Luego de algunas comedias dirigidas en su Alemania natal, Christian Ditter ingresa al mercado en inglés con una historia basada en una novela algo popular, de esas que narran improbables amores nacidos luego una larga amistad.

Los protagonistas de dicha historia son Alex y Rosie, amigos desde la infancia y que tras su iniciación sexual (por separado) habrán de vivir un derrotero que aunque los mantendrá unidos, también evidenciará el amor que se tienen uno al otro, imposibilitado siempre por otras relaciones, tal y como suele ocurrir en las telenovelas.

Cuando cumplen 18, ambos tratan de seguir su vida viajando a USA para seguir sus estudios universitarios en pos de alcanzar sus sueños, él ingresar a Harvard y ella estudiar hotelería para volver a Inglaterra y poner su propio hotel, solo que ella no podrá viajar debido a un embarazoso incidente, pero el vínculo se mantendrá al paso de los años no sin alguna que otra calamidad.

La principal virtud de ésta película británica se llama Lilly Collins (hija de Phil Collins), una actriz que de a poco ha sabido colocarse en el gusto popular y que carga con el peso casi total del filme cumpliendo cabalmente con las diferentes edades por las que transita Rosie, aunado a la buena química que consigue su personaje con el que interpreta Sam Claflin (visto en ‘Los juegos del hambre’).

‘Love, Rosie’, como toda comedia romántica, no escapa a un desfile de clichés y lugares comunes del género, donde los personajes permanecen juntos ante las forzadamente insustanciales parejas que pasarán por sus vidas, pero tampoco escapa a cierto discurso edificante en la parte final del metraje, quedándose a medio camino pero aún así por encima de la media, resultando un film efectivo y un tanto encantador.

Después de su desafortunado paso por el Festival de Cannes algunos años atrás, que le ganó ser declarado persona non grata, el director nacido en Dinamarca Lars Von Trier fue perdonado por el prestigioso festival francés a donde presentó, fuera de competencia, su más reciente película.

Titulada en México como ‘La casa de Jack’, la película es protagonizada por Matt Dillon quien personifica al Jack del título, un asesino en serie que narra ante un confesor de nombre Verge (Bruno Ganz), quien hace las veces de un segundo narrador, cinco de sus asesinatos denominados dentro del relato como incidentes, y que narrativamente lo dividen al relato en 5 episodios o actos más un epílogo.

Como una manera de autojustificarse, Jack, o bien el propio Von Trier, lleva a la realización de los crímenes hacia una comparación con un hecho artístico y su apreciación, lo que conlleva una posterior reflexión de diversos temas y que termina con Verge sirviendo como guía de Jack por un posible infierno, tal como Virgilio en La Divina Comedia.

La película de Von Trier parece un hecho en el que el realizador danés busca realizar una especie de reparación y justificación de sus dichos y de algunos de los tantos momentos muy cuestionables dentro de sus películas, tanto que en ‘La casa de Jack’ sus personajes reflexionan acerca del asesinato y la crueldad en el cine mientras vemos imágenes de alguna película anterior de Von Trier, en un acto de egolatría inconmensurable.

La cantidad de crueldad y violencia es excesiva, en un incomprensible regodeo que lo lleva a mostrar en repetidas ocasiones la forma en que Jack asesina a sus víctimas, algunas incluso desde diferentes ángulos, en una película que busca provocar un shock en el espectador por encima de cualquier cosa y a costa de cualquier bajeza, como mostrar el asesinato de un par de niños.

Pero más allá de las obviedades recurrentes en el cine de Von Trier, en ‘La casa de Jack’ termina por imponerse el aburrimiento de un relato sobre explicado y reiterativo, que busca ser provocativo, pero termina por ser más condescendiente de lo que su realizador pretendía como lo demuestra la resolución final para con su personaje.

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Luego de probar con el terror, en una muy particular mirada a los zombis, Sebastián Hofmann cambia radicalmente de registro en esta su segunda película, una atípica comedia negra que, sin embargo, consigue ser por momentos inquietante.

Pedro (Luis Gerardo Méndez), su esposa Eva (Cassandra Ciangherroti) y su pequeño hijo llegan a un lujoso resort para pasar una semana de vacaciones, pronto se instalan para empezar a disfrutar del lugar, pero esa misma noche llaman a la puerta, por lo que Pedro, que lleva una incómoda férula en su pierna, acude a atender.

Afuera está una familia conformada por Abel (Andrés Almeida), su esposa e hijos, quienes aseguran tener reservación para la misma villa y la misma fecha, ambos padres de familia acuden a las oficinas del hotel a quejarse pero ante la sobre venta del lugar la única solución que les queda es compartir la villa, Pedro acepta pero con disgusto mientras Abel exagera en su trato para buscar acercarse a la otra familia, al mismo tiempo, un empleado del hotel (Miguel Rodarte) trata de lidiar con su insatisfactorio presente en el trabajo donde comparte tiempo con su esposa.

