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Críticas de lavidadelreves
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Críticas 104
Críticas ordenadas por utilidad
8
8 de junio de 2013
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de todo, la vida hay que vivirla. Lo mejor que sea posible. Pase lo que pase, sea donde sea. Porque el mundo tiene una característica que no podemos salvar como si no existiera: el mundo es dual, todo tiene su contrario, lo mejor da paso a lo peor y esto, antes o después, cede el puesto a lo mejor. Lo importante es estar vivo y sentirse así. Incluso la muerte ha de tomarse como una cosa más que integra la vida.
Esto podría servir como resumen de la propuesta de Michael Cacoyannis. Zorba el griego pretende hablar del mundo como lugar en el que se pueden presentar todo tipo de posibilidades. Y, sobre todo, un lugar que sigue su curso de forma independiente a lo que le puede suceder a un ser humano concreto. El mundo puede ser una ratonera asquerosa y, al mismo tiempo, un palacio impresionante para cualquiera.
Para narrar su historia y profundizar sobre todo esto, Cacoyannis contó con lo preciso. Un escenario árido en el que parece que nada puede sobrevivir salvo la pobreza y la falta de posibilidades. La única zona con vida (un bosque) pertenece a un monasterio; es decir, es propiedad de Dios (esto lo dice el protagonista en un momento de la película), propiedad de lo que el hombre no puede tocar ni controlar. Pero un escenario en el que hay vida. En el que hay vidas que contar.
Contó con varios personajes profundos en su psicología encarnados por un reparto de lujo. Zorba es Anthony Quinn. Un hombre capaz de afirmar que vivir es un problema, que sólo la muerte no lo es; un hombre que ve en los desastres esplendor. El joven escritor Basil es Alan Bates. Un hombre apocado, encorsetado por los prejucios sociales de un mundo envuelto en sí mismo. La viuda solitaria y deseada por todos los hombres del pueblo es Irene Papas (más guapa no puede ser una mujer). Una mujer que desea vivir lo que es un gran amor y que está condenada desde antes de nacer a no poder experimentar lo que es eso. La dueña del hotel Ritz del pueblo (una casa destartalada y mugrienta) es una extraordinaria Lila Kedrova. La madame del pueblo. Vieja, sola, casi ridícula. Zorba representa el ímpetu, la vida vista desde las ganas de experimentar, la mirada inquieta y rebelde, la valentía. Basil es la estúpida mirada del recato, del temor. La tragedia se encarna en la viuda solitaria; una tragedia inevitable, una tragedia que llega desde las diferencias entre hombres y mujeres. El pasado, lo imposible de un futuro soportado en el recuerdo y en la vejez es lo que representa la dueña del hotel.
Cacoyannis contó con un fotógrafo excepcional (Walter Lassally) y una dirección artística extraordinaria (la película recuerda el feísmo y naturalismo de Federico Fellini). La película se rodó, afortunadamente, en blanco y negro. El realizador estendió que eso que quería contar no se puede presentar de otro modo. Y contó con una banda sonora de Mikis Theodorakis maravillosa y que, pronto, se hizo famosísima.
Con todo eso rodó el director Zorba el griego. Una película sobresaliente. Llena de escenas que apestan a gran cine. La boda de madame Hortense es un ejemplo de ello.
Todas las líneas argumentales resultan tremendas y dolorosas. Hasta las más esperanzadoras arrastran miserias humanas, defectos del individuo, dolor, soledad. Aunque son las mujeres las que acumulan mayor peso trágico. Pone los pelos de punta pensar sobre los personajes femeninos de esta cinta. La viuda y su condena por no ser propiedad de un hombre. El botín en el que se convierte el hotel a manos de las mujeres del pueblo. La forma de mirar el mundo de su dueña, ese no querer morir y morir.
La película se soporta sobre un guión brillante (adaptación de la novela de Nikos Kazantzakis). Cada frase abre nuevas perspectivas al espectador y, aunque algunas de ellas suenan algo literarias, funcionan muy bien formando un conjunto coherente y lleno de sentido. La película está muy bien contada y finaliza con una escena memorable. Es posible que esa escena fuera la única posible. Es perfecta.
