Vaya engendro pal coleto, madre. Parece increíble que Quine se rodee de ese reparto impresionante y malogre una por una todas las oportunidades que tenía la cinta: sin nervio, sin ritmo, sin química, sin nada de nada. La mejor escena, Mel Ferrer bailando mientras toma copas, con eso queda todo dicho. La película está tetrapléjica, es casi imposible que ya interese a nadie hoy día, vieja, viejísima, una verdadera reliquia. No hay más que decir. Si acaso se la topan delante, huyan. ¡Ay,esas comedias americanas de los años sesenta...!¡Cuántos títulos se disuelven hoy día como azucarillos en agua!!! Huyan de Blake Edwards y, sobre todo, de la mayoría de films de este Richard Quine, quien un lejano día tuvo su reputacioncita, aunque parezca increible, (supongo que por "Un extraño en mi vida" y "EL mundo de Suzie Wong", en esencia).
Bodrio de los gordos. Es que no da juego ni para comentarla.

Una película tan sosa en su extrema corrección que no deja lugar a comentario alguno. Todo en su carril, todo en su sitio, todo bien preparado y bien resuelto, extrema previsibilidad, actores ni fu ni fa, sin una pizca de nada que quede en la memoria. Los mineros de esta película no deben tener miedo a las infecciones a pesar de sus condiciones insalubres, pues en realidad nadan en asepsia cinematográfica. Es el peor tipo de cine posible para evaluar, no es la bendición de enfrentarse a una película mala o pretenciosa, que te la cargas con gusto y teniéndolo claro. Tampoco es, ni de lejos, buena o memorable por uno u otro motivo. Imposible suspenderla, imposible aprobarla. ¿La hemos visto? ¿No la hemos visto? Qué más da.
Lo triste es ver las ganas que le han echado. Flaco favor a Zola, se quitan las ganas de leerle y prosiblemente no es culpa suya.

Esta película intenta construir tensión con casi tres horas de rostros en primerísimo plano, sudados y con moscas, preferiblemente. Una estética del feísmo y la brutalidad en los rostros que intenta casar con cierto clasicismo, (al final, vulgar academicismo), en las panorámicas de pueblos llenos de caballos y extras; o en recargados interiores con muchos objetos ganaderos, madera por un tubo y atrezzo para parar un tren, como si un decorado recargado pudiera ayudar a esta mierda. Perfecta para frikis y nostálgicos, hoy es imposible digerirla. La tensión se escapa a borbotones entre rostro y rostro, cuando comprobamos lo paupérrimo del asunto. Charles Bronson es de los mejores cómicos que recuerdo. Su rostro de granito, impérterrito siempre, y esa cara de imbécil puede llegar a ser divertida, al menos antes de verlo tan de cerca la primera hora y media. Otro tanto se puede decir de Robards, algo menos pétreo. Una época, la del spaguetti western, y una pretendida, pero falsa, épica que pasaron a los cajones de la historia, afortunadamente. Con mención especial para las tres insoportables notas del toque de armónica morriconianas. Otra "genialidad" que se pretendía intensa y se queda en cargante. No perdáis el tiempo, todo es más falso que los poblados del salvaje oeste de Almería. Si acaso, si sois muy fans de Cardinale o Fonda, (por muchos ojos azules que ponga, papel muy olvidable).

Las escenas de Lemmon subiendo por un andamio; la del viejo Mastroianni sonriendo emocionado tras una pila de libros viejos; y alguna otra que no me acuerdo podrán figurar sin duda entre las más ñoñas y estúpidas del cine italiano. Una cosa son los buenos sentimientos, y otra la tontería. Mi mujer decía que la película es más bonita que buena, pero en fin, tampoco es que sea muy bonita. Lemmon está mucho mejor que el italiano en su actuación. la visión de Nápoles no es del todo despreciable, pero los dos primeros críticos se han vuelto locos y el León de Aranoa lo mismo. Hasta carga el gran Trovajoli

Todos los personajes de esta película me son especialmente antipáticos en su insulsez, sobre todo el párroco que no sólo reflota la línea de ferrocarril sino que en sus ratos libres lee revistas de trenes. Hay algo muy descorazonador en pretender convertirse en entrañable a toda costa, es casi reaccionario. Esa campiña británica que aparece siempre soleada, cuando todos sabemos que allí siempre llueve. Esos malos que convierten en diabólicos al coyote, (el de correcaminos) y al gato que persigue a Tom y Jerry, de lo ramplones, simplones y tontones que son, (sobre todo cuando se miran, cómplices, tras hacer alguna "trastada", despreciando a cualquier espectador adulto). Ancianos moviéndose a toda velocidad para indicar que esto es posible cuando la causa es bonita, y de paso a ver si hace gracia; inspectores que no paran de tomar notas, justo lo que se espera que hagan. De verdad, hay clásicos que lo son porque casi nadie los revisa. Eso sí, al que le guste la parte puramente estética de recrearse contemplando locomotoras antiguas, en especial la que rescatan los protagonistas de museo, que es preciosa, disfrutarán. ¿Qué sería de esta película sin la desaprovechada intervención de Stanley Holloway? Viento, paja, humo... Yo debo ser el agrio ese que comentan más arriba. Mi mujer me dijo que si hubiera sido ella la que la saca del videoclub hubiéramos tenido lío.