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Críticas de Kasanovic
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Críticas 400
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5
26 de junio de 2019
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Edu espera pacientemente su turno en una prestigiosa institución londinense de música. Tras un rato aguardando turno, decide coger la puerta y marcharse. ¿Impaciencia? Probablemente sí, pero no solo debido a ese rato de espera, sino al largo tiempo que lleva viviendo en la urbe británica, alejado de sus familiares y amigos. Al menos eso es lo que se puede concluir cuando, en las siguientes secuencias, le vemos llegar a Valencia, la localidad que le vio crecer, donde le espera un acontecimiento único en la vida como es la boda de su hermano. El reencuentro con este, con sus padres y con sus amistades, unido a la presencia de la mujer que siempre amó, pero con la que nunca pudo estar por ser la novia de su mejor amigo, convertirán el retorno a casa de Edu en una vuelta sentimental a su pasado.

En su primer largometraje, el cineasta valenciano Roberto Bueso explora en La banda el sentimiento de añoranza del hogar y las emociones interiores que afloran en el ser humano cuando se produce el retorno a dicho hogar. Edu huyó a Londres para cumplir su sueño de ser un músico de postín, pero por el camino se dejó muchas cosas que en su nuevo destino le resulta imposible recuperar. Tiene que regresar del sitio del que partió en primer lugar para recuperar todo aquello que un día le hizo convertirse en la persona que es hoy.

La cámara persigue a Edu por un entorno que jamás puede resultar extraño. La comprensión de padre y madre, el aliento de los amigos y la extraña emoción que le provoca la visión de un antiguo amor navegan por la mente y los sentimientos del protagonista, que bien pudiera ser cualquiera que un día tuvo que partir a un territorio lejano y que de repente vuelve por uno u otro motivo. Esta sensación, alcanzable también a pequeña escala para aquellos que hayan hecho un viaje y el último día ya añoren regresar a casa, es la que nos pretende transmitir Bueso.

Las dificultades en La banda aparecen a la hora de avanzar un poco más en el desarrollo de este planteamiento. El cineasta refleja muy bien esa mezcla de sentimientos que atraviesa el interior de Edu al vivir y contemplar de nuevo esa vida que un día cambió. Sin embargo, el film parece permanecer en esta órbita durante su hora y media de metraje. En cierta manera, tiene sentido pensar que tal circunstancia se debe a que la vida sigue siendo igual entre su círculo de familiares y amigos de Valencia; a excepción del casamiento de su hermano, todo evoluciona a un ritmo pausado y sin demasiados sobresaltos, marcando diferencias con lo que fue su partida a Londres. Podemos imaginar entonces que esta sensación de cierto inmovilismo que desprende La banda es algo plenamente intencionado y no se debe a un error en su narrativa. Cosa distinta es que el personaje protagonista logre transmitirnos aquello que debe estar cruzando por su mente, hecho que cobra relevancia sobre todo en el último tramo de la cinta.

El propio director ha confesado que La banda está inspirada en su propio sentimiento de añoranza del hogar, cuando tuvo que dejar su Valencia natal para avanzar profesionalmente. Sin conocer este dato, ya queda claro en el visionado de la película que esta se encuentra elaborada con una gran dosis de emociones personales. A través de ello quizá se pueda explicar esa impresión que deja el film en su recta final, una sensación de inconclusión acerca del futuro de Edu: no se puede hacer explícito algo que ni siquiera el propio protagonista tiene claro en su interior.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para @CineMaldito
Kasanovic
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5
7 de junio de 2019
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras la muerte de su padre, el joven Oliver regresa al clásico hogar de su familia, un amplio chalet residencial emplazado a orillas de un lago. Junto a él viaja Nikolai, un ruso cuyo sentido de la extroversión es inversamente proporcional a su don de la oportunidad. Pero el objetivo de ambos no es pasar unas vacaciones de lujo, sino lanzarse al robo de una joya que ha permanecido resguardada en la residencia durante mucho tiempo: un disco de vinilo grabado durante los años 40 en aquella propiedad y que hoy día aún permanece precintado, por lo que su valor en el mercado alcanza una cifra muy alta.

The Song of Sway Lake es el título de esta curiosa historia que nos narra Ari Gold, cineasta californiano que en su segundo largometraje (tras la desapercibida Adventures of Power que él mismo protagonizó) quiere elaborar un relato donde las consecuencias de un incierto pasado sean el elemento que acompañe toda la narración. Aunque en alguna escena nos aclara qué sucedió en su momento para que la familia Sway muestre signos de desunión, reflejados en la tensión que se palpa entre abuela y nieto, Gold prefiere no pasarse de explícito a la hora de describir estos hechos y lo confía todo al poder de las imágenes.

