Continúa la extraña carrera de Denis Villeneuve, un director elegante y pulcro, muy pulcro. Sus referentes estéticos más cercanos podrán ser el último Fincher (a partir de Zodiac) y Kubrick. También estos dos son realizadores fríos, que guardan cierta distancia con la acción que cuentan, pero siempre atentos ambos a que ante todo están narrando un relato dramático, por radical que pueda llegar a ser en forma o contenido. En cambio Villeneuve suele quedarse en tierra de nadie, saturándonos hasta el sadismo de imágenes bien compuestas y fotografiadas, hasta un punto en el que se diría que se olvida de que está contando una historia y de que además de su cámara siempre situada en el lugar correcto, ante ella, entre la impecable y geométrica escenografía, pasan a veces unos personajes a los que quizás a algún espectador le interesaría conocer un poco, más que nada para así poder poner alguna atención en aquello que les pase, por poco y absurdo que sea. Estoy seguro de que sería un excelente director de anuncios de colonia, pero el cine es algo más que imágenes bonitas empapadas en pseudofilosofía de cuarta y en diálogos afectados hasta el ridículo. Seguramente no es solo su culpa, pero llama la atención que aún cambiando de guionistas vuelva a repetirse ese persistente tono entre aséptico y paulocoelhiano que ya vimos en su anterior peli, La llegada. En el caso presente no encontramos ni trampas ni tantos sinsentidos manifiestos en el guión, pero casi se echan de menos, porque son sustituidas por una masa gomosa de afectación que se extiende y se extiende por miles de minutos mientras se aligera y se aligera de contenido. El fenómeno Villeneuve, reverenciado por la crítica de forma casi unánime (Boyero es la excepción pero no sé muy bien si eso suma o resta), me empieza a recordar al cuento del traje nuevo del emperador; quizá sea necesario que alguien le diga que va desnudo.

No puede reprochárseles nada a los muchos fans de Brian de Palma, lo sean movidos por sentimientos nostálgicos o por un gusto posmoderno por lo ecléctico y lo sobrecargado. Sin embargo, vistos sin perspectiva, el problema de los films ochenteros de este director es que, de homenaje en homenaje, la acumulación de momentos de un suspense expresivo, romántico e innecesariamente prolongado, deviene con frecuencia una parodia involuntaria. De Palma trabaja de forma totalmente contraria a cualquier tipo de economía, empleando recursos a diestro y siniestro sin seguir ningún código coherente, ni siquiera el de su querido Hitchcock. Las largas escenas de Vértigo en las que James Stewart sigue a Kim Novak, que seguramente causaron gran impresión en de Palma, y a pesar de su duración y su aparente repetición, buscan esencialmente una rentabilidad narrativa, avanzan en una dirección en consonancia con todas las otras partes del film, son necesarias en suma. Aquí, en cambio, como ocurre también en Vestida para matar, las largas secuencias dinámicas de planos contraplanos, o los planos secuencia virtuosos, no llegan nunca más lejos de sus propios límites, y resultan como piezas venidas de distintos lugares -más o menos bonitas ellas, alargadas y reiterativas la mayoría- encajadas a la fuerza para construir un castillo que se tambalea; seguramente el mejor ejemplo es el de la escena en la que la cámara gira y gira sobre sí misma mientras Travolta registra su oficina, todo coordinado de forma excelente técnicamente, al mismo tiempo que absolutamente gratuito, sin relación alguna con un fondo narrativo ni con un discurso formal coherente.
Seguramente, de haber tenido una trama más consistente que contar, en lugar de esta historia en la que su comienzo prometedor va desmontándose hasta resultar casi un absurdo -aquí sí, una parodia inadvertida de Blow Up-, estas desviaciones narrativas marca de la casa no serían más que incordios pasajeros. Por lo demás, y al igual que los otros films de esta triada (Impacto, Vestida para matar y Doble cuerpo), la fotografía es excelente y la música insoportable y casi siempre fuera de lugar.

Película más que discreta que no solo toma descaradamente de Rebeca su escena inicial (solo hay que cambiar Manderley por una casa de diseño a la última de aquellos años, estilo Frank Lloyd Wright), sino la mayor parte de su argumento. Hay un obvio intento por recrear la atmósfera hitchcockiana (omnipresencia de la casa, los personajes ambiguos, el mar de fondo) pero sin nada que lo sustente, ni un especial talento por parte del director ni una trama bien armada, que más bien da tumbos de escena en escena. Por lo demás, la peli se apunta a la moda psicoanalítica de aquellos años (veánse obras mejores como La dama desconocida o A través del espejo de Siodmak o Secreto tras la puerta de Lang, además de Recuerda), una moda que por sí misma no aportó demasiado, en términos artísticos, al cine de Hollywood, tendiendo a simplificar excesivamente la retórica freudiana para un público de masas, generando con frecuencia diálogos y situaciones bastante forzados cuando no ridículos. En otros casos el interés visual y narrativo del trabajo de otros directores hacían olvidar ese tipo de cosas, pero en esta ocasión es todo bastante ingenuo, moderadamente entretenido, pero no sé si merece la pena.

Aunque la estupidez del personaje que encarna Jane Wyman juegue por momentos con los límites de la verosimilitud, es otro dramón de Sirk dirigido con su inigualable elegancia, siempre con la colaboración de la fotografía densa y llena de claroscuros de Russell Metty. La historia avanza con buen pulso, sin llegar a las cotas de músculo y dramatismo que conseguirá al año siguiente con "Escrito sobre el viento", pero sin aburrir nunca al respetable con tiempos muertos ni monsergas. En cualquier caso un peliculón con varios de los mejores rasgos del maestro.

Leo por aquí unas críticas bastante durillas con esta amable peli. En mi modesta opinión, se trata de un film ligero y muy divertido, que se acerca más a la comedia que al cine negro estándar. Quizás a alguno lo despista ese título rimbombante, "The big steal", que suena a clásico canónico. Si no intentamos que se adecúe a tales expectativas, nos encontramos con una historia tan ridícula como consciente de serlo, y ante todo bromista. Está claro que se apuesta por repetir con el especial feeling de la pareja Greer-Mitchum, pero fuera de eso y de que la acción se sitúe en México, no veo más paralelismos con Retorno al pasado, sino más bien un intento loable y bastante original de tomar los clichés del cine negro y reírse de ellos, lo cual es interesante si tenemos en cuenta que el cine negro era ya de por sí un género bastante moderno en aquel entonces. Las actitudes de Mitchum y muy especialmente de Greer se adaptan perfectamente a este tono desenfadado, y cuando están juntos en pantalla, lo cual ocurre casi todo el tiempo, su química se apodera fácilmente de la escena, con la ayuda de unos diálogos afilados y llenos de ironía, en ese aspecto a la altura de cualquier obra mayor del género. Por otra parte resulta igualmente moderno tanto el papel poderoso e independiente de la mujer (tras varias bromas al respecto, es ella la que conduce en la gran escena de persecución) como la tranquila astucia de los policías mexicanos (retratados habitualmente como incompetentes en otras pelis). En resumen, si tienen un poco de sentido del humor y no le piden peras al olmo la película será una grata experiencia.