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España España · Castellvell del Camp
Críticas de Jordirozsa
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Críticas 182
Críticas ordenadas por utilidad
6
18 de mayo de 2021
33 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Reducir «Haunt» a un mero recuerdo de los estilos de terror de los 80 y 90, es no hacer justícia a la cinta firmada por Scott Beck y Bryan Woods, que dan un concierto a cuatro manos, realizando en equipo ambos trabajos de darle a la tecla, y a la claqueta.

«La Casa del Terror», que es así como nos ha llegado traducido el título de este filme, va más allá de la pretendida nostalgia de resucitar un tipo determinado de género o subgénero; logra un ensamblaje de estilos y referencias que, por muy tópicos o de cliché que nos parezcan, acaba en un producto con su propia identidad única, mientras que otros de similares características y motivaciones, apenas consiguen parecer un asomo de Frankenstein, de fragmentos mal cosidos, lo único que tienen de terroríficos o monstruosos.

Todos los elementos clásicos que podamos identificar, son articulados de manera reflexiva y meditada. Pocos de ellos se antojen como gratuitos o forzados, en un todo que adquiere sentido propio. Cada uno de los componentes de «Haunt», parejos con los de aquellas que es hermana, prima lejana, hija (o incluso nieta), cumplen en su contexto una función narrativa, simbólica o funcional, en el conjunto de su estructura.

La fotografía nos mantiene durante casi todo el rato en un aire obscuro y tenebroso, y apenas hace asomo algun plano luminoso, como es el de la visión de Harper, de su vuelta a casa, donde es recibida por su madre. La cámara, constantemente, se halla en pos del grupo de personajes que se adentrarán en las fauces de la terrorífica casa, situando al espectador como si fuera uno más de ellos. Con lo cual, nos acerca más a la espantosa experiencia que vivirán allí dentro. El ojo de los realizadores, nos convierte en acompañantes de los protagonistas, y hace de lanzadera que con ellos nos transporta, a través de los diferentes planos diegéticos de la historia. El mundo «real» en el que se presenta (el piso donde conviven Harper y su amiga, la discoteca donde se juntan todos los de la pandilla, el coche que los trae a la aventura...); el escenario del pasaje del terror en el que se aventuran al cruzar el umbral de la casa, donde, poco a poco se irá confundiendo la fantasía con la aterradora evidencia; la denodada lucha de los jóvenes para salir de allí con vida, en un entorno de presencia onírica; y, finalmente, el aterrizaje forzoso y accidentado a lo verídico en la resolución. Sin duda, para algunos de ellos, este viaje tendrá sólo billete de ida.

En todo este periplo a través de diferentes planos de vivencia subjetiva de esta pesadilla, los encuadres, la ambientación, los efectos visuales y los decorados se acoplan al desarrollo de la trama en sus principales momentos. Aquí cabe destacar los interesantes recursos de los que echa mano. Por una parte, la atmósfera recreada nos recuerda a películas donde tenemos una surtida colección de monstruos variopintos, generalmente en mansiones o museos, evocadoras del mundo de Edgar Allan Poe, en el que tantas veces vimos presentes a actores como Vincent Price, Peter Cushing o Cristopher Lee; en segundo lugar, esa progresiva inmersión en la ensoñación, la alucinación a la que son sometidos los visitantes de la macabra atracción de «Halloween», cuya única esperanza de salir con vida de ella, es el retorno al mundo consciente (referencia que hallamos, sin ir más lejos, a la franquicia de «A Nightmare on Elm Street», con el malvado Freddie Kruegger); y, para citar una última masa madre de la que se nutre «Haunt», la que consiste en convertir símbolos representativos de lo inocente, lo cotidiano, o lo gracioso, en iconos tópicos del horror. Como, por ejemplo, los juegos de niños, los propios niños (véase «El Buen Hijo», la saga de «La Profecía», la colección de los «Chicos del maíz»), la gente mayor (abuelitas o abuelitos, que representan lo más tierno y acogedor, convertidas en sádicas asesinas), los muñecos («Chucky»), los títeres («Dead Silence») o, como es el caso de «La Casa del Terror»... los payasos (cuya explotación en la iconografía de las de miedo, tiene su referente inequívoco en Stephen King, con «IT»). Más pavoroso que una momia o un vampiro, resulta aquello en donde se supone que jamás hallaríamos precisamente miedo, convertido en monstruoso (nuestra mascota con ojos rojos y echando espumarajos, nuestra mamá persiguiéndonos con un cuchillo de cocina, un cura bautizando con sangre, o nuestra hermana poseída por un demonio...).

