Eso es lo que parece James Cameron con este filme infantiloide, previsible hasta el agotamiento, desproporcionado, dudosamente innovador y finalmente aburrido. Tantos minutos y tanto dinero invertido para una historia que se diluye en apenas 20 minutos bajo el peso de los tópicos, los diálogos bobalicones, el preocupante trasfondo militarista y el (un tanto decpcionante, por la excesiva promoción) uso del 3-D. Escasísimo humor y 0 emoción para un filme que precisamente necesitaba de esos dos elementos. Un videojuego on el que no se puede jugar y en el que lo único que abruma es la incapacidad de Cameron para convertir su juguete en algo más que en eso.

Con su habitual sencillez e ingenio inimitables, Kaurismäki compone el que posiblemente sea el más hermoso (y antimaniqueo) filme sobre la inmigración en Europa visto hasta la fecha. Con apenas 3 pinceladas y buscando en el corazón humano la clave para solucionar todos los problemas, el realizador finlandés logra que los personajes del relato se nos hagan extrañamente familiares, cobren vida antes nuestros ojos, nos emocionen y contagien su ternura y solidaridad. En la zona portuaria de Le Havre, en una época que sabemos actual pero cuyo colorido (y espíritu) nos remiten a los años 60 o 70 del pasado siglo, se sucede esta historia tan simple como auténtica, que irradia optimismo y nos contagia las ganas de ser mejores personas.

Aún inédita comercialmente en España (pero proyectada en el magnífico festival de cine fantástico y de terror de Bilbao, el Fant 2011), “Griff the invisible” reclama su lugar en un curso cinematográfico plagado de superhéroes anómalos (a la adictiva y vibrante “Kick-Ass” se le sumó la más atrevida y transgresora “Scott Pilgrim contra el resto del mundo”) que, si bien no conquistaron la taquilla, contaron por lo menos con la enorme simpatía de la comunidad cinéfila (convirtiéndose en potenciales cintas de culto, sobre todo la segunda) y atrajeron la atención de la emergente sensibilidad nerd. Con estos precedentes, uno puede caer en la tentación de asistir receloso o escéptico al encuentro de este “Griff” austaliano: ¿más de lo mismo (y difícilmente superable)? No hay motivos para tales suspicacias: el realizador Leon Ford se preocupa por dejar claro, al poco de comenzar la cinta, que esto es algo diferente, una propuesta alternativa que no renuncia a conjugar las mejores aportaciones de sus referentes más cercanos (las gotas de humor socarrón, la emotividad bien dosificada y sincera, cierta osadía argumental) pero que reivindica, al mismo tiempo, su propia identidad.
De este modo, Ford relega a un segundo plano la temática fantástica (aunque las escasas escenas de acción estén admirablemente ejecutadas, con elegancia y agilidad) para convertirla, eso sí, en elemento integrante de una historia mucho más ambiciosa. “Gliff the invisible” es un poderoso drama encubierto que aborda una cuestión de gran interés social y humano: la indiferencia o el desprecio con que la sociedad observa a esos seres singulares, con sensibilidades extrañas o marginales, que acaban siendo “invisibles” a ojos de los “apóstoles de la normalidad”, condenados frecuentemente a la soledad, la incomprensión y el sufrimiento. Ford retrata a sus “criaturas invisibles” con ternura y amor, ayudado por dos espléndidos intérpretes (Maeve Dermody y Ryan Kwanten) que encarnan, respectivamente, a Griff, el apocado joven con poderes víctima del acoso psicológico (el “bullying” o “mobbing” en este caso) de un compañero de trabajo y al nuevo “ligue” del hermano de Griff, una muchacha con extraña afinidad por los juegos metalingüísticos, la posibilidad de atravesar paredes y la existencia de dimensiones múltiples de la realidad.
Hay amargura y dolor en este hermoso relato, pero también un romanticismo conmovedor y un inteligente manejo de los resortes emocionales. Ford pone la magia del cine al servicio de una potente reivindicación de la fantasía como actitud vital y de la ficción como legítima válvula de escape a la sufriente realidad, a la vez que denuncia la normalidad como impostura. Un canto a la tolerancia hacia el diferente que deviene en una poética celebración de la vida en su más libres y desprejuiciada expresión.

Estimulante debut de Sandra Sánchez que sigue los pasos de una familia de feriantes en su larga "gira veraniega" con los autos de choque. La directora abusa un poco de las pausas melancólicas, donde se subrayan sentimientos e ideas con música emotiva y fotografías evocadoras (habrían funcionado mejor si hubieran sido más escasas), pero el documental funciona muy bien gracias a la humanidad de su relato y a la fuerza de su protagonista, una mujer que nos confiesa sus sueños frustrados, sus tristezas y cariños, su pasado, presente y expectativas de futuro con una sinceridad, un corazón y un dramatismo apabullantes. También la vemos encolerizada e implacable, pero la queremos todavía más, pues penetramos en una realidad cercana pero inexplorada, una vida nómada durísima e invisible.

Tras la exitosa "Aupa Etxebeste", Telmo Esnal vuelve a demostrar que es posible hacer cine vasco comercial (en euskera) con esta simpática comedia negra que destaca por su notable factura técnica, el gran trabajo de sus intérpretes y unas cuantas escenas irresistiblemente divertidas. La historia de una abuela menos inocente de lo que parece está contada con ritmo y gracia, y va ganando en intensidad hasta alcanzar cotas de humor casi salvaje que sin embargo no desentonan en un relato cada vez más oscuro. Quizás sobre algo de metraje y el doble final (una molesta tendencia hoy en día), pero Esnal se apunta otro tanto.