Pocas veces he visto un manejo del cuadro, el enfoque y la luz como en "La escafandra y la mariposa". Schnabel hace un trabajo absolutamente soberbio tras la cámara. Cada fotograma esta impregnado con una intencionalidad artística sin parangón. La identificación cámara-ojo y el manejo de la luz son aspectos fundamentales de esta película. Pero no sólo son estos elementos los que logran crear un marco estilístico inmejorable. También es la propia narración, excelentemente bien construída a través del sólido y sincero guión de Ronald Harwood sobre el libro de Jean-Dominique Bauby, la que logra sumergirnos por completo en el mundo onírico y surrealista del síndrome del cautivo. Quizá de entre toda la excelencia técnico-artistica, lo que más destaque sea el inconmesurable trabajo de fotografía de Janusz Kaminski, simplemente una obra maestra.

El humor que desprende el protagonista de la historia es otro de los aspectos a destacar. Mientras que otras películas similares como "Mar adentro" destilan dramatismo y penosidad, la película de Schnabel aporta un aceptable optimismo y una ironía especialmente picante. Y es que el personaje de Bauby, aunque se encuentra paralizado de pies a cabeza, sigue sintiendo una atracción sexual muy acusada hacia todas las mujeres de la cinta. Algo que no hace sino afirmar más su vitalidad y sus ganas de luchar. También se agradece el tratamiento natural que se le da a la enfermedad del protagonista, lo que hace que el espectador se pueda acercar a un tema peliagudo sin reticencias o prejuicios.

"La escafandra y la mariposa" es una excelente película, no especialmente por lo que narra sino por cómo afronta la historia. Una bella metáfora de la vida y de cómo todos los seres humanos pueden ser absolutamente libres si se lo proponen. Y también una película valiente, bella y esperanzadora.

En una escena especialmente perturbadora, una jóven yonqui le dice al protagonista de la película: "El día que mueras millones de personas te acompañarán en tu viaje"

"Las invasiones bárbaras" trata sobre la necesidad del contacto con las personas, de la premura de besar, tocar, abrazar y sentir. Nos habla de la necesidad de romper las barreras que impiden la comunicación, de mostrarnos ante los demás como somos y abrir nuestro corazón hacia nuestras propias emociones. Y sobre todo nos invita a mirar a la vida a la cara para no temer mirar a la muerte.

Los personajes están perfectamente trazados y se aprecia en ellos una evolución y unos matices realmente excelentes. Un guión con innumerables referencias al arte (principalmente al cine y a la literatura) como vía de sanación emocional y la propia personalidad del protagonista son los verdaderos motores del film, que apela al espectador huyendo del sentimentalismo y profundizando sobre todo en el laberinto pasional que teje las relaciones humanas.

Como curiosidad, "Las invasiones bárbaras" es la única secuela (en este caso de "El declive del imperio americano") en ganar el Óscar a la Mejor Película en Habla No Inglesa y la única película canadiense en ganar el César francés a la Mejor Película. También logró una nominación al Oscar por su magnífico guión y el galardón a la Mejor Actriz y al Mejor Guión en el Festival de Cannes.

Lejos de ser una obra maestra, esta película sencilla nos muestra el íncreíble potencial que tenemos los seres humanos para consolarnos, apoyarnos y compartir la pasión por vivir. Ya sólo por eso merece la pena su visionado.

En primer lugar, "El consejero" tiene un problema de base fundamental: está escrita por un (magnífico) autor pero no por un guionista. Diálogos brillantes cargados de ingenio y mala leche (la contestación sobre la felación de Fassbender a la presa es antológica, las descripciones hipnóticas de los diamantes) no necesariamente crean un relato sólido, dinámico y coherente. Mucha verborrea filosófica, mucha frase lapidaria, mucha ironía...pero poca tensión narrativa, ausencia de interés por los protagonistas e indiferencia hacia lo que me están contando.

En segundo lugar creo que la dirección de Scott es rutinaria y anodina. La puesta en escena es reiterativa (la primera hora se compone de las mismas escenas: dos personajes, preferiblemente sentados, hablan y reflexionan) y está exenta de transiciones que dinamicen el relato. La narración me resulta fría, plúmbea, sin alma. Sólo me maravillan algunos destellos de genialidad, como la escena del coche y el "siluro".

Y en tercer lugar (probablemte sea culpa mía) llegado un punto determinado del relato empecé a no enterarme de nada. Se me escaparon las motivaciones de los personajes, no entendía el plan de destrucción que se anunciaba. Sólo a partir de los 5-10 últimos minutos (a partir de la escena de Brad Pitt) la película empieza a formarse de una manera coherente en mi mente pero ya es tarde porque he perdido desde hace tiempo el interés. Salgo del cine tan frío como gélida era la noche. Tengo pendiente "Meridiano de sangre", a ver si me reconcilio con McCarthy.

