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España España · Madrid
Críticas de Koonery
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Críticas 49
Críticas ordenadas por utilidad
7
21 de julio de 2011
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen unos cuantos dichos acerca de cómo afecta la primera impresión ante algo nuevo. En el caso de películas como "Paul" (Greg Mottola, 2011), ni la sinopsis, ni el tráiler, ni las imágenes promocionales auguran un buen resultado. Probablemente sea porque hay demasiados casos de producciones similares que tuvieron un desastroso balance dentro de la pantalla. La mayoría de las estadounidenses solo consiguen agradar a los fervientes consumidores de palomitas, como "Independence Day" (Roland Emmerich, 1996) o incluso "Mars Attacks!" (Tim Burton, 1996). Y en España, salvando la distancia, el aspecto de este ser extraterrestre puede hacer que vuelva a nuestra memoria aquella serie que perpetraba Jorge Sanz: "El inquilino". Pero eso ya son palabras mayores.

Pese a los malos augurios, "Paul" no resulta del todo decepcionante. Se trata de una road movie en la que, casi desde el principio, se suceden distintas persecuciones por la carretera. El humor de esta comedia recurre tanto a los gags más repetidos de la historia del cine como a otros mucho más sutiles, que consiguen arrancar alguna que otra sonrisa. Las carcajadas, sin embargo, quedan fuera del equipaje. En su lugar, varias alusiones directas e indirectas a otras películas de extraterrestres, como "E.T. el extraterrestre" (Steven Spielberg, 1982) o "Depredador" (John McTiernan, 1987), por no hablar de todo el universo mostrado a través de la Comic-Con.

En resumen, una película sin más pretensiones que la de resultar entretenida. Algo que se consigue, a pesar de que "Paul" tampoco sea nada del otro mundo. ¿O acaso alguien esperaba lo contrario?
Koonery
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8
16 de septiembre de 2010
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un apartado pequeño pueblo de pescadores, cualquier acontecimiento que rompa con la rutina mantenida durante inmemorables generaciones puede suponer un escándalo. Si además este lugar queda englobado por una cultura en la que la religión condena todo lo que no siga fielmente los cánones tradicionales, la homosexualidad se convierte en un tema difícil de abordar. Pero los mayores retos son los que pueden dar mejores o peores resultados, y "Contracorriente" es un ejemplo del primer caso.

Miguel, casado y con un hijo en camino, no entiende lo que le sucede cuando está con Santiago. O tal vez no lo acepta. Con el paso del tiempo atraviesa por diferentes etapas: del entretenimiento llega al arrepentimiento; de la diversión, a la negación. Está a punto de ser padre y quiere que el pequeño pueda crecer con una figura paterna, masculina.

"Contracorriente" no es una reflexión sobre la homosexualidad en sí misma, sino sobre cómo afecta a los demás. En este aspecto se asemeja a "Brokeback Mountain" (Ang Lee, 2005), aunque sin llegar a ser tan superficial al reflejarlo. Gracias a un giro en la trama, el director y guionista Javier Fuentes-León logra crear situaciones en las que los posibles rumores dejan de importar, haciendo que el espectador se pregunte hasta qué punto importa guardar las apariencias.

La mayoría de las secuencias se desarrollan en escenarios exteriores, con una luz que embellece todo lo que toca. Los interiores en los que se ha rodado la película son, aparentemente, reales; y si no lo son, están perfectamente integrados con los demás. Dentro del agua, la abundante luminosidad permite ver lo que ocurre con menor distorsión de la imagen a la que estamos habituados en estos espacios abiertos. Pero al hablar de la estética de esta obra, sería imperdonable no aplaudir la acertada elección del autor de los cuadros que se le atribuyen al personaje de Santiago, ya que ha logrado captar tanto el erotismo como el amor que siente por su amante.

Entre los actores, Cristian Mercado y Tatiana Astengo destacan por una más que aceptable interpretación. No podemos decir lo mismo de Manolo Cardona, conocido por la versión española de "Sin tetas no hay paraíso"; sin llegar a hacer un mal trabajo, consigue pasar desapercibido. Las actrices secundarias más mayores también obtienen su pequeño momento de gloria cinematográfica, seguramente sin haber pisado en su vida una escuela de arte dramático.

