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Críticas de Quatermain80
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Críticas 406
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
10 de abril de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con ocasión de un anterior comentario -a propósito del remake de Judex que realizara Franju- ya me había referido a Feuillade, los folletines y los seriales, por lo que vuelvo con agrado a tales terrenos, de la mano de un personaje clásico de los mismos como es Fantomas, mucho más célebre que sus creadores, Souvestre y Allain.

Primer ensayo de una serie de largometrajes mudos, el presente filme revela ya las fortalezas y limitaciones característicos de este género. Entre las primeras, la preferencia por lo emocionante, recurriéndose siempre a la sorpresa, la intriga y la peripecia. Son estos elementos los que hacen tan atractivas estas historias, que crecen aún más si cuentan con personajes dignos de ellas, como sin duda lo es Fantomas, un ejemplo temprano del villano absoluto, carente de todo escrúpulo y mensajero del caos. No se trata tanto de un personaje del que captemos sus matices psicológicos, sino de un arquetipo, esto es, un personaje que encarna una idea, una fórmula a imitar (en la literatura y en el cine del siglo XX y lo que va de XXI proliferaron y proliferan innumerables "descendientes" de Fantomas). En cuanto a las debilidades cabe señalar la escasa profundidad de algunos personajes -la mayoría- y que el apresuramiento característico del serial (heredado del folletín) suele desembocar en tramas un tanto tópicas e inverosímiles, si bien esto es parte del encanto de estas propuestas.

Dividida en tres partes que adaptan muy sumariamente la novela original, la película constituye una eficaz recreación del mundo de Fantomas, que se mueve en entornos de clase alta adoptando múltiples identidades y siempre con el crimen como horizonte, ya se trate del robo, el secuestro o el asesinato. Aunque la continuidad narrativa es buena y eficaz, ciertamente los planos resultan excesivamente fijos y sencillos, lo que impide que el espectador perciba el dinamismo y la emoción constante que sí tienen las novelas originales. Da la impresión de que Feuillade está conteniéndose y que el material narrativo con que contaba podría haber sido más eficazmente aprovechado. No obstante, el filme se disfruta en todo momento, resultando siempre entretenido y contando con buenas interpretaciones, entre las que destaca, como no podía ser de otra manera, la de René Navarre como Fantomas, bien secundado por Renée Carl, que compone a una ambigua y excelente Lady Beltham, perdidamente enamorada del villano.

Concluyendo, una excelente ocasión para reencontrarse con el siempre estimulante mundo del folletín y los seriales, orígenes respectivos de tantas cosas buenas para tantas generaciones. Y si en algún momento el espectador siente que algo podría ser mejor de lo que es, menos simple, estático o inverosímil, que no olvide que desde la pantalla, 103 años nos contemplan.
Quatermain80
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7
6 de marzo de 2016
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un atractivo drama de ese maestro de la eficiencia que fue Ulmer, quien logró excelentes filmes a lo largo de su carrera a pesar de los menguados recursos con que habitualmente contó. No es el caso de esta película, una de las pocas que dirigió disfrutando de un presupuesto más holgado, circunstancia que al menos compensaba el hecho de que el proyecto fuera en realidad un encargo, toda vez que la productora había pensado previamente en Robert Rossen como director.

La historia que se nos propone es la de un ambicioso, Horace Vendig, personaje de infancia difícil (un poco a lo Dickens) que para superar ese trauma de fracaso, mediocridad y desamparo se obsesiona con el éxito, obsesión en la que su nula empatía hacia los que le rodean le asemeja a un psicópata. En efecto, en el rumbo que Vendig ha trazado para triunfar, los que le aprecian, admiran o aman no son más que medios de los que servirse, y su interés en ellos se basa en lo que le aportan o en lo que representan, nunca en lo que son. Esta perspectiva del poderoso solitario recuerda poderosamente a la que estableciera unos años antes Orson Welles en su Ciudadano Kane, especialmente si nos centramos en las relaciones del personaje principal con las mujeres y en el progresivo alejamiento de quien había sido su único amigo, y que lógicamente, deviene en contrapunto moral.

