puede llegar a ser tan japonés como cualquiera, más incluso que Hamaguchi o Kore-Eda, dos grandes cuyas películas también eran seleccionables este año por los académicos nipones. Fuera bromas, a estas alturas tampoco debería sorprendernos tanto esa capacidad de mimetizarse en lo que sea viniendo como viene de un viejo zorro y de un culo de mal asiento como es Wenders, cuya cámara no ha parado quieta en el medio siglo que abarca ya la – irregular- carrera de un cineasta que nos ha hecho viajar de aquí a allá por los cinco continentes, mostrándonos en todo ese tiempo la realidad de un mundo en continua transformación. De París a Texas, de Lisboa a Aranjuez, pasando por supuestísimo por Berlín y sus cielos, la obra cinematográfica de Wim Wenders es toda ella una eterna “road movie”.

Como tantas otras películas orientales, “Perfect days” invita a reflexionar sobre el valor de las cosas sencillas y pequeñas. La novedad, esta vez, radica en la mirada occidental de Wenders, desprovista de los tics y vicios habituales de las miradas occidentales que suelen meterse en este tipo de fregados. “ Perfect days” no sólo es una colección de postales más o menos vistosas, no sólo contiene un conjunto de momentos zen más o menos intensos, que también; si va más allá es sencillamente porque su director se empeña en hacernos sentir ciudadanos tokiotas antes que simples turistas. El objetivo es acompañar en su rutinario día a día a Hiroyima, su omnipresente protagonista, y extraer las pequeñas enseñanzas que nos pueda aportar esa vida en apariencia insignificante y la de quienes giran alrededor de ella. Hiroyima dignifica su, para muchos, nimio trabajo a base de rigor y disciplina, recibe cada nuevo amanecer con una sonrisa en los labios y la emoción en los ojos porque sabe que los días perfectos no existen y que la felicidad se toma a pequeños sorbos. Una filosofía que, ya que estamos, quizá tiene más que ver con Lou Reed que con el sintoísmo. A fin de cuentas, los referentes de Hiroyima son también todos occidentales. Lee a Faulkner o a Patricia Highsmith, escucha al mentado Reed, a Patti Smith, en fin, los sospechosos habituales de Wim.

Hay un precedente en la relación entre Wim Wenders y el cine japonés que está en los documentales que ha producido y dirigido en torno a la vida y la obra de Yasuhiro Ozu, una de las grandes influencias de siempre del realizador alemán según él mismo ha confesado en alguna ocasión. Al igual que en “Cuentos de Tokio” o en otros títulos del maestro japonés, en “Perfect days” se observa esa misma pulsión entre lo nuevo y lo viejo, lo digital y lo analógico en este caso. Y Wenders, como cronista de ese mundo cambiante antes citado, quiere dejar constancia de esa realidad. Sólo nos queda confiar que en ese nuevo mundo que nos aguarda a la vuelta de la esquina, Lou Reed o Patti Smith sigan sonando igual de bien en cassete que en Spotify.
Juan Solo
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