Aunque es una producción pequeña, no hay que olvidar que ya ha salido victoriosa frente a otras más grandes. Entre otros, en su vitrina se encuentra el premio del público a mejor drama internacional de Sundance. La baza con la que juega es la de conmover al espectador, pero sin recurrir a la lágrima fácil. Y seguramente ese sea su mayor defecto.
Koonery
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6
10 de junio de 2011
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
La economía de Henry, un guionista de ficción televisiva, corre un grave peligro tras la cancelación de su serie «El guardabosques». Los gastos imprevistos no dejan de llegar, por lo que necesita un golpe de suerte para poder subsistir. Su rescatadora será Katharina, una exitosa escritora con la que mantuvo una relación sentimental en el pasado. La adaptación al cine de su libro que ambos preparan tendrá un obstáculo inesperado con la llegada de una visitante desconocida: su hija. Henry deberá afrontar sus antiguos errores y aprender a ser un padre para Magdalena, preparándose para lo que pueda llegar después.

El nombre de la película, «Kokowääh», es una transcripción fonética al alemán de «Coq au vin» (Pollo al vino), escrito en el juego Scrabble por la pequeña Magdalena. Se trata de una comedia romántica que, de no ser por su idioma original, podría confundirse con una película estadounidense. Eso sí, con cierto aire de cine independiente que la hace más atractiva. No obstante, los enredos y desenredos se adaptan a la perfección a la plantilla que caracteriza a este género.

La música es un elemento fundamental en esta producción alemana. Los temas a los que se recurre en su banda sonora son éxitos de la música pop con cierto toque indie, como OneRepublic con «Say (All I need)», M83 («We own the sky»), Amy Macdonald («Your time will come») y algunos temas del compositor Martin Todsharow como «Rise». Todas estas canciones se adaptan bastante bien al desarrollo de la historia, pero no están utilizadas correctamente. Su duración es siempre excesiva, y su volumen demasiado alto. Los silencios que las separan suelen ser bastante cortos, sin dar ningún tipo de tregua. Parece como si el encargado de elegir las melodías hubiese conectado su lista de reproducción favorita y se hubiese olvidado de pararla a tiempo.

Si la música es importante es también por su influencia en la imagen. En varios momentos se abre un paréntesis para introducir en él un fragmento que se asemeja a la publicidad, tanto en la forma como en el mensaje. Utiliza, por tanto, eso que muchos cinéfilos detestan presenciar: la famosa estética videoclipera. Del mismo modo que le ocurre a los temas musicales, su duración ocupa demasiados minutos. En ellos se sitúan elipsis temporales que, en realidad, son elipsis de guion. De este modo se produce el salto imposible de una situación a otra, sin un solo intento de justificación.

Es imprescindible destacar la interpretación de Emma Schweiger, hija de Til Schweiger, director y actor protagonista de esta película. Se puede apreciar la química que tienen padre e hija, que ha hecho surgir una gran espontaneidad y naturalidad. Estos son indicios de un futuro prometedor, por lo que en cualquier momento podría convertirse en una gran estrella cinematográfica, dentro o fuera de su país.
Koonery
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7
1 de enero de 2011
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siguiendo el estereotipo de familia acomodada con costumbres demasiado tradicionales, los Cantone no se preocupan solamente por cuidar su imagen pública, sino también la que ofrecen de puertas para adentro. A modo de premonición, la homosexualidad se presenta en este hogar como la peor de las desgracias que pueda llamar a su puerta. Lo que todavía no saben es que ya ha entrado, se ha instalado y no puede marcharse. Con el objetivo de alejarse del negocio familiar, Tommaso decide anunciar que es gay en una importante cena y así evitar su nombramiento como director de la empresa. Pero Antonio, su hermano, da a la conversación un giro inesperado que cambiará todos sus planes.

