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Críticas de Felipe Critic
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Críticas 161
Críticas ordenadas por utilidad
9
3 de enero de 2018
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Impensado fue el esplendor comercial y crítico recibido por la primera cinta, el cual coopero impulsando a la evidente continuación de la historia de “The Boogeyman” con el fin de dilatar y ahondar dentro del universo de los asesinos inscritos al Hotel Continental. Como cualquier secuela, corre el riesgo de marchitar la excéntrica formula que deslumbró en la primera entrega, por lo contrario y milagrosamente-teniendo en cuenta las paupérrimas segundas partes fílmicas de la actualidad,- esta es mucho más violenta, mucho más oscura, mucho más bestial y muchísimo mejor realizada que la original. Jonathan está de vuelta con otro can, otros adminículos y otro motivo para asesinar.

Leitch no se adscribe como realizador nuevamente, empero, gracias a su ensordecedor debut, es el director contratado para la secuela de “Deadpool” y el thriller bélico “Atomic Blonde”. Su compañero, Stahelski, data como único realizador de “Chapter 2” y también ha sido fichado para “Highlander”, filme de ciencia ficción. Sus años como ‘stunman’ fueron suficientes como para absorber las más magnánimas características y conocimientos, ideas que rutilan clase en manos de Derek Kolstad, un guionista elocuente y congruente con el progresar de su historia, que se adapta al igual que piezas geométricas al personaje estrella.

Wick no ha sellado aún el resarcimiento por mano propia en nombre de su adorable mascota, un único ítem hace falta por tachar en la lista de su nevera: su carro. Después de “recuperar” su dispendioso auto, determina de una vez por todas absolverse de aquella mafia rusa y aquel hotel que le despedazo la vida, no obstante, la que sería su primera siesta en libertad es entorpecida por pretéritos fantasmas. Ahora, Jonathan deberá reincorporarse a su vida como armífero asesino para finiquitar un pacto que involuntariamente volvió a abrir. La cuestión es que lo tendrá que hacer con una subasta de 7 millones de dólares a sus espaldas, valía que pondrá a cada matador de Roma o New York detrás de sus pasos. Un coctel de balas, sangre, belleza prolija y cine de acción en su mayor expresión.

Hace mucho tiempo, una cinta de culto no era lo adecuadamente entretenida e inestimablemente filmada como esta, lo que la convierte en el mejor largometraje de acción de los últimos meses, destacando con creces entre cintas de acción. Su director entiende como erigir las frenéticas escenas con planos legibles, ángulos estáticos, peleas bosquejadas y un statu quo visual destellante acompañado de un sinfín de elementos que convocan un festín grandilocuente, en donde el morbo, las lesiones y la amoralidad no se desfiguran detrás de un PG 13. Él conoce el legado que tiene en su poder, su misión es conservarlo y como se esperaría de cualquier secuela, desarrollar cosas mejores y más grandes, como por ejemplo: una mascota de reemplazo, un clásico nuevo escenario y unos rivales tan complejos como realistas que impulsaran la trama con subtítulos en pantalla, tiroteos silenciosos en un subterráneo abarrotado de personas o una emblemática confrontación final en una sala de cristalinos espejos; una instalación que refleja peligro con luces de neón rojas y azules.

Reeves, intérprete execrado e idolatrado a partes iguales, retorna fortalecido al papel que le devolvió a la gloria contemporánea, John Wick. Esta vez, el protagonista manifiesta convicciones indeformables, las cuales aducen su vindicativa avidez; las acciones son salvajes y acérrimas, no obstante, las consecuencias son lo suficientemente graves como para continuar atizando la ira que ostenta desde la muerte de su esposa. Wick puede ser una máquina de matar pero en su plano emotivo prima su forma de actuar. Roma viene con invitados especiales, quienes suministran actuaciones hondamente empáticas y sobresalientes desde una letal dama muda, retratada por una siempre excelente Ruby Rose, el malévolo y ceñudo Santino D’Antonio, un violento Cassian (Common) y un viejo conocido Laurence Fishburne, en lo que parece un breve cameo; destacando a Ian McShane, rey y señor del Continental.

