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Críticas de Juan Ignacio
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Críticas 414
Críticas ordenadas por utilidad
7
24 de julio de 2019
16 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Joseph (Stephen Graham), 40 años, residente en Sheffield (Inglaterra), acude a un domicilio próximo al suyo a cenar con su exmujer, hijo (de unos 8 años) y el actual compañero de ella. El motivo de la cena es de despedida, la familia parte al día siguiente rumbo a Australia y está claro que pasará mucho tiempo hasta que padre e hijo se encuentren de nuevo. De vuelta a casa Joseph se siente hundido por la inminente separación de su hijo, debido a ello entra en un pub irlandés, él es del condado de Antrim (Irlanda del Norte), y no se modera con el alcohol. No bebía desde hacía dos años, pero no por eso ha dejado de ser alcohólico. A la mañana siguiente, aún víctima de una fuerte resaca, y sin saber qué hacer con su vida, siendo conocedor del peligro que corre sin ningún soporte anímico, solo tenía a su hijo, ante la tentación de la bebida, decide trasladarse a Belfast, su lugar de nacimiento, donde no muy lejos vive su única hermana, Anna (Helen Benhan), a la que no ve desde hace treinta y un años, cuando fueron separados, sin que hayan mantenido ningún tipo de contacto durante ese tiempo. Una vez allí se tendrá que enfrentar al origen del mal que siempre le ha acompañado y atormentado en su vida.

Miniserie de algo menos de 200 minutos de duración dividida en cuatro episodios. En realidad se trata de una película producida para televisión de bastante largo metraje troceada por motivos comerciales.

Dirigido por Shane Meadows y escrito su guion por él mismo y por su coescritor habitual últimamente, Jack Thorne, 'The virtues' es un trabajo que se sale bastante del que suele ser normal en este autor, siendo aquí más reflexivo, pausado, intimista y lírico.; la razón es que el director se basa en un hecho personal, el más dramático de la historia que se nos narra, el cual le sucedió a la misma edad que a su protagonista.

Estamos como espectadores ante un drama tremendo mostrado en toda su crudeza (al tiempo presente se le intercala el sombrío pasado de la niñez del protagonista en flashbacks rodados con cámaras de vídeo de finales de los 80), al que le acompañará el no menor del rol de Dinah (Naimh Algar), la joven, 27 años, cuñada de Joseph. Quizá la fuerza de lo que ocasiona el sufrimiento esencial de él, no ya lo que le ocurrió en concreto, sino de toda su corta y angustiosa vida anterior, con serias connotaciones en la posterior, haga que la desgracia de la muchacha nos pueda parecer algo impostado, al menos, sacado a relucir para que coincidan ambas, lo que, querido o no, resulta algo melodramático, esto último acentuado por el acercamiento que se produce entre estos dos seres que no tienen nada en común.

Meadows no juzga en ningún momento a sus 'criaturas', por eso mismo el espectador se debe abstener de hacerlo y no encontrar en las actitudes de Joseph y Dinah cierta autocomplacencia en sus situaciones como excusa para no luchar por superarlas y salir adelante. En cambio, en la figura de la madre de Dinah, si se denota el tópico, incluso excesivo, de equiparar la beatería con la hipocresía y, lo que es mucho peor, con la más absoluta maldad.

Si nos encontramos ante un buen argumento, en líneas generales, en el caso de los diálogos lo hacemos ante un ejercicio brillante, pues aparte de por su calidad destacan por su naturalidad, lo que añadido a la fabulosa interpretación de los actores que los exponen supone un logro muy alto. Diálogos y actuación son lo más destacado de esta miniserie, por encima de su núcleo y dirección, sin que estos sean malos, pero hay que dejar cumplida constancia de los sobresalientes trabajos de los citados Stephen Graham, Helen Belhan y Niamh Algar, añadiendo a los de ellos el de Mark O'Halloran como Craig. Tampoco quiero olvidarme de la música compuesta por la polifacética P.J. Harvey.
Juan Ignacio
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8
9 de julio de 2013
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando supe de esta película no me sorprendió mucho que se indicara que era la primera rodada por una mujer en Arabia Saudí; me sorprendió más, después, el saber que era la primera película rodada por completo en aquel país. Quedé sorprendido absolutamente al conocer que está prohibida la exhibición cinematográfica en el país saudí.