Cualquier amante del cine está obligado a ver esta magnífica cinta.
inventodeldemonio.es/blog
lavidadelreves
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4
18 de junio de 2013
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo no sé qué es lo que pasa con algunos guionistas. Son un ejército los que trazan una buena trama, construyen diálogos más que aceptables y, llegado el momento, deciden que todo sea previsible, patriótico hasta la idiotez, que algunos de los personajes se descompongan en su bondad y los villanos, además de malos, queden convertidos en seres medio gilipollas.
Son poco los guionistas que se libran de esto ya que quieren trabajar. Y las reglas del cine actual son las que son. Pero no me explico la razón por la que el aspecto comercial se hace incompatible con las bondades de lo que el cine es y representa. Me parece una estupidez extraordinaria. De verdad. Todo debería caber, todo debería tener su propio espacio sin robar un milímetro del de lo demás. ¿No puede una película funcionar bien en taquilla sin llenarse de majaderías o convertirse en algo absurdo? Pues claro que sí.
Tres reyes es una película dirigida por David O. Russell y escrita por John Ridley. Se rodó en 1999 y podría haber sido una maravillosa muestra de buen cine. Pero, por supuesto, al igual que en la película ganan los buenos, en el proceso de creación ganan los dólares.
El guión va de más a menos, de mucho a casi nada, de lo inteligente a lo más ramplón y tosco. La evolución de los personajes es pequeña, corta e inverosímil. Casi tonta. En realidad, desde la mitad de la película en adelante, no pasa nada. Bueno, vuelan vehículos por los aires, caen aparatos desde el aire y llegan soldados volando por el aire en aparatos que no se caen. Mucho arroz para tan poco pollo. Una pena, porque las expectativas que se abren al comienzo son muchas y buenas.
La cosa va de cuatro soldados que se quieren apoderar de una millonada de dólares en forma de lingotes de oro. Son los que el ejército iraní sacó de Kuwait durante la invasión que derivó en una guerra corta y televisada. Para conseguir el botín se deben adentrar en territorio enemigo (la guerra ha concluido, pero el territorio iraní siempre es el del enemigo). Por supuesto, todo se convierte en lo que no debería ser. Pero (tranquilo todo el mundo) como los buenos son muy buenos y los malos lo peor de lo peor, la cosa se resuelve.
George Clooney, Mark Wahlberg, Ice Cube y Spike Jonze son los protagonistas. Entre tanta explosión, quedan medio escondidos. Cualquier actor de segunda fila hubiera defendido el papel sin problemas. La fotografía no está mal. La música tiene su gracia. El montaje está muy bien. Se introducen elementos (novedosos en el momento en que se rodó la película) que procuran cierta fragmentación en la narración buscando poder narrar pasados con una sola imagen o buscando explicaciones a lo que sucede sin recurrir a diálogos largos y aburridos.
Es verdad que la película es muy divertida. Algo exagerada en su medida (media hora le sobra como mínimo). Pero deja de serlo (divertida) si el espectador piensa sobre lo que le están endilgando.
Algunas de las escenas son muy violentas. Así que los niños lejos.
Por cierto, qué bonitos deben ser los lingotes de oro.
inventodeldemonio.es/blog
lavidadelreves
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10
12 de junio de 2013
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay quien dice que, con el cine de Andrei Tarkovsky, el espectador corre el riesgo de quedar prendado por un movimiento de la cámara, por un encuadre o, en definitiva, por la forma de narrar. Es decir, que cabe la posibilidad de que prime el continente sobre el contenido. Los personajes y sus dramas pasan a segundo plano, el sentido último de una secuencia desaparece. Lo que no saben, o no parecen ver los que afirman esto, es que el cine de Tarkovsky es eso: la percepción a través de la lírica de una historia narrada. El que se queda atolondrado con una imagen (eso y sólo eso) es que no se está enterando de nada. Posiblemente, tampoco se enteraría al leer un poema de César Vallejo. Aclaro que hablo de percepción, de ese no enterarse de nada. No lo hago de comprender. Porque la cosa no es comprender o dejar de hacerlo. Eso está unos escalones más arriba.
