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España España · Castellvell del Camp
Críticas de Jordirozsa
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Críticas 182
Críticas ordenadas por utilidad
5
26 de marzo de 2020
25 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de recién vista la película, y ojeadas algunas críticas, coincido con algunos en que se queda corta: en tiempo, en imaginación y en brío. Si que es cierto que puede parecer que el ritmo es "lento" y puede llegar a "aburrir". Pero eso, para la clase de espectador medio que consume este producto puede ser argumento suficiente, pero no para quienes quieren ir un poco más allá del susto barato y de la trepidación (que para eso están las de Fast and Furious).

La aparente parsimonia a la que avanza la historia no es más (a mi modo de ver), que un recurso narrativo para explicar el insípido y monótono vacío existencial de sus personajes; ese "aburrimiento" que pueden percibir algunos espectadores, sería el espejo en el que pueden proyectar ese "nonsense" al que a veces vemos sumido el devenir de nuestras vidas en lo monótono: en los jóvenes (los empleados y la barista), que más allá de ello buscan lo excitante (en este caso lo paranormal), o se lo iventan (y con esto dan vida al mismo monstruo que crean en su imaginación); y los mayores (la decadente artista convertida en espiritista o medium, y el viejorro cansado de vivir).

Este plano contrasta con el suspense que se va generando, a expensas de alimentar el delirio intuitivo del expectador, y hacia la mitad de la cinta, mas o menos, el ritmo narrativo se va creciendo, alimentado por una banda sonora sinfónica (como pocas había podido disfrutar últimamente, porque la música siempre es la cenicienta de todo) que es de las pocas cosas que cabe ensalzar de la cinta.

Lo lastimoso es que el guión queda muy desaprovechado. Y lo que desbarata la película sin lugar a dudas es: o bién la incompetencia del guionista para resolver el hilo; con lo que entonces la película se queda sin trama: sólo un montón de indicios inconexos, que (quizás soy tonto y no lo supe ver) se quedan ahí a modo de enseres flotando después de un naufragio. ¿Alguien me puede explicar, por ejemplo, la trascendencia o relevancia de la historia del viejo en relación con la trama principal? ¿o lo que significan los números de las habitaciones? las notas del piano.... y otros tantos elementos de "planting" cinematográfico que al final da la sensación que se quedan en nada?

Y luego, uno de los empleados (el que hace de crisol de donde nace la supuesta historia horrorífica del background del filme), de repente dice que se lo inventa todo, y se pira sin más, y cuando ya se le cree fuera del plano narrativo, reaparece como si se hubiera dejado algo encima del mostrador o en la taquilla.

En este sentido, demasiado chapucero. Y en el caso de que este desastre no fuere porque sacaron al guionista de un contáiner de basura (cosa bastante habitual desde que iniciamos el segundo lustro de los 2000), es también probable que el productor, por falta de moneys o porque ya se pasaban de la maldita hora y media de duración que ahora está tanto de moda con la excusa esa del nivel de "arousal" del espectador, diera un portazo final dando por listo el producto, considerándolo suficiente para los devoradores de palomitas y aspiradoras de cocacola o pepsi, pero dejándonos a los demás con cara de leles.

Y repito que es lástima, porque con la cantidad de elementos ricos en simbolismos que se manejan en un contexto reducido en espacio y tiempo (se desarrolla todo en un pequeño hotel, durante un fin de semana), con unas interpretaciones bastante buenas, una partitura genial y una fotografía más que brillante, se va todo al traste.

Espero que pagasen bien al compositor y a los músicos de la orquesta, porque a mi parecer, de los 750.000 dólares de presupuesto se echaron bastantes a la basura. Otras películas con mucho menos de la mitad, han logrado más miga, y se han convertido en referentes de culto.

