Leonard es un perdedor, ha intentado suicidarse en varias ocasiones y no parece que exista nada que consiga ilusionarlo lo suficiente para desear seguir viviendo. Su vida trascurre de forma baldía, con la amarga convicción del que arrastra consigo la sensación de la más humillante de las derrotas.
Leonard nunca ha sido un héroe, ni una estrella, ni el capitán del equipo de fútbol de su instituto. Resignado ya a su papel de impenitente perdedor sabe que nunca conseguirá que nada ni nadie lo ilusione, si quiera para alcanzar un breve momento de dicha.
Pero de pronto todo cambia, fruto del azar conoce a una chica despreocupada e inestable, pero que lo atrae, y se enamora de ella. Paralelamente sus padres logran que conozca a otra chica, que se fija en él. Esta última chica parece la decisión acertada, la que sus padres desean y la que podría aportar la estabilidad de la que depende su volátil futuro, en definitiva, se plantea en su vida la eterna disyuntiva de: “resignarse a morir o arriesgarse a vivir”.
Pero a pesar de todo Leonard ya ha decidido, la proyección de una vida con Michelle le ilusiona, como nunca nadie había conseguido y reconozcámoslo, ese impulso resulta tan irresistible que ninguna otra fuerza podría contrarrestarlo, aunque nuestro particular “Pepito grillo” nos aconseje lo contrario.
Pero la lógica de su vida se acaba imponiendo y Leonard es rechazado; ha vuelto a perder, la derrota nuevamente la ha dado la mano, y esta vez parece que para instalarse de forma definitiva.
En unas prodigiosas escenas finales se ve a un descorazonado Leonard vagando por la playa, con un anillo no entregado a Michelle en su mano. En ese momento puede literalmente observarse la inmensa tristeza de un personaje que nunca ha ganado, que nunca se había sentido el protagonista de las historias de amor que le habían prometido disfrutar, que nunca había conseguido hacerle una burla al destino, y reflexiona amargamente: “resignarse a vivir o arriesgarse a morir”, ha de decidir entre la asunción de una vida que no le atrae, o por el contrario la liberación de la redentora muerte.
Finalmente decide asumir la realidad del día a día, abrazar la desazón de una vida que no le llena, el descorazonador final del que ya no tiene ni quiere ningún tipo de meta, del que ya no espera en esta vida ningún momento de dicha.