El espejo es una de esas películas de las que enterarse es complicado y es una de esas películas que no todo el mundo entiende. Cuando cine es sinónimo de poesía suele ocurrir. Porque El espejo es Tarkovsky y Tarkovsky es la mirada poética. Y porque hay que añadir que el director indaga en las bodegas propias convirtiendo la obra en algo críptico. Ya lo avisa él al comenzar. Vemos cómo una mentalista trata de solucionar un problema del habla a un joven. Es tartamudo. Para hablar bien es necesario abrir las puertas de par en par y dejar que todo brote sin obstáculos. Hay que entrar hasta el fondo, remover y dejar ver. El director convierte esta película en su recuerdo; para ser más exactos, en la forma de recordar y ordenar el pasado. Fragmentos, falta de linealidad, rupturas espacio temporales, mezcla entre sueño y realidad.
Maneja el director el concepto de tiempo con habilidad para que la narración funcione. En realidad, lo que hace Andrei Tarkovsky es presentar una serie de escenas inconexas (eso parece al principio) que encajan, poco a poco, cuando el espectador percibe que es el tiempo lo que ordena todo. El pasado es el motor el presente. Del futuro. Cada instante mueve el todo para que pueda ser. El tiempo es lo único que tiene el hombre. Es escaso y nos convierte en seres ansiosos. Además, ese tiempo es el de todos. El pasado es común, el presente lo vivimos en comunidad y el futuro es el de todos. Por esto, Tarkovsky va y viene en el tiempo narrativo con soltura, sin miedos. Por eso, los personajes de Tarkovsky pueden ser encarnados por los mismos actores (por ejemplo, madre y esposa del narrador son interpretados por la misma actriz).
El director se recuerda a sí mismo. Es ese el primer espejo que aparece en la película. Los otros (hay varios) son en los que se pueden mirar generaciones enteras para ver lo mismo. El pasado es siempre un enorme espejo.
El espejo anuncia asuntos que aparecerán de forma insistente en el cine de Tarkovsky o ya conocidos. La relación entre él y su hijo; el abandono del padre; la educación a cargo de las mujeres; la separación en la pareja; el amor como forma de éxtasis (la escena de la madre levitando y pidiendo calma a su marido porque ella le ama es inolvidable y muy parecida a la de Solaris). Son los aspectos que llenan de contenido la narración. Y lo llenan porque buscan la explicación última del sentido de una vida. Sin pasado no somos nada. Ese es el eje principal que mueve el relato y convierte en una amalgama perfecta esos contenidos que anotaba. Todo buscando explicación a esa falta de confianza que tiene el ser humano en su propia naturaleza.
Tecnicamente, El espejo es una demostración grandiosa de lo que es el cine. Los encuadres, la planificación de cada secuencia; las imágenes que llenas de sonidos, casi de olores, toman una fuerza colosal. Como es habitual en el cine de este director, el agua y el fuego cobran una relevancia especial. Ambos elementos aparecen como reparadores, destructores, amenazantes y envolventes dependiendo de cada momento y de toda la realidad. Cada gota, cada llama, se convierte en momento único. Son esas imágenes compuestas por el agua, el fuego; pero, también, por un objeto que cae o la leche derramada sobre la mesa, las que usa Tarkovsky, junto con la voz en off del narrador, para llevarnos de un lugar a otro, de un tiempo a otro y que se convierte en lugar común gracias a la potencia de la imagen. Esa voz en off corresponde a la propia consciencia del director y no puede ser más acertado el rigor con el que todo se pliega a esa mirada.
Margarita Terejova (por la que siente especial debilidad el que escribe) defiende su papel de madre y esposa con fuerza y credibilidad. El guión de Alexandr Misharin y del propio Tarkovsky es profundo, justo en su medida y toma mucha fuerza expositiva al complementarse con los poemas de Arseni Tarkovsky (padre del director). Una delicia que arrastra hasta lo más profundo del narrador. Hay que sumar la partitura de Eduard Artemiev y los fragmentos de piezas de Bach, Pergolese y Purcell que se colocan con acierto a lo largo del metraje.
La película se mezcla desde una mezcla de realidad, sueño y ficción; tal y como hacemos al recordar. Y es el recuerdo de Tarkovsky dosificado para entender lo que le pasa; tal vez nuestros propios recuerdos dosificados para entender nuestros presentes. No hay futuro sin pasado. Del mismo modo que no habría cine (el que conocemos hoy) sin el de Tarkovsky.