La película se estructura a través de sucesivos flashbacks, algo muy del gusto de Ulmer, que sabe introducirlos e hilarlos con el argumento central. En cierto modo, la fastuosa fiesta benéfica que da pie a toda la narración viene a ser un ajuste de cuentas, pues en ella, que representa la cima del prestigio público de Vendig, el pasado, en forma de recuerdos y personajes, reaparece para atormentarle, para revelar sus miserias. Al igual que ocurría en la mentada obra maestra de Welles el personaje es un seductor que atrae a los demás empleando diversas estrategias, ya sean la amistad (con Vic), el amor (con sus sucesivos ligues), la ambición (con hombres de negocios) o la filantropía (con la alta sociedad y los políticos). Todo ello con el único objetivo del engrandecimiento personal, de ahí que su culminación sea la filantropía, pues cuando ya se tiene el poder que da la riqueza, se aspira a obtener el que concede el prestigio.

Del resto de personajes sobresale Mansfield, también un tiburón como el que ambiciona ser Vendig, y por eso su principal rival, finalmente vencido por mostrar una debilidad, el amor, un sentimiento al que el protagonista ha renunciado, decisión que la aparición de Mallory simboliza, al recordarle a Vendig su primera manipulación interesada.

Película de impecable realización, con apreciable fotografía en el tratamiento de los espacios, cuenta con un guión bien tramado y algunos diálogos excelentes, especialmente en los que interviene Mansfield. Las interpretaciones son en general buenas, destacando el siempre excelente Greenstreet (su escena frente al espejo es desoladora) y la actriz que interpreta a su esposa en la ficción, Lucille Bremer, que aporta una especial amargura. Zachary Scott parece algo forzado en el hieratismo de su rostro, pues si bien se trata de un intento por sugerir la falta de sentimientos del personaje, el resultado es un poco excesivo.

Con un final que remite a los comienzos del personaje (ver spoiler) se cierra esta apreciable película, un estudio moral sobre un ambicioso sin escrúpulos, que consecuentemente escogió el mundo de las finanzas como su particular lugar en la cumbre.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Quatermain80
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7
13 de febrero de 2016
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primera película que veo de este director soviético, sin duda mucho menos conocido que otros compañeros generacionales, circunstancia en parte debida a la escasa distribución que tuvieron sus filmes, por lo general poco complacientes con la línea oficial que marcaba el partido comunista.

“Control en los caminos” pertenece al género bélico, pero muestra suficientes claroscuros y ambigüedades -especialmente en el tratamiento de sus personajes principales- como para trascender los clichés habituales de este tipo de historias. Así, el argumento, que se centra en un grupo de partisanos, no es la consabida loa al heroísmo y certidumbre sin límites de los combatientes, sino que abunda con particular empeño en las pequeñas y grandes miserias de la guerra, plasmadas a través de unos personajes que en nada se ajustan a la versión clásica del héroe. Sin ir más lejos, el protagonista, Lazarev, es un traidor “repescado” por los partisanos, concitando la desconfianza y el desprecio de todos, con la excepción del oficial Lokotkov, otro personaje que se sale del marco habitual, caracterizado por su ironía y escepticismo. Es llamativo el contraste que representa el otro oficial, Petushkov, quien viene a ser una caricatura del personaje clásico que el cine soviético “oficialista” establecía como heroico, siempre seguro en sus juicios, con una moral diáfana y disposición al sacrificio patriótico.