Hay películas que reflejan de forma tan genuina el espíritu de una época que contemplándolas con la perspectiva que da el paso del tiempo puedes llegar entender en apenas dos horas el acontecer de toda una década. Se dice que no hay nada más peligroso que una idea. Creo que "La red social" es la historia de la génesis de una idea y de como ésta puede cambiar la forma de relacionarse de toda una sociedad.

Aparte de ser una extraordinaria fotografía de nuestro tiempo, esta película es la confirmación definitiva y sin discusión de la genialidad de un hombre que tiene a sus pies al 99% de los creadores del cine actual. Ese hombre se llama David Fincher. Capaz de bucear en los recovecos más tenebrosos de la mente ("Se7en", "The Game", "El club de la lucha"), creador de impresionantes reflexiones sobre la propia narración ("Zodiac", "El curioso caso de Benjamin Button") y ahora, un fiel cronista del eterno presente.

La evolución en zig-zag de la trama, siempre avanzando hacia el tiempo del juicio a Zuckerberg y retrocediendo hacia los momentos universitarios de la creación de Facebook, lejos de ser un lastre que provoca confusión ayuda a entender los diversos vericuetos de la historia. Aaron Sorkin parece aquí el claro director de orquesta y Fincher se "limita" a aportar su extraordinario pulso a la hora de dirigir la puesta en escena. La escena inicial es una buena prueba de ello: unos diálogos brillantes y mordaces, siempre rapidísimos gracias al buen hacer de Jesse Eisenberg, puestos al servicio de una puesta en escena subyugante.

Un gran acierto de esta película es que es una película sobre Facebook que prácticamente no habla de Facebook (salvo algunas escenas irrelevantes) Se limita a penetrar en las turbias corrientes de los creadores de un mito moderno para dejar ver su cotidianeidad. O lo que es lo mismo, mostrar como un fenómeno global puede partir de algo tan cotidiano como pueda ser una puñalada trapera de tu mejor amigo o un fracaso amoroso. Sirva como ejemplo la escena en la que vemos al protagonista con pijama y zapatillas de estar por casa. Una pose de enfant terrible para algunos y una metáfora del "gente antisistema que es el principal reflejo del propio sistema".

Quizá lo peor de "La red social" sea su título. La historia de esta película es tan vieja como el ser humano y a la vez es un fiel reflejo de las miserias de la sociedad del siglo XXI, capaz de hacer de un (personaje) antisocial, antipático y traidor, el nuevo mesías de "un mundo más abierto y conectado". Como dijo el propio Zuckerberg: "la era de la privacidad ha terminado".

La frase final de "El gran Gatsby" (y a la postre epitafio de Scott Fitzgerald) podría ser perfectamente el resúmen de esta película: "Y así vamos adelante, botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado". La obra de este gran genio de la generación perdida nos habla siempre de la soledad del diferente, de la melancolía del "cualquier tiempo pasado fue mejor", de la juventud y de la condena del paso del tiempo. Así lo muestra en novelas como "Hermosos y malditos" o en el relato corto "El curioso caso de Benjamin Button" (incluído en "Cuentos de la era del jazz").

La película de David Fincher no es una fiel adaptación del relato homónimo de Scott Fitzgerald pero mantiene la esencia de su metáfora. Partiendo de la premisa de una persona que se hace jóven conforme avanza el tiempo en lugar de envejecer, la historia se centra en describir la soledad del protagonista, condenado siempre a vagar en busca de un lugar en el que encajar. De esta forma Benjamin irá descubriendo cómo es la vida según la edad que aparenta y no como es en realidad en su interior. Sólo Daisy (curiosamente el mismo nombre de la amada de Jay Gatsby) le amará por lo que es y no por su cambiante fachada.

La técnica de Fincher se acerca peligrosamente a la perfección. Planos inmensamente bellos (la escena del traveling de los soldados marcha atrás es de una plasticidad maravillosa y posee una inmensa metáfora antibelicista), decorados de lujo, un exquisito gusto por el detalle (por ejemplo la escena en la que Benjamin describe cómo es la noche en un hotel con el ruido de las cortinas al viento, el silbido de los radiadores...etc.) y una apabullante lección artística. Todo es perfecto, todo encaja, no sobra ni un sólo fotograma. La interpretación de los protagonistas está sabiamente contenida, no hay cabida para histrionismos ni para alardes. Como el estilo de Scott Fitzgerald, si hay un adjetivo que pueda definir a este película es elegancia. Un clásico instántaneo.