En resumen, creo pues que la materia prima y las intenciones eran buenas, pero que no ha habido arrestos de desarrolllar y acabar bién la receta, que habría podido ser para chuparse los dedos.
Jordirozsa
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8
22 de agosto de 2021
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
No me gusta el uso de las etiquetas, tanto por lo que respecta a clasificar las películas por “supuestos” géneros, como tampoco para reducir un filme al trabajo de una sola personalidad, y ya sabemos que académica y popularmente, demasiado, cuando se habla de autoría, se suele minimizar ésta a lo que hace el director.

En este sentido, tanto en el caso de la cinta que nos ocupa (“The Thing, 1982), como en cualquier otro producto del celuloide, me da siempre un cierto repelusín, que éste sirva las más veces al encumbramiento o rajada despiadada del que está detrás de claqueta y cámara.

Por eso, “endiosar” o condenar al pillo de John Carpenter por esta realización, es hacer una caricatura de “La Cosa”, en vez de una crítica o análisis de la misma. Cierto es que el susodicho tiene arte y parte (más de lo primero que de lo segundo) en el asunto, pero ahí está también el currele de muchos otros a los que cabe tener en cuenta en el resultado final, que por eso salen todos y todas en los títulos de crédito; aunque, por falta de costumbre y/o educación, el personal suele abandonar la sala de cine o, en su caso, el streaming, antes de que termine la relación.

Un trabajo que parece ser que tuvo una larga gestación durante la década de los 70, y que, no sé porqué, me esnifa que (sólo es especulación), Ridley Scott saltó a la delantera con su “Alien” (1979), ambientado en otro contexto, pero con unos paralelismos demasiado claros y omnipresentes, como para pensar que, ya no tanto el que “The Thing” beba de “Alien”, como que, por algún rollo raro de esos que se dan en Hollywood, y que suelen quedarse entre bambolinas, los del “octavo pasajaro” le birlaron la idea a Bill Lancaster y a los productores “La Cosa”. Y aunque “Alien” tuvo a Sigourney Weaver, Ian Holm, Tom Skerrit, una enviadable partitura de Jerry Golsmith, y descaradamente más recursos para crear un horrendo bicho, con menos, Carpenter guía “The Thing” con una envidiable maestría, la misma o tanto mejor que la que exhibió en “Halloween” (1978), que con nada reventó taquillas. Lo cual me dice, vistos otros filmes bajo su dirección, que el tipo funciona sólo cuando a él, y sólo a él, le da la santísima gana, y que le importa menos de un pepino el que otras cintas que ha producido sean poco menos que bodrios para su constelación de fans. Tenemos a un personaje bastante cabroncete que, independientemente de las cartas que tenga, generalmente malas, sabe echar un buen “slam” cuando le apetece, y ese es el caso de “The Thing”. Lástima que no haya sido en muchas más del nada despreciable número que tiene a sus espaldas.

Me descorcho ante las mentes que se esfuerzan en endosar la pegatina de suspense, terror, ciencia ficción… a una cinta, como si de clases de manzanas se tratara. Cada pieza es única en sí misma; en su contexto, y con todos los elementos que la configuran. Y si forzamos las cosas, dados los gustos y antecedentes de Carpenter, así como la caracterización de los personajes y el ambiente en el que están, hasta “trazas” de Western encontramos en la película. Las bases norteamericana y noruega podrían ser perfectamente pueblos del “lejano oeste”, rodeados de un inhóspito y desértico páramo (en vez de arena y cactus, hielo y más hielo), y en el caso de los desventurados escandinavos, un pueblo saqueado por indios o bandoleros.

Ese paralelismo, más o menos implícito en el encuadre y el decorado que soberbiamente construye la fotografía de Dean Cundey, en el que la soledad de los residentes de la estación se acrecenta paradójicamente con el contraste de un vasto exterior, pero del que no hay escapatoria, se ve explicitado en la caracterización de unos personajes rudos, barbudos, jugadores de cartas y bebedores de “güisqui” para matar el tiempo, en lo que sería un fuerte desorganizado y decadente en términos de disciplina, y por ende vulnerable a cualquier ataque. De insolencia inusitada ya es la presencia del “cowboy” de turno (Kurt Russell), que será quién liderará el hacer de todos en la afanosa (e infructuosa en varios casos), labor de intentar salvar el pellejo.

