Patty Hearst es una película que se basa en lo ocurrido tras el 4 de febrero de 1974. La estudiante de Berkeley y nieta del magnate William Randolph Hearst fue secuestrada por el Ejército Simbiótico de Liberación, grupo organizado radical en el que ella misma se alistaría con el paso de las semanas.

Estos hechos son más que suficientes para suscitar interés en el público. Sin embargo, no puedo evitar plasmar mi decepción en este escrito tras el visionado de la cinta. La vida de Patty daba para mucho más que esto y el principal culpable no es la actriz protagonista, Natasha Richardson, que realiza una actuación impecable y nos hace reflexionar sobre el difícil dilema de Patty. ¿Se convirtió Patty en parte de este grupo organizado de manera voluntaria, por convicción, o simplemente estaba tratando de salvar su vida? En ese momento, nada importaba puesto que no había diferencia.

El principal problema de la película lleva el nombre y apellido del director, Paul Schrader, que narra la historia de forma plomiza e insulsa, con un guión que cae en lo absurdo e incluso muestra unos ideales revolucionarios que son bastante cuestionables. No se puede construir nada sobre una profunda inconsistencia. Esto entristece especialmente si tenemos en cuenta el potencial de esta historia porque, realmente, la vida de Patty Hearst era otra cosa.

Esta película, basada en la novela de Philip Roth, narra el romance entre Richard Benjamin y la encantadora Ali MacGraw. Destaco especialmente a ésta última porque me parece impresionante la manera en la que se las arregla para mostrarse accesible y genuina al mismo tiempo que proyecta aplomo, gracia y belleza. Ella a otorga a su personaje, Brenda Patimkin, un encanto especial. Cabe destacar que este papel, anterior a Love Story, fue el que la presentó al gran público. La interpretación de Richard Benjamin, cuyo ceño perpetuo refleja una arrogancia condescendiente, no me ha transmitido tanta simpatía o atracción.

El guión no es malo y combina ciertas dosis de perspicacia, sátira y drama. Básicamente, la historia muestra el encuentro de dos universos aparentemente incompatibles. El personaje de Benjamin, Neil Klugman, representa el desinterés, la apatía y la falta de ambición, mientras que MacGrew interpreta a la hija mimada y egoísta de una familia judía adinerada. Él es la antítesis de todo lo que Brenda y su familia personifican, pero está mas que dispuesto a dejarse seducir. Asimismo, ser una inapropiada elección como amante le convierte en un hombre aún más atractivo a ojos de la fémina. Sus diferencias no tardarán en salir a la luz.

Por otro lado, la banda sonora es bastante reseñable ya que, a mi juicio, las canciones seleccionadas se complementan perfectamente con los estados de ánimo de los protagonistas en las escenas. De la misma manera, la ambientación y la puesta de escena está muy lograda. Creo firmemente que el director realizó un decente trabajo con esta obra cinematográfica que, aún no siendo nada extraordinario o singular, consigue transmitir un aura de franqueza y autenticidad propia de la complejidad que envuelve las relaciones humanas.

Esta comedia negra autobiográfica se desvela como una de las obras cinematográficas más sorprendentes del año pasado. Definiría su originalidad y su tono satírico, estereotipado e irreverente, en un contexto de opresión social y cultural, como los elementos que me han conquistado. La estructura narrativa, configurada desde una teatralidad muy interesante mediante el uso de múltiples sketches, nos muestran las vivencias de un niño gay en la URSS y su posterior asentamiento en Estados Unidos. Cabe destacar que la película esta dividida en dos partes: la etapa rusa y la americana.

Las interpretaciones de Hersh Powers y Tyler Bocock, en las dos versiones del mismo personaje, conmueven por su naturalidad a la par que transmiten mucha ternura al espectador. De la misma manera, Sera Barbieri y Marya Sea Kaminski interpretando a Lena en la etapa rusa y en la americana, respectivamente, resultan muy agradables. Lea DeLaria aporta un toque cómico desvergonzado y Dan Lauria se muestra como la gran sorpresa final. Sin embargo, dejando al margen el gran elenco de actores, lo que hace a esta película especial son las temáticas tratadas, desde la representación de los horrores del comunismo soviético, las dudas identitarias, la crítica ideológica y religiosa o la idealización de la cultura americana de la que los protagonistas se sirven para evadirse del clima hostil que les rodea en la Unión Soviética.

Aunque la película posee una estética vibrante y un brillo poco común, se ha de reconocer que, conforme avanza la trama, la película empeora. La obra cambia mucho desde la etapa rusa a la americana y eso le hace perder la personalidad o la esencia que atrapa al espectador al principio. No obstante, considero esta especie de coming of age gay perfecta para entender toda la problemática que envuelve a los inmigrantes y a la comunidad LGBTQ+

"Strawberry Mansion" es el ejemplo excepcional de que aún se pueden encontrar obras innovadoras y frescas, alejadas del cine convencional, en medio de una coyuntura de estancamiento creativo. Podríamos definir esta película como una explosión excéntrica de imágenes vívidas e ideas imaginativas que van desde lo sorprendentemente conmovedor hasta lo humorísticamente absurdo. La historia camina claramente entre el surrealismo y el mundo fantástico.

Esta película nos muestra una historia existencialista que se desarrolla en un futuro distópico, con una atmósfera retrofuturista, donde el protagonista descubre que los sueños están siendo manipulados por las corporaciones para introducir publicidad subliminal. Partiendo de esa premisa, se explora el mundo de los sueños, un mundo particular y repleto de imaginación, en donde una crítica anticapitalista converge con un dulce romance. En este viaje onírico se esclarece que el más oscuro aprendizaje parte, a veces, desde lo más dulce.

La fotografía sienta las bases de ese onirismo y es que se ha de decir que la estética tan colorida, vibrante y psicodélica es lo que marca la diferencia. No obstante, este deleite audiovisual de cariz surrealista se queda corto en cuanto al mensaje. Parece haber un mayor interés en desarrollar la trama amorosa que en realizar un análisis provocativo que sobrepase la capa superficial y que, verdaderamente, critique a los sistemas de control social ejercidos por el gobierno.

"Aguas profundas" marca el esperado regreso al cine del atrevido y desvergonzado Adrian Lyne. En esta obra se presenta a Vic y Melinda, un matrimonio acomodado con una hija. Melinda se aburre e inicia relaciones con distintos amantes cada vez que tiene ocasión y eso lo hace sin ningún pudor, puesto que no esconde sus indiscreciones. Vic tolera, aparentemente, las deslealtades de su mujer con la condición de no divorciarse, aunque detrás de su actitud se esconden oscuras intenciones. Ellos viven inmersos en bucle su relación tóxica de dependencia rodeados de un entorno superficial y sin preocupaciones que propicia esta especie de juego del gato y el ratón.

Los cónyuges están interpretados por Ben Affleck y Ana de Armas y, francamente, cumplen con creces. Viendo el carisma y la sensualidad que transmite Ana de Armas, no muy común en el cine actual, se pone de manifiesto el por qué Hollywood se ha enamorado de esta actriz. No obstante, la interpretación de Ana de Armas no consigue salvar una película con un guión tan nefasto y una linea argumental tan decepcionante. No se profundiza en los pensamientos y anhelos de Melinda y, por ello, no se entienden algunas formas de actuar.

La película es totalmente carente de erotismo, lógica y misterio. Asimismo, considero el final una oportunidad desaprovechada puesto que el climax de la obra pedía un final abrupto y tajante, no algo tan simple. Sinceramente, no recomendaría esta película por lo hortera que resulta y por sus grandes defectos, que opacan las buenas intenciones del director en su regreso.