Las determinaciones artísticas son igual e inclusive más insólitas que las narrativas, en un cuento neo-noir en donde las decisiones políticamente incorrectas son las primeras que sobrevienen, acentuando en mayúsculas el inesperado giro (tiro) dentro del Hotel. Es difícil ver tales cotas de elegancia y repugnancia combinadas en un filme de acción. Entre tantos halagos y aciertos, el más resaltable es su sorprendente cinematografía, fotografía y puesta en escena, sublime e imponente, impactante y soberbia, imágenes que sobrepasan sus límites de expresión junto a un acompañamiento musical que sale disparado como flechas al corazón de la audiencia, una fiesta de sangre lo sensatamente grotesca como para admirar la belleza de la naturaleza humana. De colores neón, a calles románicas, de persecuciones en coche bajo la lluvia, a tiroteos en cuevas subterráneas con música pesada de fondo, desde desnudos y desangramientos hasta puñaladas y puñetazos; noche o dia, ciudad o llanura, los realizadores explotan con mano pulcra las herramientas.

“John Wick: Chapter 2” es la secuela correcta para las excentricidades de la primera entrega, las secuencias y giros argumentales no defraudan, por el contrario, duplican los efectistas resultados con actuaciones atrevidas, escenarios exquisitos y puestas en escena que dejaran a los verdaderos amantes de cine con la boca abierta. Irónicamente, los detalles más pequeños son los que perjudican, en un mínimo grado, la calidad del filme, sin embargo, son detalles inocuos pero visibles. Wick termina con un hermoso final abierto, desenlace que desembocara en una tercera y posiblemente ultima parte de la vida de un hombre que busca redención, venganza y paz. Un coctel de radiantes decisiones narrativas, artísticas y técnicas, “Wick” es el proyecto que cualquier cinta de acción del siglo XXI desea ser. Una experiencia agresiva, alocada y subversiva.
Felipe Critic
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8
3 de enero de 2018
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Ideado por Bob Kane y Bill Finger, usufructuario de DC Comics, y consuetudinario centinela de Gotham City, The Bat-Man/Bruce Wayne, el esotérico héroe nocturnal y nabab filántropo, se ha apropiado de inconmensurables diseños, caracteres, cotas e idiosincrasias, desde sus raíces en « The Case of the Chemical Syndicate » de la revista Detective Comics n.º 27 hasta su neo-traza en Batman V Superman. Pese a que sus iniciales salutaciones a la pantalla chica o grande no fueron del todo eficaces, su eruptivo pináculo manó del lápiz y el papel, producciones que años después sirven de preceptiva cita para cualquier pequeña brillante mente que anhele figurar dentro de un celuloide al lóbrego superhombre sin superpoderes. Finitos han sido aquellos que han retratado su ser con veracidad, algunos con más hado artístico que otros, con el objetivo general de que el caballero de la noche sea globalmente singularizado por su moral insondablemente compleja, individualista y oscuramente martirizado como resultado de una aciaga infancia. Empero, LEGO, la célebre marca de juguetes danesa, la cual incursionó en el mercado cinemático unos años atrás, elaboro una subversiva y radicalmente antitética transformación de aquel chico de Gotham contundido de manera ampulosa; su versión es culminantemente divertida, errática y empática, lo que suscita un matiz inusitado parcialmente en el mundo del cine de héroes.