El rodaje se convirtió en una odisea para la directora, Haifaa Al Mansour, que tuvo que rodar muchas de las escenas de exteriores escondida dentro de una furgoneta sirviéndose de un walkie talkie para dar las instrucciones, pues no es adecuado, por aquellos lares, ver a una mujer trabajando junto a hombres y, menos aún, dándoles órdenes.

Wadjda es la joven protagonista de esta película y su título original. Una niña de 11 o 12 años que con su firme determinación de tener una bicicleta, algo muy mal visto en una niña en la sociedad en que vive, remueve un poco los cimientos de su entorno familiar y, sobre todo, escolar. A raíz de este hecho vemos la dificultad que tienen las mujeres en el país saudí de vivir como tales fuera de su casa. La mujer está de tal forma ninguneada por unas leyes y costumbres machistas que le resulta agobiante su propia existencia.

Película costumbrista, sencilla y compleja a la vez por lo que de manera natural nos muestra. Muy recomendable, por su calidad en sí, y por conocer la asfixia que hoy mismo sufre aún la mujer en ésa y otras partes del mundo, algo que a grandes rasgos conocemos, pero que aquí se nos muestra hasta en unos detalles que nos pueden resultar sorprendentes.

No obstante no estamos ante una película triste, sino todo lo contrario, pues la lucha y tesón con que la desempeña la pequeña Wadjda es todo un canto a un horizonte que ella abre a la esperanza.

A destacar, por último, la gran interpretación de la joven Waad Mohammed que crea un papel fabuloso al representar magistralmente a la protagonista Wadjda.
Juan Ignacio
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8
3 de agosto de 2019
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Traducir el título de este cortometraje por 'Fraternidad' no es, a mi parecer, lo más acertado. Ya sé que fraternidad y hermandad significan lo mismo. Pero en este caso, además de una hermandad de hermanos de sangre, que se da en la historia, se habla, lo dice expresamente el personaje de Malek (y la directora, Meryam Joobeur, lo explicó en una entrevista en la revista canadiense 'Voir'), de la unión con sus hermanos musulmanes, y todos conocemos de qué se habla cuando alguien se refiere a 'hermandad musulmana', y más en tiempos de guerra, como en Siria.

La acción transcurre en la zona costera del norte de Túnez, en concreto en la gobernación de Bizerta. Mohamed vive humildemente de lo que obtiene con su pequeño rebaño de ovejas junto a su mujer Salha y sus hijos Chaker y Rayane, de unos 11 y 5 años de edad, respectivamente. El mayor, Malek, regresa tras un año de ausencia que ha pasado combatiendo con las tropas del Estado Islámico. Pero no vuelve solo, lo hace con su mujer, de 14 años, que viste el niqab. Si Mohamed desaprobó la marcha de su hijo en su momento, tampoco le agrada su retorno que, además, le ponen a él, y a su familia, en un serio compromiso.