La banda sonora, sin pena ni gloria, se queda casi relegada a los momentos que requieren el efectismo de algún sustete que otro, aunque casi nada tira del sobresalto. Basta con este cuadro de máscaras y asesinatos casi rituales, para que la adrenalina vaya sola. La partitura es, junto a los diálogos, insulsos y poco elaborados, lo que menos trabajado está, sin que termine por poner en peligro el resultado final.

El trabajo de los actores, bastante (por no decir del todo) desconocidos, resulta algo más que decente, aunque muy mejorable. La demanda de esfuerzo interpretativo no sería tan exigente de haber contado con artistas de más caché, cuya presencia, bagaje, experiencia y reconocimiento les suele facilitar bastante la tarea. Precisamente, por tratarse de chavales y chavalas novicios en la pantalla, hacía falta un plus de esmero ante la cámara. A los payasos, con el maquillaje, las máscaras y las pintas, ya no les hace falta tanto... ni casi hablar.

Con todo, si al principio alguno de los jóvenes principales resulta poco convincente o creíble, como es el caso de Will Brittain (Nathan), guapo, atlético, prototipo de buen y deportista estudiante universitario norteamericano, con la gorra del revés, que se camela a la Stevens (Harper) con su encanto y un par de cuentos chinos, la evolución dramática posterior de todos ellos les va poniendo a la altura. Lo que nos parezcan pijos o chonis, tontos histéricos cuando las cosas se ponen chungas, creo que va más porque el guión no les deja salir de los tópicos del género.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jordirozsa
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6
27 de abril de 2021
29 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si tiene que haber en la posteridad cinematográfica un lugar para «The Open House», cabría esperar que fuera por algo más que la multitud de controvertidas críticas que ha recibido, muchas de ellas negativas y/o malas, tanto de profesionales, como de no profesionales (de éstos me fío más, que de aquéllos a los que se paga por escribir lo que puede venir dictado desde vete a saber dónde; soy periodista y sé de qué me hablo).

No se si serán trece (o trece mil), las razones (una de ellas el mal logrado papel del guapísimo Dylan Minette) por las que la película se lleva tal cantidad de vilipendios en los que se prodigan tantos comentarios que he leído, muchos de ellos sin ninguna clase de argumento, encorsetados en un simplismo borreguil, y hasta algunos rayando lo soez.

Y aunque convengo en lo que exponen algunos que resultan de más utilidad o interés, sobre lo decepcionante que puede resultar esta cinta, cabe decir que no sería justo no reconocer sus buenos momentos y sus puntos fuertes, y que no es para tanto el grito al cielo de los que se rasgan las vestiduras, o se tiran de los pelos después de haberla visto.

Básicamente, se pueden reducir a dos, los factores que han suscitado tanta polémica y aspaviento. Uno, de carácter predominantemente subjetivo, es el incumplimiento de expectativa; y es que ya el primer plano de la carrera del protagonista, aviatado con camiseta, zapatillas y pantalón corto (mi escena favorita, tanto por lo estético, como por lo premonitorio del sueño roto que representa en lo narrativo), promete mucho e induce a proyectar la ilusión de pasar un buen rato con lo que habría podido ser una historia sólida y bién desarrollada.

En segundo lugar, una innegable sucesión de actuaciones poco convincentes por mal trabajadas, lagunas o huecos en el argumento, arítmias en el desarrollo de la trama, efectos desacompasados (que sirven más al adorno que a realzar la intensidad dramática), recursos poco aprovechados y chapuzas del guión que, en su conjunto, objetivamente justifican la airada reacción de muchos espectadores.

