En las horas previas a la matanza, en una High School norteamericana van apareciendo los pobladores de esa Institución, con sus vidas, sus romances, sus diversiones, sus problemas. Dos inadaptados se nos presentan poco a poco, con precisión, preparando el desenlace fatal. En un país donde cualquiera puede proveerse de un arsenal por Internet con sólo pagarlo, no es extraño que cada año nos lleguen imágenes de más de una matanza, ya sean adolescentes o veteranos chiflados de Vietnam. Y Van Sant nos presenta aquí una magnífica cinta, llena de aciertos, que comienza incluso con acento poético, para acabar en la tragedia final. Film brillante, imprescindible, una maravilla.

Cheyenne, una estrella del rock de los ochenta, vive deprimido en una casa con tonos surrealistas, con una mujer que parece quererlo pese a sus extravagancias:pese a su edad, sigue llevando un look gótico, no hace sino invertir sus rentas en bolsa, y salir con una amiga adolescente. Esta es la parte para mí más interesante de la cinta, la que se desarrolla en Dublín.

Pero se entera de la muerte de su padre y va a Estados Unidos. Allí, constatar que su padre tenía localizado a un nazi que lo humilló en el campo de concentración, le hace emprender un viaje iniciático, lleno de sorpresas, que lo va a reconciliar con la vida y consigo mismo. Pese a los fallos de guión, tiene momentos impactantes, como el concierto de David Byrne. Es un placer para alguien como yo, que en aquellos ochenta era un enamoradizo adolescente que leía a Pessoa, tropezarme con mis ídolos del pop británico de aquella época. Seguramente, la estética surrealista y algunos momentos de complejidad harán que no guste a todos, pero sólo ver a Sean Penn con esa facha, realizando uno de los grandes papeles de su carrera, convierten este film en todo un lujo.

En la puritana Nueva Zelanda de principios de los años cincuenta del pasado siglo, dos adolescentes, pertenecientes a mundos muy diferentes, coinciden en su pasión por la escritura, la ópera, la naturaleza. Juliette y Paul, exultantemente encarnadas por dos jovencísimas Kate Winslet y Melanie Lynskey, entablan una entrañable relación de intereses comunes en su particular mundo de fantasías, ajeno a un entorno que no las entiende.
Ambas adoran a Mario Lanza y hacen figuritas de plastilina que se transforman en el curso de la cinta en criaturas con vida propia en un exceso del guión.
Los padres no van a tardar mucho en oponerse a su relación, demasiado bonita para ser aceptada en ese mundo de la Coomonwealth. El caso es real, se basa en buena parte en los diarios de Paul. Nada malo vemos hoy, al menos las personas decentes, en que dos mujeres o dos hombres quieran llevar su amistad hasta los límites del amor. No quieren que nada las separe. Pero Juliette recae en su tuberculosis y sus padres deciden enviarla a Sudáfrica. Es entonces cuando la historia da un vuelco y de la magia pasamos al crimen, el sangriento asesinato de la madre de Paul.
Se rompe todo, adiós al sueño. Sabemos al final que fueron a prisión y las dejaron salir al cabo de un tiempo con la condición de que no se volvieran a ver. No estamos ante una cinta propiamente queer, aunque su estética nos recuerde un poco al new british free cinema, sobre todo a las obras combativas del primer Stephen Frears.
Una historia muy bella, rodada con buen pulso, en exteriores, bien fotografiada, nos deja, pese a su abrupto final, un muy buen sabor de boca. A destacar la imagen de la foto de Orson Welles en el río, o las imágenes de las dos comiendo palomitas viendo “El tercer hombre”.


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