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Críticas de davilochi
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Críticas 273
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
24 de febrero de 2012
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
"La batalla más difícil la tengo todos días conmigo mismo" decía Napoleón; la película de Dreyer es una buena muestra de ello, un film duro y despiadado que muestra la realidad de algunos de los sentimientos humanos más profundos desde una perspectiva poco habitual en el cine, en este caso el amor y el ansia de libertad. De algún modo, el director danés nos pone frente a nuestras propias miserias, literalmente nos arrastra a esa batalla de la que hablaba el general corso, la cual, a menudo, tratamos de pasar por alto mediante todo tipo de artimañas sin que por ello deje de alcanzarnos una y otra vez. Al fin y al cabo, es en el curso de esa guerra con uno mismo en la cual se dirime el absurdo que es la vida, y el resultado depende del éxito o fracaso a la hora de reconciliarnos con nosotros mismos en cada una de las batallas diarias de este agudo conflicto interno. En cualquier caso, el destino de todos y cada uno de nosotros -pequeños pero inmensos microcosmos encerrados en la infinitud del tiempo y el espacio- es la muerte, aquello de lo cual huimos toda una vida. Sin embargo, la evidencia de nuestro destino individual no hace menos dramático nuestro paso por la vida, más bien todo lo contrario, pues son la no aceptación de nuestra finitud y coyunturalidad, así como el afán por trascender más allá del implacable juicio del tiempo lo que genera en nosotros el desasosiego y, en última instancia, la constante necesidad de huir hacia delante que caracterizan la existencia. Como bien demuestra el film del danés, cada cual trata de abordar el miedo a la muerte (que en sí mismo no deja de ser miedo a la vida) de la forma que le parece más conveniente: algunos, como Gertrud, sitúan la búsqueda del Amor en el centro de su existencia; otros, como su marido o Gabriel, se entregan de forma apasionada al trabajo; mientras que los hay que, como el joven Lidman, prefieren entregarse a una vida de desenfreno. Son formas de vivir radicalmente diferentes, pero el quid de la cuestión que reside detrás de todas ellas es ese miedo a la muerte-vida que abruma al ser humano y que se manifiesta bajo múltiples formas: la soledad, concebida como muerte en vida; el compromiso, como negación de la libertad y consunción de la vida misma; el miedo al rechazo o el amor no correspondido como la evidencia del aislamiento del individuo y lo insondable de los más profundos sentimientos.

Sea como fuere, más allá del evidente pesimismo de "Gertrud", Dreyer hace una firme apuesta por la libertad del hombre en la forja de su propio camino, lo cual es un reflejo de la educación en el protestantismo que recibió de sus padres adoptivos. En definitiva, más allá de los condicionantes con los que el ser humano se puede encontrar a lo largo de su vida éste es libre a la hora de tomar decisiones, siendo toda justificación en sentido contrario un mero subterfugio para eludir el principio de responsabilidad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
davilochi
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9
10 de febrero de 2012
5 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Querría felicitar a McCunninghum por recordarnos en su maravillosa deconstrucción del lenguaje cinematográfico que el producto final de toda obra fílmica es simple y llanamente un constructo, muy edificante, salvo para los que ya teníamos claro -seguramente la mayoría de usuarios de esta página- que esto es así. La realidad más difícil de asumir para un buen cinéfilo es que a veces no se consigue conectar con la obra que es objeto de visionado bien porque no tiene un buen día o bien porque carece del bagaje experiencial que lo pueda llevar a identificarse de algún modo con la obra, como no está bien dudar de la gente a la que no conoces esto puede tener que ver con el hecho de empeñarse en buscar en el film lo que éste no pretende transmitir.

En mi opinión, más allá de la crítica de "sesudos críticos macroencefálicos", la obra de Michelangelo Frammartino trata de transportarnos a los laberintos de nuestra propia memoria, así como penetrar algunos de los miedos ancestrales de la especie humana. Así, el joven director italiano nos pone tras la pista de ciertos vientos que dejaron de soplar hace mucho tiempo, olores que el recuerdo ha idealizado, nostalgias de imágenes congeladas en el tiempo. Las imágenes de esta película podrían haberse grabado en cualquier pueblo de mi natal Aragón, pero también en muchos otros sitios, como de hechos podemos comprobar en piezas como "La maldición del erizo", de Budrala, para el caso de los zíngaros rumanos o las obras de Angelopoulos ambientadas en pueblos del norte de Grecia. No puedo evitar recordar algunos veranos de campamentos en los pinares de Castellote, los sabores de los primeros besos, la marca de las pisadas sobre la hierba fresca, el olor de la pringosa resina. ¿Tópicos? Para mí verdades como puños, a veces dolorosas por el simple recuerdo de lo que no volverá. En este sentido se puede decir que el film me ha calado hasta el tuétano.