Y ¿por qué no plantearse el hilo de la trama, sobretodo en su desarrollo de la mitad hasta el final, más o menos, como un duelo entre el rudo “pistolero” (Russell), y el malvado villano (“la cosa”)?… sólo que esta vez, en vez de revólveres, se usa el lanzallamas.

Aquí no son los apaches los que asaltan el enclave, sinó algo menos “neutralizable” o “destructible”. Lo que le da esta característica es que, como en toda historia de “buen" terror, el enemigo es invisible, inidentificable, incontrolable… y muy listo. Y, para más “inri”, en el momento en el que se manifiesta, no lo hace tal cual es, pues es algo informe, y manteniendo el anonimato de su apariencia física, provoca mayor pánico. Y el hecho de que los protas sean todos masculinos, con los supuestos atributos del género, el que unos hombretones de tal talla se cisquen en los pantalones lo hace más terrorífico.

Este terror infundido a través de la maldad “no manifiesta”, o manifiesta en forma de retazos gore, oníricos, o a base de pingües dosis de maquillaje, es lo que también vemos en obras maestras de terror como “El Exorcista” (1973), de William Friedkin, o, simplemente, con una máscara de látex (Halloween, 1978; del propio Carpenter). El realizador no abusa para nada de los viscosos y asquerosos planos de cabezas con patas de araña y abdómenes amputabrazos.

Otro ingrediente de la película para su exquisita receta, es el suspense, intriga y/o misterio, introducidos con la vivencia paranoica del: “¿quién es el asesino?” en ese grupo que precisamente necesita unión, camaradería y confianza para sobrevivir, y destruir o aislar al “desconocido” enemigo. Y sigue siendo desconocido porque, a pesar de que descubren “científicamente” como opera el ente alienígena, sigue escapándoseles del control, de lo que el “bicho” es capaz, y cómo actuar en consecuencia para evitar lo peor
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Jordirozsa
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6
24 de mayo de 2021
21 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
«The Harvesting» es una cinta que traspúa oscuridad toda ella; envuelta de un halo psíquico, una neblina que la sume en el misterio, extraños secretos. No sólo en lo que se refiere al contenido de su argumento, cuya simple esencia viene vestida de una densa carga de símbolos con la que queda encriptada. Sinó también respecto a su más que desapercibido paso ante el público (pocas referencias he hallado de ella en los buscadores de la red, y todas en páginas de habla anglosajona, que fechan su lanzamiento en 2018 o en 2019, cuando aquí, en Film Affinity nos marcan 2015 como año de realización), y por lo anónimos que resultan los componentes de su elenco: desde el director, el montenegrino Ivan Kraljevic (nacido cinco días antes que yo, en 1975), del que en esta base de datos no consta otra ópera, pero que tiene creditados otros tres títulos («Paper», de 2013, con algunos premios; el corto «Shadows», de2014; e «Infernal», de 2015), hasta los actores protagonistas, a los que en bien escasas otras producciones he podido localizar.

Algo que se puede deducir, es que este filme se debió quedar algún tiempo en un cajón, antes de ser tímidamente puesto a disposición del público. Incluso desconozco si fue estrenado en salas de cine, o pasó directamente al deuvedé. Pero como ahora uno encuentra casi todo «online», pues es un dato al que no he prestado más importancia. Sólo que agradezco al azar haber encontrado esta rara avis, que sin ser la joya del Nilo, tiene su interés y su encanto.