Primero, contexto. Todo inicio en 2014, temporada en que Warner Bros. —subsidiaria de los derechos fílmicos sobre los personajes de Detective Comics, Inc— encomendaba en manos de, en ese entonces, los recién llegados Phil Lord y Christopher Miller, una ávida y arrojada pretensión enfocada en las piezas lúdicas de LEGO, compañía mundialmente afamada. Para suerte de todos, derivó en una insospechada y ufana extrañeza, topándonos con una animación enérgicamente discrepante de Pixar o Dreamworks y con un carácter saleroso exclusivo, que le valió a nuestro personaje estrella, su concerniente e inédito spin-off. Pues resulta que, una vez más, han dado justo en el clavo, y de manera descomunal, teniendo en cuenta que los realizadores no acotan sus aspiraciones dentro del vasto catálogo editorial de personajes que atesoran, sino que redoblan las ambiciones haciendo desfilar a caracteres de otras franquicias como “Harry Poter” (Voldemort), “The Lord of the Rings” (Sauron) o inclusive al apocalíptico primate “King Kong”.

Batman, El Caballero de la Noche, El Caballero Oscuro o El Murcielago Vigilante de Gotham es un individuo que obra y anida en solitario de acuerdo a sus preconcebidos estatutos generales; él coexiste detrás de la clandestinidad de su alter ego: Bruce Wayne, quien, racionadamente, también salva al mundo de manera individual y sin ningún vestigio de mudar su forma de parecer. Sin embargo, cuando circunstancialmente prohíja a Dick Grayson, un dulce niño huérfano, se verá encarado a desamparar sus ideologías y aforismos existenciales para responsabilizarse de criarlo, instruirlo y convertirlo en su íntimo colega Robin. Por el camino, unos cuantos son los designados para ornamentar y abastecer de personalidad propia a la trama; Barbara Gordon y su liberal mayordomo Alfred Pennyworth tendrán que dar cara a la bravata pre-fabricada por el fatídico Principe Payaso y todo su clan de subordinados, la cual, comúnmente, amenaza con la extinción cabal de la raza humana, empero, en esta oportunidad todo va más allá.

Es conflictivo creer que la singular obra saliera milimétricamente bien teniendo en su escritura la estrafalaria cantidad de diez escritores, y aunque la mitad de estos compusieron las flamantes identidades para los nuevos Batman (Will Arnett) y Superman (Channing Tatum), semejante revoltijo de ideas podría haber gestado una incontinencia creativa que finiquitaría en el desplome absoluto del producto, mas sin embargo, aquí, diez cabezas piensan mejor que una, y de qué manera. Aunque los gags visuales (slapstick), bromas y autoreferencias son bastantes e inclusive desmesuradas, exactamente de eso se trata, de presentar una fábula con atípicas y autoparodicas pinceladas que exhorten a la sociedad contemporánea de políticos dantescos, celebridades egocéntricas y bárbaras conflagraciones, un mundo en donde el bien y el mal sean tan irrisorios como para suscitar una reacción y un entendimiento sobre el pedestal unilateral de nuestro existir: el amor. Y sobre esto, el guion de estos hombres es cabalmente sobre esto; aceptar que cada ser humano debe abrir su corazón, comprender que cada uno discurre en unitario, asimilar tales raciocinios, respetar y continuar adelante, respaldarnos los unos a otros; más que un concomitante producto comercial de cultura popular, es una crítica ostensible precisada por compresión dentro de cada niño y adulto que asista al teatro. Relegando un reflexivo análisis sobre bandas sonoras, doblajes o personajes ideales; la ética y moral humana es lo que prima; y si bien, esta visión será meramente apreciable para aquellos que generen una aguda lectura del film, hace mucho tiempo Hollywood, el endriago cinemático, no proporcionaba una obra de semejantes cotas ético-morales. Esta es la película que nos urge, es la película que debemos ver.
Felipe Critic
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3
3 de enero de 2018
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En un mundo deficitario de gloriosos héroes, quién más idóneo que Neymar (el jugador brasilero) para prevenir el fenecimiento de la raza humana; tan solo con la risible y banal apertura, el largometraje otorga una ínfima muestra de la escabrosa experiencia en la cual te sumergirás, no, en este caso la palabra apropiada no es ‘sumergir’, la palabra correcta seria sobrellevar. En frente de las heterogéneas propuestas fílmicas que inauguran el año, el título “xXx”, de por sí, no presagia nada bueno, y sin embargo, para los temerarios o inverosímilmente fanáticos de la “portentosa” saga que resuelvan comprar una boleta, tendrán que tolerar una vulnerabilidad permanente hacia sus ojos, oídos, percepciones de la realidad, hiperestesia estética, credibilidad autentica y concepción del pudor.