Desde otro punto de vista este film es un réquiem por un mundo que se extingue a marchas forzadas, siendo encarnación de ello el rápido ocaso de un anciano pastor de cuyos pesados pasos deducimos el recuerdo de la energía con que se recorrieron los mismos caminos tantas veces no hace tanto tiempo. También en mi pueblo, Calanda, los ladridos del perro son barrunto de la muerte, pero en ese pequeño pueblo calabrés ya no queda nadie capaz de interpretar la llamada de la parca. Así pues, el anciano pastor se consumirá entre lentos estertores, igual que la vida del pueblo, reducida al puñado de viejas enlutadas que acuden al entierro de su vecino, presagio de un destino que no se hará esperar.
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davilochi
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8
1 de febrero de 2012
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante una película que, más allá de su evidente calidad cinematográfica, constituye un documento histórico de primer nivel para todos aquellos que pretendan acercarse a unas determinadas corrientes de pensamiento muy dominantes en las primeras décadas del siglo XX en todo el continente europeo. Karl Anton puede ser considerado como uno de los primeros directores de cine profesionales, con una carrera meteórica y extremadamente prolífica que empieza a principios de los años 20 y atraviesa los difíciles años de la Segunda Guerra Mundial. Además, sería contemporáneo de genios como Lang, Pabst, Murnau o Lubitsch, lo cual se deja notar en las múltiples influencias y experimentalismo presentes en su cine.

De hecho, este director germano nacido en Praga es uno entre los millones de alemanes que vivían esparcidos por toda Europa central y oriental en contacto con un privilegiado entorno etno-cultural donde confluían checos, judíos, eslovacos, húngaros, gitanos, polacos, rutenos o rumanos... Sí, no hay duda de que es un representante de pleno derecho de aquella Mitteleuropa de la que he hablado ya en otras críticas, uno de los restos del inmenso naufragio político y cultural que supuso la caída del Imperio austro-húngaro, que se acabaría de consumar en los años 40. A falta de más información sabemos que Karl Anton fue uno de los muchos alemanes que colaboraron con las autoridades alemanas durante su ocupación, siendo buena muestra de ello su película "El presidente Krüger" (1941). A Joseph Goebbels, artista frustrado y hábil propagandista, no se le escapaba el inmenso potencial de la cultura para influir sobre el imaginario colectivo. ¿Qué cualidades vio el Reichminister en este hombre a parte de las ganas de colaborar con el Reich?

"Tonka Sibenice" es, en sí misma, toda una declaración de intenciones por parte del director, que nos ofrece una película con un intencionado tono moralizante. De primeras, dentro de corrientes muy en boga entre la burguesía, Anton enmarca el inicio de su film en un entorno idílico de vida en el campo, con parajes deslumbrantes salpicados de aguas termales, hermosos castillos, ríos de aguas cristalinas e inmensas coníferas. Desde finales del siglo XIX se planteó abiertamente la necesidad de la vuelta a la naturaleza, una idiosincrasia que marcó los movimientos völkisch pangermanistas dentro de lo que en un principio fue una corriente alternativa surgida entre unas clases medias que deseaban desarrollar una identidad propia. Todo esto frente a la vida contaminada y disoluta de las ciudades, un entorno corrupto que mancillaba el espíritu y disolvía los valores más puros de una sociedad. Dichas tendencias ruralizantes y ese desprecio por la vida urbanita que las acompañaba tuvieron un reflejo muy notable en los diferentes planteamientos fascistas que afloraron a lo largo y ancho del continente. Pues bien, es innegable que esta dicotomía se ve con notable claridad en el film de Karl Anton.
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davilochi
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10
29 de enero de 2012
15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un buen amigo cinéfilo comentaba que volver de cuando en cuando a Bergman ayuda a refrescar el alma, las sensaciones que provoca enfrentarse a esta fantástica y desconcertante película son buena muestra de ello.