El relato nos trae al mundo de Stephen King. Sólo ya empezando por el escenario, que nos ubica en los parajes remotos de la norteamérica profunda, en las inmediaciones de una comunidad amish, encuadre de una de las dos subtramas en las que se divide el argumento. Éste, también sigue los patrones del escritor estadounidense, de los que podemos identificar perfectamente el cariz del terror basado en la manifestación de lo maligno en la vida de unos personajes que se ven arrastrados a traumas del pasado, narrado desde el imaginario colectivo de ese rancio ruralismo yankie, ligado a una mezcla de los ancestrales mitos, tanto los de los indígenas, como los de los primeros colonos blancos llegados de Europa.

La fotografía de Cody Cuellar, más que unos diálogos que prácticamente hacen de adorno, es la que carga con el peso de desarrollar el guión, y contarnos la historia desde el elocuente lenguaje de la imagen, que aquí usa un complejo código de metáforas, parábolas y alegorías.

Con la cámara compone dos encuadres antagónicos, que se encontrarán en el clímax del desarrollo narrativo, se fundirán en el significado de la constante referencia de los personajes al solsticio, figura de donde emana la simbología central de la trama.

La casa de campo, rodeada de una vasta planície inundada de luz, a dónde Jake (Chris Conner) y Dinah (Elena Nikitina Bick) van a pasar unos días de vacaciones con sus dos hijos, para escapar de la asfixiante rutina urbanita que, junto a los escarceos de ella, han estado minando la unidad familiar. Más allá de los confines de este soleado paraje, delimitados por la siniestra y silenciosa presencia de unos personajes que se supone que son miembros de la comunidad amish que vive a los alrededores, el denso bosque, sombrío, tupido de naturaleza ruda y salvaje, y de extrañas presencias espirituales, cuyas voces parecen querer atraer a los que allí se aventuran. La alegoría del más allá, donde conviven las almas prisioneras del mal, y las que son centinelas o guardianas, encargadas de vigilar y advertir a los que potencialmente puedan ser presas de la perniciosa energía que mora en lo más profundo de la selva.

La exposición que hace la cámara de esta dinámica entre los dos mundos, por la que lo tenebroso va invadiendo sibilinamente el espacio diurno en el que la familia de Jake tiene su refugio, de por sí nos desvela claramente el proceso de la historia; desde la evolución que van haciendo los personajes, hasta la paralela poderosa inercia que va transformando el set, hacia lo más lúgubre.

Más o menos decente, la música de Joel Douek, y los efectos de sonido, ponen las tildes y los realces a la cuidadosa explicación que refiere la imagen.

En ambos lados de la dualidad luz-tinieblas, los dos actores sobre los que cae el peso del argumento (Chris Conner, el protagonista, y Alex Yurcaba, en el papel de Jacob) son los que, en sus respectivos planos, encarnan el pulso en el que se debate la arquetípica lucha de la libertad del ser humano por hacer el bien, y la perniciosa atracción que sobre él ejercen las fuerzas del mal. La evolución que experimentan ambos, es la que, de forma centrífuga, también irá arrastrando a los que se hallan a su alrededor, aunque algunos de estos, como el abuelo de Jacob (Greg Wood), o Dinah, en el caso de Jake, intentarán hacer de contrapeso.

De forma desigual, tanto en su trabajo como en el resultado, todos ellos dan forma a unas personalidades sometidas al poderoso arrastre de la maldición que se cierne fatalmente sobre ellos.

La pena, es que Chris Conner no es el imponente James Brolin, que en la cinta que inauguró la franquicia de «Amityville» nos presenta a una personalidad de casi idénticas características que las del principal de «The Harvesting». Poco a poco, va siendo como poseído por esta ponzoñosa inercia a lo destructivo, que lo abduce y parece ir atrayéndole a la comisión del mismo múltiple crimen al que asistimos al principio de la película, en donde Amos (Jack Buckley), uno de los miembros de la comunidad amish, despacha a toda la familia con un hacha.

