Sobre una idea interesante, la película roza el límite del aburrimiento. Escenas demasiado lentas, planos oscuros y un guión sin chispa, conforman una historia a la que, sin duda, se le podía haber sacado mucho más jugo. Está claro que no todo el cine argentino que nos llega puede alcanzar el mismo nivel.

Una historia que empieza divertida, pero que va languideciendo a medida que avanza, hasta el extremo de que parece que el guión pierde completamente el rumbo, antes de llegar a un final predecible desde la primera escena. Para pasar el rato sin mayores aspiraciones.

No queda más remedio que olvidarse de como vive nuestra sociedad e intentar situarse en otro paralelo. Un lugar imaginado sólo en reportajes formativos, en el que nada de lo que se dice o se siente tiene parangón entre nosotros.

Desde esta perspectiva, la película resulta bella de imágenes, dulce de historia y entrañable de poso, transmitiendo una ingenuidad que quizá no seamos totalmente capaces de comprender.

Sobre una historia muy previsible, pero no por ello menos interesante, el director ha sabido crear un magnífico universo en el que la ausencia de la palabra queda maravillosamente substituida por un cúmulo de miradas y gestos, que ponen en evidencia un sinfín de emociones y sentimientos. A ello, sin duda, contribuyen en gran parte, las excelentes interpretaciones de los dos personajes protagonistas.

Bien filmada y con imágenes que saben mezclar la poesía con la irremediable dureza del entorno que muestra, la película adolece de un ritmo lento que junto a la ausencia de interés en su guión, nos deja con el agrio sabor de un documental, en el que no cabe ni un ápice de esperanza.