Meryam Joobeur (nacida en Túnez, con nacionalidad estadounidense y residente en Montreal) es la directora de este cortometraje (producido entre Canadá, Túnez, Catar y Suecia) y autora de su guion. Sorprende la gran calidad de su trabajo, no solo por la fuerza de su argumento, sino por la manera de estar realizado. En formato 4:3, con enorme sobriedad, pero con unas escenas contenidas, escuetas, sin ningún alarde, llenas de recia belleza, que rezuman credibilidad y que hablan por sí solas; con unas bonísimas interpretaciones de Mohamed Graïaa y de Salha Nasraoui, los dos únicos actores profesionales del plantel, en los papeles de los padres de Malek y sus hermanos (los tres son hermanos en la vida real, de familia de pastores, a quienes Joobeur encontró casualmente mientras buscaba localizaciones con su director de fotografía). Utilizando muy bien las elipsis, la autora de esta obra nos narra el drama de esta familia ocasionado por la partida de su hijo mayor a luchar en las filas del Estado Islámico, pero de la misma manera nos muestra las razones de lo que fue en realidad una fuga de su entorno y el motivo del regreso, huida en la que el padre del muchacho tuvo mucho que ver y que él mismo, por no atenerse a razones y precipitarse en su juicio y acción, sin esperar a conocer los motivos de su vuelta, estropeará definitivamente la vida de la familia.

Cortometraje premiado como el mejor de Canadá en 2018 y presentado en numerosos festivales de todo el mundo con un éxito merecido, tanto que la autora dice estar ya trabajando en un largo sobre el mismo en el que pretende dar mayor protagonismo al papel de la madre.
Juan Ignacio
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8
9 de junio de 2019
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Craig Myers (James Harkness), un hombre de 28 años, residente en la pequeña localidad escocesa de Port Glasgow, casado, con una hija de 6 años, es brutalmente atacado al abrir la puerta de su casa en la noche de Halloween de 2017 por un individuo disfrazado. Dos horas antes del ataque, Myers, había sido señalado en internet como Eddie J. Turner quien, 14 años antes, asesinó en Edimburgo a Liam Graham, un niño de 9 años. La policía identificará rápidamente a la autora de la acusación pública en las redes sociales, se trata de Anna Dean (Kelly MacDonald), la madre de Liam quien, desde la muerte de su hijo, no ha cejado en su empeño de dar a conocer la identidad del asesino que, tras pasar 7 años entre reformatorios y prisión, quedó en libertad con una personalidad falsa y desconocida para todo el mundo. Anna Dean, 6 meses después del señalado 31 de Octubre de 2017, es juzgada como incitadora de asesinato hacia la persona de Craig Myers quien, según la policía, no fue el autor de la muerte de su hijo; tampoco es su identidad lo que se juzga.

Miniserie de producción británica, dividida en 4 capítulos, dirigida por Niall McCormick, reconocido director de series de televisión, y escrita por Rob Williams, habitual guionista, igualmente, de series televisivas.

De suspense y de juzgados se podría catalogar esta miniserie que en sus tres primeros episodios se centra en el juicio de Anna Dean; y al albur de las declaraciones que en él se van produciendo, en flashbacks, se mostrará al espectador toda la trama en su presentación y nudo. Para el desenlace queda el último capítulo. Quizá el uso, y casi abuso, del flashback sea lo peor de este producto, o lo único malo; a mi parecer, el flashback es un recurso adecuado en su justa medida; cuando su utilización se hace excesiva puede llegar a lograr que lo fundamental se convierta en accesorio y viceversa, además de conseguir, en este caso, que algunas secuencias puedan resultar reiterativas. Por lo demás estamos ante una obra con un guion brillante y una dirección eficaz que sabe dosificar muy bien el enigma, en situación siempre creciente, al tiempo que expone con dinamismo (producto también de una excelente labor de montaje) el dilema moral que supone las dos visiones: la de la madre de la víctima y la del culpable, aquí más presunto que nunca, que en cualquier caso ya pagó su deuda con la ley y ahora ha sido puesto en peligro de muerte y destrozada su vida laboral, personal y familiar. Niall McCormick, para todo lo anterior, se sirve, muy acertadamente, de numerosos primeros planos de los protagonistas, incluido el detective que lleva el caso, Stephen Grover (John Hannah) quien, por circunstancias especiales en su vida reciente, se implica más que profesionalmente en él. Primeros planos que enmarcan meritoriamente la angustia de los personajes. Asimismo sabe jugar bien las bazas de la fotografía y el ambiente, muy oscuro (muchos nocturnos e interiores) en sus tres primeras partes, se torna mucho más luminosa en la última donde, efectivamente, de alguna manera, se ve la luz de la conclusión de la historia y del día.

