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Críticas de Don Hantonio Manué
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Críticas 237
Críticas ordenadas por utilidad
6
12 de enero de 2024
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ejercicio de terror directo, sangriento y que busca provocar el efecto e incomodar con una representación gráfica del horror sobrenatural, muy física, pese a tratarse de una amenaza abstracta; una “maldad” que flota y se propaga, que está en todas partes y en ninguna y que acaba por ser ese mal que todos llevamos metido dentro y a la espera de la ocasión propicia, que brota de algún lugar infecto en el fondo de la mente pero que está a dos pasos de tomar la vida real.

Sería una de posesiones diabólicas y una de zombis o infecciones, no del todo lograda, pero cuyo éxito se entiende tal vez, no sólo por un puñado de secuencias de impacto, sino por proponer cierta alternativa a una década de “terror elevado”, relamido y elegante en exceso. Y algo tiene que ver la pandemia, el peligro del que no podemos huir por mucho que sigamos unas normas estrictas que conforman la peculiar mitología del “embichado”.

Los personajes son más bien miserables, torpes y poco heroicos, con poco o nada que puedan hacer ante semejante adversario, arrastran un pasado no del todo respetable. Un enemigo interior remueve los malos instintos, juega con ellos, al tiempo que es una Cosa carpenteriana, un horror purulento y deforme que los exterioriza.

Bastante potente la primera mitad, donde vemos por cierto la ineficacia de las instituciones en el campo argentino, los terratenientes que siguen siendo la autoridad (se busca extirpar el mal para que las tierras no pierdan valor, esconderlo bajo la alfombra antes que arrancarlo de raíz)…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Don Hantonio Manué
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4
19 de junio de 2021
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aquí el inglesito se saca de la manga algo tan tremendo como la “inversión” temporal, que parece una cosa pulp de la hostia, pero este señor lo aborda como si le fuera la vida en ello.

La apelación a “sentir”, a la intuición y no a entender, suena a disculpa, al chiste de un cachondo mental (ojalá). Al menos aquí no intenta desvelarnos el sentido del amor y del cosmos, ni ofrecernos una clase magistral de historia, inclinándose por el thriller a lo Bond y el puro divertimento con aventuras por el mundo, conspiraciones y salvar a la humanidad… pero esto no tiene nada que no tuviera "Origen" mejor contado y su autor va camino de convertirse en un producto para su parroquia, una supuesta garantía de cine comercial-pero-inteligente con propuestas argumentales que desafían la narrativa tradicional del cine de género. Sin embargo, te encuentras con lo de siempre, con un revoltijo de apariencia trascendental que pretende hacer pasar torpezas como pretendida genialidad y virtuosismo: ni entiendo un rábano de lo que me cuentan, ni me importa un pimiento (muy vegetal todo… igual que yo en el cine mientras estaba viendo esto).
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Don Hantonio Manué
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6
28 de marzo de 2024
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es muy “Rocco y sus hermanos”. El punto de vista se centra en uno de ellos para contar una tragedia en el sentido más puro y más irónico del término, la de una familia que se ha creado su propio microcosmos moral para enfrentarse al mundo, pero que está afectada por una “maldición”, y cuanto más intentan huir de ella, radicalizándose en esa ética autodestructiva, más se hunden en la perdición.

Mientras que ellos no se enteran de nada (plano del protagonista rebotando contra las cuerdas del ring, como atrapado), te das cuenta de lo que pasa, que es bien obvio. El ambiente fraternal idílico encubre una paternidad represiva, la de quien intenta suplir frustraciones propias y cumplir metas mediante sus hijos; un padre tiránico, manipulador y autoridad incuestionable que no escucha para nada ni atiende necesidades, sólo enseña la fuerza y reprime sentimientos. La famosa técnica de la “garra”, ese ahogo y sumisión del rival, en cierto modo es un poco lo que hace el señor con sus hijos. A este se suma una madre pirada religiosa que otorga con su fe cierta cobertura a los delirios del progenitor, ayudando a asumir esa supuesta fatalidad del destino, reprimiéndose a sí misma también… parece que la película no es todo lo dura que podría ser con estas figuras, de hecho hasta se contagia ella misma de esa mirada religiosa, santificada, como de un Malick; planos en la naturaleza, de la vida familiar, del hogar… el “reencuentro” de los hermanos, por si quedaba alguna duda, es probablemente lo más excesivo y cercano al empalago.