Quienes consideran que la saga “Fast & Furious” es muy sofisticada o la franquicia “James Bond” muy misógina, Hollywood, el lugar en donde cualquier cosa es contingente, ha elaborado un catálogo de frívolas cintas, en las cuales lo primordial son sus escenas de acción de dubitativa verosimilitud, que abaten la pantalla sin piedad acompañadas, claro está, por estruendosos acompañamientos musicales.

Una de los exiguos logros que el filme ejecuta con empeño es que no es imperioso ver las huecas precuelas, ya que adhieren nuevos personajes y además ofrecen una sucinta explicación sobre la organización “Triple X”, debes ingerirlo con ojos objetivos. Xander Cage tiene 49 años, la última vez que se le cito fue como finado, no obstante, esto llanamente fue un pretexto para que su secuela “XXX: State of the Union” (protagonizada por Ice Cube) tuviera el camino libre, empero, fue otra legitima bazofia fílmica tanto critica como comercialmente. Ahora Cage encuentra refugio en República Dominicana, país en el que escala una enorme torre eléctrica, desciende una selva completa en ski y se resbala por una carretera en skate, todo esto es con el fin de que su querida nueva comunidad pueda ver un partido de futbol americano, ¿Acaso existe cosa más inoperante y ridícula? Aunque la franquicia se ha caracterizado por entregar grandes porciones de componentes absurdos e implausibles tales como sus imposibles acrobacias que llevan la ficción a límites insoportables, no requerimos más de esto, nadie lo solicitó y tal vez nadie lo pedirá jamás.

La caja de pandora, un mecanismo que opera los satélites que orbitan el planeta tierra, ha caído en manos equivocadas, por esto, la Agencia Nacional de Seguridad recurre de nuevo a los servicios del agente y apasionado de los deportes extremos para rescatarla y así salvar al mundo de una amenaza que de entre tantas manos que pasa, verídicamente no parece nada letal. Cage construirá un grupo de civiles e inadaptados para conseguir su objetivo: Tennyson (Rory McCann) un Daredevil de la vida real, Nicks (Kris Wu) un versado maquinista, Talon (Tony Jaa) un DJ y lo mejor dentro de este infierno de CGI, Adele Wolff (Ruby Rose) una atrayente e intrépida francotiradora.

La película pretende ser potenciada dentro del arduo y demandante mundo del celuloide a través de celebridades de diferentes materias: Neymar, más que detestable en su faceta de superhombre, es enserio, si él es futbolista, es futbolista; Ariadna Gutiérrez, la miss universo colombiana (al menos por unos segundos) luce como si estuviera en un video musical con su primoroso postureo y su contoneo de cadera; si ella es una modelo profesional, es simplemente una modelo; Nicki Jam, el cantante urbano colombiano, es sobrante y se siente superfluo en el relato, sin embargo, entre todo ese meollo social, es él quien sale mejor librado, si es cantante, es cantante. Ninguno de ellos tiene dotes actorales, o al menos no pareciese, y aunque el empeño de incorporar diversidad cultural al filme tiene buen corazón, lo único que hace es aminorar lo poco conseguido.

Siendo modelo para el Hollywood machista y angloparlante del siglo XXI, en la película únicamente sobresalen los roles femeninos que deslumbran en pantalla, siendo Rose y la estrella de Bollywood en ascenso Deepika Padukone quienes interpretan secuencias de acción y papeles tan teatrales como memorables, ellas y una irregular Nina Dobrev son quienes rescatan un cuarto de porción del largometraje, de resto, es tiempo perdido.