Una maravilla que nadie debería dejar de ver.
inventodeldemonio.es/blog
lavidadelreves
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8
12 de junio de 2013
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Realmente ¿queremos saber? ¿Hasta dónde debemos saber? ¿Es bueno inmiscuirse en los asuntos privados de otros por muy cercanos que sean? Posiblemente, el conocimiento, sea cual sea su naturaleza, es el factor más desestabilizador para una persona. Podrá tener un efecto positivo o negativo, pero pondrá patas arriba a cualquiera.
Eyes Wide Shut es una magnífica e inquietante película firmada por Stanley Kubrick. Construida sobre una estética sexual casi explícita en momentos concretos, la película trata del saber, de la información, de las consecuencias de cruzar la frontera que separa la ignorancia del conocimiento. Sexo y poder (asuntos que aparecen tratados con claridad) son parte de las consecuencias y vehículos para afrontar el tema principal. La crisis matrimonial, también.
La película se divide en tres actos como es costumbre en el cine de Kubrick. Es famosísimo el central por sus escenas de la orgía en la que se ve envuelto el protagonista. Sin embargo, son el primero y el último donde se encuentra la verdadera esencia de este trabajo. En el primero se abre una ventana por la que Bill Harford (Tom Cruise) podrá mirar un mundo desconocido y ajeno que le conmociona de tal forma que la obsesión se convierte en su motor vital. En el tercero, su esposa Alice (Nicole Kidman) le avisa y le sugiere cerrar para siempre, dejar de mirar de inmediato. En la escena final, vemos a los protagonistas paseando por un centro comercial; ella termina diciendo que lo único que queda es follar (textual). Y el espectador se pregunta si el amor no existe; se pregunta si follar es el mecanismo físico más antiguo, efectivo y posible, que puede utilizar el ser humano desde que lo es. El protagonista conoce un secreto de su mujer y termina en el punto de inicio; fingiendo amar y follando para sobrevivir con un aspecto y status determinado. En el camino, Bill Harford entenderá que es dominado por su mujer, que él mismo puede dominar y eso le fascina (por ejemplo, lo descubre con la prostituta llamada casualmente Dómino); que el sexo retirado del matrimonio tiene sus complicaciones y puede llegar a ser sucio o peligroso o las dos cosas al mismo tiempo; que el amor puede estar esperando en cualquier parte; que el poder es exclusivo de unos pocos y puede ser peligroso para los demás si se enfrentan a él.
La película es un viaje a los infiernos del matrimonio Harford que arrastra al espectador sin contemplaciones. Lo hace desde una fotografía espléndida, cuidadísima, en la que predominan los colores brillantes. Sobre todo el rojo intenso. En gran parte de las escenas prevalece ese color y algún objeto rojo ocupa el punto de fuga de la imagen. La cámara de Kubrick está colocada, siempre, buscando el mejor de los encuadres posibles, se mueve con elegancia intentando pasar desapercibida. Los travelings son, sin excepción, extraordinarios. La banda sonora es inquietante, casi perversa, en algunas zonas narrativas. Desde la pieza de Shostakovich inicial (Jazz Suite Waltz) hasta el final (vuelve a ser la misma pieza, anunciando un baile del matrimonio que es una gran mentira), la música va encanjando milimétricamente con la acción. El piano es protagonista en los momentos de mayor tensión narrativa. El montaje es pausado y logra un equilibrio absoluto al manejarse los tempos con maestría sin que afecten a los tiempos.
La dirección actoral es espléndida. Los trabajos de Cruise, de Kidman y de Sydney Pollack son notables.
A pesar de ser un éxito de taquilla al estrenarse, Eyes Wide Shut no fue bien recibida ni bien tratada por la crítica. No es lo mejor de Stanley Kubrick, pero no es una mala película. Al contrario, vista con tranquilidad y perspectiva, es una excelente película. ¿Incómoda? ¿Plantea asuntos feos y sucios? Muy posiblemente, pero eso no la hace peor de lo que es en realidad.
inventodeldemonio.es/blog
lavidadelreves
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5
8 de junio de 2013
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los espectadores que acuden al cine pagan para ver la película que ha realizado otro.