Sin ver más allá, sin buscar un sustrato de fondo, sin bajar con Logan al sótano donde tiene que ir cada dos por tres a arreglar el calentador de agua (que simboliza el trasfondo psicológico del infierno por el que pasa el muchacho), el resultado final del film se percibe, cuando menos, como desconcertante para los que esperen encuentros con lo sobrenatural o barra libre de adrenalina; y absurdo, sin aparente sentido, para los que se devaneen los sesos jugando al «Cluedo» después de los créditos finales.

La fotografía peca de planos muy encorsetados, cuya sucesión construye una linea bastante fragmentada, dejando huecos o elipses entre pedazos. Poco se prodiga en generales o panorámicas. Salvo algunas excepciones, como el paisaje de carretera cuando Naomí y Logan emprenden el viaje a la nueva casa.

En la primera escena se queda en un plano americano de Logan corriendo, cortando con un fugaz general que marca el fin de la carrera. Desaprovecha, así, lo que habría podido ser una preciosa secuencia del «running» de Minette.

Joseph Shirlehy, tampoco se mata en una partitura que acaba siendo mediocre, que no explota ni realza los momentos con diferentes matices dramáticos que se suceden. Sólo sale de su tímida e insípida temática con unos cuantos aporreos durante el desenlace, dejando silencios donde un buen fondo orquestal habría ayudado a salvar esta cinta.

Dylan Minette se lo curra todo lo que puede, ya no tanto por no defraudar a sus fans de la serie de tv que lo hizo famosete, sino porque se juega el tipo como protagonista del primer largo supuestamente serio para el que se lo ficha. Sólo por respeto a su trabajo, y al de Piercey Dalton, lo único que aguanta un poco la película, no se puede echar la actuación de ambos a la hoguera, aunque los diálogos son lo que son, y el que los escribió, sí que merecería acabar en una pira de leña.

A lo que no puede llegar la interpretación de Dalton, intentan compensarlo con la exhibición de su ya granado cuerpo enjabonado en una abusiva reiteración de escenas de baño, en alguna de las cuales ya podrían habernos dejado disfrutar de ver a Logan duchándose después de una carrera, o envuelto en toalla salir del lavabo. Pero bueno, tal vez su desnudo habría encarecido demasiado el presupuesto.

Los demás personajes resultan muy poco convincentes, unos por insulsos (el padre de Logan, la hermana de Naomí), y otros por chapucera caracterización y encaje (Chris) o por estrafalarios y desaprovechados (Martha, el empleado de la immobiliaria)... quizás el que más natural aparece es el fontanero. Todos ellos, como figuritas de un belén, meros elementos decorativos a los que no se deja aportar nada sustancial en la trama. Con lo que, para no volverse majara, es mejor no intentar establecer relación entre la identidad del «malo» y ninguno de ellos, porque el guión no es capaz de afirmar nada sólido que lo funde.

El argumento se desarrolla en tres partes. En primer lugar, una presentación o introducción que despacha a toda prisa el asunto, liquidando al padre de Logan a la primera de cambio, y no con menos rapidez, lo que se supone tendría que ser el duelo. Podemos entender cómo se lo toman todos, asumiendo un estado de «shock»; o, mejor, por lo poco que se deja entrever de como les van las cosas a los Wallace, por lo mal que se supone que el padre habría llevado el negocio familiar, hasta da la impresión de que para Naomí, la muerte de Bryan és más bien una liberación que otra cosa.

Incluso parece extraño que la desaparición del que, para Dylan, es la puerta de sus sueños, el progenitor adorado, no revierta en el estado emocional del muchacho más que esa fría languidez que expresa en el breve momento que aparece encerrado en el baño.

La escasa relevancia del episodio (craso error), deja desprovisto al resto del metraje, del debido soporte de intensidad dramática sobre el que desarrollar el resto .
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jordirozsa
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3
21 de marzo de 2021
27 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dice el refrán, que nunca segundas partes fueron buenas. Otro reza que el hombre (incluídos los productores cinematográficos) es el único animal que choca dos veces con la misma piedra. Esta segunda entrega no es una excepción a estas máximas de la sabiduría popular. .

