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España España · Castellón de la Plana
Críticas de mnemea
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Críticas 263
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
30 de diciembre de 2009
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hoy tengo la mirada perdida, desatiendo estas uñas que debo perfeccionar como una esclava que sirve a la belleza ajena. No es mi lugar, no es mi felicidad, no entiendo de miedos, no comprendo el contacto real con los demás. ( -- Carol Ledoux -- )

Me gusta esta chica, es pequeña, bonita, reservada, tiene cierto misterio en sus pausados silencios, cuanto más se aleja más cerca quiero estar. ( -- El pretendiente -- )

Es mi hermana pequeña, yo lo quiero y comprendo su miedo a que la deje sola, pero quiero vivir, él me quiere a mí, no a su mujer, nos vamos juntos de viaje, unos días sola los podrá soportar. ( -- La hermana -- )

Es extraña, sé que no le gusta mi presencia en casa, siempre le molesta que tenga cosas mías en el baño, pero ya tiene edad para crecer y dejar de ser tan suya. ( -- El amante de la hermana -- )

Es buena chica, amable, divertida a veces, aunque últimamente no está centrada en lo que hace, necesita distraerse, salir, tal vez ir al cine como hago yo con mi novio, nos reímos mucho juntos, sí, salir con un chico le vendría bien, me preocupa que no esté más alegre. ( -- Amiga del trabajo -- )

En un plato, esperando a ser cocinado para siempre, decapitado. ( -- Conejo muerto -- )

Nunca pagan el alquiler a tiempo, he decidido ir yo mismo a recuperar mi dinero. Al entrar quería echarlas de allí, tenían la puerta atrancada, todo desordenado, pero vi a esa preciosa mujer, tan rubita y sola, me quedaré un poco más, tal vez necesite un poco de compañía, oh, bella niña desvalida. ( -- El casero -- )

Oí algunos ruidos y golpes, no sabría decir de qué tipo, pero ahí viven unas jóvenes, y ya se sabe, son incontrolables, ellas sabrán qué hacen, aunque no me gustan los jóvenes ruidosos. Vamos perrito, ¡vamos! ( -- La vecina -- )

Los hombres... ¿por qué existen los hombres? ... ¿qué quieren los hombres del cuerpo? ... el cuerpo... mi cuerpo... estas paredes quieren poseer mi cuerpo... yo no soy... yo... yo... ( -- Carol Ledoux -- )

Sólo ella pudo sentir su personal infierno inflamado por la aversión hacia la carne y el deseo, esto es lo que se debe experimentar con ojos propios y no de oídas, es la propia atracción voyerista de la película, lo que sentencia la irrealidad de una mente que se va degenerando según avanza la película. Repulsión. Fatalidad. Final.
mnemea
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9
29 de diciembre de 2009
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Marcel Carné sabe imponer una fuerza desgarradora a sus escenas, crear minutos inolvidables entre amor y tristeza, sin presionar tus lágrimas, sin exceder ni un segundo el agobiante romanticismo que se vende en demasiadas ocasiones con facilidad para convertirlo en interés e inquietud, con total personalidad y creando un espacio propio en la memoria para recordar con sumo detalle todo lo visto. No son ellos siempre los perdedores, ni ellas las que mantienen en cualquier momento la brillante mirada de su belleza. Sus historias se comparten a partes iguales, nos dan mucho más de lo que pedimos, tal vez sea porque mirar con horror la vía del tren puede decir mucho desde su sencillez.

Había una ventana con vistas a un río, pertenecía a un hotel en el que vivía gente muy variada, todos conocidos, agradecidos y compartidos, pero tras esa ventana se escondían una noche dos amantes, la vida les quedaba grande, sólo deseaban formar parte el uno del otro. El río se convirtió en cómplice de su última decisión mirando desde el otro lado de la ventana, la que termina unas vidas definitivamente para dar paso a cambios irreversibles.

Dos amantes que quieren desaparecer arrastran como una marea al resto de desconocidos que se esconden tras otras ventanas, situadas al norte de la ciudad. Mezclan todas sus historias, donde existen las mujeres duras con hombres que encierran alma de solitarios, los entrometidos, los desprendidos, los engañados, todos juntos o revueltos, todos con mucho que enseñar, algo que olvidar y pasajes irreconciliables que llevan siempre al callejón trasero.

En esa habitación con cuatro paredes y una ventana que mira al río se crea una burbuja de intimidad, privada, donde el mundo empieza y acaba para ellos dos, abrazados como uno solo, pero la burbuja explota, la vida debe continuar y la cobardía parece el trámite absurdo, necesario para demostrar que ciertas vidas son inseparables. Suicidas interrumpidos con vidas por eclosionar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
mnemea
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6
28 de diciembre de 2009
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un idiota se levanta otra mañana más con el alma animadversada y el triunfo en sus entrañas: odia al mundo al mismo nivel en que este le odia a él. El idiota es grande, malhumorado, impaciente, intransigente y cabronazo como él solo. Cada mañana arranca el coche en un día gris, se mete en el tugurio solitario a beber y ver las curvas de la mujer del dueño pasar mientras destroza la moral de quien ose acercarse a él sin motivo antepuesto.