En el apartado de las interpretaciones, al estar ante actores británicos (escoceses, los tres protagonistas, como sus papeles requieren, y que en nada disimulan sus fuertes acentos naturales) casi resulta obvio decir que son brillantes.
Juan Ignacio
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7
10 de enero de 2018
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La acción de esta película sucede en la misma época en que se rueda, 1936. Barrio de Gion, en Kioto, tradicional rincón de esa gran ciudad japonesa conocido por acoger a la mayoría de los artistas y artesanos clásicos de esa población, así como a un buen número de geishas. Umekichi (Yôko Umemura) y Omocha (Isuzu Yamada) son dos hermanas dedicadas a ese citado oficio; ellas no son ricas, ni trabajan para un gran patrón, ni siquiera tienen uno, aunque quisieran. Ante la quiebra del negocio de un cliente, el señor Furusawa, la mayor de las hermanas, Umekichi, se apiada de él y le da cobijo en su casa, algo que enfurece a su joven hermana, quien, con una mentalidad muy adelantada para aquella época, se ve a sí misma, y a las demás compañeras de profesión, como meros juguetes en manos de los hombres, a quienes considera enemigos y, por tanto, objetivos lícitos de toda clase de represalias y engaños por parte de ellas.

Segunda película sonora de Kenji Mizoguchi, y segundo gran fracaso comercial, hasta tal punto que la productora Dai1chi Egia, fundada por el propio director y Masaichi Nagata, quebró. Se puede decir que este gran cineasta no entró con buen pie en el cine sonoro en cuanto a éxito en taquilla, de crítica si lo obtuvo, tanto en este caso como en el anterior, con el filme, estrenado en el mismo año, 'Elegía de Naniwa'.

Mizoguchi escoge de nuevo, como lo haría en muchos de sus trabajos posteriores, el universo femenino como sujeto; en este caso el contenido en el mundo de las geishas, en una época en que su significación originaria se encontraba ya bastante desvirtuada, cada vez más cerca de la simple prostitución. Mundo, por otra parte, que el director conocía muy bien, su propia hermana fue geisha, obligada por su padre, convivió con ella, y bajo su auxilio económico logró salir adelante en su primera época profesional; más tarde ya tuvo con ese colectivo relaciones de otro tipo, a causa de alguna de ellas llegó a salir muy malparado. En realidad fue todo un gesto de valentía, escoger tal argumento, como ya hizo con su obra anterior, dar voz a unas mujeres más marginadas aún de lo que ya lo estaban por el simple hecho de ser mujeres dentro de un mundo muy machista. Para exponer todo ello se basa en un relato de Aleksandr Kuprin sacado de su extensa obra 'El burdel', en la que el escritor ruso entraba en el sórdido ambiente de la prostitución en su país.

La realidad, una vez más, se terminará mostrando tozuda ante las dos hermanas, dando la razón más a una que a otra, eso sí. Se podrá decir que existe un tono melodramático en toda la historia, mayor aún al final, pero también se puede ver desde otro prisma, que todo sucede en 1936, todavía faltaba mucho para 'Ladrón de bicicletas', para todo neorrealismo en el cine, y ahí estaba ya Mizoguchi con esta crítica social, con una cierta distancia (real, no hay primeros planos) para tratar de no personalizar el drama que cuenta. En la forma de plasmarlo, de nuevo nos encontramos en la antesala de quien sería un maestro; ese plano secuencia en travelling para comenzar, sus picados, el uso de grandes angulares, la profundidad de campo, el juego de la luz con las sombras, para acentuar lo anterior, todo ello era innovador en un cine que en ese momento se dirigía todavía como si se mostrara una obra de teatro. Mizoguchi continuaría depurando su estilo y, sin tardar mucho, llegaría a la maestría absoluta.
Juan Ignacio
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