Otra cinta imperdible que nos llegó de mano de Stephen King, en la que podemos hallar este mismo leitmotif, es «El Resplandor». El hacha que blande Jack Nicholson en la culminación de un continuo e irreversible proceso de desquiciamiento, también inducido por presencias malignas que juegan con sus traumas del pasado, es el instrumento del horror.
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Jordirozsa
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6
14 de junio de 2021
22 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
La productora H Collective, por mano de James Gunn, parece apostar por un producto que hibrida,principalmente dos géneros cinematográficos: el de terror, que así es como nos aparece catalogada la película, con el fantástico de super héroes. Dentro del género de terror, además, podemos hallar trazas de varios subgéneros, en múltiples referencias o guiños en los que identificar otras producciones, algunas de ellas de culto: desde el asesinato en serie, pasando por el “gore” sanguinolento, el infante psicópata y asesino, hasta el arquetipo de la esencia del mal encarnado.

Con esta operación, como utilizando una fórmula matemática con la que mezclar ingredientes de varias recetas para recombinar un nuevo cóctel, se gestó “Brightburn”, que por lo menos comercialmente dio sus frutos, ya que los seis millones de dólares de presupuesto con que se levantó el filme se recuperaron con creces en taquilla, donde se recaudaron más de treinta y tres.

Asimismo, la recepción de la crítica, aunque algo dispar, otorga a esta producción una generosa calificación media en diferentes medios y plataformas de cine, sobretodo por parte de la audiencia.

Y es que, a parte de jugársela, porque el combinar dos categorías narrativas diferentes no tiene porque garantizar el éxito, aunque por separado cada una tenga su constelación de incondicionales, el director David Yarovesky aplica un arriesgado juego de inversiones en el simbolismo del argumento, que requiere un cierto nivel de pericia para que el resultado sea mínimamente digno.

Con apenas media docena de cintas en el zurrón , el joven realizador no deja de ser un envite para los que sueltan la pasta, pero esto suele ser común en el mundo de la empresa norteamericana. Para ellos, fue suficiente el éxito de “Hive” (2015), en la que Yarovesky ya hizo algo similar.

Lo que asomará finalmente en la pantalla, aún contando que tendrá sus detractores, abarca el interés (por lo menos), de un considerable espectro de afines, que no dejarán de ver algo original en línea del tipo de ficción de qué más gustan.

Además, como suele ocurrir en los pubs más arregladitos, el cubata se nos sirve con sus cubitos, y un toque especiado que le da el sarcástico tono subyacente, bastante visible en varios momentos del desarrollo de la trama; el barniz de humor negro que resaltan no pocas escenas, es una de las características que pueden despertar nuestra simpatía hacia los personajes y las situaciones que viven. Incluso en la que uno de los policías que acuden a inspeccionar la casa de Brandon acaba como si un “velociraptor” se lo hubiera trincado, dejándolo todo perdido de vísceras, esconde en su horripilante (y asquerosilla) apariencia, ese punto de cruel sadismo satírico, para conectar con la vena sociópata de cada espectador.

La fotografía toma unos encuadres bastante reducidos de las localizaciones espacio temporales, y ello obliga a un cierto esfuerzo de extrapolación mental, para dar continuidad al todo del “set” en el que se circunscribe la acción; sus límites se ciñen a la tramoya formada por una pequeña localidad estadounidense, y a sus forestales entornos.

Hay que reconocer que la mano de Michael Dallatorre sabe sacar luminosos y coloridos planos de los bosques y parques del pueblo donde se sucede todo, en contraste con las sombrías secuencias nocturnas de las que reviste las fechorías de Brandon, y la premonición de su advenimiento.

La partitura original de Tim Williams, más potente que inquietante, otorga peso específico al dramatismo, hasta el punto de darle demasiado portento sobre lo modestos o más simples que son otros aspectos. A nivel extradiegético, los efectos de las cuerdas, el metal y la percusión, así como algunos de sintetizador, son los que cargan con el peso de la misión de crear y mantener una atmósfera inquietante y aterradora. En los títulos de crédito finales, y más a nivel diegético, la canción “Bad Guy” de Billie Eilish es la que tiene el cometido de recordarnos ese carácter ácido y socarrón con el que se nos cuenta lo malvado que ha sido (y será… ) nuestro angelito Brandon. A todo esto, he visto el videoclip original de esta canción, y su imagen transmite exactamente ese mismo valor irónicamente apologético del travieso, aspirante a gamberro (musicalmente horrorosa).