Después de haber visto el fallido intento de Loiusa Warren, en la cochambrosa primera parte, no se imaginan ustedes el palo que me daba visionar un segundo plato de lo mismo. Esta fue la predisposición con la que me puse frente a la pantalla.

Sin embargo, pero no con ánimo de echarle demasiadas flores, cabe decir que si no buena, por lo menos nos podemos encontrar con un producto algo mejorado que tiene sus buenos puntos y una mejor base sobre la que desarrollar la trama.

En esta secuela, aparece Corey, el niño traumatizado por la malvada hada, que ya adulto parece llevar una vida relativamente normal, ganándose la vida como dibujante (no sé de donde ha sacado el autor de la sinopsis, eso de la terapia de grupo), Sumido en su trabajo y sus pensamientos, sentado en un banco, aparece un antiguo colega suyo de la universidad, que le invita a pasar un fin de semana con viejos amigos, en un "cottage" (una casa de campo inglesa), lo que aquí seria una especie de masía, para celebrar la fiesta de Halloween. Con lo que Corey ve la oportunidad de reencontrarse con una antigua relación amorosa, y a persar de las reticencias iniciales por el recuerdo de lo que le habia sucedido antaño en aquellos parajes con la siniestra y oscura historia del hada, decide acudir. Pero no todos a los que encontrará allí traerán intenciones amistosas. De modo que la pesadilla empezará de nuevo.

Aunque la mayor parte de la película se desarrolla en escenas de interior (la vivienda y una vieja cuadra en desuso de la propiedad), y nocturnas, de nuevo la fotografía nos deleita durante la introducción con preciosos planos de vistas de la campiña inglesa a plena luz del día, eso sí, lo justo para ubicar-nos en el set de la historia.

No sin miedo a asistir a un nuevo fiasco, el guión se va desenvolviendo con algo más de salero y sin dormirse en demasiados preámbulos. Va generando la atmósfera para despertar interés, sobre todo gracias al contexto creado y al fantástico trabajo que hace Jake Watkins en su papel. El pobre hace lo que puede, pero para nada acompaña el deplorable trabajo de interpretación de la mayoría del resto de actores, que sumado a unos diálogos cutres, da al traste de nuevo con el producto. Y si asumimos que la convicción de la actuación de los personajes es responsabilidad del director/a, pues nuevo tirón de orejas para la Sra. Louisa Warren, que vuelve a meter la pata.

No sólo en la pésima calidad de los intérpretes, sinó también en el montaje, y en gran medida de la parte central del guión, donde hay momentos confusos en los que parece que la realizadora no sabe hacia donde tirar.

Lo que salva un poco esta secuela, es que uno puede centrar su atención en la evolución del personaje de Corey, cuyos delirios e inquietante comportamiento en creciente progresión a lo largo de la cinta es lo únicamente elaborado de forma decente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jordirozsa
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8
31 de marzo de 2021
28 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin duda alguna, buena parte del 8 que le he puesto a esta película se lo lleva Liam Neeson en su papel de enterrador siniestro, y al trabajo de dirección y desarrollo de la trama.

Menos logrados son los personajes de Justin Long (que me recuerda a Keanu Reeves, pero con facciones y presencia bastante más blanda) y de Christina Ricci, que no están a la altura del actor irlandés, tanto en lo físico como en lo artístico.

En la primera escena, nada más empezar, el acto sexual de la joven pareja se intuye fallido o algo frustrado, por la falta de entusiasmo con la que representa en que acaba. Ese aire desmotivado y la insípida conversación mientras Long nos alegra fugazmente la vista con su torso desnudo en la cama y en la ducha, cumple con la función de comunicar la situación de crisis emocional por la que está pasando la relación, y que culmina en la escena del restaurante. Inicialmente, pues, no se les puede reprochar lo insípida que resulta su actuación.