En esta ocasión, entre otras muchas cosas el director sueco se enfrenta a su propia función en el mundo como artista y su juicio es implacable con el gremio, así, esta figura fundamental para toda sociedad que se precie aparecería como un ente que se alimentaría de las miserias de la realidad, como si de un ave carroñera se tratara. Para Bergman el artista vive otras vidas, se nutre de ellas, de forma que no sólo es un usurpador, sino que en el mismo proceso creativo convierte la realidad en una suerte de naturaleza muerta. Este juicio no deja de ser sorprendente en un director cuyas películas transpiran tantas emociones -vida, al fin y al cabo-, pero desde mi punto de vista el sueco tiene necesidad de purgar su propio trabajo, de desnudarlo y ponerlo en evidencia. Me da la impresión de que ésta es una lectura poco explorada, pero cuenta con muchas posibilidades, más en un individuo con la sensibilidad de Bergman. Al fin y al cabo, él sabía que el cine era un medio más para la transmisión de ideas y llevar a cabo una cierta aproximación a la realidad, pero no hay duda de que él está poniendo sobre el tapete la reflexión en torno a la naturaleza artificial del discurso cinematográfico, lo cual no le resta valor, sino que eleva la obra a un nivel superior. En este sentido, el personaje interpretado por Gunnar Björnstrand, David, sería un "alter ego" del propio Bergman, al fin y al cabo un estereotipo del artista. Lo que el director sueco pretende reflejar es la miseria del artista, que pretende penetrar, despedazar, recomponer y plasmar la realidad (como ese Dios que Karin, la bella Harriet Andersson, dice haber contemplado al final de la película) y en ocasiones se encuentra completamente al margen de aquella que le corresponde por sus propias circunstancias vitales (es evidente en el alejamiento respecto a sus hijos o la molestia que para él representaba su esposa enferma).

El sueco es consciente hasta extremos dolorosos del acto de piratería que representa la creación humana con pretensiones artísticas y hasta qué punto el hombre puede llegar a ser despiadado debido a su ambición.
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davilochi
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10
17 de enero de 2012
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El escritor Andrzej Stasiuk se pregunta en su obra "De camino a Babadag" por los destinos de un acordeanista ciego y su lazarillo, aparecidos juntos en una enigmática fotografía capturada en un lugar indeterminado de Europa centro-oriental entre los años 20 y 30. El autor polaco aparece obsesionado por la imagen: dónde fue echada, quiénes son y, en definitiva, qué fue de ellos. Quizás, por qué no, en algún momento se cruzaron con los protagonistas de la película o conocieron a alguien que tenía algún tipo de relación con éstos. Todo es posible. Precisamente, el cine ha sido para el siglo XX el vehículo que ha dado expresión plástica a los sueños y las pesadillas de millones de personas de todo el orbe y, a finales de esta centuria de infausto recuerdo, Yolande Zauberman nos regaló esta obra sorprendente e impecable para ponernos frente a algunas de nuestras pesadillas. Todo lo que desfila ante nuestras retinas y entra por nuestros oídos a lo largo de esta película son los reflejos y los ecos de un mundo que fue asesinado por sus propios habitantes, un mundo muerto, como el de la foto que obsesiona a Stasiuk.

Aunque la directora parte con la ventaja de saber lo que ocurrió, lo cierto es que esto no resta ningún valor a la película, que ofrece una mirada amplia, profunda y dolorosa de un pasado no tan remoto del continente europeo. No por nada, la directora es la hija de inmigrantes polacos que sobrevivieron al Holocausto, lo cual, no obstante, no es razón para los sentimentalismos en ningún momento, sino que sirve como estímulo para ahondar varios metros más abajo. Quizás el valor del trabajo resida en el hecho de que se opone diametralmente a la conversión de la Shoah -es decir, el sufrimiento y la muerte de millones de personas- en una producción capitalista desnaturalizada y, a su vez, reintegrada en la memoria colectiva de los europeos como parte de la identidad de éstos. Si bien, hay cierta contradicción en lo que digo, porque toda memoria es desnaturalizada en tanto que extrae lo acontecido de su ecosistema; si no, no estaríamos hablando de memoria, evidentemente.

En cualquier caso, no deja de ser curiosa la actitud europea hacia el Holocausto si tenemos en cuenta que hace varias décadas miles de personas colaboraban activamente con los alemanes en su empeño por arrancar a los judíos del continente de una vez por todas y para siempre (Thomas Grosz, "Vecinos"; Richard Rhodes, "Amos de la muerte"). Sí, podrán decirme que poco tienen que ver los europeos de entonces con los de hoy, de acuerdo, pero nadie podrá negarme que es mucho más fácil convertir a los judíos exterminados en parte de nuestro patrimonio común una vez que ya no queda ninguno o, a lo sumo, estos ya no son percibidos como un ente diferenciado y, por lo tanto, amenazador.
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davilochi
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