Conocéis el anuncio de Mercedes que protagoniza Álex de la Iglesia, ¿verdad?..., sí, sí, ése en el que el director está explicando la película que va a rodar a su equipo y les dice algo así como “y entonces, el protagonista se pone en pie, se monta en un Mercedes y se va. Fin”..., a lo que uno de sus guionistas le dice: “pero..., Álex..., ¿en un Mercedes?..., que la película es de romanos...” “A ver -le replica De la Iglesia-, ¿quién es el director? Yo, ¿no?. Pues eso”.
Y eso mismo digo yo: pues eso..., eso mismo es “Las brujas de Zugarramurdi”. La cosa, en un anuncio, tiene su gracia, pero llevado a una película no hace ni pizca. A Álex de la Iglesia se le ha ido completamente la pinza, y es una pena, porque la primera mitad de la película es un festín, una pasada, una gozada, un derroche de puro entretenimiento, sesenta minutos que pasan en un abrir y cerrar de ojos, sin tregua..., recuperando al clásico Álex de la Iglesia en su mejor versión. Y uno piensa mientras tanto: ¿será capaz de mantener el coche a esta velocidad -por seguir con el símil automovilístico- sin terminar saliéndose en una de las curvas? La respuesta frustrante es evidentemente no. No es capaz. El coche se le termina saliendo y lo estrella hasta dejarlo siniestro total...
En serio: lo malo no es que el contenido de la película sea delirante (lo era también su mítica “El día de la bestia” y la bordó); lo malo es que, llegado a un punto, el director no sepa salir del callejón en que se mete y prefiera dinamitarlo todo antes que buscarle una solución al fregao. Una lástima, porque más o menos hasta la mitad es una película impagable.

Pues sí, así mismo, tal cual lo hubiera dicho el mismísimo Millán Astray...
¿Es que soy el único que ve un mensaje reaccionario en esta película? Que sí, que sí…, que todo lo demás está muy bien: el montaje, el desarrollo del guión, el lirismo…, la cadencia y el tempo narrativo con que se nos cuenta la historia…, la reflexión sobre la fama que ganan unos mientras otros cardan la lana, o sobre cómo la leyenda se impone a la realidad histórica..., pero por encima de todo ello no puedo desprenderme del lastre de un mensaje principal rancio, inaceptable e incompatible con los principios éticos que rigen el mundo contemporáneo civilizado...

Estoy totalmente de acuerdo con Jack Sparrow y con I'm feeling good.
Había leído que “Madagascar 2” superaba a su predecesora, pero, para quien esto escribe, no es así ni mucho menos. La primera entrega de “Madagascar”, como buena parte del actual cine de animación infantil, trata de captar la atención del adulto planteando interrogantes más o menos adultos, que en este caso eran, primero, si es preferible gozar de libertad en un estado de incertidumbre o estar privado de libertad pero seguro, complacido y satisfecho; y segundo, si, en circunstancias extremas, la ética, la educación o la cultura tienen algo que hacer frente instinto natural. El problema era que, al tratarse de un producto destinado sobre todo al consumo infantil, no se podía dar cancha a estos temas, de modo que simplemente eran sugeridos.
“Madagascar 2” no tiene ni eso. No sé si su guión está mejor o peor construido que el de su predecesora, pero el argumento es completamente ramplón, limitándose a una simple historia de aventuras sin especial originalidad, aderezada con los imprescindibles toques de romanticismo azucarado y de humor... (continúa en spoiler)

Cuando una película resulta intachable desde el punto de vista técnico y emocional, cuando tiene pulso y oficio, cuando funciona a la perfección como un buen producto cinematográfico, cuando además es comprometida y dolorosa, se hace muy difícil no hacer otra cosa que reconocer sus virtudes y rendirse a ella. Eso le pasa a “12 años de esclavitud”. Que es sencillamente impecable. Y también, por qué no, que seguramente sea la película más seria hecha sobre la esclavitud.
He leído que es manipuladora emocionalmente, pero no estoy de acuerdo. Que tenga un alto contenido emocional y no lo escatime es una cosa, y que juegue a manipular emocionalmente al espectador es otra. ¡Pues claro que tiene contenido emocional esta película! ¡Y qué! ¿Dónde está escrito que el buen cine tenga que escatimarnos lo emocional? Vamos a ver: Steve McQueeen no rebusca en lo emocional de esta historia para subrayarlo con intención manipuladora porque la historia que nos narra es emocional en sí misma, y emocionarse con ella es tan natural que lo contrario sería un demérito del director. Sencillamente McQueen no oculta esa carga emocional, lo que no significa que la manipule. Simplemente está ahí. Yo también podría decir, llevando mi juicio a un extremo que no sostendré, que lo manipulador habría sido callar el contenido emocional de la historia.
Bien. Hasta aquí el haber de la película, sobre todo frente a ciertas críticas que he leído. Ahora el debe: “12 años de esclavitud” no tiene prácticamente nada que no hayamos visto o leído ya sobre el tema. Es un perfecto dèja vu, con unos esclavos sufridos y solidarios, un patrón inhumano y unos capataces rastreros. Quizá la figura del amo que compra inicialmente a Solomon sea la que tiene más contrastes, la menos maniquea... Es cierto que la película plantea una situación de partida ciertamente original: un hombre libre es engañado y convertido en esclavo, y que ello permite reforzar emocionalmente el drama del protagonista facilitando la empatía con el espectador, pero, más allá de ello, la sucesión de tristes episodios y escenas dolorosas es conocida de sobra. En concreto, a quien esto suscribe le han impactado especialmente dos escenas (las menciono porque no creo destripar nada): la escena en que la madre negra suplica no ser vendida sin sus hijos, que nos resulta muy conocida; y la flagelación final, vista hasta la saciedad y cuya única originalidad reside en subrayar sin piedad el aspecto más cruento del asunto mediante el uso de un contraplano que nos muestra cómo se abre la carne a cada golpe del látigo, imagen tan perfectamente prescindible como, por eso mismo, criticable, que sí hurga gratuitamente en las vísceras del espectador.
“12 años de esclavitud”, en fin, merece ser reconocida en su justa medida. Ni en más ni en menos. Simplemente.

Pues eso. Voyagers toma la historia de Golding y la sitúa en el espacio. Los episodios que jalonan la película están copiados de El Señor de las Moscas. Ver en spoiler. Por supuesto, la película se queda en lo escabroso de la historia sin interesarse ni por el conflicto moral ni por la épica ni por la portentosa imaginería de la obra original, pero, bueno, aún así me hubiera parecido pasable la ocurrencia de ambientarla en el espacio y la habría salvado si no fuera porque tiene la desfachatez y la sinvergonzonería de no acreditar que se trata de una historia inspirada en El Señor de las Moscas. Por eso digo que es un plagio, porque no acredita la fuente de inspiración. Y este detalle me ha enfadado. Con los plagios no cabe condescendencia.