Pero a lo largo de la película, ninguno de los dos consigue el justo equilibrio, y sus respectivas interpretaciones, como un yoyó, van de lo más soso a la sobreactuación forzada (por ejemplo las lágrimas de cocodrilo que Paul suelta en su visita a la casa de la madre de Anna; o las múltiples ocasiones en las que Ricci, raya una histérica exageración). En este vaivén se tambalea su trabajo de actores. Y por ello, en más de un momento no logran convencer demasiado. En cambio, a pesar de efímera, la presencia de Celia Weston (la madre de Anna) en silla de ruedas, es tremendamente efectiva en la caracterización de la turbia e inquietante relación entre los personajes. Gran papel de secundaria es el que lleva a cabo.

Buena fotografía y localizaciones (ricas en contrastes), elocuencia en el juego de planos, y un montaje bien estructurado... Agnieszka Wojtowicz-Vosloo confabula todos los elementos en harmonía con el desarrollo de una trama que se debate entre el lúgubre y tenebroso mundo del excéntrico Eliot Deacon, que asegura poder hablar con los muertos (o no tan muertos) a los que prepara para los funerales; y el mundo de los supuestamente vivos.

Entre todos estos elementos, desentona (valga la redundancia), una mediocre banda sonora de Paul Haslinger, sin trascendencia memorable. Casi nada aporta para acabar de sazonar el producto. La partitura de alguno de los grandes antgiguos compositores (como Miklós Rózsa), o de los que todavía están en activo (como Patrick Doyle o Howard Blake), habría dado el 10 a esta cinta.

De manera gradual, sin giros bruscos, en un continuo “crescendo”, el guión va modulando de la intriga, al asixiante suspense, reservándose para el final lo más terrorífico y angustiante. El ritmo narrativo avanza sobre la base de estos bloques o secciones, y a su compás el espectador se sumerge en la vivnecia de los personajes; experimentando con ellos sus temores y sus delirantes pesadillas.

En la presentación, se encuadra a cada uno de los tres principales en sus respectivas realidades: Paul, ofuscado en su trabajo y su carrera profesional; el siniestro Deacon, en la victoriana mansión que hace de morgue, también obsesivamente dedicado a sus labores, y con la peculiar costumbre de fotografiar a los cadáveres que prepara para los entierros, con una antigua máquina que transporta a un rancio mundo pasado; y Anna, maestra de escuela, que se debate acerca de su futuro con Paul, estará rodeada desde el principio por una serie de señales (la sangre en la ducha, el apagón de las luces del pasillo de la escuela... ¿alucinaciones?), que simbolizan sus miedos, y que auguran (más al espectador que a ella), el destino del que acabará siendo prisionera, en su no manifiesto pero latente, deseo de liberarse de una relación de la que no está convencida..
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Jordirozsa
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7
24 de enero de 2021
25 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una pareja joven (Amy Gumenick y Josh Heisler), festejan el nacimiento de su pequeña con el bautizo de ésta. Él es un sacerdote, y ambos parecen vivir una fe sólida en sus creencias. Ello parece contribuir al clima de felicidad que aparentemente les rodea. Sin embargo, unas extrañas visiones y voces que Bram experimenta, parecen amenazar este plácido bienestar.

Una película modesta en todos los sentidos, pero aún con un resultado bastante aceptable: desde un bajo presupuesto, hasta un sobrio desarrollo de la trama, sin sobresaltos ni sustos baratos, mantienen la expectación de principio a fin de la cinta. Aunque al ritmo narrativo, en consonancia con este estilo minimalista, para gusto de algunos le faltaría algo de intensidad dramática. Pero Gus Krieger parece querer mantener en todos los aspectos un trazo de realismo en la interpretación, la ambientación del contexto, la fotografía, la banda sonora (que se mantiene en un plano casi subliminal para no eclipsar al resto de elementos, para lucir su mensaje prácticamente al final, con los títulos de crédito).

En suma, una película que sostiene el nivel de interés y atención, sin aritificios ni postizos, y que en todo momento genera el clima de terror con lo puramente psicológico, y su vínculo con el plano espiritual-religioso.

El argumento es muy sencillo de entender; y aunque los diálogos tienen su sustancia, en VOSE se puede seguir perfectamente el hilo, sin las impurezas que comportaría el doblaje.
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Jordirozsa
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