En general, los personajes están bien construidos, y las relaciones entre ellos son el centro de gravedad alrededor del que se teje el argumento. Sin duda, el núcleo de la fuerza de atracción hacia la cinta es el tan temible, como a veces estrafalario, Brandon; si ominoso y espeluznante se muestra cuando fulmina con su mirada, se convulsiona como poseído de una fuerza externa maligna en el granero, o le rebotan las balas ante la desesperada mirada impotente de su padre, incomprensiblemente ridículo y chocarrero se antoja con el atuendo que usa para mostrarse en acción de sus trastadas (a excepción de cuando atiza a sus compis de cole).

Elisabeth Banks (Tori, madre de Bryan), con una carrera que se remonta hasta 1999, con títulos reconocidos en sus espaldas, ya sea como prota o como secundaria (Los Juegos del Hambre, La Cumbre, Presencias Extrañas, Los Próximos Tres Días,…), en el papel de madre devota, fiel y protectora hasta lo inconcebible de su hijo, es el segundo puntal sobre el que se sostiene la interpretación, cerrando el triángulo de los principales un menos conocido David Denman, que hace un notable esfuerzo para resultar creíble en la posición de un padre con el que nos identificamos en su paulatino descubrimiento de lo que es su “hijo”, a la par que sus temores se van convirtiendo en mortal pesadilla.

El resto, poco aportan a la cinta, tanto por su efimeridad en la historia, como por lo poco convincente que alguno resulta (por ejemplo Becky Wahlstrom, que interpreta a la malograda madre de Erica Connor, compañera de escuela de Brandon, hacia la que éste vierte un interés amoroso, pero demostradamente malsano y posesivo).
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Jordirozsa
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7
11 de julio de 2021
21 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sólo empezar con el cartel en el que vemos tras una ventana asomarse algo como E.T. el Extraterrestre, y la mala traducción del título “The Uninvited” (“Presencias Extrañas”), que en esto los de la marca “spain” somos unos campeones (la traducción literal del inglés sería “La/el/los/las no invitado/a/as/os”, y si del inglés pasamos al francés, “les indésirables”, de ahí al castellano nos sale “lo no deseado”), ya seguro que las expectivas de los del susto palomitero y de los amantes de las criaturas ultramundanas, se ven defraudadas, porque lo que los hermanos Charles y Thomas Guard nos montan es un “thriller” o pieza de cine negro (o “neo-noir”, como dirían los académicos).

A parte de las apariciones de estampa mística del espíritu de la madre difunta de la protagonista, que no cumplen otra función que la decorativa o de realce dramático, no podemos hablar de una película de terror en su estricto sentido (en eso la podríamos comparar a la que Harrison Ford protagoniza en “Lo que la Verdad Esconde” (2000).

En lo que a género o familia de películas podríamos asemejarla, para así tener orientados y satisfechos a los amantes de las etiquetas, es a las películas de los años cuarenta, que hallaron una mina en el psicoanálisis y los argumentos basados en el desquiciamiento de sus personajes (léase “The Red House” (1947), de Delmer Daves; “Doble Vida” (1948), de George Cuckor; “Secret Beyond The Door” (1947), de Fritz Lang; “Recuerda”(1945), de Alfred Hitchcock, “The Strange Love of Martha Ivers” (1946), de Lewis Millestone…). Quítenle el color (o la saturación, como se diría técnicamente) a la imagen, que se quede en blanco y negro, y tenemos ahí a una de esas producciones de los grandes de los 40.
A parte de un homenaje a estas producciones y sus directores, se puede apreciar un recurso narrativo sobre el que basar y construir el hilo de esta cinta, técnicamente correcta, poéticamente atractiva, y formalmente con algunas deficiencillas.