Como ya se ha mencionado, ‘Tiempo compartido’ es una comedia atípica, alejada completamente del tono de chistes y escenas de pastelazo del común de las comedias más convencionales, este es un relato incomodo al que no se le hace justicia etiquetándolo dentro de un solo género.

El relato consigue interiorizar en cada personaje, y con la ayuda de una puesta en escena milimétrica y una banda sonora que se ajusta a la perfección para logra crear una atmósfera tan opresiva como lo están viviendo los personajes, Hofmann consigue que su relato transite libremente pero con rigor por diversos géneros y estados, logrando una película perturbadora que mira críticamente a las ambiciosas corporaciones como la que se muestra.

Otro punto a favor son las interpretaciones, donde sobresale Andrés Almeida que compone a un personaje casi insoportable, y sobre todo un Miguel Rodarte, quien da vida al personaje más potente de una película que sorprende al desprenderse de los típicos convencionalismos del cine nacional.

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La nueva apuesta de Disney, ‘Un viaje en el tiempo’, dirigida por la directora Ava DuVernay (Selma), parece indicar la dirección en que se puede mover el cine en estos tiempos que corren, en este caso con resultados bastante negativos.

Adaptando la novela de Madeleine L’Engle, se cuenta la historia de Meg (Storm Reid), una adolescente que vive con su madre (Gugu Mbatha-Raw) y su hermano de 6 años adoptado (Deric McCabe), quien padece la repentina y misteriosa desaparición de su padre (Chris Pine), un renombrado científico, sucedida cuatro años atrás, por lo que además debe soportar las burlas de sus compañeros de escuela.

Pero de pronto la esperanza regresa a casa con la visita de 3 seres especiales a quienes conoce a través de su avispado hermanito, tres seres de luz (Oprah Winfrey, Reese Witherspoon y Mindy Kaling) que los acompañarán a buscar y rescatar a su padre, quien está perdido en algún lugar del universo.

Como un compendio de la corrección política que se vive en el mundo y, sobre todo, en el Hollywood actual, la nueva producción de Disney es un perfecto ejemplo de como esa deliberada corrección no debe ser necesariamente benéfica para una película, como la que nos ocupa, con un elenco multiétnico y mujeres en los roles de mayor peso, además de ser dirigida por una mujer negra.

A eso debemos añadir el o los mensajes que brotan de la pantalla con claras intenciones aleccionadoras, buscando adoctrinar a su público meta, los niños, con una historia plagada de vistosas y coloridas imágenes, pero que no logra sostenerse, un guion lleno de inconsistencias y situaciones injustificadas que sería un desperdicio enumerar, en un relato aburrido que incluye un viaje interplanetario que no seduce ni emociona y ni siquiera respeta las reglas de su lógica interna.

Con un elenco lleno de figuras de renombre como Reese Witherspoon, Michael Peña, Zach Galifianakis, Chris Pine, Gugu Mbatha-Raw y hasta Oprah Winfrey, a quien hay que soportar además en un tamaño inmenso, la película naufraga en sus pretensiones aleccionadoras, poniendo por delante el sermón a la diversión en un decepcionante trabajo de una directora como DuVernay, quien parece ubicarse como la evangelizadora de una nueva secta hollywodense.


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Rescatar la serie ‘Patrulla motorizada’, famosa en los años 70 y 80, parecía una buena idea, sobre todo contando con Michael Peña en el papel de Poncherello, actor que se ha revelado en los últimos años por sus acertadas participaciones cómicas, sobre todo en ‘Ant-Man’, pero en el resultado final, esta nueva versión tiene poco de la serie original.

De entrada, esta versión 2017 se decanta por un tono total de comedia, con unos personajes que poco tiene que ver con la original, uno, el famoso Poncherello (Peña), es en realidad un agente del FBI que encubierto busca desenmarañar una banda de ladrones dentro de la misma policía de Los Angeles.

Para ello le asignan a un novato llamado Baker (Dax Shepard), un ex motociclista que busca recuperar a su esposa entrando al cuerpo de policía, con el que Ponch deberá hacer equipo, pero todo comienza a ser más complicado de lo pensado.

La película desde el inicio de la historia presenta diferentes huecos en su argumento, lo que se irá haciendo más visible conforme la trama va avanzando, en una historia sin pies ni cabeza que termina en un verdadero descontrol.

Pero el buen trabajo de Dax Shepard y sobre todo de Michael Peña salvan del desastre a la película, la cual presenta algunos buenos momentos cómicos, mucho humor físico y si acaso un exceso de chistes sexuales que no llegan a ser ofensivos.

Pobre en su ejecución y limitada en su puesta en escena, la nueva versión de ‘CHiPS’ llega a convertirse en un inmediato placer culpable, aunque también en una película rápidamente olvidable.


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