Además de este tratamiento heterodoxo de los personajes, la película refleja las penalidades y precariedades características del frente oriental, que fue el verdaderamente decisivo en la Segunda Guerra Mundial, y sin duda, el que mayor sufrimiento humano vivió. El comienzo del filme, con esa peculiar incineración de patatas, u otros fragmentos –sobre todo los que muestran la desesperación de la población civil-, ilustran eficazmente esta realidad, también sugerida por las actitudes y opiniones de los partisanos. El guión acierta plenamente en la construcción de los personajes principales antes mencionados, resultando Lokotkov el más atractivo, y también logra buenos momentos humorísticos (como ocurre al principio, a propósito de una vaca, o con algunas situaciones entre los partisanos: chistes, situaciones jocosas, etc.), pero adolece de algún que otro problema de continuidad narrativa (algunas situaciones o subtramas se interrumpen bruscamente, sin solución de continuidad).

Rodada en blanco y negro, con eficaz fotografía que realza la crudeza del invierno, cuenta con una buena puesta en escena y algunas secuencias de acción apreciables, destacando la que utiliza el recurso de una mira telescópica para hacer uso de la cámara subjetiva, consecuentemente complementada con las malévolas reflexiones en voz alta del francotirador. Las interpretaciones son correctas, destacando las de los dos protagonistas, Bykov, que hace entrañable a su personaje (Lokotkov), siempre un punto cínico e irónico, y Zamankiy, que sabe aportar a Lazarev el poso trágico y la pesadumbre requeridos.

Al parecer, la película, realizada en 1971, no pudo estrenarse en la URSS hasta 1986, esto es, ya en plena Perestroika, circunstancia muy ilustrativa de lo incómoda que resultaba, y del evidente peligro que corre todo aquél que se atreva a cuestionar los mitos heroicos en los que frecuentemente se sustentan las tradiciones y la Historia.
Quatermain80
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6
16 de enero de 2016
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece lógico pensar que ya que los británicos fueron la principal cantera de la literatura policiaca clásica (Collins, Doyle, Chesterton, Christie, etc.), su cinematografía debía reflejar idéntico interés por el mencionado género, y en efecto así fue, como lo demuestran multitud de películas y realizadores, entre los que sobresale la oronda figura de Hitchcock (quien prefería el suspense). Al referirme a cine policiaco y no negro estoy haciendo una distinción; por el primero entiendo aquellos argumentos o tramas que se sustentan en la intriga, el suspense y el juego, mientras que en el segundo cabrían historias en las que lo criminal se mezcla con lo social y lo trágico. Naturalmente, los británicos también han hecho cine negro, pero a imitación de los modelos norteamericanos -a quienes cabe atribuirles la paternidad del mismo (también en el ámbito literario)-, y frecuentemente con menos acierto u originalidad que los franceses.

Este fatigoso preámbulo viene a cuento porque Basil Dearden es una figura clave en el tratamiento que todos estos géneros tuvieron en el cine británico, siendo uno de los pioneros en la introducción del género negro a la americana (“El farol azul”), en la imbricación de las tramas criminales con el análisis y la crítica social (“Saphire”: “Crimen al atardecer”), pero al tiempo un frecuente cultivador de la intriga policial clásica, como ocurre en la presente cinta.

Nos encontramos, por tanto, ante la típica historia en la que lo importante es el enigma, en este caso un “quién lo hizo” (en otros la intriga se basa en un “cómo lo hizo”, o en ambos aspectos a la vez), enigma que, a modo de juego, nos llevará de sospecha en sospecha, de espejo en espejo, hasta la solución final. En la presente película hay también un recurso clásico del género, el Mac Guffin, que es en este caso un personaje anónimo, enmascarado y con voz distorsionada, que aparece como el artífice de la conspiración para implicar a Brent, el protagonista, en un audaz robo. Todo el misterio de la película gira en torno a la identidad de este personaje (incluso desde el título original de la película: “The secret partner”), circunstancia que hubiera disgustado a Hitchcock, quien afirmaba que era un recurso que debía importar mucho a los personajes pero poco o nada al narrador.