Ferzan Ozpetek vuelve a llevar la homosexualidad a la gran pantalla con el respaldo de la taquilla italiana. "Tengo algo que deciros" mezcla la sobriedad e hipocresía de las relaciones familiares de "Yo soy el amor" (Luca Guadagnino, 2009) con un obsoleto asunto del honor personal. De hecho, el año de producción de la película se subraya en el diálogo, para que nadie piense que la historia transcurre en el siglo pasado. En realidad se trata de un retrato de la sociedad rural del sur de Italia, en el que se ha añadido un leve tono de disconformidad hacia esos valores.

En el reparto destaca sobre todo su protagonista: Riccardo Scamarcio, a quien recordamos de "Manual de amor 2" haciendo rehabilitación en una silla de ruedas, y quien guarda un sorprendente parecido con Ricardo Darín de joven. Pero entre los roles secundarios sobresale Lunetta Savino, a quien se ha podido ver en el papel de madre en "Raccontami" (el "Cuéntame cómo pasó" italiano), y una dulce pero no empalagosa Ilaria Occhini.

A pesar de sonrojar con varios momentos ridículos, en los que los amigos de Tommaso crean un atrevido contraste con el resto del filme, sorprende la importancia que adquieren ciertos recursos poco habituales en este tipo de obras. La sensualidad del personaje de Alba sirve para construir una historia secundaria que enlaza perfectamente con las raíces familiares, creando un aleccionador final cuyo origen está en la propia experiencia de las generaciones más lejanas. Y es que, con diferentes matices, el conflicto entre lo que a cada uno le gustaría hacer con su vida y lo que termina haciendo por no defraudar a los demás sigue estando a la orden del día.
Koonery
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7
8 de octubre de 2010
15 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mark Zuckerberg podría haber sido un chico cualquiera. Podría haber pasado desapercibido por la universidad, o haberse hundido por algún desengaño amoroso. Pero no fue así. Desde su habitación de estudiante en Harvard, alimentando así el mito de la empresa informática que nace en un garaje, empieza a engendrar un nuevo sitio web. En él se muestran dos fotografías de alumnas universitarias, y el usuario debe decidir cuál de ellas prefiere. Pero la idea clave para que funcione la obtiene de un proyecto que los hermanos Winklevoss le encargan: crear una comunidad. El final de esta historia la podemos encontrar en cualquier ordenador, y su nombre es conocido en todo el mundo: Facebook.

El director David Fincher ("Zodiac", 2007; "El curioso caso de Benjamin Button", 2008) lleva a la gran pantalla el símbolo de toda una generación: la que está más familiarizada con la del ordenador que con la del cine o la televisión. Y lo hace a través de constantes saltos entre los diferentes actos de conciliación y el proceso de desarrollo de esta red social. Al principio, los cambios temporales que se reflejan en el relato son demasiado frecuentes, resultando en ocasiones desconcertantes. Aunque esa estructura se conserva a lo largo de toda la obra, dichos saltos pasan a ser más esporádicos, otorgando un mayor desarrollo a cada secuencia.

Destaca la comparación del primer concepto de Facebook con la hermandad de un campus, resuelta mediante un montaje en paralelo. Los valores de exclusividad, socialización y diversión quedan así perfectamente captados. Pero es en estos lugares donde aparecen situaciones de menor relevancia, ocupando demasiado tiempo de la película. Las competiciones de remo son una metáfora de la competitividad que mantienen los personajes por alcanzar la meta del éxito; pero, como toda metáfora que se precie, ésta termina sufriendo un desgaste tras un uso excesivo de la misma.

"La red social" consigue entretener al espectador, pero podría haber dado algo más de sí. Es una lástima que se haya convertido en un intento forzado de humanización del fundador de Facebook. Resulta contradictorio que alguien a quien supuestamente le importa tan poco el dinero anteponga el factor económico a la honestidad. Quién sabe si este es el motivo por el que sus compañeros de clase estaban seguros de que, con el tiempo, Zuckerberg lograría convertirse en el próximo Bill Gates.
Koonery
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