Es en Efron, convertido en el Mickey Rourke decadente, en quien recae el peso dramático; un pobre tipo sin muchas luces, con carencias, pero que se va dando cuenta de su situación. Termina por ser una oda a los valores familiares, americana hasta la náusea, aprender a llorar si hace falta, a hablar, romper con la maldición y alcanzar una independencia personal con lo bueno de la familia y sin lo dañino. Se toman muy en serio el ¿espectáculo, deporte? de la lucha libre, que tiene una parte de clara teatralidad, de apariencias y fanfarronería, de farsa grotesca… pero también, y por lo que parece, una parte muy real, de desgaste físico, cuerpos malheridos y almas igualmente quebradas; es decir, es el escenario sin el que se entiende la vida de esta gente, de una violencia representada, pero también de otra contenida, que es peor y acaba por emerger tarde o temprano.

El tal Durkin quiere a sus personajes y muestra esos primeros tiempos, que sabes que acabarán, de inocencia, rock and roll, primeros escarceos, nostalgia de la América profunda; esto es material de un PTA o incluso de un Scorsese, con ambición visual, amago de planos-secuencia, montajes varios y fugas musicales con Rush y otros grupos de la época… pero teniendo en cuenta la crudeza de dicho material, se opta por la elipsis, mostrando las causas y las consecuencias antes que el hecho.

Y un detalle, el del boicot a los juegos olímpicos de Moscú por la guerra afgana, o un pedazo de historia y geopolítica que condiciona una vez más el devenir personal, insignificante, de la gente concreta.
Don Hantonio Manué
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9
9 de marzo de 2024
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los últimos westerns de Mann y el que puede considerarse el culmen de su arte dentro del género que empezó a cultivar a principios de la década. Gary Cooper pone rostro (pétreo) y mirada (azulada) a un antiguo forajido ahora reinsertado en la sociedad con una noble misión que cumplir al servicio de su comunidad: fundar una escuela. Pero por incidentes del azar o quizá del destino acaba de nuevo en manos de su antigua banda de malhechores, y les tendrá que seguir la corriente si quiere sobrevivir, pues este pasado suyo le perseguirá hasta que logre ajustar cuentas.

Un poco lo de siempre, en una aventura con viaje, varios secundarios, cada uno con su historia personal a sus espaldas y una resolución que nos podemos esperar en forma de duelo a tiro limpio, en un nuevo análisis de la dualidad humana que, dentro del esquema de buenos contra malos, extrae poderosos matices. Un buen tipo ha de luchar contra la violencia en su interior, un caradura y jugador demuestra sentimientos elevados en el momento menos esperado, otro tipo infame no puede desprenderse de sus inclinaciones paterno-filiales… y desde luego tenemos a la mujer de la película; anulada, profanada por la mirada y el deseo masculinos, encontrará por fin el amor y el respeto, comenzará a ser ella misma, aunque se trate de la suya de una historia de amor imposible y efímero.

Un film que es cine mayúsculo, ejemplo de un estilo de filmar sin una sola decisión de puesta en escena que sea irrelevante y donde destaca el uso del formato cinemascope; encuadres de mucha profundidad, rebosantes de elementos que se mueven (esa llegada inicial al pueblo, cómo se nos va presentando la situación hasta la llegada de la locomotora), con una extrema precisión a la hora de disponer figuras y demás objetos escénicos dentro del plano a diferentes niveles, cuidando el ángulo según las necesidades de la escena, sea en ambientes más urbanos, o con el paisaje siempre tan presente, en interiores… sacando petróleo de cada secuencia.

Es una película, podría decirse, oscura, incómoda; el interior de la guarida de los bandidos, iluminada tenuemente con sombras, a diferencia del colorido exterior, es el escenario tétrico donde tiene lugar una cruel muerte fuera de campo. Si destaca con fuerza el vestido rojo-rosa de ella, tiene lugar un ejercicio de puro erotismo malsano que muestra cómo estaba evolucionando el cine americano y lo que estaba permitido o no representar. Pero es que la pelea posterior contiene esa misma carga de humillación sexual y casi invierte las tornas de con quién vamos. Llegamos a un pueblo fantasma y a un paraje rocoso que parecen de otro mundo, y aquí las víctimas serán esas pobres gentes anónimas que se han cruzado con el horror y el peligro sin tener culpa de nada.

