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Irlanda Irlanda · Dublin
Críticas de daci
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Críticas 40
Críticas ordenadas por utilidad
6
13 de marzo de 2011
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de que la horrenda Torrente III estuviera a punto de cargarse la franquicia, Santiago Segura tomó nota de sus errores y se pensó muy mucho el siguiente capítulo. Para la cuarta entrega no habría nada de tramas rebuscadas, acción gratuita, flash-backs sin gracia o exceso de ayudantes torrentianos; no, debía meditar todo muy bien y volver a la esencia del orondo expolicía.

Y por fin, tras una larga espera de 6 años, ya tenemos aquí esa cuarta parte de la saga, que, todo hay que decirlo, vuelve a ser un film entretenido y no podría haber llegado en un momento más propicio. En efecto, la crisis económica que sufrimos hoy casi parece una campaña de promoción orquestada y planificada por el propio Segura en su beneficio: la situación ideal para ambientar las nuevas desventuras de su personaje.

Torrente IV posee un guión bastante resultón que, junto a los must habituales -la caspa, el cutrerío, Tony Leblanc, las pajillas- integra con salero temas frescos como la susodicha crisis, el fenómeno de la inmigración o la victoria de España en los mundiales; a la par que mantiene la gracia acostumbrada en los diálogos y hasta consigue arrancar algo cercano a una interpretación a Kiko Rivera-Paquirrín, que tras este film ya tiene definitivamente un hueco en el trash cañí más allá de por ser el hijo de la Pantoja. Incluso los cameos de famosetes no resultan forzados y se integran bien en la trama, con guiños tan conseguidos como los de los futbolistas internacionales en la cárcel, de los que destaca -igual sin querer- Sergio Ramos, quien, visto así en la pantalla de un cine, a uno le recuerda más que nunca al Val Kilmer de Top Secret. Y es que las secuencias que pasa Torrente entre rejas -junto al genial monólogo ante la tumba del Fary-, son muy divertidas y ya están sin duda en el Olimpo de los mejores momentos de la tetralogía.

En lo negativo se podría hablar de su montaje abrupto -esas prisas por estrenar…-, o su falta de timing cómico, con varios chistes inaudibles y ahogados por las risas que provoca el anterior. Un fallo que su director y guionista debería haber cuidado revisando Con faldas y a lo loco para aprender cómo se hace eso. Tampoco lo de doblar a Francisco con la voz de Pepe Navarro queda como una gran idea; por mucho que sea una venganza personal de S. S. por las veces que el alcoyano le martirizó en su juventud con Latino.

En definitiva, un film en conjunto quizá inferior a los dos primeros de la serie, pero desde luego muy superior al último y olvidable Torrente. Aunque no es cuestión de buscarle los tres pies al gato a esta cinta, ya que hay que reconocer que Segura cumple y le da al espectador ni más ni menos que lo que este le pide -aparte de tirar a Belén Esteban por las escaleras-: un buen rato de risas para olvidar problemas.
daci
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7
21 de noviembre de 2011
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuarenta años después de Macbeth y casi veinte de La muerte y la doncella, Roman Polanski vuelve a las tablas para encontrar la inspiración de un nuevo film, este caso Un Dios salvaje, basado en la famosa obra teatral de Yasmina Reza. Un montaje estrenado en París en 2007 y que pronto se trasladó con éxito a otros escenarios internacionales: como el español con Maribel Verdú, Antonio Molero, Aitana Sánchez Gijón y Pere Ponce, o el de Broadway con Hope Davis, James Gandolfini, Marcia Gay Harden y Jeff Daniels.

Polanski permanece aquí fiel a la obra y desarrolla su película en los mismos parámetros espacio-temporales que Reza, es decir, una hora y veinte minutos de tiempo real y un escenario único: el apartamento donde dos matrimonios se reúnen para hablar de la pelea que han tenido en un parque sus respectivos hijos. Pero lo que empieza como una charla educada entre adultos irá degenerando poco a poco en una situación cada vez menos civilizada…

