La película recrea, cincuenta años antes de la primera entrega de El Señor de los Anillos y de los posteriores Hobbits, el ambiente y las gentes de la famosa Comarca. La idiosincracia de los habitantes de las verdes tierras queda reflejada gráficamente en la cinta del director ese que le gusta a todo el mundo. Sus paisajes, sus lindas casitas, sus moradores alegres, borrachines, cantores, reñiores y un pelín chapados a la antigua con las chicas, forman un notable fresco del mundo de Tolkien sin servirse del argumento dramático de la saga literaria. Es ahí donde quizás falle el film, al quedarse en una sucesión de anécdotas y travesuras sin más hilo conductor que el consabido recurso de utilizar al extranjero para ver la comunidad a través de sus ojos. Extranjero que por cierto vuelve a su tierra natal tras haber estado en EEUU matando indios a troche y moche, sin embargo ningún hobbit le saca el tema.
Los amantes de esta obra dicen que se puede respirar el aroma de la comarca viendo esta película. Pero claro, esto también sólo es válido para quienes ya hubiesen estado allí y sepan cómo huele tal lugar, quiero decir que si un habitante de La Comarca te echa el aliento, aunque sea a cámara, no lo hueles.
Que el cine no huela, no se sabe si es una desventaja o una suerte. Lo que si es cierto es que si las películas oliesen algunas nos harían vomitar.