Y es que crepuscular es la palabra que mejor define esto, que transcurre en un tiempo histórico en que los forajidos han quedado atrás, la civilización avanza como lo hace la educación (necesidad de maestras para las pequeñas comunidades) y el ferrocarril (donde nuestro hombre se encuentra inadaptado e incómodo). Los criminales que antes campaban a sus anchas y daban golpes maestros han quedado reducidos a patéticos espectros (dicho explícitamente); estremecedora la composición de un villano amenazante y desagradable como él solo, pero senil, como cabecilla de una familia poco o nada funcional que se cae a pedazos, de seres resentidos, odiosos, que sueñan con hazañas que hace tiempo dejaron de ser posibles.
Don Hantonio Manué
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8
8 de diciembre de 2023
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un aviso, en primer lugar, sobre la cuestión idiomática y el juego con el lenguaje que hacen imprescindible, creo yo, el visionado en versión original; en la versión doblada se lo han cargado completamente doblando todo los diálogos, hasta el punto de que muchas situaciones no se entienden o incluso carecen de sentido… Una completa chapuza.

Esta sería una de esas películas que tienen “algo especial”, como suele decirse vagamente de aquellas que no destacan por lo insólito de su trama o por su novedad, pero que de algún modo se quedan dentro de uno.

La mínima historia podría ser la de un relato corto, con sólo tres personajes, aunque con una dilatación temporal que abarca desde la infancia hasta cierta crisis de los cuarenta; cuidada, eso sí, y pulida al extremo en un ejercicio de sutileza y control de cada plano, cada elipsis, del color. Adquiere cierto tono “meta” en su abordaje del género romántico, está la profesión de escritor, la reflexión consciente sobre roles, clichés, pero también una secuencia inicial desde un observador externo que se pregunta por lo que hay tras una escena cotidiana de unas personas en la barra de un bar y qué parentescos les unen. La respuesta no es del todo sencilla, incluso para ellos, y de esto precisamente trata la peli; de las experiencias, decisiones, actos, a veces fruto del azar, a veces por elección, de una gente que en parte podríamos ser cualquiera y que más o menos de manera imperfecta les definen. Cuestiones de enorme sencillez que, finalmente, y como suele pasar, acaban por ser las más insondables de nuestras vidas, pasadas o presentes, donde la nostalgia, la tristeza, pero también la esperanza y las formas del amor se superponen y se mezclan.

Estos tres caminan un poco a la deriva y dudando, como todo hijo de vecino, se cuestionan; la vida nunca es exactamente como uno querría, cabe preguntarse por el tan socorrido “qué hubiera pasado si…”, pero lo que hay es lo que hay y así está bien. Aún así, están esas conexiones misteriosas e ingobernables a través del tiempo como eje de la narración, la trama tenue que nos une de algún modo y no deja de aportar algo mágico. A lo mejor esa noción coreana del destino no consiste en un romance idílico y eterno, pero sí en un instante que aún consigue resonar años después. Amor idealista, callado, frente a un amor pragmático y del día a día, el de escritor y el del ingeniero.

Si bien la cosa trata de la identidad, las fronteras del lenguaje, la inmigración y las diferencias culturales (entornos de clase alta de la burguesía intelectualizada con pretensiones frente al convencional anonimato de la sociedad coreana, con esas reuniones etílicas de amigos en el bar como refugio) o la re-conexión humana por medio de lo digital… aquí uno se queda con los dos hombres del film; ese respeto que demuestran el uno por el otro cuando no tienen nada en común. Pues si de algo trata esto es de la aceptación, de que hay una parte del otro a la que no podemos acceder, que pertenece a su ser más íntimo. De igual modo, el pasado ya no existe, hay que aceptar la separación, el paso del tiempo, aunque ese pasado sigue vivo y es real a su manera. Algo hay, por tanto, en torno a las inseguridades y vulnerabilidad del macho, felizmente superadas y superables.

Importancia de espacios físicos, y una vez más, Nueva York como inagotable escenario romántico y cinematográfico en general, trasfondo de las almas solitarias, aunque aquí al servicio de una historia corriente, bastante alejada de grandes y desbordadas pasiones cinéfilas. Motivos: cortinas, ventanas que reencuadran, espejos, uso de planos laterales, flashbacks limpiamente trazados que muestran esa fluidez temporal, cómo el tiempo apenas parece haber pasado con el reencuentro… imágenes tan elocuentes como la de las calles que parten en direcciones y alturas opuestas. La de una niña aislada en el patio del colegio, o las de una travesía urbana en solitario, con frío, sombras, humedad...
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Don Hantonio Manué
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