"La última orden" ha pasado a la historia por algo más que ser el primer oscar que se otorgó a un actor protagonista. Dicen que se trata de una historia real y, si es así, la realidad supera a la ficción. Que un general de gran rango del ejército ruso acabe en su huida como extra en Hollywood es un material excitante, poderoso y con muchos matices.
Si además la dirección es de Von Sternberg, elegante cineasta que vivió similar periplo menos traumatico de migrar de una Europa destrozada a un pais de oportunidades, y se emplea un brillante diseño de producción, nos lleva a concluir que es uno de los "must see" de la época silente.

Lo que sorprende de esta casi octogenaria comedia es su descaro y picardía. Descubrir la voz de la icónica Veronica Lake en su versión original y su estilazo reconocible, muy por encima de su sólo agradable vis cómica, bien merece su visionado. Guion y dirección con muchas segundas lecturas, posee la virtud de ser escueta y con un ritmo agradable.

El primo y la prima protagonistas son tan esenciales como la familia a la que pertenecen. Su relación surge en el seno de un evento multitudinario, captando fielmente lo que conlleva una boda o una reunión familiar. El director de la película insufla un aire de libertad que sedujo en los 70 a los estadounidenses y que es propio del "exotismo" europeo y que, actualmente, se ha superado y ha envejecido la propuesta.

Un endeble motivo causa que unos niños nacidos el mismo día y misma población, 10 años después, posean instintos asesinos: un eclipse solar en conjunción con Saturno. Demencial punto de partida para una película "eighty" con todo lo que se puede esperar de un "slasher". Hay desnudos femeninos, parejas pilladas en pleno acto sexual, asesinatos retorcidos y, sobre todo, una conciencia de su falta de pretensión que le otorga una simpatía que tapa lo cochambroso del resultado por mucho que se persone José Ferrer.

Lo que me sorprende de este clásico que he descubierto casi 60 años después es su fisicidad. La que desprende las dos protagonistas, auténticos prodigios de interpretación, baqueteadas por múltiples representaciones en el escenario de Broadway. Ver a Bancroft-Duke en modo lucha libre provoca un efecto violento e incómodo en los parámetros de hoy, tanto a nivel educativo como artístico. Dudo que en la actualidad se apruebe los métodos de educación nada ortodoxos de Sullivan o que algun director se atreva a mostrar lo que Penn tan bien plasmó.