Pero el mundo decide darle una patada en el trasero y le da un aspecto más versátil e inhumano, se asemeja poco a poco a ese pájaro que canta en las mañanas grises junto a su ventana, para demostrarle que las novedades matutinas cambian hasta al más idiota.

Así que nada le queda al hombre aparte de intentar deshacerse de ellas, unas alas que crecen por voluntad propia y que no están dispuestas a desaparecer sin antes actuar como les plazca, siempre a la contra del cuerpo al que se han unido.

Y ves a un idiota intentando negar esas evidentes protuberancias, obrando maldad sobre la bondad de sus alas, y otro puñado de idiotas que le rodean, que convierten en mofa al dueño alado y en objeto de deseo su propia cruz. Todo ello sin una palabra más alta que otra, algún gruñido lleno de disconformidad, risas maliciosas y mucha música que acompaña a un mundo gris y asfixiado en un presente donde no caben ángeles, ni los hombres se convierten en ellos por tener unas alas.

Ironía en un mensaje sucio dentro de un mundo acabado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
mnemea
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8
22 de diciembre de 2009
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la habitación había un lienzo y una cámara. El niño corrió sin pensar hacia la cámara, pero no perdió de vista el lienzo. Pasaron los años y decidió que su cámara debía grabar el lienzo.

Pero no existía el movimiento.

Todas las figuras que allí no respiraban, en su cabeza no dejaban de hablar y moverse. Dio vida a los hombres, a las mujeres y pintó utilizando el paisaje como lienzo. La brocha fue la cámara. Las palabras, el complemento al humor y la tragedia en un domingo cualquiera en el que realizar una escapada al campo. Los perfiles son personajes que complementan una historia con sus actitudes y vestuario. El agua es la calma que armoniza todo el conjunto.


¿Y dónde queda todo lo que aprendimos aquel día? En nuestras cabezas, lejos de la de Jean Renoir, donde los cuadros empiezan a actuar para armonizar sus trazos en nuestra imaginación. No existe obra incompleta, siempre que sepamos adjuntar el sentido y la realidad.

Creamos el movimiento sin lienzo ni cámara.

Un domingo para no olvidar.
mnemea
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7
13 de diciembre de 2009
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Allí estaba yo, sentada en el taburete de un bar, esperando a que me sirvieran un whisky doble con hielo mientras encendía un cigarrillo para acumular algo de humo en mis pulmones. Llevaba un vestido que no cubría lo suficiente y una especia de movimiento incontrolable dominó mi pierna derecha que se encontraba cruzada sobre la izquierda. El camarero tenía un diente partido. Me di cuenta cuando esbozó algo similar a una sonrisa mientras dejaba el vaso frente a mí.

Al fin llegó el hombre al que estaba esperando, un completo desconocido que se sentó en el taburete contiguo mientras se quitaba la chaqueta y del que recibí un leve movimiento de cabeza como todo saludo. Ni siquiera se dignó a mirarme cuando por fin dijo: anoche vi la película.

Me habló de los 21 gramos que pierde nuestro cuerpo al morir, de lo significativo que resultaría si pensamos en dejar escapar el alma en la última exhalación.

Me habló de vidas paralelas e inconexas que se cruzan tras un fortuito accidente de coche que desmonta sus construidas vidas del mismo modo que se muestran desconectadas y sin orden aparente en la película.

Me dijo que la desestructuración era un lenguaje añadido que casaba perfectamente con esas almas perdidas que vagaban en el interior de cada uno de sus personajes al darse cuenta que había vuelto cada uno de ellos a la parte de su vida anterior que no les agradaba.

Me comentó lo frágiles e insensatos que se mostraban los tres protagonistas y la fuerza que desprendía todo su sufrimiento que acababa compartido entre los tres.

Dijo algo sobre la calma final, la que actúa después de una larga tempestad, la que encierra la reflexión de toda una vida, la que permite avanzar un poco más.

Cuando terminó dio un largo trago a la copa que yo no había probado por escuchar atentamente lo que este desconocido explicaba. Dejó el vaso sobre la barra y me miró a los ojos para preguntarme qué era lo que pasaba por mi cabeza.

Entonces miré al suelo un momento antes de devolverle la mirada firme a los ojos mientras una entrecortada voz salía de mi boca para formular esa respuesta. Le dije que yo también vi la película y que lo único que no dejaba de circular por mi mente era que si el alma resultaba tan ligera, no alcanzaba a comprender cómo podía a veces convertirse en algo tan pesado como para oprimirnos hasta el punto de dejarnos sin respiración.

Así nos quedamos, mirando los ojos del otro sin necesidad de decir nada más.
mnemea
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