Antagonistas execrables, escenas con CGI tan palmarias que inclusive se podían percibir los cables y las pantallas verdes detrás de Vin Diesel, un guion con insignificantes punch-lines, un desarrollo repleto de tedio y aburrición y lo peor de todo, una dirección que palia negativamente al mezquino proyecto. Si deseas realizar una película de acción aureolado con diálogos análogos e inexorables, una historia que te importe e interese, con suspenso real y una sólida onda temática debes evitar a toda costa un simple nombre: D. J. Caruso.

Insulsa, voluble, fatigosa, insostenible e insufrible, “xXx” es el primer gran bodrio del 2017, aquel que nadie pidió pero incesablemente sigue llegando. No hay mejor manera de describir la substancia del celuloide que como lo hace Samuel L. Jackson: patea traseros, consigue a la chica e intenta verte cool mientras haces todo esto; tristemente, dejando lo cool millas atrás, consigue estos tres requisitos explícitamente porque están pactados en el guion. Quizá, el siguiente título debería tener un ligero y necesario cambio: de “Reactivado” o “Desactivado”, por favor.
Felipe Critic
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5
3 de enero de 2018
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Amor, tiempo y muerte son las tres abstracciones que conectan a cada ser humano con la naturaleza misma de la existencia, son aquellas que rigen nuestros pasos en el mundo terrenal y quienes dictaminan un encadenamiento de emplazamientos personalmente conexos a una sobrehumana potestad religiosa. Basada en estas tres conceptualizaciones, la apuesta navideña de Warner Bros. busca otorgar un mensaje vivificante por medio de dilatadas dosis de contenido lacrimoso que a fin de cuentas lo único que consigue es exasperar y suministrar una composición errada y tajantemente distante a lo que se proponía.

Howard (Will Smith) inicia con una estimulante alocución sobre los pilares de la vida, en el cual manifiesta el optimismo y la vitalidad de estar al mando de una empresa de publicidad en ascenso. Dos años después, un hombre abatido por la depresión, la asolación paternal, la amargura y la melancolía aparece en pantalla, casi siempre con un austero ceño de aflicción y a punto de sumergirse en un mar de lágrimas. Según sus “compañeros”, la persistente fluctuación emocional de su jefe, quien se pasa la mayor parte del tiempo apilando multicolores fichas de dominó en forma de fortines o edificaciones con el fin de simbolizar la complexión de cada individuo: todo se desmoronara, hará que la compañía publicitaria colapse precipitadamente. Para prevenir eso, y con el subterfugio de buscar su rehabilitación social, personal y laboral; determinan contratar a un grupo de intérpretes teatrales, retratados por unos pasables Keira Knightley (Amy), Jacob Latimore (Raffi) y una inesperada Helen Mirren (Brigitte) dentro de un rol hondamente dispar a su ovante carrera, para que personifiquen a los tres personajes a los que su jefe envía cartas de repudio: Amor, tiempo y muerte. Todo esto en orden de salvar a la empresa, redimir a su “colega” y súbitamente solventar sus propias vidas, cada una relacionada con los pilares existenciales interpretados por los actores.

Debo confesar que a mediados de 2015, cuando gradualmente iba conociendo los fichajes técnicos y actorales, estuve bastante eufórico y anheloso de visualizar el sugestivo designio protagonizado por este experimentado elenco, sin embargo, cuando deslice el ratón un poco más hacia abajo y leí el argumento mi expectación se acentuó intransigentemente. Sentí que era lo que cada amante del cine clama con devoción en estos tiempos de vicisitudes creativas; una historia original, con cualidades únicas y resoluciones lozanas.