No por casualidad, el director de Frenético ambienta la cinta en Nueva York -megaurbe de sus prohibidos USA y el hogar de la ONU- para ofrecernos otra muestra más de su talento para diseccionar los aspectos menos amables y más oscuros del ser humano. Todo un dechado de empatía y corrección en la superficie, pero primitivo, egoísta, salvaje y belicoso en la realidad tras un buen par de tragos de whisky. Sin embargo, lejos de gravedades y pesimismos, Polanski nos cuenta su historia en clave de comedia negra para ridiculizar mejor esa hipocresía convencionalista que nos exige la vida en sociedad, muy cercana en forma y fondo a El ángel exterminador de Buñuel. Para ello sitúa a sus cuatro personajes en una progresiva lucha dialéctica, que primero enfrenta a las dos parejas, luego a los hombres contra las mujeres, posteriormente a maridos contra esposas para acabar al final con un sálvese quien pueda de todos contra todos, como los típicos caracteres polanskianos, solos y desamparados en el mundo. Un tour de force en el que todos los intérpretes brillan a gran altura y donde es imposible destacar a uno sobre el resto. Ya sea Jodie Foster como la madre y esposa abnegada que va de liberal pero que salta a poco que le toquen sus propiedades -como sus libros de arte, sus flores o su hijo-; una Kate Winslet fina y elegante -hasta cuando vomita, en uno de los momentos del año- que se burla del apego de su marido a objetos materiales como la blackberry, pero que luego no duda en llorar infantilmente la rotura de su kit de maquillaje; John C. Reilly, como el tipo en apariencia bonachón pero que esconde bajo esa máscara un peligroso reaccionarismo -con John Wayne e Ivanhoe como grandes héroes-; o Christoph Waltz, como el arrogante y cínico abogado a un móvil pegado y que tiene la suerte de decir las frases más ingeniosas del guión.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
daci
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7
20 de octubre de 2010
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como Youtube o IMDB, Facebook se ha convertido en poco tiempo en uno de esos fenómenos de internet tan populares y adictivos que parece mentira que hayamos podido vivir sin ellos. Presente en 207 países, con 500 millones de miembros, y un valor económico estimado en 25 mil millones de dólares, el portal sin duda se merecía una gran película que estuviera a la altura de su planetaria influencia.

Pues lo cierto es que ya la tiene, ya que esa gran película es La red social, una cinta poderosa que hace honor a su prestigio, y que probablemente será un título fijo en las listas de los mejores films del año. Y buena culpa de ello la tienen David Fincher y Aaron Sorkin, dos pesos pesados del cine actual que, a pesar de no ser usuarios de Facebook, han sabido unir su talento para narrarnos sus turbulentos orígenes. Una historia que merecía ser contada -la de un joven con una idea genial que cambia el mundo pero pierde su alma por el camino-, y que en manos de Fincher y Sorkin resulta una vibrante fusión entre Shakespeare y Ciudadano Kane, por su poliédrico retrato de un personaje controvertido o la inclusión de temas intemporales como la envidia, los celos, la ambición, la codicia, el desamor o las amistades truncadas.

Fincher no dogmatiza ni se posiciona, sino que se limita a mostrarnos los hechos con su virtuosismo técnico y su característica frialdad, la misma que lastraba El curioso caso de Benjamin Button. Sin embargo, esa falta de emoción le viene aquí de perlas a la película, pues así es su protagonista, Mark Zuckerberg -un magnífico Jesse Eisenberg- y las acciones que de él se derivan. Esto hace que sea el espectador el que poco a poco abandone la neutralidad, vaya tomando partido y saque finalmente sus propias conclusiones, que es en realidad lo que pretendían su director y guionistas desde el principio. Pues a fe mía que lo consiguen: el primer pensamiento que tiene uno tras ver La red social es el de borrarse de Facebook sólo para fastidiar a Zuckerberg.

Y es que el retrato que se hace aquí del creador del portal no le deja en muy buen lugar que digamos. Un ser asocial, trepa, arrogante, traidor con quienes le ayudaron y lo más parecido a los sociópatas que habitualmente pueblan el cine de Fincher desde Seven a Zodiac. Una especie de Charles Foster Kane del siglo XXI que incluso cuenta con su Rosebud particular: Erica Albright -Rooney Mara-, la chica soñada que le da calabazas en la primera escena y que ya le define para los restos: “vas a ir por la vida pensando que las mujeres pasan de ti por ser un empollón antisocial, pero no es cierto: es porque eres un gilipollas”. Una escena repetida 99 veces por el perfeccionista de Fincher y que resume la paradoja que subyace tras The Social Network: que el inventor de la red social más influyente del mundo sea alguien con tan nula empatía con sus semejantes; casi, casi, el protagonista ideal del chiste “déme el libro Cómo hacer amigos, imbécil."
daci
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7
23 de agosto de 2010
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el libro Nadie es perfecto, Billy Wilder cuenta un chiste sobre una familia en paro y a punto de ser embargada que decide ir al cine para olvidar sus problemas y divertirse un rato. La película que eligen para tales menesteres resulta ser nada menos que Desesperación, de Rainer Werner Fassbinder.

