Drama centrado en deplorar la vida cotidiana del sureste americano rural. Huele a búsqueda de estatuillas con personajes extremos y agresivos; huele a toque académico, el bueno de Ron Howard dirige con pulcritud y solvencia. El montaje es fluido y, salvo en contadas ocasiones, los flashbacks funcionan para realizar una narración descriptiva y eficaz del devenir de sus protagonistas.
Aunque el film resulta monotemático y causa cierta pesadez en su metraje, va ganando a medida que se acerca a su desenlace; final que acaba por salvar el producto con una creativa escena de amor: de lo mejor del film, junto con su elenco de actores.
La música no me acaba de convencer, le falta gancho pero, por lo demás, es entretenida y gana la sensibilidad del espectador.

Cuando acudes a un documental lo haces con ánimo de establecer contacto con la realidad sin vivirla por ti mismo, pero sí entenderla como tal. En Val, el actor abre su persona en canal y esboza una visión encarnada de pura realidad, de hiriente pasado, de superviviente presente y de un futuro amparado en la lucha por su autenticidad. Es duro ver cuando el cartón piedra se desvela, se quita de todos los efectos especiales y solo queda el margen de la vida, a secas. Merece la pena verlo; está hecho convencidamente con un alarde de honestidad e intimidad profundas. Son necesarios aportes de este calibre en cualquier filmografía vista desde el punto de vista cualquier cinéfilo. Un saludo.

En versión hitchockiana. Atolondrada en su puesta en escena y provista de un guión tramposo, la película apenas levanta el vuelo para alcanzar los estándares de suspense que un referente como Hitchcock se merece. Donde el storyboard y la cámara suponen instrumentos clave a la hora de resolver y ejecutar un buen montaje, la película se desordena buscando efectos en personajes y en escenas superfluos y excesivos. Amy Adams está en plan agónico, Oldman histriónico y los demás son meros estereotipos. El lenguaje fílmico es pretencioso y el final es bastante pobre. Floja en muchos sentidos o en casi todos. A otra cosa.

La magia que engrandece la pantalla y que se adecua de manera natural a un momento familiar, anual...Eso y poco más. Y es que, en este caso, la magia viene ya dispensada por el propio espectador, el cual, en mi opinión, puede ver recompensada su sugestionada experiencia solo por momentos; pues Frozen II dista de ser el epítome clásico al que Disney nos tiene acostumbrados por estas fechas. Resulta que brilla intermitente, que le cuesta arrancar y que se impulsa solo por la épica implícita de la historia. Los personajes han dejado de sorprender, la narración es endeble y las canciones han perdido identidad. Igual agrada pero, a diferencia, no encanta...Y eso, en esta tónica, en definitiva, convierten a esta secuela en un logro poco secular.

Y una película, a su vez, cubierta por tres capas: Alma, en el nombre y en la identidad de su protagonista, una chica rebelde baqueteada por la realidad en la que vive y que pretende un nuevo injerto a su vida; Corazón, como el órgano perdido en el seno de esa familia, víctima de la explosión de aquella burbuja española que arrancó de raíz la prosperidad de muchos en este país; y, por último, Mente, la del protagonista capitalizador de la historia perdida en un mundo que ha olvidado los valores humanos esenciales para dejarse vencer por la hipocresía, la mezquindad, la humillación, etc.

Bollaín y Laverty componen en síntesis una historia que pudiera suceder en cada punto de este país, aportando características comunes de cualquier núcleo de sociedad y todo ello, lo hacen cine suscitando en el espectador la risa y el llanto para combinar un conjunto dramático eficaz y verosímil que culmina con un suspiro de satisfacción cuando se encienden las luces de la sala de cine.

Cine español, cine internacional, cine mundial, la historia lo consigue, la cineasta Icíar se merece el honor de cualquier premio al entregarnos esta madura proyección sobre las emociones universales.

Flashbacks, música, gags, lenguaje de cine que habla maravillosamente.

Bien por el cine, bien por Icíar Bollaín.

P.D. Por cierto, bravo por Javier Gutiérrez.