Hoy, un año y medio después, tengo la oportunidad de ver el filme en su totalidad, desencadenando un contundente cambio de opinión tanto subjetivo como objetivo. Primeramente, reparo un aire de realismo mágico que funciona hasta cierto punto; intentar jugar con el intelecto del espectador es ciertamente lesivo, en donde si no se ejecuta con una rigurosa y aguda diplomacia puede ocasionar un poderoso cataclismo, y precisamente eso fue lo que le sucedió a este largometraje. Además de esa aura fantasiosa en una concepción realista del mundo que la dista de generar una consistente empatía con la audiencia, el trabajo de Allan Loeb enfrente del guion proporciona un rebuscamiento figurado y utópico, barajando el deseo del relato dentro de los tres personajes secundarios: Whit, Claire y Simon (Edward Norton, Kate Winslet y Michael Peña). Mientras conglomera subtramas dentro de la historia, Howard, el verídico protagonista, pasa a un último lugar, entorpeciendo el curso de los acaecimientos y tratando de ser una competente obra influenciada por temas filosóficos. Sumado a esto, los apartados técnicos no sugieren grandes cotas de imaginación ni invención, ciñéndose a proyectar a Nueva York en plena época navideña, reiterativos primeros planos de los ojos rojizos de Will Smith, un montaje con ritmo desigual y una banda sonora tan genérica como deficiente para los apiñados momentos dramáticos que están a la vuelta de cada esquina.

Pese a los constante detrimentos, la película adquiere y retiene un aire estimulante alrededor del leitmotiv: intentar traer de vuelta a un ser querido. Encarnar al amor, tiempo y muerte de manera diáfana pero a la vez múltiple es uno de los aciertos, consiguiendo enfervorizar con el fin cardinal de los personajes. Además, el cometido de darle sentido a la existencia nos recuerda a clásicos que lograron con creces honrar y homenajear a la vida misma: “Life Is Beautiful” o "The Pursuit of Happyness" (protagonizada por Smith en 2006).
“Collateral Beauty”, dirigida por David Frankel, se siente como el desplome definitivo de un conjunto de decisiones erróneas para dar forma a una historia, empero, por encima de estándares cinematográficos o narrativos, el filme es una buena elección para aquellos que desean reafirmar la importancia de la vida, el tiempo, la muerte y el amor. Repleta de actores talentosos, una trama central fortificante y un sugestivo giro final, el celuloide de Frankel no es merecedora de semejante vapuleada por parte del medio crítico, que si bien es un proyecto confuso e irregular, sí, pero si vamos a entablar una tertulia de verdaderos bodrios fílmicos, varias cabezas ya están bien asomadas.
Felipe Critic
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6
3 de enero de 2018
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El actual-renombrado género de los caminantes dimana capitalmente del cine de terror/supervivencia, dicho que asentó sus años dorados a finales de los sesenta, donde las génesis del subgénero se cimentaron con una solvencia flamante y original, la misma que contemporáneamente vapulea a la audiencia como refrendados carroñeros sin sustancia. Pese a que no se existe fecha puntual sobre cuando se consideró preeminente dentro del mundo del celuloide, si conocemos a los tres hombres que reflejaron la heterogeneidad y profundidad universal que una horda de muertos vivientes puede originar. El primero fue quién se arriesgó a irradiar una concepción hasta ese entonces inusitada, en donde el óbito no era el remate en la línea de la vida, sino un ciclo más para transfigurarse en el testimonial detrimento. George A. Romero, él fue quién entabló el camino con una obra cumbre que debe ser vista por cualquiera que se considere adepto de la heterodoxa categoría. Unos años después, Danny Boyle eleva una faena acicalada con ingredientes con los cuales ya estábamos habituados, sin embargo, dotó de idiosincrasia colectiva y psicológica a su trabajo; aquello aprehendo la misma naturaleza vista desde una perspectiva contrapuesta y excéntrica. Y por último, hace medianamente tres años, Marc Forster impelo la temática zombie a cotas visuales mucho más aniquilantes y sectarias (envite propio de Hollywood), empero, también logró impregnarle una connotación dramática pertinente. Produce dolor que de cientos de proyectos que se apiñan tanto en la pantalla chica como en la pantalla grande sean tan sólo estos tres quienes verdaderamente consiguen ser más que cine efímero, un cine con justificaciones, rudimentos, alma y lacónica estructura.