Probablemente el espectador actual esté más informado sobre la cartelera que aquella familia de la que nos hablaba Wilder, y que tras más de un siglo de historia ya no se asocie tanto el concepto de cine con el de divertimento. Sin embargo, lo que es un hecho es que al público le sigue apeteciendo ir a ver películas para aparcar las dificultades cotidianas, y zambullirse en escapismos donde dejar volar su imaginación. Por eso no es de extrañar que, ante la crisis que sufrimos hoy día, llegue un film como Avatar y en menos de tres meses se corone como la cinta más taquillera de la historia.

Pero entonces, ¿qué pasa con The Road? El film de John Hillcoat también nos muestra el futuro, pero de una forma tan cruda y depresiva que parece el reverso tenebroso del de Cameron. Lo que allí era color, luminosidad y fantasía aquí se torna en una gris devastación que muestra el infierno que nos aguarda a la vuelta de la esquina. Y la gente, que obviamente sabe que ese porvenir nada dulce es más factible que el desarrollado en Pandora, le ha dado la espalda de forma masiva en la taquilla USA. Sin embargo, La carretera no carece de interés, y tras su deprimente envoltorio subyace un intento de mensaje esperanzador. Incluso en las peores circunstancias, entre caníbales y locos supervivientes de un invierno nuclear, siempre habrá alguien dispuesto a llevar el fuego: a mantener viva la decencia del ser humano.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
daci
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7
18 de octubre de 2011
8 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Una persona se toca la cara de dos a tres veces por minuto, y si no, nos pasamos el día tocando pomos, vasos o a otras personas”. Esta advertencia de la doctora Mears -Kate Winslet- a sus colegas ante la pandemia que se les viene encima encierra la idea principal de Contagio: lo fácil que es quedar infectado por un virus desconocido, invisible e implacable que podría estar acechándonos en cualquier parte, y ante el cual la única solución parece ser la radical de aislarnos y evitar todo contacto humano.

Y es que nadie está a salvo -ni siquiera las estrellas oscarizadas- en Contagio, este interesante film coral de Steven Soderbergh que nos muestra, a la manera de Traffic o de los largometrajes de catástrofes de los ’70, cómo sus personajes tratan de unirse y lidiar contra un peligro común: en este caso, una epidemia letal que se transmite por el aire y mata en cuestion de días. De este modo, la trama nos va contando cómo se origina y viaja el virus a varias megaurbes del globo, los primeros infectados, la impotencia de los médicos conforme pasan los días sin encontrar una vacuna, y cómo crece paulatinamente el pánico en la población, más rápido que el propio virus gracias a la desinformación de los gobiernos y a los rumores, alentados por bloggers poco escrupulosos como el que interpreta Jude Law. Una atmósfera de paranoia que Soderbergh nos muestra sin sensacionalismos y sí con su proverbial asepsia y frialdad a la hora de conducir la narración. Un estilo carente de mucha emoción pero que, paradójicamente, le sienta bien a la película, al hacerla así más cercana y realista a ojos del espectador, sin los clichés efectistas o sentimentaloides que suelen malograr este tipo de historias.

Hay que añadir que la cinta demuestra buen gusto y cuidado en los detalles. Y esto no lo digo sólo porque, ejem, en una escena haya un sorteo con bolas y bombo para establecer el orden en el que la población recibirá por fin la vacuna, -a razón de una por día-, y el sistema que se emplea es el de preferencia por la fecha de nacimiento. Pues bien, serendipia y de las gordas, porque el día que aparece en la primera bola -y que Bryan Cranston lee en voz alta- es… ¡el 10 de marzo!; es decir, que Chuck Norris, Sharon Stone y un servidor recibirían el antídoto inmediatamente, sin colas o esperar ni 24 horas. Algo reconfortante sin duda, tras ver el sufrimiento y los estragos que causa este virus, que se supone que acaba con uno de cada doce habitantes de todo el mundo.

Sigue
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daci
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