En efecto, si bien The Song of Sway Lake no es una película que se quede corta en diálogos, estos se encuentran lejos de constituir la parte más importante de la obra. El propio carácter del protagonista Ollie y su abuela Charlie Sway, personas reservadas y ciertamente gruñonas, no invita demasiado a focalizarse en las palabras que salgan por su boca tanto como en sus gestos o en las acciones que llevan a cabo. El escenario que acompaña a la historia, una pequeña colonia residencial situada en un lugar apacible y evocador, favorece este clima contemplativo y lejos de lo turbulento. De hecho, incluso los episodios más turbios del film poseen un evidente aroma a insignificancia.

El logro de Ari Gold es conseguir que toda esta sensación de futilidad se acompase con mucha corrección al mencionado relax que transmiten sus imágenes. Pese a su ritmo templado, no hay momento para el bostezo en The Song of Sway Lake. Sin embargo, conforme avanza el film también se desarrolla la impresión de que la historia no tiene excesiva fuerza narrativa. El hecho de que una poderosa familia de un minúsculo (aunque precioso) paraje natural esté al borde de la destrucción por un pasado de desgracias y por el rencor que persiste entre abuela y nieto no termina de encajar bien con el leitmotiv de la obra, el robo del vinilo, ni con el personaje de Nikolai, a caballo entre lo que sería un desenfrenado joven de American Pie, un asesino silencioso y un gigoló. Este cóctel de buenas ideas no mezcla demasiado bien y otorga como resultado una cinta elaborada con unos propósitos loables pero que no están desarrollados como deberían.

En su conjunto, The Song of Sway Lake termina por constituirse como un film de espíritu sosegado. A ello contribuyen el apacible lugar en que se desarrolla la historia, la suave banda sonora y el carácter de sus personajes, que se muestran introvertidos y algo sombríos. Con todo ello, el visionado de la obra de Ari Gold resulta cómodo y en varios momentos logra despertar la atención, aunque en la parte final de la película ya parece evidente que no va a alcanzar un desenlace claro y adecuado que cohesione la hora y media de cinta. Los ecos de ese misterioso pasado que parece cernirse sobre la familia Sway no tienen una justificada repercusión en el presente como para que The Song of Sway Lake consiga aportar un argumento definitivo que alimente su trama.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para @CineMaldito
Kasanovic
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5
29 de marzo de 2019
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Como sucede en medio mundo, los reality show de música pegan fuerte en China. En concreto, el programa China’s Got Talent fue capaz de reunir a centenares de millones de espectadores frente a la TV. Para evadirse de la rutina, pocas cosas hay mejores que escuchar música; esta circunstancia, combinada con el interés que siempre despierta el hecho de contemplar la aparición de nuevos talentos, amén del aroma competitivo que intentan desprender esta clase de shows, pueden ser los factores que justifiquen semejante éxito. La realidad es que por la pantalla desfilan personajes de todo tipo, desde voces hermosas hasta simples personas envueltas y presentadas como un producto de marketing.

Precisamente China’s Got Talent es el programa que despierta la ilusión de un grupo de niños ciegos que residen en el Tíbet. Su pasión por la música y otras razones personales impulsan su deseo de acudir al show y presentarse ante el país más poblado del mundo. El desafío es triple, eso sí: la ceguera, la oposición de su profesor y el hecho de que Shenzhen, región donde se celebra el concurso, se encuentra en la otra punta de la nación. Nada de eso impide, sin embargo, que cuatro niños se armen de ilusión y confianza y, con solo un ojo sano de los ocho que emprenden el camino, traten de guiar sus pasos hacia un esperanzador destino.

La historia real de esta curiosa peregrinación se narra en Ballad From Tibet, película china dirigida por Zhang Wei. Como muchos otros niños ciegos del país, el cuarteto formado por Thumpten, Droma, Sonam y Kalsang deleita sus oídos escuchando a las voces más dulces que pasan por el programa. Esta secuencia es la que abre el film y, a la postre, se podrá considerar como una de las más logradas, tanto por la hermosa canción que suena de fondo como, especialmente, por ser capaz de resumirnos la esencia de la película y de sus protagonistas en apenas unos instantes.