Alguien tiene una idea, otros (incluso él mismo) financian la cosa y, voilà, los demás pagamos para ver cómo ha quedado el asunto. En ningún caso, creo yo, el espectador paga el precio de una localidad para tener que desarrollar una trama y completar, de ese modo, lo que ha visto. Porque, en caso de hacerlo, la entrada a las salas de proyección debería ser gratis.
Esta muy bien que realizadores y guionistas dejen opciones abiertas en las tramas, que dejen al espectador su propio espacio. Esto está muy bien. Pero presentar una propuesta en la que todo quede reducido, finalmente, a un usted verá lo que quiere hacer con todo esto, a un usted verá cómo quiere colocar las piezas que le han entregado; no parece que sea la forma de tratar inteligencias ajenas.
Tesis sobre un homicidio es una película que rebosa diálogos interesantes (alguno algo pretencioso; todo hay que decirlo); que se desarrolla con buen ritmo; en la que se plantea algo ya viejo y conocido -la lucha de intelectos- aunque con matices muy atractivos. Vocación de hacer cine hay por todos los sitios. Es una película en la que interviene Ricardo Darín que siempre es garantía absoluta; una película bien planificada en la que se alternan planos diferentes con el fin de perfilar a los personajes (los planos secuencia en los que intervienen Darín y Alberto Ammann son un ejemplo). Es una película con la que se quieren conseguir objetivos de altura, de importancia. Ahora bien, deja en manos del espectador demasiado. Y el espectador ha pagado su entrada. Hacer eso, dejar que el peso recaiga sobre el que observa, convierte la relación película-espectador en algo árido, en una bomba de relojería. Más que nada porque si el espectador decide no asumir un reto que no le corresponde todo se viene abajo. Si, además, esto lo descubre el espectador al final, la irritación puede ser descomunal.
Una cosa es dejar abierto el final a modo de elipsis eterna (que puede ser rellenada o no de sentido sin que el propio de la película de vea modificado) y otra, bien distinta, es no plantear un final (con lo que ese sentido del conjunto se desvanece por completo). Tesis sobre un homicidio es eso.
El planteamiento narrativo es que algo observado desde distintos puntos de vista, siendo la misma cosa, se convierte en algo distinto con cada perspectiva. Si te fijas en esto, tienes este resultado. Si te fijas en esto otro, lo anterior se derrumba o crece aún más. ¡Menudo descubrimiento! Pero contar lo mismo, sea cual sea el punto de vista, necesita una solución. No se deben mezclar las cosas y que termine siendo válida cualquier cosa.
Ricardo Darín defiende el papel protagonista. Un abogado que ya sólo se dedica a la enseñanza. Alberto Ammann defiende el papel del otro protagonista. Un alumno del primero. Se comete un crimen. Asistimos desde ese momento, bien a la paranoia de uno, bien a la realización de un plan sofisticado y perverso del otro. Darín con oficio. Ammann con falta de tablas. El talento de Darín es notable y patente. El de Ammann debe estar por llegar (¿qué habrán visto en este chico?).
Las mejores escenas las protagonizan ambos. En ellas, la tensión narrativa se dispara. Pero más por los diálogos y el trabajo de Darín que por otra cosa. No falta una cámara bien colocada siempre y moviéndose tranquila. Ayuda, también, la música de Sergio Moure que, aunque algo tendente a la exageración alguna vez, logra encajar bien. Calu Rivero, sosita. Guapa aunque sosita.
Patricio Vega (adaptador de la novela de Diego Paszkowski) deja algunos cabos sueltos en el guión. Y alguna cosa inexplicable. Por ejemplo, ¿cómo es que acaba la película sin que sepamos el contenido de esa tesis? Podría haber insertado un par de frases. Algo. Y lo de ese final es imperdonable. Hace que un trabajo de una potencia considerable se vacía sin remedio por los cuatro costados. Tesis sobre un homicidio podría ser un auténtico peliculón. No sé si por falta de ideas, de presupuesto, de ganas o de tiempo; se queda en una buena propuesta fallida. Una paradoja, sí. Como convertir el oro en plomo. Algo así.
De todos modos, tal y como están las cosas, no es una mala opción. Porque ya les avanzo que la cartelera está hecha unos zorros.
inventodeldemonio.es/blog
lavidadelreves
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