En lo formal es una película correcta, académica, que tiene la virtud de no aburrir al espectador aficionado a este género de historias. No obstante, es justo decir que el guión, más allá de las trampas y giros argumentales, carece de especial nervio, y que los diálogos son más bien funcionales. Bien fotografiado por Waxman, aunque sin la brillantez que había conseguido en el anterior “Saphire”, el filme sufre una banda sonora empeñada en subrayar momentos clave (lo que resulta molesto), pero al menos cuenta con buenas interpretaciones, sobre todo de los secundarios, destacando Bernard Lee (el célebre “M”, de la serie Bond) como inspector al borde del retiro, más atinado que un meramente cumplidor Stewart Granger como protagonista.

Entretenida y eficaz, la película no está entre las mejores creaciones de Dearden, realizador siempre muy criticado por las jóvenes generaciones de cineastas, que lo identificaban con una forma de hacer cine que debía ser superada, ignorando (voluntaria o involuntariamente) que algunos de sus filmes contenían aspectos de crítica social francamente interesantes (la mencionada “Saphire”, “Víctima”, seguramente su mejor obra, pero también “Barrio peligroso” o “La vida de Ruth”), con frecuencia superiores –en opinión de quien esto escribe- a los de sus más severos críticos.
Quatermain80
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6
29 de noviembre de 2015
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin mayor objetivo ni pretensión que la de entretener (en cualquier caso siempre loable) esta película "americana" de Montaldo cumple con las expectativas, recurriendo para ello a un notable eclecticismo tanto en lo argumental como en lo formal.

Es esta la típica historia que mezcla manidos personajes (mafiosos, ladrones, chicas guapas, antiguas amantes) con situaciones o ambientes igualmente tópicos (garitos, casinos, puertos), y aunque todo ello parece sacado del manual elemental del thriller y por tanto no sorprende en absoluto al espectador avisado, esto no impide que tenga sus momentos de disfrute.

En esencia el argumento que se nos cuenta es el de un atraco cometido en un casino controlado por la mafia, con la consiguiente huida del ladrón, bien salpicada por los habituales giros y avatares que corresponden a tales circunstancias (cambios de vehículos, escondites lúgubres, acoso de sicarios varios, etc.). Es de lamentar que el guión no haya potenciado un poco más el filón dramático que sugería la relación entre Hank McCoy y Rosemary Scott (Cassavetes y Rowland, respectivamente) de la que efectivamente, se desprende una solidaridad al estilo Bonnie & Clyde, y que hubiera aportado más fuste a la película. Igualmente parecía recomendable insistir en los motivos y ambiciones de Charlie Adamo (Falk), un personaje que podría haber dado más de sí, especialmente si lo comparamos con el escaso interés que aporta Irene Tucker, interpretada, eso sí, por una muy atractiva Britt Ekland.

Con un metraje corto, prima en todo momento la acción, brevemente entreverada por imágenes semidocumentales, ya sean de Las Vegas, San Francisco, etc. También es frecuente el recurso a primeros planos de modo un tanto abrupto y nervioso, queriendo a veces subrayar o enfatizar demasiado las reacciones de los personajes. Las interpretaciones son en general correctas, aunque como ya se ha apuntado, el distinto potencial de los personajes hace que sigamos a algunos con mucho más interés que a otros. Cassavetes, protagonista, cumple bastante bien, aunque algunas de las acciones de su personaje sean, a mi juicio, un tanto caprichosas. Todo ello aderezado por una fotografía sin alardes pero tampoco sosa, y por algunos notables fragmentos musicales a cargo del siempre recomendable Morricone, que juega aquí con sonidos estridentes, para sugerir tensión e inquietud, redondeando su labor con la interesante balada de Hank McCoy, que se me antoja un tanto infrautilizada, siendo relegada a los títulos finales.

En conclusión, una película de género entretenida, con la que Montaldo insistía en argumentos sobre robos (ya había realizado “Diamantes a gogó”, también con reparto estelar), pero de calidad bastante inferior a la que mostraría en “Sacco y Vanzetti”, seguramente su mejor filme.
Quatermain80
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