Desde estos primeros compases, queda claro que la obra de Wei pretende desprender un aroma familiar, fruto de su combinación de esperanza, humor, épica y lección de vida. Ballad From Tibet no engaña a nadie, quiere narrar la historia de estos chavales desde el punto de vista de que nada, ni siquiera la falta de visión, puede suponer una barrera para nuestros sueños. Objetivo un tanto empalagoso en su concepción pero que, en la práctica, no llega a superar las dosis de azúcar toleradas. Más al contrario, los momentos emotivos son lo mejor que tiene la película y alcanzan su punto culminante en las escenas finales de la misma. Es en la infantiloide parte humorística y en una dosis de épica no del todo bien suministrada donde el film flojea más. Quizá por pretender elaborar un trabajo con ideas demasiado globales, quizá por un exceso de pasión a la hora de reflejar la odisea de los niños, Ballad From Tibet decepciona en su parte más importante, la que alimenta su espíritu de road movie, dejando lo mejor para el inicio y el final de la misma.

El fin no justifica los medios en muchos casos. En lo que se refiere a Ballad From Tibet, sí existen fundamentos para desechar la anterior idea y pensar que el objetivo de relatar la importancia de esta historia real puede más que la manera en la que se traslade al cine, pero no por ello existe la necesidad de engrandecer al film más de lo que en realidad es. Se trata de una historia bonita, con escenas muy emotivas y que emite varios mensajes positivos, pero que peca de una gran falta de profundidad en su desarrollo, aspecto probablemente motivado por esa voluntad familiar a la que hacíamos referencia con anterioridad.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para @CineMaldito
Kasanovic
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6
11 de marzo de 2019
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Chela y Chiquita conviven en un bonito piso de Asunción. Tanto la vivienda como otras herencias recibidas les han resultado suficientes como para llevar una vida acomodada y burguesa, al nivel de la que habían desarrollado sus antecesoras. Pero los años pasan y el dinero es una fuente no renovable si no media acción humana de por medio, de manera que ambas se encuentran ante una seria amenaza para conservar su patrimonio. No en vano, Chiquita lo paga con la cárcel. Es en ese momento cuando Chela, cuya existencia hasta entonces había transcurrido sin mayores turbulencias, tiene ante sí el desafío de evolucionar sin su pareja, con el capital menguando y seis décadas de vida a sus espaldas.

Marcelo Martinessi nos introduce en esta historia a través de Las herederas, película paraguaya que triunfó en la pasada Berlinale al llevarse dos Osos de Plata (Premio Especial del Jurado y Mejor Actriz). Un exitazo para una nación que no es de las más punteras de la región en lo que se refiere a la cinematografía, pero que de la mano de esta cinta parece haber convencido a la mayoría de los espectadores. Algo que ha conseguido a través de una narración calmada pero efectiva, en la que se combinan a la perfección varias temáticas que tienen como epicentro el transcurso del tiempo y la capacidad de superación personal.

En este sentido, lo que en sus primeros instantes se podía manifestar como una obra coral, pronto gira la mirada hacia la figura de Chela. Una mujer de espíritu apacible, al nivel de la tranquila vida que ha llevado. No genera demasiada capacidad de ruido ni por sus acciones ni por su fino timbre de voz, pero le gusta que todo salga como ella pretende. El momento decisivo llega cuando tiene que hacer frente a algo que no puede cambiar: el adiós temporal de su eterna Chiquita, hecho que termina de trastocar lo que hasta hace poco tiempo componía una bien planificada vida. Pero Martinessi sabe que todo está compuesto de pequeñas casualidades y una de ellas se topa con Chela para otorgarle la posibilidad de dar ese paso adelante que ya necesitaba.

Por escrito todo parece más claro, pero en pantalla el relato de Las herederas se desvela como una amalgama de escenas que se encuentran casi monopolizadas por cortas conversaciones cuando no silencios. Martinesse elabora un film con una coraza no tan fácil de penetrar en su algo confuso inicio, pero que termina por atrapar gracias al espíritu creativo del cineasta, capaz de añadir humor y esperanza a una historia en apariencia repleta de pesadumbre.

Aunque Las herederas tiene una calidad de base ya de por sí muy satisfactoria, parece evidente que nada hubiera sido lo mismo sin el concurso de Ana Brun. Su caracterización de Chela desprende tanta honestidad que bien pareciera que estamos ante una mujer autointerpretándose. Su susurrante voz y las continuas veces que guarda silencio se compenetran con una mirada entrañable, que deviene en triste, anhelante o pasional según la situación. Brun consigue fundir el personaje con la película, hasta el punto de que muchas veces no sabemos quién conduce a quién, pero sí notamos estar ante una deliciosa retroalimentación entre ambos.