Por más vueltas que le doy, no atino a adivinar cuál es el criterio, y qué institución o autoridad tiene la jurisdicción para darle a “The Uninvited”, el sello de “remake” de “Dos Hermanas”, a la que llaman la “original”, y de elaboración “chinoski” (japonesa, coreana, vietnamita, china… da lo mismo). No la he visto, y no sé si la veré, pero el caso es que reducir “Presencias Extrañas” a un simple remake, da para alguna que otra discrepancia; si és sólo porque lo soltó uno o varios de esos críticos del un periódico jurásico de los USA, y quien lo lee, repite como loro o cotorra amaestrada, sin más, “ah, pues es cierto, es un “remaque”… no había caído en la cuenta…”, sólo por apuntarse a la iluminada idea de turno, mal vamos.

“The Uninvited” es una amalgama de referencias que podemos identificar en el plano de la narrativa, del argumento, el guion… hasta en la banda sonora. En todos hay rastros evidentes de guiños a clásicos, tanto del terror (que, repetimos, esta película no puede ser clasificada como tal), como del thriller, el drama… hasta el telefilme de sobremesa. Y es que la película contiene varias características que encajan con este formato; una de ellas, varios de los elementos del set: la posición acomodada en la que aparentemente viven los protagonistas (una mansión con su embarcadero y su casa aneja, los coches,…) los vestuarios, el maquillaque de spot publicitario que gastan los actores, así como la base de “cuento de Blancanieves”, sobre la que se puede antojar la historia.

El argumento de intriga y misterio hace de “The Uninvited” una cinta que sería perfectamente programable para un viernes o un sábado después de cenar, cuando los muñacos ya están sobando, o incluso una segunda sesión de domingo por la tarde de Antena3.

Aunque toda esta glamurosa ambientación pueda resutar recargada y un tanto empalagosa, en un año 2009 en el que se realiza la película, en plena crisis económica, pasar 90 minutos visionándola, permite al espectador de esa clase social media, ya sea desde la butaca del cine, o apoltronados en el sofá, evadirse de las penalidades económicas y fantasear un poco sobre la vivienda y la familia (en este caso no tanto), ideales.

La banda sonora de Christopher Young, sin ser un exponente de las obras maestras del género a las que se referencia en este filme, cumple con su cometido, aportando el aura necesaria que envuelve el desarrollo de toda la historia. Una música sinfónica, que las veces peca de demasiado cómplice de la deriva al susto o sobresalto en las escenas en las que se aparece el fantasma de la madre de Anna, pero que contribuye a crear la atmósfera elegante e intrigante de todo el rodaje. De hecho, el efecto de los espantos en determinados momentos que se quiere introducir un clímax de terror, se debe más a los efectos de la partitura, que a la apariencia de espantapájaros del espectro vengador.

La composición de Young se acopla con maestría al ritmo narrativo, y ya sólo con los primeros compases de cada track o secuencia da pistas para predisponernos emocionalmente ante lo que sucederá. Jamás estorbante, acentúa la intuición anticipativa del espectador.

El tema principal, como una especie de valse o canción infanto-juvenil del principio, que oiremos retomar con los títulos de crédito finales, y en algún momento central, es de una especial belleza evocadora de los de la saga original de Poltergeist (1982), o de Rosemary’s Baby (“La Semilla del Diablo”) (1968).

No podemos cantar excelencias del trabajo de los actores, ni por su caracterización, ni por su labor interpretativa. Exceptuando el efímero papel de Dean Paul Gibson como Dr. Silberling, los roles masculinos de Jesse Moss (Matt) y de David Strathairn (Steven, padre de Anna), no consiguen pasar el nivel de pedazos de alcornoque, que su condición de secundarios no justifica. A ello contribuye la bastante mala calidad de unos diálogos, que es imperdonable que hayan descuidado, haciendo zozobrar todo el conjunto de la obra.
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Jordirozsa
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