Glorificada formidablemente por certámenes claves en el medio, “Train to Busan” o “Busanhaeng” (titulo original) de Yeon Sang-ho expone y vierte estratégicamente tesis globalmente concernientes y significativas dentro de una majestuosidad artística y coreográfica de primer nivel, no obstante, la cinta no expresa algo sustancialmente discrepante o fresco en términos cinematográficos, lo que la categoriza como un filme ameno, eficaz y un poco nugatorio. Cannes y Sitges le abrieron las puertas al director, primerizo en cintas live-action—ya que sus trabajos previos han sido netamente animados, entre ellos se encuentra la parte inicial de esta película, “Seoul Station”, proyectada en el BIFFF, sirve como outbreak y exordio dentro de la atmosfera, la misma en donde este filme toma lugar—,para testimoniar su asiduidad y supremacía en esta clasificación; dichos festivales intensificaron de manera significativa el esplendor mercantil mediante el marketing de ‘boca a boca’(WOMM) alrededor de la película, la cual ya suma más de 11 millones de espectadores únicamente en Corea.

En esencia, la narración toma lugar en los interiores de un ferrocarril que parte desde Seúl; lugar en donde un pancista y egoísta padre se ve constreñido a comprar dos tickets para un prolongado viaje dentro de los vagones por su hija, la cual anhela con vehemencia visitar a su madre en Busan, la segunda ciudad más grande de Corea del Sur y en donde dicho transporte público tiene demarcado arribar. El dilema es que esa misma mañana, una anormal virulencia, suscitada por la empresa de bioquímica del protagonista, embiste contra los residentes coreanos de forma audaz e iracunda, originando una vorágine territorial estremecedora. Pese a que pensaban que en la holgura del tren la indemnidad era infalible, un infectado se cola furtivamente dentro del carruaje trasero, induciendo una enajenación mental desmandada; la única esperanza de los pasajeros es llegar cuanto antes a Busan, emplazamiento donde un hipotético resguardo militar está asentado, no obstante, la peor hecatombe no es la de los no muertos, sino la apocalipsis y la podredumbre de los seres humanos.

El filme está estrechamente influenciado por dos antítesis manejadas de manera inteligente siquiera en su gran mayoría: primariamente, el planteamiento narrativo es ejemplarmente foráneo, de claras hechuras de comic y de la cultura popular occidental; y en segundo lugar, personajes perceptiblemente orientales, los cuales empalman con los demás factores con propiedad, entre los cuales sobresalen la egregia y soberbia puesta en escena—la cual no tiene nada que envidiarle a la meca norteamericana,— una impetuosa banda sonora que abastece de brío a las tesituras inquietantes, una vis dramática en cierta medida pertinente y un tramo final que descarrila las pretensiones fílmicas y argumentales más allá de sus propios límites.

El gran y mundano escollo es que se amolda y alonga de esquina a esquina a las expresiones más reutilizadas del género, suministrando entretenimiento sin ofrecer algo no presenciado, igualmente, el inicio y las profusas reincidencias sensitivas palian los miríficos resultados erigidos en los primeros 45 minutos.

“Train to Busan” argumenta una vez más la aptitud inexplorada—o al menos, no vista— del cine oriental. El filme es una travesía por los rieles con temática zombie bien elaborada que subvierte entre sus hilos narrativos el individualismo humano, las dispares condiciones sociales, el egoísmo y la falta de preocupación por el bienestar del prójimo que golpea a nuestra cultura contemporánea mañana a mañana. “Busanhaeng” figura todo lo que un amante del cine de muertos vivientes ambiciona ver, sin embargo, manipula los usados componentes con mano diferente, creando una beldad visual fastuosa para generar dicha sensación. Refrescante, cautivante y hasta cierto punto entretenida; la película es tan frenética y directa como el mismo tren protagonista.
Felipe Critic
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