Parece poco atrevido asegurar que con Las herederas estamos ante una de esas películas que convencen en su visionado y cuya impresión, además, se va agrandando cuando uno se detiene al pensar en todos los detalles que nos ha ofrecido a lo largo de su metraje. Tiene mucho mérito alcanzar a la vez estos dos apartados, sobre todo cuando la obra presenta una narración tan reposada. Pero el trabajo actoral liderado por Brun delante de las cámaras y el que realiza Martinesse detrás de ellas, trasladándonos una historia con alma acerca de un personaje que en principio podía pasarnos desapercibido, provoca que esos silencios se traduzcan en sentimientos.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
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4
15 de febrero de 2019
7 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un niño libanés comparece frente a un tribunal. Al otro lado del escenario, sus padres… O, al menos, lo que hasta hace un tiempo consideraba como tales. Porque Zain ha decidido que el hecho de otorgarle la vida en este infame mundo es circunstancia suficiente para denunciarles. Tras exponer que el chico está cumpliendo una condena de 5 años de prisión en una cárcel de menores por apuñalar a un hombre, podemos comenzar a entender qué le ha llevado a emprender esta cruzada frente a aquellos que, supuestamente, más deberían quererle. Pero el crimen descrito parece una minucia cuando a continuación, y a través de varios flashbacks, se descompone lo que ha sido la reciente vida de Zain.

Con Cafarnaúm, la cineasta libanesa Nadine Labaki ha tenido que afrontar salvajes críticas que le acusan de proyectar una mirada cinematográfica muy poco ética. La realidad es que su tercera obra, tras la decente Caramel y la más satisfactoria ¿Y ahora adónde vamos? (con la que, pese a todo, también recibió reproches) es, con mucha diferencia, la más incómoda de visionar. Basta señalar que la maldad que algunos consideran innata a nuestra especie alcanza una de sus mayores cotas cuando se ejerce de manera paternofilial, esto es, tratando a tus propios hijos como algo prescindible y a semejanza de cualquier otro producto.

Aquí es donde aparece uno de los grandes debates que plantea la cinta. ¿Se pueden juzgar las acciones de unos padres que viven sumidos en la pobreza y que apenas pueden dar una comida al día a sus retoños? ¿O merece la pena arriesgarse a la muerte de la familia con tal de no caer en alguna de las más bajezas morales que pueden existir? El problema no parece residir tanto en el sentido al que va dirigido la respuesta (que, de hecho, tampoco resulta clara si analizamos lo que sucede con cierto personaje secundario), sino en el modo en que Labaki se acerca a este debate. Como servidor no es muy amigo de entrar a juzgar la ética de terceras personas, es mejor centrarse en los aspectos más cinematográficos del film.

En realidad, Cafarnaúm no parece sostenerse sobre una propuesta demasiado cohesionada. El propósito inicial de la obra es seguir el rastro de miserias por el que atraviesa Zain, uno de los pocos personajes que parece rebelarse contra la amoralidad de los que le rodean. El otro está encarnado por una migrante etíope que Labaki nos presentó en una de las escenas iniciales y que aparece por casualidad en la vida de Zain. Un encuentro que ya de por sí no se muestra con la naturalidad que debería y que, a la postre, generará un desdoblamiento en la narración de Cafarnaúm nada adecuado para facilitar la coherencia entre escenas. El caos podría darse por bueno si esa fuese la intención de la película, pero en este caso parece claro que se debe más a una debilidad involuntaria que a un propósito de la directora.

Tampoco las imágenes gozan de fuerza suficiente como para alimentar a Cafarnaúm de ese interés que más parece reclamar conforme pasan los minutos. Es cierto que son secuencias duras y probablemente apegadas a la pobreza del lugar, pero eso no las justifica por sí mismas. Hace falta un instrumento que las una, que en este caso no corresponde ni a Zain, por desagregarse su relato ya entrada la segunda mitad de la cinta, ni a la propia representación de Beirut, algo desfavorecida por una puesta en escena tosca, ni siquiera a la gracia de su directora para contar estas pequeñas historias, una habilidad que demostró en anteriores trabajos pero que apenas hace acto de presencia aquí.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
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Kasanovic
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